La reciente
declaración del colectivo de presos etarras supone una novedad al someterse a
la legalidad vigente en este Estado de derecho llamado España. Esto implica,
por un lado, reconocer la legalidad de su condena y, por otro, aceptar los
requisitos establecidos para obtener beneficios penitenciarios, tales como el
reconocimiento del daño causado a sus víctimas y la renuncia a la violencia
como arma política.
La pregunta que
cabe hacerse es si eso va en serio o son sólo concesiones verbales -“por
imperativo legal”, como decían en Batasuna- para aliviar sus penas. Sus
abogados de cabecera, Iñigo Iruín y Fernando Barrena, son duchos en sortear las
intenciones morales de las leyes para sacarlas todo el provecho material
posible.
Lo
que no podemos negar es una formulación enfática en el punto de reconocer el
daño que han hecho. Lamentan con toda
sinceridad el sufrimiento causado. Lo de
con toda sinceridad era innecesario, ¿por qué entonces enfatizar la expresión
de ese sentimiento? No podemos entrar en sus conciencias para valorar el
alcance de esa afirmación, pero sí analizar el contenido objetivo de ese
sentimiento moral y ver si se atienen a ello.
Reconocer
el daño causado significa, en primer lugar, confesar que al apretar el gatillo no
estaban llevando a cabo una acción heroica en pro de la liberación del pueblo
vasco, sino asesinando a un inocente. Eso conlleva, en segundo lugar, entender
que si hay víctimas, hay victimarios. Ellos no han sido los defensores de
ninguna idea de liberación, sino autores de un crimen y, por tanto,
victimarios. Ahora bien, lo propio de un victimario consciente, es decir, lo
propio de alguien que “lamenta con toda sinceridad el daño causado”, es
experimentar que haciendo daño al otro, ha atentado contra sí mismo. No sólo ha
arrebatado la vida a su víctima sino que él mismo se ha deshumanizado. El
victimario, esto es, cualquiera de los que han firmado el documento de marras,
tiene entonces ante sí una doble tarea: reparar el daño causado al otro y
reconstruir su propia humanidad. Para lograrlo no tiene otra salida que
entregarse a la autoridad de la víctima. Sólo volverá a la comunidad de los humanos, si se
agarra a la vida que ha destruido. Sólo
ansiando que ojalá aquello no hubiera ocurrido, tendrá acceso a una nueva vida.
El
sentimiento moral de compasión con el sufrimiento del otro, sobretodo cuando
uno es el causante, poco tiene que ver con salir de la cárcel física y sí mucho
con la conquista de la dignidad. Si uno le invoca para cumplir una formalidad,
no necesita enfatizarlo, pero si se lo toma en serio, se compromete a mucho. El
documento habla de asumir “toda nuestra responsabilidad sobre las consecuencias
derivadas de nuestra actividad”. Pues bien, al paquete de responsabilidades
pertenece el reconocimiento de que han cometido crímenes, que son victimarios,
que al atentar contra la vida del otro se han deshumanizado y, finalmente, que
una nueva vida sólo es posible si aceptan la autoridad de la víctima.
¿Asumen
todas esas responsabilidades? No parece. La frase central en la que reconocen con toda sinceridad el daño causado
tiene un complemento que casi anula lo anterior. Ahí explican que también
lamentan “el daño multilateral generado como consecuencia del conflicto”. Bajo
esa confusa redacción se esconde un tópico que Bildu repite sin desmayo: víctimas ha habido en todos los lados. Y que todo el
mundo ha sufrido: las familias de los etarras y la de las víctimas. Sin
discutir la existencia de víctimas del Gal, hay en esta querencia a la
universalización de la culpa, algo de obsceno. Quien lamente sinceramente el
daño que él o los suyos han causado al otro, lo que busca es sanarse y
recuperar la humanidad perdida. Para esa tarea lo importante es la relación con
la víctima que es de donde le puede venir la liberación. Como un atleta antes
de la prueba final o como un enfermo antes de la operación a vida o muerte, el
sujeto de ese sentimiento moral tiene que concentrarse en sí mismo, sin
distraerse con la estrategia de los rivales. La culpa de los demás le sirve de
poco. Están exonerados de la responsabilidad de velar por la justicia a las
demás víctimas.
Muchos comentaristas han señalado oportunamente que con esta declaración el colectivo de
presos se apunta a la Vía Nanclares ,
hasta ahora denigrada por ellos y por los adláteres de Bildu. Pero hay una
diferencia. Los que en Nanclares de la
Oca se adentraron por esa vía tenían muy claro la diferencia
entre la dimensión penal y moral del problema. Se tomaron en serio el
sentimiento moral y no lo utilizaron como moneda de cambio para obtener
beneficios penitenciarios sino para su sanación moral.
Podemos
felicitarnos por la reciente declaración de los presos de Eta porque por
primera vez reconocen la autoridad de la ley que les condenó y se someten a lo
que la misma dispone para su reinserción en la sociedad. Pero deberían tener
cuidado con las palabras. Si lamentan sinceramente el sufrimiento causado a
tantas víctimas y durante tanto tiempo, deberían saber que eso obliga a una
cura moral que no es “multilateral” sino personal e intransferible.
Reyes Mate (El Norte de Castilla,
1 de enero 2014)