12/11/17

FILOSOFIA E TRADIZIONE RELIGIOSA (*)

            No hace muchas fechas el profesor español en Berlín, Ignacio Sotelo, recensionaba los primeros volúmenes de una colección española dedicada a "filosofía de la religión" (1). Visto desde la distancia lo que más le llamaba la atención era el retraso de siglos con que finalmente se cultivaba en España ese género académico. Y pedía, a modo de crítica, que no se olvidara a la hora de asumir esa corriente filosófica la pregunta de por qué no fue posible en España una filosofía de la religión hace dos siglos. La respuesta a esta última cuestión nos obligará a superar el marco de la actualidad para mirar de reojo hacia atrás.

            Estamos asistiendo en España a un interés creciente, aunque de proporciones modestas, no sólo por la filosofía de la religión sino por el cultivo de los estudios sobre la religión realizados desde diferentes perspectivas. Se ha creado en la Universidad Complutense un Instituto de Ciencias de las Religiones; el Instituto de Filosofía del C.S.I.C. nace, en 1985, con un área dedicada a la filosofía de la religión; los departamentos universitarios van creando espacios docentes para el estudio de la religión, por no citar el abundante material bibliográfico impulsado desde editoriales del más variado signo ideológico.

            Vamos, en primer lugar, a exponer cómo se está recepcionado esa afición por la religión para analizar luego la pregunta de por qué no ha sido posible antes.


            I. La herencia ilustrada.
            En el primer número de la revista ISEGORIA (2), editada por el Instituto de Filosofía, Gómez Caffarena, pionero del estudio de la filosofía de la religión en España, publicaba una nota titulada "Filosofía de la religión. Invitación a una tarea actual". Como se ve, la intención del autor era expositiva y programática. Pero también sirve de rejilla para ubicar nombres y apellidos de autores españoles que trabajan esos campos.
            Recordaba Caffarena que "filosofía de la religión" es un género nacido al calor de la Ilustración. La razón ilustrada, en efecto, quiere, por un lado, comprender el hecho religioso y, por otro, someterlo a crítica. El interés ilustrado por la religión tiene diferentes ángulos de ataque:
            a) las religiones en su historia, que dan origen a la historiografía de religiones comparadas. No parece que ese sea un terreno muy transitado por los estudiosos españoles, si exceptuamos a los especialistas de los primeros siglos del cristianismo (2 bis).
            b) Ciencias de la religión que tratan de explicar lo religioso como factor antropológico, es decir, en correlación con otros factores. Se abstienen de cualquier juicio de valor sobre la verdad de la religión. De ahí deriva el concepto sociológico de "universo simbólico" que describe la función social de la religión (Durkheim) pero sin fijarse demasiado en los momentos subjetivos. Es el campo de la sociología de la religión (2 ter).
            c) Fenomenología de la religión. Se trata de comprender los hechos religiosos pero teniendo en cuenta la intencionalidad de la experiencia de lo sagrado. Conceptos claves son los de "hierofanía" o "misterio" (2 quat).
            d) La Filosofía de la religión que se pregunta sobre la verdad de lo "comprendido" por la fenomenología.

            Las orientaciones que se dan en la Filosofía de la religión son muchas. Si tomamos como criterio la lengua observamos, por ejemplo, que en el ámbito anglófono domina la filosofía analítica de la religión; en el alemán, se mantiene el interés por la herencia de la Ilustración y, en el francés, prima el interés por la hermenéutica.
            Si nos fijamos en los contenidos podemos hacer una gran división entre quienes, por un lado, acentúan la substantividad de la filosofía y, por otro, la substantividad de la religión.
