"El carácter democrático de la
polis", decía Aristóteles, "se expresa mediante la selección
aleatoria de sus dirigentes". Resulta chocante que alguien tan exigente
con los políticos como Aristóteles nos suelte a bocajarro que la democracia
funciona mejor con políticos salidos por sorteo, como en una comunidad de
vecinos. Sorprende la afirmación porque antes había dicho que para presentarse
voluntariamente a la gestión de la cosa pública había que ser virtuoso, es
decir, tenía que ser alguien técnica y humanamente ya formado.
Si el ilustre filósofo cambia de
parecer es porque entretanto ha visto cómo la política era acaparada por unos
profesionales que iban a lo suyo. Habían olvidado la respuesta de Sócrates a
quienes le acusaban de politizar a los jóvenes: "a mí la política no me ha
interesado nunca porque lo que me preocupa es la vida de los ciudadanos y no
los asuntos de Estado". Lo que se está diciendo en un caso y en otro es
que la substancia de la política es la vida de los ciudadanos y que un político
demócrata es un actor secundario, perfectamente prescindible y que si se pone
por delante de la política que representa, se convierte en un peligro público.
Estas viejas lecciones vienen a
cuento a la vista de lo que está ocurriendo en España con la formación de
gobierno. Para empezar, lo que prima es el prestigio de los jefes de fila. El
lenguaje es bien elocuente. Dice Tardá a Sánchez "cuidado, te quieren
ablandar". Y responde Patxi López "a nosotros no nos doblega nadie". Y titula un
editorial "Rajoy en la lona". Y responden desde el PP "nadie nos
moverá"...Cada cual ha fijado su posición y moverse de ella es señal de
debilidad propia y reconocimiento de la fortaleza ajena. Todos atan su destino
político a la posición fijada, pensando que el destino de la sociedad tiene que
ver con su prestigio. Han olvidado, diría Aristóteles, que todos están de paso,
que son perfectamente prescindibles, que sería fácil encontrar en un sorteo
alguien que les iguale o supere. ¿Por qué se empeñan en no moverse? ¿por qué
nos aburren hasta la extenuación con las mismas simplezas? Lógicamente porque no tienen otra cosa que
decir. Lo misterioso es que se les escuche. Pero podrían acabar con la
paciencia de los demás yéndose éstos tras de alguien dispuesto no a repetir
frases sino a cambiar las cosas sin contar con nadie. Europa sabe mucho de
esto.
Hay que reconocerles, cuando se le
escucha por separado, que cada cual tiene razones para desconfiar del otro y no
faltan agravios que invitan al castigo. Rajoy, Sánchez e Iglesias se han
propinado muchos golpes bajos que sin duda duelen. Pero la grandeza -o la
crueldad- de la política no consiste en lamerse las heridas sino en entender
por qué están ahí. Y no parece que se hayan enterado, porque mientras se
cruzaban los golpes cambiaba el escenario político. No se han enterado los
partidos veteranos, que añoran el bipartidismo, pero tampoco los nuevos
demasiado obsesionados con sustituir a los viejos. El nuevo escenario es que
hay cuatro grandes partidos y que hay que apañarse con lo que hay. El mandato
de los ciudadanos es bien simple: entiéndanse y formen gobierno. Los sucesivos
vetos de unos partidos a otros destila un mensaje peligroso. Vienen a decir lo
siguiente: si mi partido hubiera obtenido un puñado de votos más, no tendría
que rebajarme a pactar con este o aquel; la culpa es de los electores que se
han abstenido o se han ido con el vecino. Volver de nuevo a las urnas sería una
insultante forma de inculpar al votante por no saber hacerlo correctamente.
Ahora bien, echar la culpa a los electores de que, porque no me han votado como
debieran, tenga que negociar con ese otro impresentable, es muy peligroso,
porque en democracia el elector no se equivoca nunca. Puede perfectamente no
elegir lo que más le conviene y para eso está la propaganda que bombardea al
sentido común por tierra mar y aire; hasta puede premiar a corruptos confesos
con mayorías generosas, como bien sabemos. En el acto privado de la elección
puede errar soberanamente, pero una vez que ha elegido, su decisión es políticamente
inapelable. Y lo que han decidido los españoles es un puzzle con el que hay que confeccionar un gobierno. Esa es la
primera tarea de los elegidos y lo demás es secundario. Secundario es su
prestigio, prescindibles sus personas, negociables sus programas y compatibles
sus representantes. Si no lo entienden así deberían hacer caso a Aristóteles y
buscarse un sustituto por sorteo.
También podrían acompañar a Sócrates
en sus últimas horas cuando se defendía de malmeter a los jóvenes en política.
Le condenaron a muerte injustamente pues él no tenía programa político sino que
hablaba a las conciencias para "ser lo más sensato posible". Puede
que si un político tuviera la tentación de la sensatez y pensara más en lo que
interesa a la sociedad que a sí mismo, fuera condenado a la muerte política por
los suyos. Siempre podrá parafrasear al personaje platónico camino de la muerte:
"yo saldré de aquí sin futuro político, pero vosotros condenados a un
futuro sin política. Y no está claro quién de nosotros se dirige a una
situación peor"
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 3 de
septiembre 2016)