En la prensa seria asoma cada vez
más la noticia de que caminamos hacia un "colapso de la
civilización". No aparece en la sección de sucesos sino en las de economía
y sus fuentes no son grupos radicales de ecologistas sino la ONU o la NASA.
Es una novedad. No me refiero a los
informes que vienen de muy atrás sino a su presencia en los diarios. Ya en 1972
el famoso Club de Roma publicó un demoledor informe titulado "Los límites
del crecimiento" en el que un grupo de científicos avisaba que si
seguíamos con el ritmo de crecimiento entonces programado llevaríamos al
planeta Tierra al desastre. Sus autores no eran izquierdistas visionarios sino
unos sesudos científicos occidentales que analizando la previsible evolución de
la población mundial, de los recursos naturales, de la contaminación
atmosférica y de los alimentos, llegaron a la conclusión de que eso era
insostenible. Se proponían entonces medidas para un crecimiento sostenible
capaz de compaginar un crecimiento mínimo con las posibilidades limitadas del
planeta.
Nadie les hizo caso. Nadie de los
que mandaban. Hoy, cuarenta años más tarde, aquellos informes han salido de los
cajones porque lo que preveían se ha cumplido, sin que se hayan puesto en
práctica sus medidas correctoras. Se ha perdido un tiempo precioso hasta el
punto de que los nuevos estudios sobre recursos disponibles, aumento de la
población y deterioro del planeta no permiten ya hablar de crecimiento
sostenible sino pura y simplemente de decrecimiento.
Y ha cundido la alarma porque ya no
hay manera de negar la evidencia. Lejos quedan los tiempos de esos dirigentes
negacionistas que con una copa de Ribera de Duero en la mano decían que todo
eso era un cuento. Esta crisis que nos ahoga es tan pertinaz porque su contexto
no es un desajuste monetario circunstancial o un exceso de oferta, como fueron
otras, sino el agotamiento de los recursos que hasta ahora alimentaban el motor
del crecimiento.
¿Y cómo salir de esta? No es fácil
porque a las grandes fortunas esto les va bien. La crisis actual está haciendo
a los ricos más ricos y a los pobres más pobres. Según un informe reciente de
la organización humanitaria Oxfam la mitad de la riqueza mundial está en manos
del 1% de la población. Por lo que respecta a España, el 20% de los españoles
más ricos acapara el 44 % de los ingresos totales. Este segmento de la
sociedad, que es el que manda, sólo entiende el lenguaje del beneficio y, como
beneficio hay, no hay por qué cambiar de política económica. Cuando se nos
ponen delante de los ojos estas cifras, reaccionamos contra los políticos
denunciando el deterioro democrático. Lo interesante del estudio de la NASA es
que pone el acento en el peligro de destrucción del planeta, cosa que de
lograrse no parece que beneficiara mucho a los que sólo entienden el lenguaje
del beneficio.
Sorprende el silencio de los
políticos que conocen los datos pero se prohíben hablar de ello. Hay una
primera explicación a este silencio irresponsable y es su cortoplacismo. El
político no tiene más horizonte que las próximas elecciones y nada indica que
el cataclismo ocurra antes de que se convoquen las siguientes. Y hay otra razón
más tranquilizadora: se confía en que las nuevas tecnologías echen una mano y
descubran algún bálsamo de Fierabrás que todo lo cura. Llama la atención que se
hayan presentado los estudios alarmantes de la NASA y el informe de la ONU al
tiempo que se aireaban los logros de la biología sintética capaz de producir
artificialmente cromosomas de la levadura. Oiremos hablar mucho en el futuro de
la biología sintética porque se presenta como la tecnociencia que puede hacer
realidad lo que hasta ahora era patrimonio de la ciencia ficción. Pero no hay
que hacerse demasiadas ilusiones porque como dice Ugo Bardi, el científico que
ha mostrado la actualidad de los viejos diagnósticos del Club de Roma, "no
hay tecnologías mágicas que nos puedan sacar del callejón sin salida en que nos
encontramos. La única vía es aprender a vivir dentro de los límites del
planeta". La solución es la austeridad.
Que el planeta Tierra camine hacia
el precipicio sin que nadie tire del freno de emergencia es la prueba, dicen
estos científicos, de que "no es el
planeta el que está muriendo, sino nuestra
propia civilización", incapaz de reaccionar ante el peligro. Es
como si pesara sobre nosotros la maldición de Casandra, la hija de Hécuba y Príamo,
reyes de Troya. La chica quería poseer el don de la profecía y Apolo estaba
dispuesto a concedérselo si se convertía en su amante. Casandra pagó el precio
hasta que obtuvo el don y luego le mandó a paseo. Apolo se vengó haciendo que
nadie creyera las predicciones de Casandra con lo que ésta pasó a ser la
criatura más desgraciada: sabía lo que iba a acontecer pero no podía impedirlo
porque nadie la hacía caso. En esas estamos. Quienes pueden tomar medidas saben
lo que está ocurriendo. Caminamos hacia el desastre pero no quieren decirlo.
Unos, porque eso afectaría al negocio y otros para no asustar. Suena entonces a
sarcástico que el único mensaje que oigamos de los políticos, cualquiera que
sea su signo, es "volver a los viejos buenos tiempos", como si eso
fuera posible o deseable.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 5 de abril 2014)