            Entre quienes acentúan la substantividad de la religión tenemos, por ejemplo, los proyectos hermenéuticos de un M. Eliade o, en España, los de R. Panikkar preocupado por una interfecundación entre la historia, la filosofía y la teología. En estos autores hay una preocupación por el tratamiento de la religión desde "la comprensión". Pero no faltan quienes se lo plantean desde la "explicación". El autor más señalado sería A. Fierro contrario a la posibilidad de una filosofía de la religión; a la religión tan sólo le cabe recurrir a la ciencia para hacer una teoría de la religión, pero que no será nunca una filosofía de la misma porque sin la mediación de las ciencias sociales la filosofía no capta nada del hecho religioso. Para Fierro el estudioso de lo religioso -incluido el teólogo crítico o el "cristianólogo"- carece de método propio para estudiar su objeto: "opera con un repertorio de métodos aprendidos de la sociología, de la psicología, de la historia, del análisis de textos, de la teoría crítica de las ideologías, de la filosofía práctica. Lo que otorga coherencia unitaria a su trabajo es el objeto en que se ocupa, a saber, el fenómeno cristiano en toda su extensión, el conjunto de las palabras y de las prácticas que desde Jesús han sido producidas, están produciéndose o proyectan producirse.
            Si en razón del aparato metódico utilizado, la cristianología, teología crítica o teoría del cristianismo, enlaza por los cuatro costados con las ciencias humanas y sociales, en atención a su objeto particular pide ser expandida a un área de realidad más extensa, a una teoría general de los símbolos. En cuanto a métodos, la teoría del cristianismo es un discurso tejido de sociología, de psicología, de historia, de análisis crítico de la práctica y de la ideología cristianas. En cuanto a objeto, es un capítulo de la teoría general de los símbolos; es concretamente una teoría de los símbolos cristianos, en la que la reflexión antropológica y praxiológica general sobre la necesidad humana de símbolos, sobre su forma de producción social y sobre su poder ya movilizador, ya inmovilizador, intersecta con la consideración histórica de la tradición simbólica que arranca de Jesús" (3).
            Si ponemos el acento en la substantividad de lo filosófico tenemos el siguiente panorama:
            Una filosofía analítica de la religión con dos tradiciones bien definidas. Por un lado la "Philosophical Theology", heredera de alguna manera de los temas de la teología natural y por otro, aquella filosofía analítica que se conforma desde el "giro lingüístico" que investiga el estatuto de la convicción religiosa en relación con el saber más standar (4).
            También habría que tener en cuenta las filosofías de la religión que son deudoras del "idealismo objetivo" alemán (Hegel). Los nombres son Ginzo, Ripalda, Antonio Escohotado.
            Otro tanto respecto a los que se ubican en el continente del "idealismo de la libertad" (Kant) centrándose en la conciencia personal y su libertad. Caffarena, partiendo del Opus Postumum (1801-1802) de Kant investiga la raíz religiosa de la Ética kantiana y escribe: "el imperativo de tomar la humanidad como fin en sí conduce a proponerse como objetivo último la búsqueda del "Supremo Bien" (es decir la conjunción óptima posible de honestidad y felicidad de todos los humanos) algo que no es viable sin la presuposición de Dios "Supremo Bien Originario" (5).
            Habría que hacer mención de un nombre a caballo entre Aristóteles y Heidegger, como Xavier Zubiri. Zubiri entronca, por un lado, con la generación de filósofos españoles que florecieron durante la II República y, por otro, consigue mantener su influencia durante el franquismo con las generaciones siguientes.
            El juicio de Zubiri sobre Blondel da una pista de sus preferencias: "ese espléndido y formidable libro que es L'Action, de Blondel, no logrará toda su maravillosa eficacia intelectual más que llevando el problema al terreno claro de un ontología. Y me inclino a creer que Dios no es primariamente un "incremento" necesario de la existencia, sino más bien el "fundamento" de la existencia, descubierto como problema en nuestro ser mismo, en su constitutiva religación" (6). Historia, ontología y religación son tres términos claves del pensamiento zubiriano y que tienen que ver con el tema que nos ocupa. El hombre es una realidad substantiva que se distingue del animal por su capacidad de enfrentarse a las cosas como algo real y no como meros estímulos. Entre las cosas el hombre no se siente una cosa más; es un centro de perspectivas, algo absoluto. Pero lo es de modo relativo porque esa absoluteidad la debe a la realidad en que se apoya toda su vida y a la que está religado. Esa realidad es única y es personal. Y esa realidad esencialmente existente de carácter personal es Dios.
