13/7/18

Elogio del maestro


Allí el maestro un día
Soñaba un nuevo florecer de España
(Antonio Machado)

             El gran escritor ruso, Fiodor Dostoievski, dejó escrito algo que nos interesa rescatar hoy. Refiriéndose a los ricachones de su tiempo que pensaban que todo se podía comprar con dinero, decía:  "con el dinero Vds. pueden construir escuelas pero no comprar profesores. El maestro, un maestro nacional, de pueblo, es fruto de una labor de siglos, se apoya en la tradición, en su gran experiencia y eso no se improvisa” Y proseguía así: "Hombres, hombres: eso es lo principal. Los hombres son más preciados que el dinero, Son el fruto de una labor de siglos y para eso se necesita tiempo”.

            Dice Dostoievski que con dinero se pueden construir escuelas y universidades; incluso contratar a los mejores profesores del extranjero. Lo que no puede hacer el dinero es improvisar un maestro de escuela porque éste nace del mismo suelo que sus alumnos. Conoce su vida, sus costumbres, comparte sus deseos y esperanzas, sabe de sus debilidades y de sus fortalezas. Eso que no se enseña en ninguna universidad si no es en la de la vida, eso no la da el dinero, sino el tiempo.


            En castellano tenemos dos términos para designar la enseñanza: educación e instrucción. La escuela tiene que educar e instruir. Instruir significa prepararse para la vida, habilitarnos en una profesión con la que poder ganarnos la vida. Es a lo que tienden las distintas carreras que ofrecen las escuelas superiores o la enseñanza profesional. La palabra educación, sin embargo, significa formar personas, transmitir valores que nos permitan ser buenos ciudadanos y buenas personas. Los dos objetivos son importantes pero la educación cada vez se inclina más por la instrucción, relegando la misión educativa. Y no será porque no lo deseen la mayoría de los profesores sino porque lo imponen los planes de estudio, tan densos, que absorben todo el tiempo y energía. Lo justificamos diciendo que vivimos en un mundo tan competitivo que interesa más preparar profesionales que formar personas.

            Grave error porque no hay inversión más rentable que la educación. La diferencia entre el mundo de los abuelos y el nuestro tiene que ver con la universalización del derecho a la educación, que es un derecho constitucional. Por circunstancias de la vida no nacemos todos iguales. No es lo mismo nacer en Suiza que en Haití. El niño suizo tiene todo lo fundamental asegurado; el haitiano, está condenado a la miseria. Lo mismo al interior del mismo país. No es lo mismo nacer en un palacio que en su portería. El hijo del portero tiene todas las papeletas para seguir siendo portero, mientras que el hijo del amo seguirá mandando. Lo que durante siglos ha mantenido esa división de una misma sociedad en clases sociales tan distintas era la incultura de los pobres. Hubo un Primer Ministro español, Bravo Murillo, que en el siglo XIX respondía de esta guisa a unos obreros que querían abrir un centro nocturno para aprender a leer: "¿Qué autorice yo una escuela para que asistan 60 hombres del pueblo? No en mis días. Aquí no necesitamos hombres que piensen sino bueyes que trabajen"

            Por eso no ha habido mayor revolución que universalizar la escuela, hacerla obligatoria hasta la juventud y luego dotar a los más decididos de becas para que puedan seguir estudiando. Quiero poner un ejemplo. José María Maravall, Ministro de Educación en el primer gobierno de Felipe González, tomó una decisión que ha cambiado la vida de muchos españoles. Entendió que si había escuelas privadas que recibían ayudas del Estado, estas se comportaran como los centros públicos. Por ejemplo, que a la hora de elegir escuela o instituto, se acabara eso de que la dirección del centro escogiera a los alumnos. Serían los alumnos o sus padres los que eligieran el centro. Porque lo que hacían los colegios de élite era elegir a los hijos de exalumnos y a los que tuvieran mejor nivel. Lo que pretendía ese ministro con esa medida era que a los mejores colegios de las ciudades pudieran ir no sólo los de siempre, los señoritos, sino también los hijos de los trabajadores. Es más, éstos tenían preferencia porque esa famosa ley, la LODE, primaba las rentas más bajas. Hoy muchos de esos alumnos de familias modestas son médicos, ingenieros o profesionales competentes.

            Para educar hacen falta maestros; para instruir, bastan profesores. No es lo mismo enseñar el teorema de Arquímedes que acompañar a cada alumno en el desarrollo de su personalidad. Decimos en filosofía que un buen profesor te enseña lo que dijo Aristóteles o Kant sobre Dios, el hombre o el mundo. Pero un maestro enseña a pensar. Enseñar a pensar o acompañar al alumno en su formación personal es algo impagable. Un buen profesor siempre será un maestro. El maestro es una figura venerable por su vocación y dedicación. Hubo un médico pedagogo en el gheto de Varsovia, llamado Korczak, que fue capaz en aquel infierno nazi de recoger a los niños en una escuela ejemplar. Un buen día llegó la Gestapo para llevárselos al campo de exterminio de Treblinka. El también se subió al tren para acompañarles. Los nazis le conminaron para que se bajara pero no lo hizo. Les acompañó hasta el final y murió con ellos. Sin necesidad de llegar a ese extremo, lo cierto es que el maestro por vocación se compromete incondicionalmente con cada alumno.

            La sociedad debería mimar a profesores y maestros porque nadie la mejora tanto como ellos. A la gente de mi generación nos han hablado de cómo eran los maestros republicanos. Eran el motor del progreso material y espiritual de España. La gente lo sabía y se lo reconocía (de ahí que la represión de los maestros fuera tan dura cuando llegó la dictadura de Franco). Por eso entristece ver hoy lo poco que se les considera. Indigna ver a esos padres que se enfrentan a los profesores cuando sus hijos sacan malas notas creyendo ingenuamente que cuando aprueban es mérito de los chicos y cuando suspenden, culpa del profesor. Para que los profesores recuperen el prestigio social que merecen deberíamos empezar por los padres. Estos deberían confiar enteramente en los maestros porque para estos la escuela no es una profesión sino una vocación. Confiar en ellos y colaborar con ellos porque si los padres siguen las pautas que marcan los profesores de sus hijos crearán hábitos de estudio y comportamiento saludables. Padres y profesores son los auténticos educadores de los hijos. Si no suman, restan y quien pierde es siempre el hijo o alumno.

Reyes Mate (revista La Flor de Olmedo, nº 10, 2018)