Al
inicio de la Eurocopa de fútbol, que España ha ganado con todo merecimiento,
nos sorprendió la noticia de que los jugadores holandeses e italianos habían
visitado un campo nazi de exterminio. También lo hicieron los alemanes, aunque de
tapadillo, pues sólo enviaron a una delegación de cinco.
Cesare
Prandelli, el técnico italiano que había tomado la iniciativa, declaró
conmovido al final del recorrido por ese lugar de horror que “debería ser
obligatorio para todos visitar los escenarios de estos dramas. El dolor es
inmenso”. Y el central italiano Chielini decía entre lágrimas que le consolaba
ver a tantos niños recorriendo esos lugares en los que en poco más de dos años
redujeron literalmente a humo a más de un millón de judíos, gitanos,
homosexuales y disidentes.
Los
italianos fueron a Auschwitz porque allí asesinaron a 50.000 italianos; los
holandeses, porque perdieron a muchas “Ana Frank” en las cámaras de gas; los
alemanes, porque sus abuelos fueron los autores de la barbarie. Que los ídolos
de la juventud y los símbolos de las aspiraciones nacionales fueran a los
campos y mostraran sus emociones ante tanto dolor, tenía un valor pedagógico
que ningún libro, ningún film, ningún teatro, podía alcanzar.
Aunque
parezca extraño, el fútbol ha tenido que ver con estos campos de muerte. John
Huston estrenó en 1981 la película “Evasión o victoria”, interpretada por Michael
Caine y el propio Pelé. La acción transcurre en un campo de concentración. Un
oficial nazi, entusiasta del fútbol, organiza
un partido entre carceleros alemanes y prisioneros. Los prisioneros
engatusan a los nazis, dejándose ganar en la primera parte, para, durante el
descanso, llevar a cabo la fuga prevista. Es una película de Hollywood que
acaba bien.
La
verdad es que en Auschwitz se jugó un partido de fútbol. Da fe de ello un
italiano, Primo Levi. Fue un partido entre los SS que estaban de guardia en el
crematorio y miembros de un Sonderkommando, encargados de las tareas más
miserables, tales como extraer los cadáveres, arrancarles los dientes de oro,
cortarles la cabellera, quemarles en los hornos crematorios, moler sus
huesos... Por un momento olvidan su condición inhumana y se entregan a la
pasión del juego, a la camaradería de la competición.
Es
un juego macabro pues en esa pérdida momentánea de su condición de víctimas,
ven los verdugos el momento de máximo triunfo: “os hemos abrazado,
corrompido, arrastrado al polvo como nosotros. También vosotros como nosotros y
como Caín, habéis matado a vuestro hermano. Venid, podemos jugar juntos”, comenta Levi que decían
los nazis.
Toda
la sima moral que separa a víctimas y verdugos se desvanece de repente; aparecen
unos y otros hermanados en el mismo juego. Los nazis festejan el lance porque
interpretan ese hermanamiento futbolístico como un encanallamiento moral. Todos
iguales.
Llama la atención esa necesidad que tiene el
victimario de destruir la superioridad de la víctima, atrayéndola a su nivel.
Lo vemos también en el entorno de Eta con
el racarraca de su discurso de la simetría del sufrimiento: “todos hemos
sufrido”, “hay víctimas en los dos lados” o “todos culpables”. Pero, como dice
el propio Levi, no todos los sufrimientos son iguales, no todo el que sufre es
víctima y por eso había entre los jugadores de ese partido de fútbol víctimas y
verdugos.
España
ha festejado el triunfo de su selección. El entrenador y los jugadores querían,
con la victoria, echar un poco de aceite en las heridas de la sociedad
española. Ganar la Eurocopa no garantiza que Angela Merkel eche de buen grado
una mano a las maltrechas finanzas italianas o españolas. Pero la gente se ha
olvidado durante un instante de sus penas y ante los ricos europeos, que han
perdido en el juego, hemos demostrado, como reconoce Süddeutsche Zeitung, que si realmente fuéramos tan desorganizados y
derrochones, como ellos nos pintan, nunca les hubiéramos ganado.
Dicho
esto, cabe preguntarse por qué la selección española, que era la gran favorita,
no fue a visitar un campo de exterminio, que los ha tenido a pocos kilómetros.
La respuesta podría ser que aquello no fue con nosotros, que era cosa de judíos
y alemanes, que nos queda muy atrás... Bastaría entonces replicar con lo que el
portero Buffon dejó escrito en el Libro de Oro del museo: "lo que pasó
aquí no afecta únicamente a un pueblo, sino a toda la humanidad". Las
lógicas letales que llevaron a millones de inocentes a la muerte, no
desaparecieron con la derrota del fascismo. Siguen vigentes y algunas, como el
afán desmedido de dinero y poder, explican en buena parte la crisis que nos
azota. Los jugadores españoles, como sus dirigentes, no sintieron la necesidad
de visitar Auschwitz porque al parecer aquella experiencia de inhumanidad no
les concernía. Claro que les concierne, como a todos. ¿La diferencia entre
españoles e italianos? que estos lo han "estudiado en la escuela", como
decía el duro Chielini, "aunque esto emociona más que mil libros". Se
lo habían enseñado en la escuela; a los nuestros, no.
Reyes Mate (El Norte de
Castilla, 7 de julio 2012)