19/11/15

Religión y violencia, una historia peligrosa

            El atentado terrorista en París ha vuelto a poner sobre la mesa la relación entre religión y violencia. La reacción de los políticos ha sido de gran responsabilidad al distinguir desde el primer momento entre Islam y terrorismo. Desde muchos frentes se ha señalado que el Islam es tolerante y que los musulmanes emigrantes son pacíficos. Los yihadistas sólo instrumentalizan la religión con fines políticos totalitarios.

            Todo eso es verdad y había que decirlo en esos momentos de confusión. Pero ahora, con la distancia que da el tiempo transcurrido, debemos preguntarnos si no hay en la religión una latente tentación de violencia o, dicho de otra manera, si, para que avance la tolerancia, la religión no debería dar un paso atrás.

            Históricamente ha sido así. La paz llegó a Europa cuando los Estados dejaron de ser teocráticos. En ese momento de madurez cultural que llamamos Modernidad o Ilustración, la tolerancia se convirtió en un tema mayor. Para  poder convivir pacíficamente, respetando las diferencias, había que remover serios obstáculos religiosos. Un gran pensador del Siglo de las Luces, Efraim Lessing, expuso en una pieza teatral,  Natán el Sabio, esas dificultades.  Los protagonistas son un moro, el sultán Saladino; un cristiano, El Templario; y un judío, Natán, un hombre sabio. El político Saladino quiere acabar con tanta guerra entre las tres religiones, pero pronto se da cuenta de que para que callen las armas hay que acabar con la causa de la guerra, a saber, la pretensión de cada una de las religiones de tener la verdad absoluta en exclusiva. Es un problema teológico que, de no resolverse, hará inevitable la guerra. La respuesta la da el sabio Natán: propio del hombre, dice, es buscar la verdad y no poseerla; y algo más: que aunque seamos diferentes compartimos una humanidad común.

            La tolerancia fue posible porque las religiones dejaron de enredar políticamente. No fue fácil. El Catolicismo, por ejemplo, condenó la tolerancia y todo lo relacionado con ella, por ejemplo, la democracia, el liberalismo y la libertad de conciencia. No se reconcilió con la Ilustración hasta bien entrado el siglo XX (y en España hubo que esperar a la muerte de Franco). Hoy el cristianismo no sólo piensa que es compatible con la tolerancia sino que de alguna manera esta es un producto inexplicable sin el propio cristianismo.

            ¿Y el Islam? Se oye decir que está aún lejos de la Modernidad y por eso hay que andarse con cuidado. Quizá interese saber que otro autor que entró en liza en defensa de la tolerancia fue Voltaire. Oyó decir que en Toulouse  un motín popular, azuzado por políticos y eclesiásticos, había linchado a un padre de familia protestante, acusado de impedir la conversión al catolicismo de un hijo suyo que finalmente se ahorcó. Voltaire investigó el caso y descubrió que todo había sido una patraña orquestada por fanáticos. Cogió la pluma y escribió un conmovedor Tratado de la tolerancia sobre el que los franceses se han abalanzado estos días. Ahí no habla del islam, al que antes había dedicado una obra teatral,  El fanatismo o Mahoma, donde vuelca sobre el islam todos los tópicos antiislámicos de su tiempo. El tema le interesó, siguió investigando y cambió de opinión. Llegó a la conclusión de que esta religión, además de "sabia, severa, casta y humana era de verdad tolerante". Es posible que hoy lo sea menos, pero lo fue en el pasado y seguramente más tolerantes que las demás y antes que todas ellas.

            Las religiones monoteístas son así de complejas: han propiciado la violencia y también la han combatido. Lo que deberíamos tener presente es que dentro del islam  son muchos los que se esfuerzan por su versión más fraterna y pacífica. Ellos son las primeras víctimas del fanatismo yihadista. Nosotros podemos hacer mucho por esa causa si, en primer lugar, abandonamos la falsa idea de que el islam es incompatible con esos valores occidentales llamados Democracia, Modernidad o Ilustración. No deberíamos olvidar que hubo un tiempo en el que ser moderno era seguir la estela de los grandes pensadores árabes. Nosotros hemos llegado a un modelo de democracia llamado "democracia liberal" que no es el fin de la historia porque es francamente mejorable. Jacques Derrida, un gran pensador francés judío que nació en Argelia, hablaba de la "democracia por venir" y decía que sólo llegará cuando la corriente democrática se alimente de tradiciones como la judía o árabe.  En segundo lugar, deberíamos revisar la idea de que estos emigrantes que visten chilabas, llevan velo o  rezan en mezquitas, deberían, si quieren salir de la prehistoria, renunciar a todos esos atuendos, bautizarse y ser como nosotros. Eso es muy peligroso porque fue lo que tiempo atrás exigimos a los judíos y acabó en catástrofe. Les dijimos que si querían disfrutar de los derechos humanos en nuestra democracia tenían que "asimilarse", esto es, dejar de ser judío. Lo intentaron pero no lo lograron porque es imposible. La Europa bienpensante llegó a la conclusión de que ser judío y ser moderno era incompatible. Si incompatibles, también prescindibles. Hitler dio un paso más: son eliminables. Y ocurrió el holocausto judío en los campos de exterminio. No hagamos con los árabes y musulmanes lo que ya hicimos con los judíos. Si esto vale para cualquier europeo, mucho más para nosotros, españoles, que tanto debemos a la cultura árabe.


Reyes Mate (El Norte de Castilla, 7 de febrero 2015)