            Zubiri se sirve de Heidegger para renovar la vieja tesis de la teología natural pese a lo cual su obra va a servir de impulso para nuevas elaboraciones del tema. Enumeraré dos efectos: el efecto Aranguren y el efecto Ignacio Ellacuría.
            J.L. López Aranguren es el autor de Catolicismo y protestantismo como formas de existencia (7), una obra que revolucionó el tema que nos ocupa en los primeros años del franquismo. En esa obra, escrita en 1954, Aranguren extraían de la teología correspondiente diferentes talantes o modos de estar en el mundo. En esta visión "política" de la religión el catolicismo, por un lado, y el protestantismo, por otro, aparecían como principios inspiradores de un modo de ser en el mundo.
            El "efecto" Ellacuría, mucho más moderno, lleva al viejo Zubiri a las trincheras de la filosofía y de la teología de la liberación. En su obra póstuma Filosofía de la realidad histórica (Madrid 1991), Ellacuría se apropia del concepto zubiriano de la historicidad humana para deshacerse de una lectura idealista o subjetivista de la realidad buscando la complicidad con la concepción materialista de la historia propiamente marxista (8). Luego volveremos sobre ello.
            Luego habría que señalar a un nutrido grupo de filósofos que desde su particular mundo categorial se acercan a uno u otro aspecto del mundo simbólico religioso para ampliar, cuestionar o alterar determinadas concepciones de lo racional. Vienen a la mente nombres, entre otros, como los de Eugenio Trías, Félix Duque, Gabriel Albiac, J. M. Marinas (8 bis). Y caso especial, inclasificable, es la obra de Gustavo Bueno El animal divino. Bueno partiendo de la relevancia de la simbólica zoomórfica en la historia de las religiones pasa a la tesis ontológica que mantiene como religión verdadera a la zoolátrica ("primaria"). Bueno no tiene inconveniente en apostar por la opción epistemológica empiritista que reconoce como únicos referentes reales a los "númenes".

II. La religión en la tradición del "converso".
            Si ahora nos preguntamos por qué la "filosofía de la religión " no ha sido posible antes, lo que habrá que aclarar previamente es qué es lo que no ha sido posible antes. El profesor Sotelo se refiere a esos "materiales para una filosofía de la religión", que está recensionando, y de los que uno trata de Cuestiones epistemológicas, otro de la tradición analítica y el tercero, más variado, con preocupaciones metodológicas e históricas , esto es, se refiere al tratamiento moderno de la religión, el que se deriva de la Ilustración, tal y como veíamos al principio.
            Las contribuciones en este apartado son llamativas tanto cuantitativa como cualitativamente. Hay quienes, como J. Mª. Mardones, han seguido atentos los análisis de la sociología y de la filosofía moderna sobre la religión pero haciéndose eco del propio latido religioso, tratando de recuperar el núcleo crítico del cristianismo; otros, como M. Fraijó, indagan los rescoldos aún llameantes de la cultura cristiana en el seno de la filosofía, sin olvidar a quienes, como Torres Queiruga, vuelven al debate razón y fe desde claves modernas (9).
            Pero sería un grave error deducir de ello que sólo en las últimas décadas ha habido en español una reflexión filosófica sobre la religión. A eso quisiera referirme en este segundo apartado.
            En la introducción al volumen "Religión" de la EIAF (10) escribe Gómez Caffarena, a propósito de la búsqueda de sentido global: "esta expresión a que acudo nos es hoy muy familiar; y sin ser privativa, quizá puede tenerse por una manera particularmente ibérica de concebir la razón de ser de lo religioso". Veamos esto.
