13/3/16

¿Miedo a una Europa alemana?

            Decir que Ángela Merkel manda en Europa es un hecho tan indiscutible como inquietante. El tratamiento de la crisis griega se hizo como ella dijo y es ella la que ahora  está dictando cómo enfocar la ola de refugiados que  llegan a Europa. La opinión pública vivió con preocupación su prepotencia en el caso griego y ve ahora con alivio su resolución en el problema de los refugiados.

            Manda, pues, pero su liderato político es una actitud que no querían para sí sus antecesores en el cargo. Se lo dijo en su momento Helmut Schmidt, alarmado ante "esa prepotencia, pronta a dar lecciones a los demás, algo que convierte a los alemanes en algo mucho más vulnerables de lo que parece". Tanto él como Brandt o Kohl tenían clara conciencia de que Alemania tenía una responsabilidad histórica respecto  a Europa que les obligada a no traducir en liderazgo político su primacía económica. "Cuando yo mandaba", decía Schmidt, "siempre dejaba pasar por delante a los franceses en la alfombra roja. Nunca pretendí convertirme en líder". Un asunto de estética, pero también de ética.
Todavía hace unas semanas Joachim Gauck, presidente de Alemania, criticaba la arrogancia de Schäuble con Varoufakis, recordando que "nosotros no somos sólo lo que ahora somos, sino los descendientes de aquellos que, en la Segunda Guerra Mundial, dejaron tras de sí un reguero de desolación, por ejemplo, en Grecia, algo de lo que para nuestra vergüenza tan poco hemos sabido durante largo tiempo. Tenemos que ponderar las posibilidades de reparación...". Se refería a  la reivindicación del gobierno griego, tachada de tontería  por el Ministro alemán de Economía, de la colosal deuda del Estado nazi con el griego. El papel político de Alemania no se produce por un vacío de poder ya que existen suficientes estructuras en la Unión Europea creadas para ejercerlo, sino por una sustitución fundada en el peso de su aportación económica al presupuesto de la UE.

            Ahora bien, esa nueva política ni beneficia a Alemania, como decía Schmidt, ni a la Unión Europea. No beneficia a Alemania porque Merkel ha conseguido en poco tiempo cuartear todo el trabajo de transformación, de reconciliación, de cambio de imagen, llevado a cabo desde 1945. Como dice Gauck, la Alemania actual es "descendiente de aquellos". La acción política de la Alemania actual está necesariamente unida de por vida a su responsabilidad histórica. Y Gauck, al pedir comprensión por la deuda griega, estaba recordando la monumental quita de 1953 a la deuda alemana, lo que permitió el tan ponderado "milagro económico alemán".

            Pero tampoco beneficia a Europa. El proyecto de Unión Europea nació, como bien recordaba Jorge Semprún, en los campos de concentración. Sobre esa memoria se conjuraron vencedores y vencidos para construir un proyecto político que impidiera los enfrentamientos.  Esa memoria de la barbarie debería enterrar para siempre la tentación de los nacionalismos que habían provocado la catástrofe.  Pues bien, la desenvoltura política de Merkel, poniendo por delante los intereses alemanes sobre los europeos, es la mejor expresión del olvido del motivo fundacional de Europa. La mediocridad y falta de conciencia histórica del resto de líderes europeos explica la ocupación política alemana. Y eso sí que es preocupante porque a Alemania le cuesta gestionar democráticamente el poder. Como decía Habermas "cuando Alemania ha sido nacionalista no ha sido democrática y cuando, democrática, no nacionalista". Merkel está tentada por una Europa alemana, lejos, por tanto, de la Alemania europea que ha sido hasta ahora el motor de Europa.


Reyes Mate (revista Bez.es, 9 de Octubre 2015)