1.
La Mejorada
y Arcas Reales
La Mejorada era un viejo
caserón, a cinco kilómetros de Olmedo, en la provincia de Valladolid que había
sido monasterio Jerónimo en tiempos de Isabel de Castilla y que acabó convirtiéndose
en un colegio de los Padres Dominicos. Allí llegué con diez años en 1952. Eran
tiempos de postguerra en los que las familias de origen modesto, como era el
caso, veían en estas instituciones la
posibilidad de que el chico estudiara porque la estancia era casi gratis,
estaba bien alimentado y encima estudiaba, un privilegio habida cuenta de los
tiempos que corrían. De aquella época recuerdo la disciplina en el estudio, el
rigor de la educación religiosa y la vida al aire libre en un paisaje castellano,
rodeado de pinares y viñedos. Al acabar el primer curso nos llevaron al
Instituto de Avila para los exámenes de "Ingreso "y
"Primero". Fue la primera vez que subía a un tren.
De ahí pasamos al colegio de Arcas
Reales en Valladolid. Aquello era otra cosa. Un colegio moderno construido por
un arquitecto de lujo como era Miguel Fisac a quien le concedieron por la
iglesia el premio internacional de arte
sacro. Esa iglesia que hoy maravilla y
considero el espacio religioso moderno más logrado de lo que conozco en Europa
(y conozco bien la iglesia de Le Corbusier en l'Arbresle, cerca de Lyon) me
causó una impresión deprimente, con sus paredes desnudas y esos santos
desencajados, como el San Vicente de Susana Polack, o deformados, como el Santo
Domingo de Oteiza. Pasar de La
Mejorada a Arcas Reales era algo más que transitar del campo
a la ciudad. Era de alguna manera viajar
de España a América, pero no a la del
Sur sino a la del Norte. Aquel soberbio
edificio había sido posible gracias a la indemnización que tuvo que pagar el
gobierno de los Estados Unidos a la Provincia dominicana de Filipinas porque McCarthy
había instalado su cuartel general en la Universidad de Santo Tomás que a ellos
pertenecía. Con aquel dinero se construyó Arcas Reales y también el convento de
San Pedro Mártir en Alcobendas. Pero de América no vino sólo el dinero sino
también un cierto estilo de vida que se manifestaba en los juegos (nos
enseñaron a jugar a baloncesto e introdujeron el baseball) y en un uso mucho
más empático de la radio y de la literatura. De esos años recuerdo
particularmente a un profesor, el Padre Tejedor, que nos daba latín y cultura.
Gracias a su entusiasmo llegamos a apreciar el arte moderno, lo que significaba
un gran despegue respecto a los valores dominantes. A él le debo buena parte de
mi interés por el estudio. Fue un buen día en el que nos entregaba corregidos
un examen de latín. Cuando llegó mi turno me tomó a parte y me dijo
"tienes un siete, pero tú puedes hacerlo mucho mejor". Yo era un estudiante
del medio, que vivía de las rentas que se traía de casa, gracias a la excelente
docencia de Don Justi, el maestro del pueblo. En los casi tres años que llevaba
en el colegio nadie se me había acercado
tan personalmente, ni había sentido que interesara a alguien particularmente. Puse
todo el empeño en demostrarle que tenía razón.
2. Madrid
Arcas Reales era un colegio de
dominicos y se sobreentendía que al acabar el colegio estudiarías filosofía. Y
así ocurrió. Fuí a Madrid, en 1958, donde de nuevo Miguel Fisac acababa de
construir para los dominicos la
Facultad de Filosofía en el km 7 de la carretera a
Alcobendas. Un curso de preuniversitario
y de introducción a la filosofía, muy poco estimulantes. Lo sobresaliente era
las derivadas liberales que traían algunos profesores que habían estudiado o
trabajado en los Estados Unidos o Filipinas. Nos metieron el gusanillo del
periodismo, ya que instalaron una radio en el centro, y había que hacer guiones
radiofónicos o escribir artículos para la ocasión. Eso unido a los cineforums,
realmente notables, y al gusto por la literatura. Circulaba de mano en mano los
volúmenes sobre Literatura del siglo XX y cristianismo, de Charles Möeller, lo que nos llevaba a leer
los grandes autores que él trataba. Muchos estaban prohibidos y con estos no
había nada que hacer pero otros no. Luego estaban los nuevos autores españoles
que devorábamos unos detrás de otros: Nada de Carmen Laforet, La sombra del ciprés es alargada de
Delibes o La Frontera de Dios de Martín Descalzo. Había una animosa efervescencia entre los
estudiantes que se expresaba en una revista dirigida por uno de ellos, Aniceto
Nuñez, que ejercía, gracias a una gran inteligencia y dotes mando, liderazgo cultural. Le propuse y me editó un
largo artículo sobre marxismo y religión que era un resumen de uno de esos
libros -"El pensamiento de Karl Marx" del jesuíta francés Ives
Calvez- sin los que no se explica nuestra generación.
Los profesores eran en su mayoría
escolásticos poco dados a provocar entusiasmos filosóficos, pero había algunos
que sí lo lograban y estos encontraron tierra abonada entres sus alumnos. En
aquellos años rodaba la polémica de los dominicos de Salamanca, con el
conservador Padre Ramírez a la cabeza,
contra Ortega y Gasset y los suyos. Roma había metido ya en el índice e
Unamuno y los salmanticenses se empeñaron en repetir la hazaña con Ortega. Pues
bien, en aquellos meses pasaron por el
complejo de San Pedro Mártir, en Alcobendas, construido por un maldito como Fisac, que acabada de
abandonar el Opus Dei, el doctor
Marañón, Xavier Zubiri o Julián Marías, decididos
defensores del legado de José Ortega y Gasset.