            El escritor y ensayista castellano, José Jiménez Lozano -autor de uno de los estudios más interesantes y originales sobre la manera de habérselas los españoles con la religión: me refiero a su obra Los Cementerios civiles y la heterodoxia española- hace el siguiente planteamiento: España tiene una singular historia religiosa que difiere notablemente del resto de Europa. Ese punto diferencial se debe a que "en España se ayuntan y anudan mundos religiosos y culturales que en Europa están enfrentados o se desconocen perfectamente" (11). En España conviven durante siete siglos -unas veces pacíficamente y otras conflictivamente- tres fes, tres etnias y tres culturas que conforman un tipo de sociedad plural, un país a la vez  oriental y occidental, un maridaje bien expresado artísticamente en el "estilo mudéjar" o romántico de ladrillo, levantado por alarifes o carpinteros mudéjares que aportan sus formas: el arco de herradura, la blancura de los muros, la umbría de un espacio con mínimas ventanas y fabulosos artesonados de madera, en definitiva, una estética islámica para casar perfectamente con la del románico y del cisterciense nacidas de la teología cristiana".
            Lo que es importante observar es que esa convivencia más o menos pacífica plantea el problema de la identidad religiosa "como un problema vital y existencial, antes que político, no sólo a minorías cultivadas como en toda Europa, sino a la gran mayoría de las gentes". Esa problematización personal de la identidad religiosa adquiere un cariz dramático cuando en el siglo XV se produce la identificación del ser español con una de las etnias, castas o fes: la cristiana. Me estoy refiriendo a la figura del "converso" que pasa a ser alguien para el que su dramática o insegura, perpleja o hipócrita instalación en el mundo es fruto de una decisión suya, y esa decisión, al desgajarle de una comunidad -una aljama o comunidad de creyentes y un grupo social y cultural- le otorga conciencia de un "yo" que se siente a sí mismo en el desgarro frente al "Tu" absoluto de su vieja fe, o frente al "Tu" absoluto de su creencia nueva, o situado agónicamente entre ambos o frente a ningún "tú".
            Nacen así los prototipos del "cristiano viejo" y del "converso" que acompañan toda la historia española y sin los que no hay manera de entender la ambigüedad del sentimiento popular respecto a la religión, ni el comportamiento de los españoles en América (para el cristiano viejo la conquista de América era una cruzada contra los "moriscos"; y es uno ex illis, como se decía entonces para referirse a alguien de ascendencia "conversa", es decir, es Bartolomé de las Casas quien cuestiona toda la teoría legitimatoria de la conquista de América...), ni la Guerra Civil. En "Los alcaldes de Daganzo" Cervantes recuerda como signo de vieja cristiandad el orgullo de no saber leer "porque el judío siempre andaba con libros y era inclinado a cavilaciones". Y en una comedia calderoniana se dispensa a quien es de casta limpia de la necesidad de asistir a misa. La historia cultural del "cristiano viejo" es bien conocida.
            Menos conocida, sin embargo, es la del "espíritu converso" que, hoy sabemos, animó a esa persistente e indefinible tradición llamada erasmista o jansenista. Ex illis está lleno el llamado humanismo latino en España (Fray Luis de León, Teresa de Jesús, Cervantes, Vives etc.) y herederos de aquellos fueron los protagonistas en el siglo XIX del llamado "catolicismo liberal" que animaba a gran parte del krausismo español (12). En esa onda ubicaría al mismísimo Miguel de Unamuno que es para muchos el caso más paradigmático de "filósofo de la religión español".
            El Unamuno de El sentimiento trágico de la vida personifica ejemplarmente esa angustia vital o "búsqueda de sentido" con el talante más característico de la filosofía española. En un ensayo titulado precisamente "Sobre la filosofía española" escribe: "Porque eso que tanto se nos ha echado en cara, eso que ha hecho decir que somos un pueblo sombrío y que por tanto mirar al cielo hemos desatendido lo de la tierra, eso que muchos extranjeros llaman nuestro culto a la muerte, no es tal, sino culto a la inmortalidad. Dudo que haya pueblo de tanta vitalidad, que tan agarrado esté a la vida. Y es por agarrarse tanto a ella por lo que no se resigna a soltarla... Lee atentamente La vida es sueño, y debajo de esa portentosa revelación de la filosofía española verás la más vigorosa afirmación de la sobrevida. Al llamar allí sueño a la vida es por creerse en una vigilia, en un despertar; eso que parece una tesis fenomenista o tal vez nihilista es la tesis más vigorosamente afirmativa de una realidad trascendente. Estamos soñando la vida y viviendo la sobrevida, créemelo..." (13).
