10/5/19

Pedir perdón o mejorar la historia


            Las declaraciones del Presidente de México, López Obrador, exigiendo de España y del Vaticano que pidan perdón por la “conquista” de América ha provocado indignación en muchos y aplausos en pocos.

            Sería peligroso perderse en estos rifirrafes porque lo que hay que preguntarse es si ha lugar la responsabilidad histórica referida a casos tan lejanos. Y hay que decir que sí por dos razones: porque el mundo actual es el resultado de lo que entonces ocurrió. Somos herederos de ese pasado. No es casualidad que los países pobres hayan sido colonias y los ricos, imperios. Evidentemente no se explica la pobreza de los países latinoamericanos únicamente por la presencia de los españoles o portugueses, pero en parte, sí (la otra parte habría que adjudicarla a los criollos mexicanos, los abuelos o compadres de López Obrador incluidos). También porque este pleito viene de antiguo. No es una ocurrencia de un mexicano que vive en el siglo XXI sino que ya hubo contemporáneos que denunciaron la conquista y avisaron a sus descendientes de las deudas que estaban contrayendo. Las Casas, por ejemplo, escribía pesaroso al final de sus días que aquello iba “contra todo derecho natural, divino y de gentes y, por consiguiente, nulo,  in ningún valor jurídico”. Fue, pues, una ocupación injusta, una invasión, que comprometía “a los sucesores y descendiente vivos de aquellos”, es decir, a nosotros, obligándonos a “darles satisfacción”.

            Ahí está planteado el principio de la responsabilidad histórica que nos alcanza a nosotros. Y lo que llama la atención en esta conquista es la conciencia que había entonces de que se estaban haciendo las cosas mal y que se estaba comprometiendo a las generaciones futuras. Algo semejante no lo encontramos en otros imperios europeos. A nadie se le ocurrió organizar desde el poder un debate nacional sobre las razones morales y legales de la conquista, como el que tuvo lugar en Valladolid entre 1550 y 1551. Ni mucho menos, encargar a un discípulo de Las Casas, Domingo de Salazar, primer obispo de Manila, que se hicieran las cosas en las Islas Filipinas conforme al guion de su maestro. Pocos españoles saben que el 21 de marzo de 1599 se celebró un referéndum entre los nativos filipinos preguntándoles si aceptaban la presencia de unos extraños que querían hablarles del Dios de Jesús. Como la respuesta fue positiva, se quedaron, no sin antes devolverles lo que los conquistadores les habían tomado, creando una fundación social para ayudar a los más pobres. Esto demuestra, además de una quijotesca grandeza, una conciencia clara de que no todo valía.


            Al preguntarnos ahora por la responsabilidad histórica no estamos proyectando sobre un remoto pasado un modo de entender la relación entre los pueblos que no existía entonces, sino tomando partido en un debate que tuvo lugar entonces y que nunca ha cesado. Aquí sólo caben dos posturas: la de quienes piensan, muy en plan moderno, que “el robo es un delito pero el fruto del robo es sagrado”, con lo que no hay nada que justificar. Y la de quienes asumen que nosotros, los descendientes tenemos una responsabilidad histórica en cuyo caso habría que preguntarse cómo se substancia: ¿en pago en metálico para devolver lo robado, que decía Las Casas? ¿aceptando fraternalmente al contingente de emigrantes latinoamericanos que viene a España como pedía no ha mucho Gabriel García Márquez? ¿poniendo el acento en una reparación moral, como plantea Aimé Césaire, poeta y político francés de Isla Martinica, descendiente de esclavos, autor del Discurso sobre la esclavitud? Con un poco de todo. Como la suerte de los indígenas no ha mejorado, tenemos el deber de mejorar su situación; o de recordar, como pedía el Nóbel García Márquez, que los colombianos que llaman a nuestras puertas son “los hijos o nietos de los esclavos y los siervos injustamente sometidos por España”.

            La responsabilidad histórica no es justicia poética, es decir, no es un postureo impotente respecto a lo que ocurrió hace cinco siglos. Tienen razón los que dicen que hay que mirar hacia adelante. Lo que pasa es que si no queremos repetir los errores del pasado tenemos que reconocer, con Las Casas, que aquello se pudo hacer de otra manera. Tenemos que tener muy presente lo que decían los mexicas que tras recibir a los españoles con los brazos abiertos acabaron lamentando su presencia pues “donde llegaban los españoles todo quedaba desolado”. La memoria no es sólo un juicio moral sobre el pasado. Es también una potente palanca política para hacer las cosas de otra manera. Si queremos que la historia deje de construirse sobre los sufrimientos de los más débiles, hay que asumir las responsabilidades derivadas de un pasado como el que aquí comentamos. A la postre, no se trata tanto de pedir perdón, que también, cuanto de hacer las cosas de otra manera y eso vale para México y para España. Quien piense que López Obrador se mete donde no le llama, que relea a uno de los nuestros, a Bartolomé de Las Casas, quien, pensando en nosotros, nos legó un testamento donde nos dice que tenemos que responder de “hurto”, “robo” e “infamia”. Y por si alguien piensa que el paso del tiempo lo borrará todo, nos recuerda que “del más chiquito tiene Dios una memoria muy reciente y muy viva”.

Reyes Mate (El Norte de Castilla, 6 de abril 2019)