3. París
El rumbo que iba tomando aquello se
apartaba tanto de lo que el catolicismo español permitía y de lo que los
propios dominicos toleraban que tenía
que acabar mal. Algunos dirigentes de dentro pensaron que se había ido
demasiado lejos y que había que reconducir la situación, lo que significaba que
había que aislar a las nuevas generaciones de todo lo anterior. Los cursos mayores
fueron trasladados a Avila y el mío, que era reducido, fue dispersado. Unos
fueron a Granada, otros a Toulouse o Lyon. A mí me mandaron a Paris. Entendí
que ir a estudiar a Paris con 18 años era un privilegio. Lo era para cualquier joven español de aquella época y
más para alguien de un grupo social como el mío.
Fue un gran cambio pues no sólo iba
a un país cuya lengua desconocía sino a uno situado culturalmente en las
antípodas del nuestro. Lo noté muy pronto. La facultad de filosofía de Le
Saulchoir, situada en las cercanías de Corbeil, a las afueras de Paris, era un
lugar especial. Había sido marcada con una X por las autoridades romanas
culpándole de graves desviaciones doctrinales.
El papa Pio XII se lo tomó tan en serio que amenazó al General de los
dominicos con asumir la dirección de la Orden dominicana si no ponía orden, es decir, si
no expulsaba de Saulchoir a figuras como Congar o Chenu. Fueron efectivamente
silenciados. Al frente de la dirección de los estudios pusieron a un belga,
Jerôme Hamer, que supo capear la
situación. Yo llego cuando Congar ya no podía enseñar y Chenu estaba recluído
en el convento parisino de Saint Jacques. Al primero le veía en la biblioteca,
siempre concentrado y con aire de atormentado. Se contaban cosas pero no tantas
como las que él mismo refiere en sus memorias. Fue perseguido sin contemplaciones
saña con métodos propios del Santo Oficio. El que luego sería nombrado cardenal
por Pablo VI llegó a estar tan desesperado que acarició en un momento la idea
del suicidio, según cuenta en sus memorias. Pero nada refleja mejor el encono
del enfrentamiento entre la curia romana y el fraile galo que ese episodio en
el que le convocan en Roma al palacio de la Inquisición para marearle,
interrogarle, darle a entender que es sospechoso, a la espera de un fallo suyo.
Desesperado, no encuentra mejor manera de expresar su indignación que aliviarse
a la salida orinando en una esquina antes las barbas del mismísimo cardenal de la Doctrina de la Fe.
Pero estamos en agosto de 1960, recién
llegado a Le Saulchoir. Me ponen un tutor para que me enseñe francés y me
introduzca en su mundo. Es además bibliotecario y me compete ayudarle a recoger
y repartir los libros que los estudiantes piden ordenadamente para llevarles a
sus habitaciones. Me lleva a una especie de urna donde estan las fichas con las
solicitudes y me dice cómo recoger los libros de los estantes y colocarles en
unos cajetines con los nombres de los estudiantes. Tras la debida explicación
me deja solo para que cumpla el cometido mientras él se va a otras tareas. Leo
la primera ficha y me quedo perplejo. Pide un libro de J.P. Sartre cuyo título
es "La putain.respectueuse". Voy hacia mi tutor y le digo que ese es
un libro prohibido. Benévolamente me explica que esas son cosas de Roma que
allí no rigen. Pero me pide que le acompañe a un pequeño aparador en el que sí
hay libros que necesitan una licencia especial. Abre la portezuela y me saca
unos textos ciclostilados cuyo autor es un tal Teilhard de Chardin. Antes de
navidad ya me había leído Le Milieu Divin.
Luego estaba el asunto político. A aquella casa llegaban puntualmente Le Monde , Le Figaro y La Croix que mi tutor
me había recomendado leer (además de los cuentos de Tintin et Milou que gozaban de una acogida entusiasta) para
mejorar el francés. Los juicios sobre la España de Franco en aquella prensa eran los que
era. Ni siquiera el diario católico templaba gaitas. Yo pertenecía a esa parte
de mi generación educada en el
nacionalcatololicismo, sin contraste alguno con los valores del bando
republicano. Al principio tanta crítica
escocía, pero los datos se iban acumulando. Los más críticos eran los propios
estudiantes con una idea muy clara de la Guerra Civil y de las
responsabilidades de la iglesia católica. Al acercarse las navidades mi tutor
me propuso que le acompañara a Le Havre donde vivía una hermano suyo y así
podía conocer la Bretaña. Su hermano
era comunista y cuando llegamos a su casa observé sobre la mesa un ejemplar de L'Humanité. Le ojeé distraídamente.
Había un artículo sobre las Hurdes y una entrevista a La Pasionaria. El hermano, sabiendo que yo
era español, me observaba con el rabillo del ojo, hasta que llegué a las
páginas de deporte. Abría con una foto del Real Madrid: "ah, le Real de
Madrid, qu'il est grand", se arrancó el comunista. El fútbol era el único
título de orgullo que cabía a un español en tierras democráticas.
Mantengo desde entonces un discreto agradecimiento a este equipo de fútbol que
te proporcionaba la única razón para no sentirte avergonzado de ser español. Un
día me escribieron desde casa diciéndome que un chico de la tía Evarista iba a
trabajar a Bélgica. Como llegaba, con otros, a la estación de Austerlitz y
tenía que desplazarse hasta la del Norte, me pedía mi madre si no podría acompañarle
para que no se perdiera. Así lo hice. Le vi venir a él y a otros como él, con
su gorra calada, en alpargatas y una maleta de madera al hombro atada con unos
cordeles. Aquello que un años antes yo lo hubiera visto con toda normalidad,
allí lo veía ya desde fuera, desde la distancia que me proporcionaba vivir en
Francia. Veía con indignación la vida
miserable de la gente de mi pueblo. Se estaba cociendo el giro político.
