Fue en el pasado un lugar
paradisíaco. Cuando llegaron los primeros navegantes europeos, en el año 1792,
se encontraron, sin embargo, con una tierra desertizada, unos pocos humanos
hambrientos y, además, entregados al canibalismo. ¿Cómo se pudo pasar del
paraíso al infierno? Por el pillaje a la naturaleza. Sus habitantes pensaron
que los recursos eran inagotables y que todo estaba a su disposición. Cortaron
árboles, huyó la lluvia y no hubo cosechas. Al final, cuando la vida se hizo
imposible en la isla, no disponían de un mal árbol con el que fabricar una
canoa y poder huir. Sólo quedaban en pie esas 397 estatuas gigantes, los moáis,
testigos impotentes de la tragedia.
La isla de Pascua es la metáfora de
nuestro tiempo. Nos comportamos y equivocamos como ellos al pensar que los
recursos naturales son infinitos. Pero el gran error consistió en vivir como si
no hubiera mañana, como si la generación presente fuera la única y tuviera el
derecho a usar y abusar del planeta. El Presidente estadounidense, Jefferson,
dijo algo que nos define: “la tierra pertenece a la generación actual”. Hay que
reconocer que tuvo frases más afortunadas.