1. Hace
unos años publicó Carlos Pereda "La
filosofía en México en el siglo XX" que, además presentamos aquí en
Madrid en el Instituto de México. Hay un
capítulo en el libro, titulado
"Pensar en español ¿un pseudoproblema?" que traigo a colación porque
nos va a ayudar a centrar el tema.
Dice
Pereda que eso de pensar en español puede ser una gran perogrullada. En efecto,
si por pensar en español entendemos pensar en la lengua que uno habita, la cosa
es una perogrullada, “una cosa vulgar e…inevitable”. Lo que sería interesante
-y no una vulgaridad como lo de afirmar que se piensa en la lengua que se
habla- es preguntarse por cómo comunicaría un hispanohablante en una comunidad
internacional de investigación que habla inglés. Obligados a comunicarse en
inglés, empeñarse en plantear la cuestión de cómo pensar en español podría ser
la expresión de un malestar o un complejo de inferioridad. Una pataleta.
No
parece, en efecto, que el pensamiento en español tenga mucho que ofrecer.
Pereda enumera algunas de sus debilidades que si no son congénitas sí alcanzan
el estado de endémicas o crónicas. En primer lugar, el fervor sucursalero:
tenemos una tradición filosóficamente débil y eso ha alimentado una filosofía
dependiente El que sale a estudiar no vuelve nunca. Sigue anclado en lo que
estuvo. Uno se apunta a una tradición y es como si entrara en religión. En
segundo lugar, el afán de novedades. Nos encanta estar a la última sin haber
pasado por la penúltima. Somos posmodernos sin haber sido modernos. Luego están
los que, conscientes de estos males, tratan de superarlos con un nuevo y mayor
vicio: el del entusiasmo nacionalista. Nada como lo nuestro. Pretendemos
sacudirnos la dependencia con una huída hacia adelante o mejor hacia atrás,
reclamando una filosofía castiza: “filosofía mexicana”, “filosofía bolivariana”
o "filosofía latinoamericana".