Desde el punto de vista académico
aquel lugar ofrecía todo lo deseable: se estudiaban las fuentes, se cuidaba la
enseñanza en investigación, los debates públicos, el contacto con la pujante
intelligentzia francesa. De la época conservo
muchas fichas sobre Rousseau, Marx y Freud. Había nombres muy reconocidos en aquel plantel de profesores:
Geiger, MD Philipe, Dognin, Salman. Escribí la tesina sobre el concepto de
democracia en Rousseau y, sin perder de vista a Aristóteles y Santo Tomás,
descubrí el gusto por la filosofía moderna, sobre todo la allá llamada
“social”, es decir, política. De los primeros libros que compré en la librería
Maspero fueron el primer volumen de Le
Capital y Le Manifeste du Parti
Comuniste de Karl Marx. Me costaba entender el primero pero comprendí muy
bien segundo.
Punto fundamental de los estudios
parisinos fue el encuentro con la cultura francesa. Se nos empujaba a ir al
cine, al teatro y a conferencias. Me
convertí en un asiduo del Cinèma Les
Ursulines, hoy desaparecido, cerca de la Sorbonne , donde ponían
y reponían los filmes de Luis Buñuel. No
sé la de veces que habré visto Los
olvidados o Le chien andalou o L’âge d’or. Cuando un día de verano me
dijeron en Saint Jacques que si quería ir a la première de L’ange exterminateur, me sentí privilegiado. Fui y pude ver a
Buñuel que mantenía una buena relación con los dominicos franceses. Años
después, viajando a México, leí un reportaje en la contraportada de El País que
informaba de los últimos días de cineasta aragonés. Decía que le gustaba hablar
de mística con un dominico mexicano. Le localicé y fui a verle. Me dijo que
había sido su voluntad ser enterrado en la Iglesia de los dominicos de Xochimilco, que era
donde estábamos. Ver para creer.
4. Roma y vuelta a España
La estancia de dos años acabó con la
licencia en filosofía. De acuerdo con el diseño curricular, me tocaba hacer
teología. Me mandaron al Angelicum de
Roma. Aquello se parecía más a la
España casposa que a la Francia que acababa de dejar. No recuerdo nada
notable, académicamente hablando, de ese curso. Estaba el Concilio y fui
testigo del sesgo ideológico que dio. En el Angelicum
se habían retrancado los teólogos conservadores, tanto españoles como
italianos, que inicialmente se habían hecho con las riendas del Concilio. Hasta
que Juan XXIII dio un viraje y se hicieron presentes teólogos progresistas como
Congar y Rhaner que eclipsaron a los primeros. Hubo un momento en el que todo
el malestar político se puso de manifiesto. Había muerto Juan XXIII y entre los
candadatos a sucederle estaba Montini, el liberal arzobispo de Milán,
declaradamente antifranquista. Entre los españoles escocía todavía el telegrama
del arzobispo de Milán a Franco pidiendo el indulto de pena de muerte al
estudiante Jordi Conill. Interpretaron la elección como un feo a la
catolicísima España y le dijeron de todo. No se me ocurrió otra cosa para
ponerme a la altura de las circunstancias que vivía Roma esos meses que
plantear, con algunos más, la organización de un sindicato de estudiantes que
pudiera intervenir en la vida académica. Llegó realmente a crearse y fuí el
primer responsable del mismo. Se llamaba Agora. El Rector , un húngaro que iba
para Cardenal, me apoyó decididamente, lo que no bastó para que me expulsaran
de la universidad “por rebelde y revolucionario”, según decía el telegrama del Gran
Canciller de la Universidad.
Dos años en la Facultad de Teología de
Avila y uno en la Universidad
Pontificia de Salamanca, de 1963 a 1966. En Salamanca
conecté con un seminario en la Facultad de Medicina que dirigía “el cura
Freijo”, creo que también profesor, sobre
Teilhard de Chardin que acabada de ser traducido al español. Entré con ventaja
y mi sorpresa fue descubrir que buena parte de los asistentes pertenecía al
ilegal sindicato clandestino FUDE. Muchas veces me he preguntado por qué aquella pasión por la austera escritura del Medio Divino. Quizá esa mirada reconciliada con el mundo. Esto en
aquella España instalada en el amigo-enemigo, cuerpo-alma, catolicismo o perdición, era como acto subversivo. En
ese tiempo leí un breve artículo que me resultó decisivo. Era un tratamiento político y teológico
de la pobreza que me impactó. Lo
firmaba un para mi desconocido Johan Baptist Metz.
5. Münster
Y hacia él me fui. Era profesor en la Westfällische
Wilhelms-Universität de Münster. En la vida académica he
tenido muchos profesores pero un solo maestro. Fue él. Dirigía un círculo de
unos cuarenta doctorandos provenientes de todo el mundo. Estaba entonces
poniendo las primeras piedras de lo que acabaría siendo “la teología polìtica”.
En aquel foro se daban cita trabajos sobre Adorno y Habermas, Marcuse y
Althuser, sobre la muerte de Dios, el fin del eurocentrismo, la relación entre
marxismo y cristianismo y tantos otros temas candentes, planteados desde la
perspectiva original y provocadora de la “teología política”, un término polémico que provenía de Carl Schmitt y que Metz
retomaba dándole otra significación. Yo quería trabajar la significación
política de la religión y Metz me propuso que me centrara en el siglo XIX, es
decir, en la critica de la religión que tomó la forma de ateísmo. Fue allí
donde oí hablar por primera vez de Walter Benjamín y fue Metz uno de los
académicos alemanes que mejor entendió el alcance de su teoría de la memoria.
Pero más allá de los apasionantes temas en los que nos movíamos, más allá
también de los debates que se jugaban en la facultad protestante y en la de
filosofía de la misma universidad, que yo visitaba regularmente, el regalo de
Münster fue la figura de Metz. He dicho que era un maestro y con ello quiero
dar a entender que no sólo enseñaba cosas sino que enseñaba a pensar porque
pensaba en voz alta y ante los demás. No es un profesor erudito. Otros muchos
han leido más y saben más que él de Bloch, Habermas o Benjamín, pero pocos les
han entendido mejor. Sabe ir al grano y ejerce el “sapere audere” con maestría.
