2/11/14

El Marx que no quería ser marxista

            A finales de lo ochenta la revista liberal, Newsweek, anunciaba al mundo la muerte de Marx, que fue celebrada por Francis Fukuyama -el autor de un mal libro,  El Fin de la historia, pero encumbrado por los poderes fácticos a evangelio de los nuevos tiempos- como el triunfo definitivo de la democracia liberal. En los años noventa se procedió al entierro oficial del marxismo, el fantasma que según El Manifiesto Comunista recorría Europa aterrorizando a la Santa Alianza, es decir, al Papa, al Zar y al Tío Sam.

            Tras 75 años de experimentación fracasaba el proyecto comunista, inspirado en el marxismo, debido a la fuerza de sus adversarios y también a sus colosales errores: fallaron sus previsiones y, sobretodo, construyó un monstruoso sistema político donde era difícil encontrar huellas del espíritu emancipador que anunció su fundador. La muerte de Marx parecía no tener vuelta de hoja.

            Pero no fue así. En el 2008, la revista francesa Le Magazine Littéraire titulaba su portada “Marx. Las razones de un renacimiento” y a ello se aplicaban autores tan solventes como Daniel Bensaïd, Miguel Abensour o Alain Minc. En realidad Marx llevaba volviendo desde hacía diez años. No había más que visitar las librerías para  constatar las múltiples ediciones de libros de Marx o de revistas especializadas dedicadas a la actualidad de Marx, por ejemplo, el último número de Isegoría, la prestigiosa revista en lengua castellana de filosofía moraly política, cuyo título es "La vuelta de Marx". La crisis mundial aceleró su retorno y si a eso añadimos el éxito ecuménico del libro de Thomas Piketty, El Capital en el siglo XXI,  entenderemos por qué Marx es nuestro contemporáneo.

            Estamos acostumbrados a autores que van y vienen. Cuántas veces  hemos oído ¡que vuelve Kant! o  cualquier otro gran nombre. Son modas filosóficas, tan efímeras como las de corte y confección. Pero Marx es diferente. El dinamitó la autonomía de las ideas, sometiendo su posible autoridad a la capacidad de transformar la realidad. Si ahora vuelve Marx, después de todas las fechorías del comunismo, es porque hay razones muy potentes que lo reclaman.

            ¿Por qué vuelve Marx? La primera razón es porque nunca se había ido del todo. Hay planteamientos de Marx que los llevamos metidos en vena. Por ejemplo, que la economía es política y no sólo técnica, de ahí que cuando mandan los mercados, son unos pocos los que hacen política. O, cuando oímos discursos de hombres públicos que se presentan con el marchamo de neutrales o científicos, enseguida pensamos a qué intereses sirve; es la reacción marxista de quien ha interiorizado la crítica de las ideologías. O, la afirmación de que la religión es expresión de la miseria real y también su denuncia, es otra herencia marxista ampliamente compartida.

            La segunda es que, pese a sus muchos errores, nadie como él ha penetrado los secretos del capitalismo. Ahí hay mucha verdad  por descubrir. La prueba  del nueve la tenemos en el autor del libro que ahora está en la mesa de los mandamases del mundo, Pikkerty. A este economista francés que enseña en Chicago le ha bastado una nota al pie de página de El Capital de Marx para construir un libro inmenso sobre las desigualdades sociales, que es de obligada consulta. ¿Su tesis? Que las desigualdades crecen a pesar de que nunca el mundo fue más rico. Y esto lo explica diciendo que la riqueza que genera el trabajo siempre va por detrás de las que produce el capital. Los ricos, sin dar un palo al agua, se enriquecen exponencialmente. Fin del mito de que con talento y méritos se progresa. Algunos sí pero ninguno llegará al nivel de Liliane Bettencourt que no sabe lo que es trabajar, dice Pikertty, pero cuyas cuentas corrientes andan disparadas. Un mundo menos desigual exigiría mayores impuestos al capital.   Derrida, en Espectros de Marx, da una tercera razón: el afán de justicia que permite a Marx detectar injusticias donde los demás sólo vemos normalidades o desajustes del destino. Aunque le apodaban “el Moro”, era más bien un detective rojo que dedicó toda su vida a investigar el origen (injusto) de las fortunas capitalistas y cómo las injusticias de origen se reproducían necesariamente en el modo capitalista de producción. Fue tal su empeño que él mismo se preguntaba cómo alguien, como él, con tan poco dinero en el bolsillo, le había dedicado tanto tiempo. Ese afán de justicia, que algunos sitúan en su raigambre judía, se traduce en indignación, de ahí que los que hoy se presentan como “izquierda alternativa” sean lectores de Marx, un desconocido, sin embargo, para los jóvenes del viejo socialismo.

            Marx está volviendo y haríamos bien en ser radicalmente críticos con el marxismo, por lo que se ha hecho con él. Y tomar nota de lo que dijo de sí mismo, “sólo sé que no soy marxista”, porque no quería someterse ni a sus propias formulaciones y mucho menos instaurar un sistema dogmático. Habrá que ver cómo le leen sus nuevos lectores.


Reyes Mate (El Periódico de Catalunya, 9 de septiembre 2014)