Al
inicio de la Eurocopa de fútbol, que España ha ganado con todo merecimiento,
nos sorprendió la noticia de que los jugadores holandeses e italianos habían
visitado un campo nazi de exterminio. También lo hicieron los alemanes, aunque de
tapadillo, pues sólo enviaron a una delegación de cinco.
Cesare
Prandelli, el técnico italiano que había tomado la iniciativa, declaró
conmovido al final del recorrido por ese lugar de horror que “debería ser
obligatorio para todos visitar los escenarios de estos dramas. El dolor es
inmenso”. Y el central italiano Chielini decía entre lágrimas que le consolaba
ver a tantos niños recorriendo esos lugares en los que en poco más de dos años
redujeron literalmente a humo a más de un millón de judíos, gitanos,
homosexuales y disidentes.
Los
italianos fueron a Auschwitz porque allí asesinaron a 50.000 italianos; los
holandeses, porque perdieron a muchas “Ana Frank” en las cámaras de gas; los
alemanes, porque sus abuelos fueron los autores de la barbarie. Que los ídolos
de la juventud y los símbolos de las aspiraciones nacionales fueran a los
campos y mostraran sus emociones ante tanto dolor, tenía un valor pedagógico
que ningún libro, ningún film, ningún teatro, podía alcanzar.