Se oye decir que Europa se la juega
en las elecciones francesas. Hay tambores guerracivilistas en el país vecino ya
que El Frente Nacional supone la negación del alma republicana, esa forma
ilustrada de ver la vida que Francia alumbró para el mundo. Con Marine le Pen perdería
Francia pero también Europa porque la Unión Europea, un proyecto político
nacido como respuesta a las dos guerras mundiales del siglo pasado, tiene por
santos patronos a Francia y Alemania. Como decía Jorge Semprún, sin la memoria
de Francia se disolvería en un santiamén la responsabilidad de Alemania.
En un momento de claro declive
intelectual, buscamos en el horizonte figuras morales que digan algo. Llegan
noticias desde distintos lugares de que ha vuelto Albert Camus. Lo de menos es
que ahora celebremos el 60 aniversario del Premio Nobel que murió con 47 años
en un accidente de tráfico. Lo significativo es que se le reconozca como la
autoridad moral del momento. No vuelve el gran escritor que fue porque ese
nunca se ha ido, sino el moralista al que buena parte de la intelligentzia de
su tiempo volvió la espalda. Hoy nadie discute que Camus supo estar del lado
bueno en las causas que defendió: participó en la Resistencia, promovió una
campaña mundial contra las armas nucleares, denunció los campos de
concentración soviéticos y supo ver el terror tras la retórica de la violencia
revolucionaria. Fue una rara avis
entre aquellos intelectuales progresistas, compañeros de viaje del comunismo,
que callaron y no quisieron ver.
De aquel Camus nos interesa la
brújula que le guió en tiempos tan convulsos. El la llamaba “sabiduría del sur”.
Siempre se dejó guiar, decía, por la forma de ser mediterránea que, a
diferencia de la del norte, da más importancia al sufrimiento que al
conocimiento; más al cuidado concreto que a la verdad teórica. Un estilo de
vida que ama los matices, tiene el gusto por la vida y no le va ensañarse con
el castigo al culpable. La sabiduría del
mediodía produce rebeldes y la de la medianoche, revolucionarios. La diferencia
es que el primero es compasivo, atento a las necesidades del ser humano,
mientras que el segundo apuesta por grandes construcciones históricas que
suelen devorar a sus hijos. Hubo un debate muy sonoro entre Camus y Sartre, buen
representante de esos grandes discursos y a la sazón compañero de viaje del
comunismo. El filósofo echaba en cara a Camus que le preocupara más el
sufrimiento de un niño que la explotación de la clase obrera. Y es que, le explicaba el hombre nacido en
Argelia a Sartre, si no nos indignamos ante el sufrimiento de un niño
acabaremos defendiendo, sí, al proletariado, pero sacrificando a muchos inocentes.
A este Camus compasivo y solidario
le necesitamos hoy cuando la Unión Europea se rompe porque hay miedo al
emigrante y se levantan muros contra los refugiados. Han vuelto los
nacionalismos, tocando a rebato para expulsar a los que no son de aquí. Dicen
que los de fuera les quitan el trabajo,
colapsan los hospitales y rebajan el nivel de las escuelas; también, que
desvirtúan sus ciudades con mezquitas y llenan el aire de algarabías. Son
muchos los que piensan que el diferente es un peligro.
El
problema es si ya queda algo en los países mediterráneos de la sabiduría del
sur. Hace unas semanas estos países pusieron el grito en el cielo cuando el
Presidente del Eurogrupo, el holandés Jeroen Dijsselbloem, comentó que los
países del sur se gastan las ayudas europeas en orgías. El hombre se defendía
diciendo que quería llamar la atención sobre el modo de vivir de los latinos
tan distinto del de los puritanos norteños. El alto cargo holandés ponía el
dedo en la llaga aunque con palabras equivocadas porque el problema no es
nuestro modo de vida, sino el modo de entender la política.
Eso que llamamos corrupción tiene
que ver con el modo de entender la política por parte de los hombres públicos y
también de ciudadanos poderosos que merodean el poder. El compadreo les ha
hecho creer que España es su cortijo. El saqueo ha funcionado mientras era
oculto. Aquí no hay conversos ni arrepentidos: cesan cuando les pillan. Los
casos que hemos ido conociendo (de políticos y empresarios) nos han revelado
una novedad sorprendente. No se trata, en efecto, de acumular dinero al modo de
los capitalistas manchesterianos. Estos explotaban ciertamente al trabajador
hasta la extenuación para extraerles toda la plusvalía posible pero arriesgaban
su capital, sus máquinas y su trabajo. Lo de ahora es otra cosa: es sed de
dinero sin el menor riesgo y desde la más alta respetabilidad. Que este saqueo
se produzca en el contexto de una crisis que ha aumentado la desigualdad,
llenando los hogares de miedo al futuro, da a esa forma de entender la política
una significación particularmente degradante: la de la impiedad.
Europa necesita la sabiduría del sur
que si en tiempos de Camus tuvo que hacer frente a ideologías totalitarias,
tanto de derechas como de izquierdas, hoy está amenazada desde dentro tanto por
prácticas políticas nacionalistas insolidarias, como por políticas corruptas
que convierten a quienes las practican en seres desalmados.
Reyes Mate (El Norte de Castilla, 6 de mayo 2017)