De sus escritos me interesa lo que decía pero más cómo lo decía, tan diferente
de la mayoría que te hincha a citas, te pasea por todos los recovecos y apenas
si dice nada nuevo.
En Münster tuve también la suerte de
conocer a un líder político español, cofundador de un sindicato socialista
clandestino y que desde su puesto de asistente social formaba políticamente a
los trabajadores emigrantes en Alemania y escribía un boletín informativo que
llegaba a la prensa alemana y francesa y a las centrales sindicales
democráticas de Europa. Se llamaba Luis Ferreras de la Unión Sindical Obrera. Me
impliqué a fondo en sus tareas. Su muerte en accidente de tráfico, en el verano
de 1969, fue la circunstancia imprevista que me empujó en el compromiso
político, como se decía entonces.
En el primer trimestre de 1972
entregué mi tesis doctoral, titulada “El ateísmo, un problema político”.
Mientras se cumplía el plazo reglamentario para su evaluación, se me brindó la
ocasión de ir a conocer el Chile de Allende. Allí estuve desde enero a abril de
1972, es decir, algunos meses antes del golpe de Pinochet. Traté de comprender
lo que significaba aquella singular experiencia de la Unidad Popular. De entre las
muchas experiencias vividas quiero señalar una por la repercusión que luego
tuvo. Tuve la suerte de entrar en contacto con alguno de los grupos de origen
cristiano que estaban reflexionando sobre la relación entre fe cristiana y
política marxista. De ahí nació el movimiento de Cristianos por el Socialismo.
Me invitaron a participar esperando que mis conocimientos de la “teología
política” europea pudieran ayudar a concretar sus intuiciones. Yo oía y luego
escribía. Esto tenía lugar desde luego en Santiago pero sobretodo en
Chuquicamata, donde un grupo de estos cristianos trabajaba en las minas de
cobre. Habían ideado una estrategia de reflexión inspirada en la relación
marxista entre teoría y praxis. Aquel curso intensivo de reflexión teórica me
devolvió a Europa diferente a cuando partí.
6. De nuevo Madrid
Volví a Madrid en el verano de 1972.
No pasaba por mi imaginación engancharme a la tarea docente, sino implicarme en
el cambio del país, tratando de sobrevivir económicamente. Por suerte ahí
estaba Alejandro Sierra, director de la editorial Sígueme, que había creado un
premio nacional “Maestro Avila” que tuve la suerte de ganar. A él le había
expuesto la idea de crear una colección donde se publicaran los grandes textos
de crítica de la religión con una introducción solvente. La colección se llamó
“Agora”, en recuerdo del sindicato romano. Allí publicamos los Los escritos de Marx y Engels sobre la
religión. La esencia del cristianismo” de Feuerbach, el Tractatus theologico-politico de
Spinoza, a Hume, Kautsky etc. La colección iba bien pero los envites o embates de la caverna acabaron privándome de
mi modesto puesto de trabajo. Según me contaron fue definitivo para el despido
la opinión de un obispo que se quejó de que sus estudiantes habían leído a
Feuerbach…y les había convencido. La alternativa fue crear ese mismo año, 1976,
“Mañana Editorial”, una pequeña empresa con capital de unos amigos, de la que
yo era el hombre orquesta. Era un momento de voracidad lectora. Hicimos una
colección de siglas políticas que iban apareciendo conforme el régimen postfranquista
se cuarteaba: PDP, ID, UGT, PSOE, CCOO, PC
etc. Las tiradas eran de miles y miles. El invento fracasó porque nos
echamos en manos, para la comercialización, de la Editorial Avance ,
cercana al PSUC y ésta utilizó todos los beneficios para tapar los agujeros del
partido político. En este momento publiqué un folleto titulado: ¿Pueden ser rojos los cristianos? cuyo
título llamó la atención del diario El País que acababa de aparecer.
Y en El País recalé en el año 1979. Había publicado una larga reseña
sobre el libro de Jiménez Lozano Los
cementerios civiles y la heterodoxia española y también una tribuna crítica
sobre la ley de educación de la UCD. Un
buen día me llaman del diario diciéndome que quieren hablar conmigo. Me recibe
Augusto Delkader, subdirector, proponiéndome trabajar en la sección de
sociedad. Yo me resisto porque no conozco el oficio, hasta que ya un poco harto
me dice: “es la primera vez que alguien a quien propongo ser redactor me dice
que no. No tengas miedo por el oficio, lo importante es tener algo que decir”.
Acepté y eso me dio la ocasión de hacer una experiencia inolvidable. Te ibas a
casa, después de hacer tu trabajo, con la sensación de que lo que dejabas
escrito tendría cola. De aquella experiencia como redactor guardo no sólo el
gusto por la actualidad sino la preocupación por la claridad en la escritura.
Un redactor no podía permitirse una sola línea que no fuera clara.
7. En el Ministerio de Educación
Allí estuve hasta que en el octubre de 1982 José María Maravall me llama
para que forme parte de su equipo ministerial como director de gabinete. Habían
pasado diez años desde que llegué a Madrid y entretanto se habían producido
algunos terremotos. Desde la USO
entendimos que había que pensar políticamente y no sólo sindicalmente. Fruto de
esa preocupación es el libro Historia de la Unión Sindical
Obrera donde hay poco de historia y mucho de política. El punto de partida
de nuestra estrategia política era la práctica inexistencia de un partido
socialista en el interior (pensábamos que el PSOE estaba fuera y lo de Tierno
Galván era un grupo académico). Con J.M. Zufiaur redacté los “Diez Puntos de la Reconstrucción Socialista ”
destinados a agrupar en Madrid a
socialistas dispersos con el propósito de relacionarnos con socialistas de
otras regiones y llegar a una federación. Se creó así en Madrid Convergencia
Socialista y luego la
Federación de Partidos Socialistas. Trabajé mucho en su
creación, centrándome en formar cuadros por la zona sur de Madrid, Getafe,
Alcorcón, Leganés o Aluche. Un día del otoño
de 1974, Enrique Barón, que era uno de los dirigentes más conocidos de la FPS , me llamó para decirme que teníamos que ir a
Bad Godesberg porque el SPD quería que los distintos grupos socialistas nos
pudiéramos de acuerdo y así ser más fuerte. Fuimos, por parte de la FPS , Barón, Beirás y yo; por
parte del PSOE, Felipe González, Jerónimo Saavedra y alguien del exilio. Creo
que del grupo de Tierno no vino nadie porque los que debían venir no tenían
pasaporte. No nos poníamos de acuerdo entre nosotros. Felipe González, la voz más autorizada allí
del PSOE, decía ya entonces que había que olvidarse de radicalismo y
revoluciones; que lo que había que hacer es que España fuera normalita y
funcionara bien. Otoño de 1974. Nosotros estábamos en otra onda. Nos fuimos sin
acuerdo pero el SPD tenía muy claro a quien iban a apoyar. Un par de años más tarde entraríamos en
el en el PSOE con unas condiciones mucho
menos favorable que la que Felipe González nos proponía entonces.
