19/10/18

La renuncia del Papa, un punto de partida


            "Que el Papa se retire es la prueba de que el ministerio es temporal". De entre las reacciones al anuncio de que Benedicto XVI lo deja, no hay, creo yo, ninguna que tenga el alcance de la que acabo de citar, pronunciada por el teólogo alemán que en este momento goza de mayor reconocimiento mundial: Johan Baptist Metz, de la edad de Joseph Ratzinger, aunque muy alejado de él ideológicamente.

            La temporalidad se lleva mal con la religión monoteísta que es el cristianismo donde todo tiende a ser absoluto: Dios es único; la salvación o la condena, eterna; el matrimonio, indisoluble; las verdades dogmáticas, inmutables; la expulsión del paraíso, no tiene vuelta de hoja. La temporalidad se lleva mal con esa religión porque lo que da a entender es que el hombre es finito; su capacidad de comprensión, limitada; el desempeño de los cargos o ministerios es por un tiempo. Naturalmente que un creyente puede contraer compromisos de por vida pero siempre será un compromiso que el tal creyente podrá revisar o confirmar según avance en la vida. Nos condiciona el tiempo, es decir, las circunstancias que envuelven una decisión, igual que nos condiciona el espacio, es decir, el lugar en el que hemos nacido y/o vivimos.

Las imágenes apocalípticas


            Tras casi cinco años de crisis las cosas están cada vez peor. Como en la tragedia Antígona de Sófocles el único consuelo que nos queda es saber que las noticias de hoy siempre serán mejores que las de mañana. Hartos de gritar en vano, de protestar sin conseguir nada, de jurar y de maldecir, empieza a abrirse camino el lenguaje apocalíptico.

            Que entre la literatura de protesta que circula por los grandes almacenes figure la edición completa del Apocalipsis de San Juan, señal es de que, faltos de palabras convencionales para expresar lo que está ocurriendo, recurrimos a la artillería pesada de las imágenes apocalípticas. En ese extraño y críptico libro de la literatura cristiana se habla del fin del mundo provocado no por la fatiga de los materiales sino por la maldad del hombre, seducido por el mal: "Y vi una bestia que emergía del mar. La tierra entera iba llena de admiración siguiendo a la bestia; y la adoraron  diciendo ¿quién hay parecido a la bestia y quien luchar puede contra ella?" Todos se sometieron al poder del maligno hasta el punto de que "ninguno grande o pequeño, rico o pobre, libre o esclavo, pueda comprar o vender, a no ser el que lleve la marca que es el nombre de la bestia o el número de su nombre" (Apoc., 13, 4.17). La bestia controla el mercado y define lo que es bueno o malo. Se habla del fin de este mundo y también del miedo generalizado porque el final coincide con la llegada del anticristo. Esas páginas sirven para expresar nuestro miedo basado en la incertidumbre ante el futuro, en  la inestabilidad laboral, en la desconfianza que despiertan los políticos o en la impotencia ante la corrupción. Miedo porque nos sentimos al borde del abismo, llámese quiebra del euro, ruptura de la Unión Europea o despiece del estado de bienestar.