"Amor y Verdad se han dado cita
Justicia
y paz se besan...
Justicia marchará ante él
y Paz seguirá sus huellas" (Ps. 85,
11.14)
1. El Presidente de Uruguay, José
Mújica, decía recientemente en una
inteligente entrevista acordada al diario madrileño El País que "lo
más importante que está pasando en América Latina es la tentativa de construir
la paz en Colombia...por eso hay que tratar de ayudar". Y él lo hacía con
esta reflexión: "cuando hay mucho dolor se apela al sentimiento de
justicia. La justicia y el dolor en estas cosas andan al filo de la navaja con
la venganza hacia un lado y otro. Lo prioritario es la paz, la paz, la
paz" (El País, 2 de junio de 2013). Piensa, pues, que la justicia o,
mejor, la injusticia, el dolor que produce la injusticia, invita a la venganza
y no a la paz, por tanto, si queremos paz, hay que poner entre paréntesis la
justicia. Coincide la opinión de este político avezado y sobresaliente por
tantas razones con la opinión de Slom BenAmi, ex-ministro de exteriores israelí,
que preguntaba a los palestinos "a cuánta justicia estaban dispuestos
a renunciar para conseguir la paz(1)". Paz por justicia.
Yo también pienso que las
conversaciones de paz son muy importantes, pero me pregunto si es posible
la paz sin justicia o, más exactamente, sin memoria de la injusticia.
2. Para cualquier observador
externo, como es mi caso, la violencia en Colombia es particularmente compleja
porque sus agentes proceden de mundos tan distintos como la guerrilla, los
paramilitares, el narcotráfico y el
propio Estado. Cada una de ellas tiene sus propias motivaciones, estrategias y
objetivos, pero si nos permitimos subsumir todas esas modalidades bajo la
rúbrica general de "violencia" es porque hay algo común a todas
ellas, a saber, la figura de víctimas, la figura de un ser inocente que es
objeto de una violencia inmerecida. Hablemos pues de la violencia.