Durante todo ese tiempo estaba implicado en otra guerra, la de Cristianos por el Socialismo. Al poco
de llegar a Madrid me llega la información de que en Cataluña quieren organizar
un encuentro con gente de toda España para crear Cristianos por el Socialismo. Con mi SEAT 850 vamos a Barcelona
Carmelo García, Julio Lois, Casiano Floristán (o Jiménez de Parga) y yo. Nos
citan en un cine y allí nos dan la dirección del encuentro. Cosas de la
clandestinidad. La reunión está dirigida por Juan García Nieto. Hasta que un
par de horas después llega Alfonso
Carlos Comín que concentra la atención. Llega tarde porque viene del médico que
le ha detectado la grave enfermedad de la que moriría años después (cuándo).
Nos han presentado un documento previo. Intervengo mucho porque me conozco bien
el tema. Acabamos el fin de semana con el documento “Encuentro de Avila”. Fue
un movimiento minoritario pero, por lo que he podido ver después,
representativo de mucha otra gene que se sentía ahí bien expresado. A aquella
empresa dediqué mucho tiempo y energías hasta que se desinfló porque no supo
adaptarse a la democracia. Funcionó bien mientras existió el franquismo, pero
luego derivó en unos planteamientos anti que se confundían con los del Partido
Comunista. Llegó un momento en que aquello más parecía una célula comunista y
me alejé de aquel resto.
El día que José María Maravall me había citado para almorzar juntos
tenía que pasar por la UNED
para hablar con el director del departamento que era Emilio Lledó. He dicho que
al regresar a España no pasaba por mi imaginación la docencia. El encuentro con
Javier Sádaba a quien le había pedido que hiciera el prólogo para La religión natural de Hume, en la
colección Agora, fue providencial. Me dijo que pensara seriamente en la Universidad y me puso
en contacto con Javier Muguerza, que estaba en la UNED , y con Carlos Paris, en la Autónoma.
La verdad es que yo ya había pensado algo, por
ejemplo, había pensado en convalidad mis títulos, asunto nada fácil pues el de
licencia en filosofía venía de una facultad francesa y el de doctorado de una
universidad pública alemana. Fui al Ministerio de Exteriores a conocer los
trámites y comprendí que aquello superaba mis posibilidades. Desistí. Sádaba y
Paris se conjuraron para darme todas las facilidades aunque tuviera que pasar
por el trabajoso trance de convalidad asignatura por asignatura, presentar una
tesina y una tesis. Lo hice. Muguerza, fiel a su optimismo antropológico,
pensaba que podía entrar en el
departamento de filosofía de la
UNED y allí fui aquella mañana de octubre. Lledó me dijo que
no había llegado del decanato el esperado contrato pero que no debería tardar.
Aunque a la sazón estaba muy a gusto en El País, sabía que ese no podía ser mi
sitio por mucho tiempo.
Lo que me esperaba en la comida con Maravall era una sorpresa de tal
calibre que me sentí mareado. Me dijo que iba a ser nombrado Ministro de
Educación y me proponía ir de director del gabinete técnico. No me veía yo en
un puesto, del que no sabía ni que existiera, ni en ningún otro. Le dije que estaba
encaminando mis pasos hacia la Universidad y que eso
clausuraba de alguna manera una etapa política. Me replicó que estábamos
obligados moralmente, que si habíamos defendido en las peores condiciones unas
ideas y ahora nos pedían que las pusiéramos en marcha, no podíamos quitarnos de
en medio. Acabé aceptando con la duda de si estaría a la altura de las
circunstancias. Fue una experiencia inolvidable. Conocí a una persona
excepcionalmente dotada para la política por su seriedad, preparación
específica, trabajo y bondad. Reunimos en torno al gabinete a un grupo de gente
fuera de la común: Santos Juliá, Julio Carabaña, Juan Delval, Gimeno
Sacristán, Roberto Rey etc. Luego estaba
el equipo de dirección del MEC con gente entrañable como José Torreblanca, Pepe
Segovia, Alfredo Pérez Rubalcaba, Carmina Virgili etc. Fueron cuatro años sin
tregua: primero la LRU ,
luego la LODE y
finalmente la llamada Ley de la Ciencia.
8. El Instituto de Filosofía
En ese tiempo se tomó una decisión a la que no fui ajeno. La creación
por Orden Ministerial del Instituto de Filosofía en el CSIC. Tras la disolución de Luis Vives, hablé a
Maravall de la conveniencia de crear un instituto de filosofía que diera cobijo
al estudio de ciencias de las religiones. Me costó porque Maravall tenía poco
oído para esos asuntos, pero entendió y apoyó la propuesta. Hablé con José
Elguero, Presidente del CSIC, que pese a su sorpresa inicial dio vía libre al
proyecto. Contacté en primer lugar con José Gómez Caffarena que se entusiasmó
con la idea aunque lo que pretendía era
“nacionalizar” el Instituto Fe y Secularizad, con sus planteamientos y sus
gentes. Luego entré en contacto con
Javier Muguerza y Fernando Quesada que propusieron ampliar la temática a otras
dimensiones de la filosofía, como la ética, la política y la ciencia. Así se
hizo. El Instituto fue creado oficialmente en 1985. Cuando yo me incorporé a la UNED fui nombrado Presidente
del Patronato del Instituto de Filosofía. Lo que esto significó a efectos
reales fue que me dedicaba tanto al Instituto como a la UNED.
