El abuso a menores por un profesor
del Colegio madrileño de Valdeluz ha
puesto de manifiesto no sólo el encubrimiento del profesor de música y ética
por parte de la dirección del colegio y de buena parte del claustro de profesores,
sino también la torpeza de los responsables políticos de la Comunidad de Madrid
que, al tener noticia de alguno de los casos, se lavaron las manos, no dando
cuenta al fiscal y endosando la responsabilidad de la denuncia a los propios
padres.
Con ser grave la conducta del
Colegio Valdeluz, resulta más preocupante la reacción de los responsables
políticos. ¿Que por qué? Pues porque los delitos se persiguen pero las
mentalidades perduran. Las conductas delictivas, como las que han tenido lugar
en el citado centro agustino, son perseguidas por los jueces y rechazadas por
la sociedad. Lo que, sin embargo, denota la actitud de los políticos madrileños
es una mentalidad ampliamente compartida según la cual es siempre preferible
tapar los escándalos a hacer justicia.
Se sacrifica el niño al interés de los adultos. Tiene, de entrada, más credibilidad el pedigrí de un colegio de
religiosos que la denuncia de un niño o la que en su lugar hagan los padres. Se
da por descontado la honorabilidad de una institución docente y quien quiera
cuestionarla en nombre del daño a un alumno tendrá que iniciar un calvario por
despachos que no suelen acabar en lugar alguno.
Que hasta ahora no hayan salido a
luz tantos casos de pederastia, que vienen de la noche de los tiempos, se debe
en el fondo a una mentalidad bien arraigaba que pone los intereses de los
adultos delante de los derechos de los niños. Hubo que esperar al año 1990 para
que Las Naciones Unidas proclamaran los derechos de los niños cuyo objetivo es
no sólo defender al niño respecto a prácticas tan abusivas como su utilización
en la guerra o la pederastia, sino también llamar la atención de los propios
padres sobre derechos que tienen los niños. Si tienen derechos propios eso
significa que no son propiedad exclusiva de nadie. El deber de cuidarles no
puede perder de vista los derechos propios
que modulan esos deberes de los padres o familiares. Esa declaración
supuso una gran novedad porque ponía fin a una larga historia que confundía la
vulnerabilidad del menor con carencia de derechos propios.
Esos derechos infantiles se ponen a
prueba cuando hay conflictos entre los padres. No es raro que en esos momentos
se les utilice como munición contra la otra parte. Lo que entonces se
consigue es añadir al dolor inherente a
toda separación -que también es un derecho de los padres- el trauma gratuito
producido por no saber llevar con madurez el desencuentro.
El artículo Sexto de la citada
Declaración sobre Derechos de los Niños dice que "el niño para el pleno y
armonioso desarrollo de su personalidad, necesita amor y comprensión". Es
una formulación muy vaga pero que deja claro el derecho de los niños a ser
queridos también por la otra parte, abuelos, tíos o primos incluidos. Por eso
hay que evitar la tentación de confundir, en casos de conflictos entre los
padres, los acuerdos entre ellos, siempre negociables, con lo que los padres
deben al hijo, que es innegociable.
El artículo Octavo dice que "el
niño es prioritario a la hora de recibir protección y socorro", un derecho
sistemáticamente vulnerado en casos de acoso al menor por parte de sus propios
compañeros. Hay en esto demasiada pasividad o indiferencia. La dirección o los
profesores sólo intervienen cuando el daño es demasiado grande. No se trata ya
de vigilar en los recreos para que no se peguen entre ellos. La informática ha
puesto en manos de los menores armas sutiles de destrucción que demandan nuevas
formas de vigilancia para proteger a los más vulnerables.
Una declaración de la Asamblea de
las Naciones Unidas no es vinculante jurídicamente. No es, pues, delito negar
el cariño del padre o de la madre, ni minar el prestigio de la otra parte para
que el trato resulte odioso. No está bien, pero no es un delito. Precisamente por eso, porque no es
perseguible judicialmente, debería la sociedad estar más alerta para vigilar
esas malas prácticas y velar por los derechos del niño. Sacar adelante a un
hijo cuesta mucho, por eso durante siglos se pensó que era propiedad de quien
se había tanto sacrificado por él. Hemos tardado en reconocer que el niño, en
su vulnerabilidad, es sujeto de derechos.
En el Principito de Antoine de Saint Exupéry se dice que las persona
mayores, cuando se trata de niños, nunca se preguntan por lo esencial. Si el
hijo les presenta un nuevo amigo no le preguntan "¿cuál es el tono de su
voz? o ¿cuáles son los juegos que prefiere?" sino "¿cuánto gana su
padre?". Y acaba diciendo el amigo del Principito
que hace ahora de narrador: "los niños deben ser muy indulgentes con las
personas mayores". Y lo son. Seguramente lo han sido siempre, pero ya es
hora de que los adultos asuman su responsabilidad que no consiste sólo en
sacarles adelante sino también en respetar sus derechos. Esos niños llegarán a
ser adultos y agradecerán en su día que se les haya tratado siempre como
sujetos y no como objetos.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 1 de marzo 2014)