1/8/19

Franco nos confunde con su tumba


            Franco está consiguiendo desde su tumba nublarnos la mente. Nos hemos enzarzado con la exhumación del dictador cuando el problema es el Valle de los Caídos o, mejor dicho, cómo convertir el Valle de Cuelgamoros (que así se llamaba inicialmente) en un lugar de la memoria.

            Aunque abundan en España lugares con memoria pues son testigos de innumerables sacas o paseos, no hay un solo lugar de la memoria si por ello entendemos espacios de reflexión sobre nuestro pasado cainita. Para que un lugar de muerte se convierta en lugar de la memoria tienen que cruzarse las memorias, es decir, tiene que ser un lugar de memorias compartidas de suerte que el descendiente de un abuelo republicano asesinado por ser un buen maestro socialista, por ejemplo, pueda sentirse interpelado por la monja de clausura asesinada por un fanático anarquista. Sin ese punto de piedad (que consiste en interesarse por el sufrimiento del otro y no sólo del propio) no hay lugar de memoria. Con él, sin embargo, sí puede desencadenarse la reflexión o la experiencia del visitante que le lleve a enfrentarse a las causas del malvivir español del que la Guerra Civil fue, según decía Américo Castro, el último episodio (de momento).


            El Valle de los Caídos es un candidato ideal para un lugar de la memoria porque yacen víctimas del bando franquista y de la causa republicana con la particularidad de que en su inmensa mayoría sus restos son ya inidentificables. Se entiende que los familiares de los allí enterrados sin el parecer de sus deudos presionen a sus gobiernos autónomos para identificarlos y llevárselos con ellos. Pero la inmensa mayoría están “condenados” a quedarse allí. Deberíamos tomar ese fatal destino como el punto de partida para la construcción de un lugar de la memoria.

            Pero no hay manera de que esta propuesta (que era también la de la comisión de expertos presentada al Gobierno en 2011) prospere porque estamos en la fase de ocuparnos de los nuestros. Y los nuestros pueden serlo por razones ideológicas (“los republicanos”) o por razones territoriales (“los vascos” o “los andaluces”). Ese tipo de iniciativas poco tienen que ver, sin embargo, con el deber de memoria que pone el acento en las víctimas y no en nosotros. La memoria es un clamor político que viene del pasado importunándonos para que hagamos las cosas de otra manera, de una manera distinta a esa historia pasada que causó su sufrimiento. A tanto no parece que estemos dispuestos.

            Un lugar de la memoria exige de todas las partes que se sobrepongan a su propio dolor y pongan el objetivo en las generaciones futuras. Si no queremos que nuestros descendientes repitan esta historia sembrada de desencuentros, hagámosles el favor de mostrar interés por el sufrimiento ajeno.

            En un planteamiento de este tipo Franco está de más. Es protagonista principal de la historia que no queremos repetir. Su mera presencia vicia el proceso de reflexión porque su vida institucionalizó el sufrimiento del otro y quiso que tras su muerte se perpetuara. Que haga, pues, mutis por el foro para que no estorbe, sin olvidar que para construir un lugar de la memoria no basta exhumar a Franco.

Reyes Mate (El Periódico de Catalunya, 16 de julio 2019)