Me marché del MEC cuando pasaron las elecciones de 1986. Tenía claro
que si seguía, tal y como deseaba Maravall, perdía definitivamente el tren de
la creación teórica. Y a eso no estaba dispuesto, así que me acogí al plan de
idoneizaciones de la LRU
y entrar como profesor titular en la UNED.
La cosa no fue fácil pues el tribunal que tenía que juzgar de
mi ideoneidad, entre otras más, se contagió al parecer de las soflamas de
algunos miembros del tribunal que juzgaba improcedente el procedimiento y
decidió dejarnos fuera a algunos. Recuerdo que vino a verme el Rector de Cádiz,
presidente de la comisión, para disculparse por la decisión. La situación se
resolvió por vía administrativa y pude incorporarme nada más salir del Ministerio.
9. Siguiendo mi camino
Entre 1986 y 1989, fecha en que me incorporo como investigador del CSIC
al Instituto de Filosofía, me dedico a recuperar el tiempo perdido. Los últimos
seis años me han entretenido con la actualidad. Necesito ponerme al día y
ubicarme en el mapa de la actualidad filosófica. Leo a los colegas y les
escucho. Me resultan de gran ayuda los escritos de Muguerza o Thiebaut, las
conversaciones con Mardones y Apapito Maestre y particularmente el seminario de
filosofía política que dirige Fernando Quesada. Tenía el peligro de instalarme
en el género periodístico que tantas satisfacciones proporciona. Lo sentí
cuando después de varios años sin publicar ningún libro, edité Modernidad , razón y religión. Un amigo
que me quiere bien, Felicísimo Martínez, a quien le di el libro con un cierto
gesto de orgullo como diciendo “he vuelto”, me espetó con severidad “pero eso
no es lo tuyo”. Lo mío en aquel momento lo tenía que descubrir. Yo también
tenía que preguntarme como el Descartes del sueño "quod vitae sectabor
iter?". El libro Mística y política
refleja esa búsqueda. El mundo filosófico de los ochenta estaba dominado por
Habermas a quien leo con gran dedicación. El resultado es un ensayo ahí
publicado en el que remonto de Habermas a Benjamín. Veía al Habermas de los
grandes tratados como un autor muy situado en la sociedad de la Bundesrepublik. No
podía creerme su "pretensión de universalidad" o, mejor, no pensaba
que su pensamiento trascendiera esa sociedad de bienestar en la que se movía.
Curiosamente me interesaba más el Habermas "intelectual", el que
intervenía con valentía en los debates de actualidad. Yo veía a este segundo Habermas más cerca de los
planteamientos que rechazaba en sus grandes libros que de sus propias tesis.
Pensaba que ese era el camino. Hay otros escritos sobre actualidad política que
quieren salir del formato periodístico, pero el camino está marcado.
Fruto de esos años de lenta digestión de la actualidad filosófica y de
metabolización de esas informaciones en un esquema que respondiera a mis
profundos intereses es La razón de los
vencidos, publicado en 1991 . Hay un primer trabajo sobre la filosofía de
la religión en Hegel, un autor que nunca he perdido de vista y con el que me
siento mucho más en sintonía que con Kant, siempre de moda. Dediqué mucho
tiempo a ese tema porque tenía que tomar distancia del tratamiento periodístico
del tema religioso que tanto me había ocupado como redactor de El País. Sin
despreciar su importancia no eran los problemas políticos de la Iglesia católica lo que me
interesaba sino el significado de la religión. El segundo capítulo se zambulle
en la razón compasiva y, el tercero,
partiendo del “debate de los historiadores” empieza a manejar con ambición la
categoría memoria. El libro tuvo buena acogida. Vino a verme una profesora en la Universidad de Granada
de literatura, Sultana Wahnon, que me hizo ver la novedad del planteamiento y
la conveniencia de trabajar sobre ello. De ese encuentro salió la idea de
presentar un proyecto de investigación que he mantenido ininterrumpidamente
desde entonces. Juntos buscamos potenciales interesados. Pensé en primer lugar
en un joven doctor cuya tesis sobre Levinas me había impresionado por la
claridad y agudeza. Se llamaba Alberto Sucasas que ha sido columna vertebral de
todo el proyecto. También en otro joven doctor a quien yo le había dirigido la
tesis. Venía de las matemáticas y hoy es una figura señera de la dramaturgia
española. En medio queda su gran tesis sobre Benjamín y el pensamiento
conservador. Se llama Juan Mayorga.
También contactamos con Patricio Peñalver, por su devoción derridaniana,
quien a su vez nos puso en contacto con García Baró y Agustín Serrano de Haro.
Por parte de la casa estaban JM Mardones y Antonio Gimeno. Del primero,
desgraciadamente fallecido recuerdo su entusiasmo y fidelidad inquebrantable.
Antonio ha dado al seminario un sello
muy personal pues sabe unir conocimiento
y pasión. Sus intervenciones tienen el mérito de dar al debate su velocidad de
crucero. No puedo enumerar a todos, ni a los de la primera hora ni a los
siguientes, aunque no puedo por menos de mencionar a quienes fueron mis
doctorandos, como Tomás Valladolid y Laura Arias que se incorporan al proyecto
con el bagaje de dos notables investigaciones sobre la democracia en Benjamin y
Habermas, en un caso, y sobre Arendt y el psiconálisis en otro. Y lógicamente a
JA Zamora que ha tomado las riendas del seminario y a Antolín Sánchez que hace
de puente y muy creativamente entre filosofía después del holocausto y el pensar
en español. El proyecto ha encontrado hermanamientos en ultramar: Teresa de la Garza y Mauricio Pilatowsky,
en México; Mario Casalla, Santiago Kovadloff y Ricardo Forster, en Buenos
Aires; Alberto Verón, en Colombia; Bartolomé Castor en Brasil. Todos ellos han
puesto en marcha iniciativas convergentes que nos vienen bien a todos.
