18/4/16

La cal viva y las quemaduras políticas

            Uno de los momentos más reveladores del debate de investidura fue aquel en el que Pablo Iglesias espetó a Pedro Sánchez lo de "no haga caso a Felipe González que tiene las manos manchadas de cal viva". No digo que fuera ni el más brillante ni el más ejemplar, sino el más revelador del nivel político. Habida cuenta de la importancia que tiene en el panorama político español la confrontación entre lo viejo y lo nuevo, era inevitable que los recién llegados pusieran a los representantes de la política anterior ante sus responsabilidades políticas.

            Pedro Sánchez perdió la ocasión de aclarar las cosas y despejar el camino. A estas alturas de la historia es difícil negar a Felipe González un papel estelar en el desarrollo de la democracia. Su indiscutible prestigio internacional se debe al buen hacer político. Pero tan cierto como es eso es su responsabilidad en la existencia de los GAL. Los jueces no pudieron demostrar que estuviera "manchado de cal viva", es decir, que fuera culpable, pero sí que fue responsable político de los delitos cometidos por sus subordinados directos. En el largo historial del Partido Socialista hay grandes triunfos y también sombras. Pedro Sánchez debería reconocerlo así, añadiendo, además, que el PSOE ha pagado por ello. Si los electores le han colocado en la posición en la que se encuentra es como consecuencia de sus errores. Reconocerlo no significa ni traicionar a Felipe González ni mostrar debilidad ante el adversario. Es la forma más eficaz de decir que no transitará por los mismos parajes porque asume que aquello fue un grave error.


            La respuesta de Sánchez, que prefirió mostrarse indignado, pone de manifiesto que la nueva generación no acaba de liberarse del peso de su pasado. Esto no se logra marginando a la vieja guardia sino asumiendo críticamente la herencia. Me parece ejemplar la actitud de un gran líder comunista (y cristiano) de los sesenta y setenta llamado Alfonso Carlos Comín. "Soy miembro", decía, "de un Partido que ha fusilado a héroes y de una Iglesia que ha quemado a santos". Solo así se puede entender o heredar lo que hay de heroico o santo en las tradiciones a las que pertenecemos.

            Pero tampoco era de recibo la andanada de Pablo Iglesias ni por el fondo ni por la forma. Cuando uno, en efecto, pide o recuerda responsabilidades políticas se entiende que lo hace movido por el sentido moral propio de una llamada a la responsabilidad, es decir, lo hace porque piensa que el reconocimiento del daño causado contribuye a la reparación y, por tanto, al hacer justicia. ¿Movía al líder de Podemos la compasión con las víctimas o destrozar al adversario? No parece que el sufrimiento de las víctimas de la violencia terrorista sea el fuerte de Podemos. Al contrario, su coqueteo con el mundo abertzale  y sus múltiples torpezas (titiriteros, Otegi, etc.) hablan más bien de una utilización política de la indignación moral. Esa indignación es una impostura.

            El uso político de la indignación moral es muy delicado porque eso supone erigirse en juez, es decir, en descartar por principio que quien se indigna pueda ser responsable de algo al que otro juez exija rendir cuentas. Y ese nivel de inocencia es casi imposible en política. Es verdad que Iglesias no tiene en su mochila política, que está casi por estrenar, el lastre de un partido centenario. Pero no es inocente. Ya tiene una trayectoria política, conformada por hechos y dichos de los que parece no querer acordarse ni que los demás se lo recuerden. Me refiero a su pasado ideológico leninista, anticapitalista y chavista o castrista. Uno tiene todo el derecho a ser cualquiera de esas cosas, incluso a cambiar. Ahora bien, cuando se pasa de una posición (ser leninista) a su contraria (ser socialdemócrata) no se puede pretender tener la razón en ambos casos. Para creerles ahora tienen que reconocer que se equivocaron antes. Con ese pasado también ellos tienen que rendir cuentas, eso sí, en su justa medida, porque tan reprobable como acusar a Felipe González de ser el autor de la cal viva sería hacerle a él responsable de los crímenes perpetrados en nombre del leninismo.

            En asuntos de responsabilidad política es peligroso hacer de jueces o árbitros, como si uno estuviera por encima del mal del bien. ¡Cómo no recordar a Jordi Pujol en la balaustrada de la Generalitat diciendo, en 1984, aquello "en adelante de ética y moral hablaremos nosotros" o al superministro de Economía, Rodrigo Rato anunciando en 1997 que había por fin llegado la hora, con ellos, de combatir la corrupción. Atacaban sin piedad al adversario mientras se lo llevaban crudo.

            Conviene, por eso, cuando se piden responsabilidades, hacerlo desde el mayor respeto al otro. El recurso a la moral en el debate político debe hacerse con sentido de la justicia, pero no en plan justiciero, porque los héroes de hoy pueden ser los villanos de mañana como le ha pasado a Jordi Pujol y le está pasando a Rodrigo Rato. Esa lección de moral política está pendiente.


Reyes Mate (artículo que no pudo ser publicado por censura del medio, marzo 2016)