11/10/15

Carta abierta a los amigos socialistas con motivo de la derrota socialista en las elecciones del pasado mes de mayo

Madrid 8 de junio del 2011

Soy uno de tantos dolidos pero no sorprendidos por la derrota del 22 de mayo. Sabíamos, efecto, que la crisis económica y su forma de gestionarla iba a pasar factura. Sabíamos también que la socialdemocracia iba perdiendo la partida en su mano a mano con el neoliberalismo. El socialismo hace tiempo que se dejó seducir por una cultura que bajo el manto de la competitividad y de la globalidad esconde el enriquecimiento como valor supremo, despidiendo así los mínimos solidarios que ha caracterizado a la política europea después  de la Segunda Guerra Mundial. Mientras todos sacaban provecho de la situación, la apuesta funcionaba. Cuando ha llegado la crisis y cada cual ha tenido que contar con sus propias fuerzas, el desastre se ha producido entre los más desfavorecidos.
            En una situación así, sólo cabía encomendarse al fallo del adversario, es decir, a que el adversario desgranara sus medidas contra la crisis, mucho más duras e insolidarias que las del gobierno socialista, pero el fallo no ha tenido lugar. Le ha bastado al PP esperar y ver cómo las medidas adoptadas calaban en el votante socialista y le alejaban en masa del Gobierno que decía representarle.
         La derrota del 22 de mayo ha sido tan contundente que no admite ninguna justificación pero  sí muchas explicaciones, al menos estas tres referidas a la política desarrollada, al discurso socialista y a la pertinencia de la organización, PSOE.

            El 11 de mayo del año pasado el Presidente del Gobierno da un volantazo a su estrategia proponiendo una serie de duras medidas de ajuste demandadas por los mercados y por los grandes organismos financieros. Se presentaron como necesarias e imprescindibles para evitar el rescate financiero. El propio Presidente la presentó con un gesto sacrificial como si alguien tuviera que morir para salvar al pueblo. Hubo en ese momento un equívoco que ha resultado fatal. No resulta difícil pensar que habíamos llegado a un punto en que esas medidas eran imprescindibles para evitar un mal mayor. Había que tomarlas pero no porque fueran justas sino para evitar un mal mayor. No es una mera distinción retórica. Cuando la relación de fuerzas impone la solución que propone el más fuerte, cabe siempre la conciencia de denunciar que es injusta. Hay que ser consciente de la diferencia entre lo que en un momento se puede y lo que en realidad se debe porque de esa diferencia depende la posibilidad de una estrategia que cree condiciones para cambiar lo que ahora sólo se puede. Sin esa distinción el movimiento obrero o los partidos socialistas nunca hubieran empezado porque cuando arrancan poco es lo que se podía y mucho lo que se debía. Nada más nefasto que la fatídica afirmación de que “no hay otra política económica” cuando la que hay es injusta.
            Al situarnos en el centroizquierda, las diferencias con la derecha  o con el centroderecha son menores, aunque no irrelevantes. Sin la socialdemocracia el estado de bienestar sería impensable, pero tampoco la derecha puede desmantelarlo sin más aunque le debilite y le reduzca a mínimos. ¿Por qué entonces esa desafección de los menos pudientes, emigrantes o jóvenes incluidos, al socialismo? Por falta de credibilidad. No nos creen cuando hablamos de empleo, educación, corrupción, solidaridad o futuro. Son palabras que hemos ido sacrificando  una a una y canjeándolas en el monte de piedad por otras como sacrificio, no hay nada que hacer, el futuro será mejor, etc.
            Lo que se impone como tarea común es construir un discurso que arranque de palabras verdaderas de suerte que si alguien dice “paro” entienda la tragedia personal y familiar que hay tras esa palabra, y si alguien pronuncia “corrupción” tenga la autoridad suficiente para provocar la indignación de los demás; y si alguien habla de futuro entienda la desesperación de quien tiene que renunciar a un proyecto de vida…
         Pues bien, esas palabras verdaderas están siendo pronunciadas estos días en La Puerta del Sol y en otros muchos lugares. Si palabras viejas y nada espectaculares han tenido esa expresividad es porque están encarnadas en destinos personales. No son problemas que resolver; son algo previo, historias reales que ahogan existencias personales.
            Si queremos construir un discurso nuevo hay que escucharlas, es decir, hay que hacerlas frente dejándonos interpelar por todo su dramatismo, por lo que tienen de sufrimiento, pérdida de calidad de vida, renuncia a bienes y alegrías que parecen irrenunciables, enfermedades, soledad, abandono. Antes de convertirlas en problemas de gabinete, procede empaparse de su significación existencial.
            No es fácil porque todos tenemos mucha prisa y el mundo competitivo en que vivimos aconsejan no descuidar los asuntos propios so pena de acabar siendo una víctima más.
            Pero es aquí donde debería aparecer el Partido Político. Su grandeza consiste en ser una agrupación libre de ciudadanos que recogen esa realidad y la convierten en el objeto de  su preocupación y del poder que la sociedad le confiere. ¿Está el PSOE a la altura de las circunstancias? Este es el último punto al que quiero referirme.
          El PSOE es un partido con larga tradición. Debemos preguntarnos si no ha llegado el momento de actualizar su organización.
            En las agrupaciones hay militantes ejemplares pero en su conjunto la agrupación ni refleja la realidad del entorno ni es un referente atractivo para los que votan socialistas o se sienten próximos. Son lugares aislado, a veces inhóspitos, que sólo sirven para legitimar el poder interno.
            Tampoco elegimos a los mejores. Ha desaparecido, salvo excepciones, la cultura del trabajo generoso. Nos pierde la prisa por trocar trabajo con recompensas. Se prima el activismo institucional sobre el ser socialista en la sociedad.
            Tampoco este foro, el Comité Regional, cumple su función. Por su composición y funcionamiento aquí hay lugar para discursos yuxtapuestos pero no para debates en los que se pueda argumentar.
            Tenemos un tipo de dirección no tan lejano del "centralismo democrático": todo depende de la voluntad de secretario general. Se suple la ausencia del colectivo pensante y actuante que debería ser el Partido por la figura del asesor o asesores que son sobretodo publicistas o aduladores.
            Quisiera terminar con dos sugerencias. La primera se refiere al talante con el que acometer esta reflexión. Se impone un cambio de talante; y al hablar de ello no pienso en Zapatero sino en Aranguren que lo entendía como una actitud moral que afectaba al ser y al estar. El político socialista no es un profesional de la política, sino un ciudadano que durante un tiempo sirve al bien común y luego vuelve a lo suyo.
            Se ha hablado de una Conferencia que canalice la necesidad de reflexión sobre la realidad del PSOE. Eso corre el peligro de reproducirnos, de cocernos en nuestra propia salsa. Habría que abrir esa Conferencia a esos sectores que se siente dolidos por los resultados o que los han causado con su abstención o voto en blanco. Hacernos eco de las palabras de La Puerta del Sol. Más que de una Conferencia, de lo que realmente tenemos necesidad es de un foro más abierto.


Reyes Mate (carta abierta, 8 de junio 2011)