El primer proyecto que presentamos tenía por título “El judaísmo,
tradición oculta de Occidente”. La idea era familiarizarnos con la filosofía
que venía de Jerusalem y que pasaba por Cohen, Rosenzweig, Levinas , los
primeros frankfurtianos etc. En ese contexto nace Memoria de Occidente. Actualidad de judíos olvidados. Quería
acercar al filósofo hispanohablante muestras de esa tradición. Hacerlo con
Rosenzweig no era tarea fácil dada la lejanía de su mundo conceptual. Le
trabajé mucho y sobretodo traté de digerirle lentamente para que el lector
captara de alguna forma su potencia explosiva. La figura de Cohen resulta
conceptualmente más cercana aunque su gigantesca figura haya quedado un tanto
relegada. En el camino descubrí muchas complicidades entre Rosenzweig y
Heidegger, lo que dio origen al librito complementario al anterior titulado Heidegger y el judaísmo.
La experiencia del primer proyecto fue altamente positiva así que decidimos
seguir por el camino más natural, por la “filosofía después del Holocausto”.
Para muchos de nosotros, también para mí, fue un descubrimiento el estudio
detallado de los testimonios más relevantes, del film de Lanzmann, Shoah, de la poesía de Paul Celam, de
Giorgio Agamben, Adorno, Benjamin etc etc. Sentíamos que habíamos tocado algo
muy substancial para el pensamiento por eso propusimos a la revista Isegoría un número monográfico sobre el
tema. Algunos miembros del consejo de redacción se opusieron porque lo veían
“poco filosófico”. Planteaban en su
lugar un número “sobre el mal”. La propuesta que hicimos salió porque el
director de la revista, Javier Muguerza, supo convencer a los demás. En ese
trienio fue madurando lo que al final fue Memoria
de Auschwitz. Actualidad moral y política. Espero que los seminarios que a
lo largo de casi veinte años han acompañado los distintos proyectos hayan sido
beneficiosos para los demás. Estoy seguro, sin embargo, que nadie ha sacado
tanto provecho como yo. Tomaba nota de lo que se decía, apuntaba la
bibliografía que otros sugerían y yo no conocía para estudiarla luego,
preparaba a fondo las sesiones y las repasaba después. Estos tres últimos
libros son inexplicables sin esos seminarios.
De alguna manera tampoco el siguiente, Medianoche en la historia. Comentario a las Tesis de Walter Benjamín
sobre el concepto de historia, aunque en este caso habría que buscar sus
orígenes en Münster. Benjamín era mi lectura de cabecera hasta que llegó un
momento en que necesité dar forma a los pensamientos más secretos que me habían
acompañado durante muchos años. A lo largo de todo ese tiempo había ido creciendo un hecho imprevisible. Había crecido exponencialmente
el interés por Auschwitz y también por la memoria en general: memoria de la
esclavitud, de la colonia, de la conquista, de la guerra civil, de la
transición. Y, claro, memoria de Auschwitz. Pensé entonces que una exposición
sistemática de las tesis benjaminianas “sobre el concepto de historia” podría
ser la mejor ayuda a la comprensión de la memoria. El libro ha sido traducido
al francés y está a punto de salir en portugués. No me puedo quejar de las
traducciones de mis libros. Este esfuerzo por rastrear el sentido de la
memoria, sobretodo, la de las víctimas, tenía que acabar en algo así como una
teoría de la injusticia, que a estas alturas duerme un tiempo de reposo antes
de ser revisada y entregada a Anthropos para su publicación.
Además de estos libros vertebradores, hay derivas o excursiones a temas
laterales que desarrollan aspectos insinuados o abordan aspectos que preparan
desarrollos futuros. Pienso, por ejemplo, en Justicia de las víctimas, un libro en el que me impliqué como
ciudadano de una violencia terrorista en mi propio país, o Luces en la ciudad democrática. Guía del buen ciudadano, es un
gesto de beligerancia a favor de la educación cívica. Del mismo tenor sería La herencia del olvido, un libro
solicitado por dos jóvenes que habían leído en Francia mi libro Penser en espagnol y que quería
inaugurar su editorial, Errata Naturae, con trabajos míos de ese estilo. El
libro francés, publicado en el 2001, giraba en torno al tema "pensar en
español" del que me venía ocupando desde que pusimos en marcha la Enciclopedia
Iberoamericana de Filosofía en 1987. En el año 2000 organicé
en Casa de América un ciclo anual sobre Ibero-América que tomó como lema el
título de mi conferencia "Pensar en español". Los caprichos del destino y la benevolencia de
tribunal le juzgaron merecedor del Premio Nacional de Ensayo, en el año 2009.
Si Auschwitz es una palabra clave en el trabajo de las últimas décadas,
la otra es Ibero-América. Me refiero al empeño de pensar en español o de crear
una comunidad filosófica iberoamericana. La concreción editorial de este
proyecto es la monumental Enciclopedia
iberoamericana de Filosofía, cuyos orígenes hay que situar en el año 1987 y
que está a punto de concluir. En otros lugares he explicado la génesis de este
proyecto cuya dirección he compartido con el argentino Osvaldo Guariglia y el
mexicano León Olivé. Gracias al buen hacer de un comité académico, dirigido por
Javier Muguerza, y del que formaron parte Salmerón, Aranguen, Alchurrón, Sasso
y De Olaso, hasta que murieron, junto a Villoro, Juliana González, Sobrevilla,
Giannini, Hoyos. MA Quintanilla, Elías Díaz y Pedro Cerezo, la Eiaf no es sólo una realidad
sino que ha supuesto un paso adelante en la respuesta a lo que signifique
pensar en español. El proyecto de la
Eiaf llega a su fin pero no el quehacer del pensar en
español. Espero una nueva generación pueda coger el testigo y seguir adelante.
