1. La frase del abulense Jorge de Santayana
–“los que no recuerdan su pasado están condenados a repetirle”-
que de tanto repetirla nos parece indiscutible, es todo menos evidente y
lo que sí es, desde luego, es una novedad. Lo que se lleva en la teoría y en la
práctica es lo que decía Nietzsche, “que para vivir hay que olvidar”. Europa,
cuna de la filosofía, está dominada por una cultura donde lo que importa es el
presente. La construcción de un sujeto autónomo que controle su destino, tan
caro a la filosofía, necesita desprenderse de toda coacción exterior a su
libertad, llámese Dios, naturaleza o historia.
Eso
no significa que el presente y quienes le gestionan se desentiendan del pasado.
Al contrario. Con él han amasado unas “políticas de la memoria” que dice mucho
de su importancia siempre, eso sí, que esté al servicio del presente. Nadie
expresa mejor esta necesidad de instrumentalizar el pasado que Ernest Renan, el
autor de La Nation, santo y seña del nacionalismo, cuando dice que la
piedra sobre la que aquélla se construye no es tanto compartir recuerdos cuanto
olvidos. Los recuerdos pueden venir sin esfuerzo; estos olvidos, en cambio,
tienen que ser provocados.