Las declaraciones del Presidente de
México, López Obrador, exigiendo de España y del Vaticano que pidan perdón por
la “conquista” de América ha provocado indignación en muchos y aplausos en
pocos.
Sería peligroso perderse en estos
rifirrafes porque lo que hay que preguntarse es si ha lugar la responsabilidad histórica
referida a casos tan lejanos. Y hay que decir que sí por dos razones: porque el
mundo actual es el resultado de lo que entonces ocurrió. Somos herederos de ese
pasado. No es casualidad que los países pobres hayan sido colonias y los ricos,
imperios. Evidentemente no se explica la pobreza de los países latinoamericanos
únicamente por la presencia de los españoles o portugueses, pero en parte, sí
(la otra parte habría que adjudicarla a los criollos mexicanos, los abuelos o
compadres de López Obrador incluidos). También porque este pleito viene de
antiguo. No es una ocurrencia de un mexicano que vive en el siglo XXI sino que
ya hubo contemporáneos que denunciaron la conquista y avisaron a sus
descendientes de las deudas que estaban contrayendo. Las Casas, por ejemplo,
escribía pesaroso al final de sus días que aquello iba “contra todo derecho
natural, divino y de gentes y, por consiguiente, nulo, in ningún valor jurídico”. Fue, pues, una
ocupación injusta, una invasión, que comprometía “a los sucesores y
descendiente vivos de aquellos”, es decir, a nosotros, obligándonos a “darles
satisfacción”.
Ahí está planteado el principio de
la responsabilidad histórica que nos alcanza a nosotros. Y lo que llama la
atención en esta conquista es la conciencia que había entonces de que se
estaban haciendo las cosas mal y que se estaba comprometiendo a las
generaciones futuras. Algo semejante no lo encontramos en otros imperios europeos.
A nadie se le ocurrió organizar desde el poder un debate nacional sobre las
razones morales y legales de la conquista, como el que tuvo lugar en Valladolid
entre 1550 y 1551. Ni mucho menos, encargar a un discípulo de Las Casas, Domingo
de Salazar, primer obispo de Manila, que se hicieran las cosas en las Islas
Filipinas conforme al guion de su maestro. Pocos españoles saben que el 21 de
marzo de 1599 se celebró un referéndum entre los nativos filipinos
preguntándoles si aceptaban la presencia de unos extraños que querían hablarles
del Dios de Jesús. Como la respuesta fue positiva, se quedaron, no sin antes
devolverles lo que los conquistadores les habían tomado, creando una fundación
social para ayudar a los más pobres. Esto demuestra, además de una quijotesca
grandeza, una conciencia clara de que no todo valía.
Al preguntarnos ahora por la
responsabilidad histórica no estamos proyectando sobre un remoto pasado un modo
de entender la relación entre los pueblos que no existía entonces, sino tomando
partido en un debate que tuvo lugar entonces y que nunca ha cesado. Aquí sólo
caben dos posturas: la de quienes piensan, muy en plan moderno, que “el robo es
un delito pero el fruto del robo es sagrado”, con lo que no hay nada que
justificar. Y la de quienes asumen que nosotros, los descendientes tenemos una
responsabilidad histórica en cuyo caso habría que preguntarse cómo se
substancia: ¿en pago en metálico para devolver lo robado, que decía Las Casas?
¿aceptando fraternalmente al contingente de emigrantes latinoamericanos que
viene a España como pedía no ha mucho Gabriel García Márquez? ¿poniendo el
acento en una reparación moral, como plantea Aimé Césaire, poeta y político francés
de Isla Martinica, descendiente de esclavos, autor del Discurso sobre la esclavitud? Con un poco de todo. Como la suerte
de los indígenas no ha mejorado, tenemos el deber de mejorar su situación; o de
recordar, como pedía el Nóbel García Márquez, que los colombianos que llaman a
nuestras puertas son “los hijos o nietos de los esclavos y los siervos
injustamente sometidos por España”.
La responsabilidad histórica no es
justicia poética, es decir, no es un postureo impotente respecto a lo que
ocurrió hace cinco siglos. Tienen razón los que dicen que hay que mirar hacia
adelante. Lo que pasa es que si no queremos repetir los errores del pasado
tenemos que reconocer, con Las Casas, que aquello se pudo hacer de otra manera.
Tenemos que tener muy presente lo que decían los mexicas que tras recibir a los
españoles con los brazos abiertos acabaron lamentando su presencia pues “donde
llegaban los españoles todo quedaba desolado”. La memoria no es sólo un juicio
moral sobre el pasado. Es también una potente palanca política para hacer las
cosas de otra manera. Si queremos que la historia deje de construirse sobre los
sufrimientos de los más débiles, hay que asumir las responsabilidades derivadas
de un pasado como el que aquí comentamos. A la postre, no se trata tanto de
pedir perdón, que también, cuanto de hacer las cosas de otra manera y eso vale
para México y para España. Quien piense que López Obrador se mete donde no le
llama, que relea a uno de los nuestros, a Bartolomé de Las Casas, quien,
pensando en nosotros, nos legó un testamento donde nos dice que tenemos que
responder de “hurto”, “robo” e “infamia”. Y por si alguien piensa que el paso
del tiempo lo borrará todo, nos recuerda que “del más chiquito tiene Dios una
memoria muy reciente y muy viva”.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 6 de
abril 2019)