Los
libros de ensayo se publican allá donde se puede. Yo he tenido suerte con
Trotta y con Anthropos. Alejandro Sierra, el director de Trotta, es el editor
de la Eiaf y
también de dos de los libros más queridos: Memoria
de Auschwitz y Medianoche en la historia. En poco tiempo ha construido una
editorial de prestigio para el autor que publica en ella. Me imagino que algo
habrá jugado la amistad, aunque conociéndole sospecho que también algo los
manuscritos que le llevaba. De Anthropos debo decir que me siento en casa. Me
identifico con su talante editorial, tan próximo de los problemas reales, tan
dispuestos a jugárselas con autores noveles o temas importantes en sí aunque no
preludien éxito en ventas. Es la editorial en la que he publicado la mayoría de
mis libros y, además, en la que han acogido propuestas editoriales como la
publicación, bajo mi dirección, de una serie de Obras Completas –las de García
Morente, Fernando de los Ríos, Joaquín Xirau- o las de la cátedra Santo Tomás,
un experimento de reflexión que arranca con una composición teatral, a cargo de
Juan Mayorga, y que se prolonga en unas mesas redondas que desarrollan el tema
representado. Si uno repasa su catálogo podrá constatar la cabida que en él han
tenido temas relacionados con nuestros seminarios, adelantándose
bibliográficamente en unos casos, acompañando otros o publicando después como
por ejemplo el volumen colectivo Etica de
las víctimas que edité junto a Mardones.
Nada hay más gratificante para un autor que venga un editor y plantee
recoger sus artículos periodísticos o ensayos cortos en un libro. Es lo que me
ha ocurrido a mí en Anthropos con A
contraluz de lo políticamente correcto o Por lo campos de exterminio. No puedo dejar de mencionar dos obras
de largo alcance –me refiero a Cultura de la memoria, de Metz, La
religión de la razón desde las fuentes del judaísmo, de H. Cohen, y La cuestión judía, de Bauer y Marx- a las que se me permitió presentar con
estudios introductorias, en unos casos, o con un largo epílogo, en otro.
Acabo
de referirme a las publicaciones en la prensa diaria que siempre he considerado
de la mayor importancia, aparte de ser un reto exigente. Un artículo en la
prensa es como una carta a los amigos sobretodo invisibles que uno tiene.
Primero El País y luego El Periódico d Catalunya y desde hace poco El Norte de
Castilla son los lugares desde me comunico amistosamente. El artículo te pone a
prueba pues te obliga a exponer clara y
concisa las ideas que tengas. Si tienes las cosas confusas, quedas en evidencia
y si no te aclaras, empieza a dudar de
lo que antes de ponerte a escribir te parecía profundo. Yo no he pretendido
comentar convencionalmente la realidad sino echar alguna luz desde los
registros filosóficos con los que estoy familiarizado. Eso te permite
experimentar ideas, en unos casos, y difundirlas más allá de los círculos
académicos, siempre. Y lo que digo de los artículos de opinión vale en buena
medida para las conferencias y cursos, otra actividad que he frecuentado,
dentro y fuera de España. Ese encuentro directo con el público te da la medida
del interés que suscitan tus ideas.
En
el momento en que concluyo este repaso bibliográfico se ha hecho público el
nuevo reglamento del Centro de Ciencias Humanas y Sociales, un asunto
burocrático que no tendría mayor interés si no fuera porque eso supone el fin
del Instituto de Filosofía que algunos imaginamos y creamos. La relativa
autonomía del Instituto pasa ahora a manos anónimas que evalúan vaporosas
estructuras, llamadas “líneas de investigación”, en la que nos han metido con
calzador colocándonos al borde del precipicio. Es posible que el viejo formato
de Instituto de investigación, del que fui ocho años director, además de
Presidente de su Patronato desde que se fundó hasta que me nombraron director
en 1990, tuviera que remozarse. En el viejo ya había cosas que chirriaban. Pero
hay algo desasosegante ahora. Someten a las humanidades a una carrera
competitiva en la que tienen todas las de perder porque ¿quién compra
filosofía?. El peligro no es sólo que te valoren por el precio que tienes sino
que te den a entender que sólo lo que se aproxime al concepto científico de
racionalidad merece los honores de los recursos materiales y personales. Yo
espero que en las nuevas condiciones quienes como José Antonio Zamora o Antolín
Sánchez Cuervo están dispuestos a continuar la reflexión sobre la barbarie o el
pensar en español encuentren espacios y medios para continuar, con su sello
propio, la obra que juntos hemos recorrido durante estos últimos años.
Vistas las cosas con
perspectiva no puedo decir que las preguntas kantianas -qué debo hacer, qué
puedo conocer, qué me cabe esperar- hayan guiado mis pasos. El hilo conductor
ha sido más bien la elaboración más o menos teórica de una indignación
existencial contra la injusticia. Me siento cercano a esas tradiciones que,
como la marxista o la bíblica, relacionan verdad y justicia. ¿Un enfoque poco
científico? Tengo muy claro que la ciencia no puede ser el primer analogado de
racionalidad. Eso sería como tomar como modelo de memoria la del ordenador. En el museo de Bellas Artes de la ciudad de
México hay un colosal mural de Diego Rivera titulado El hombre en el cruce de caminos que representa, por un lado, al
mundo clásico de Grecia y Roma y, por otro, al mundo moderno. El primero de
ellos converge en una figura humana con cabeza y sin manos; el segundo, en otra
que tiene manos pero no cabeza. De eso se trata, de pensar con manos y con
cabeza.
(*) Texto publicado en la Revista Anthropos. Huellas del Conocimiento, nº 228, 2010, pp. 26-38, dedicada a Reyes Mate.Memoria histórica, reconciliación
y justicia.