            La inmortalidad es para Unamuno la cifra del "único problema vital, el que más a las entrañas nos llega, el problema de nuestro destino individual y personal". Y toda su filosofía consistirá en esa búsqueda de sentido a la vida, una búsqueda que "no es necesidad racional sino angustia vital". Y la respuesta a esa desesperación -"la desesperación es algo genuinamente español"- se da en clave religiosa. Unamuno encuentra un testimonio del carácter trágico, agónico nuestro, en las imágenes españolas de Cristo: "el Cristo español no es sereno, es trágico, del mismo modo que las Dolorosas son tétricas. Ni tampoco propiamente moribundo sino "agonizante", es decir, "agónico", "tal ese Cristo de Velázquez que está siempre muriéndose sin acabar nunca de morirse".
            Son muchos los que han interpretado a Unamuno en clave protestante como ejemplar de un "luteranismo español" (es la tesis de Aranguren). Pero no hay más que ver su Vida de Don Quijote y Sancho para sospechar de las raíces hispanas de su pensamiento, unas raíces que responden a preocupaciones de otro ex illis como era el autor del Quijote.
            Ha habido, pues, una tradición de pensamiento filosófico español que no ha dejado de habérselas con la religión. Lo cierto es que, salvo raras excepciones, ese tradición no tiene herederos. Se podrían aducir dos causas: primera, el rumbo laico y progresista que tomó el krausismo tras su imposible intento de reformar el catolicismo a finales del siglo pasado; segunda, la ruptura que supuso la Guerra Civil en virtud de la cual las nuevas generaciones quedaron cortadas de aquellos posibles maestros. Las nuevas generaciones de filósofos se fueron a Europa, siguieron a los maestros que allí había y ahora se hace en España lo que se hace en todo el mundo.

            III. No quisiera terminar este apartado, empero, sin referirme brevemente a un fenómeno que aunque sea más iberoamericano que español no deja de afectar al tema que nos ocupa. Me refiero a la relación entre filosofía y religión en el pensamiento (filosófico y teológico) latinoamericano de la liberación.
            La comunidad latinoamericana es muy consciente de la singularidad de su "teología de la liberación". Menos conocido, sin embargo, son sus elaboraciones en torno a una "filosofía de la liberación". En ésta encontramos dos orientaciones harto diferentes: Por un lado, la voluntad de pensarse desde su específica situación histórica les lleva a: a) pensar la diferencia, lo que les aproxima a planteamientos como el de Levinas, b) pensar críticamente la cultura occidental como práctica de dominio, pese a sus universalidades formales, y c) pensar el imaginario del pueblo como lugar en el que puede cristalizar una toma de conciencia crítica movilizadora. En esta órbita se ubicaría E. Dussel y otros.
            Como no es frecuente que la filosofía centroeuropea dialogue -quizá habría que decir "tome en serio"- con propuestas filosóficas que vengan del ámbito iberoamericano, séame permitido referirme al debate que se traen entre manos K. Otto Appel y Enrique Dussel (14). Para Appel, la Ética de la Liberación es un interlocutor privilegiado pues su experiencia fundante ("el grito de los hambrientos y oprimidos") marca la pauta que debe seguir la investigación ética en su búsqueda de universalidad.
            Lo que Appel no acepta es su "querencia levinasiana", esto es, pretender fundarse en la "exterioridad del Otro", como si fuera posible escapar al horizonte de totalidad del ser que caracteriza a la ontología occidental, la que va de Platón a Hegel. La fundamentación transontológica de la ética a lo que conduce es al dogmatismo  ("el pobre siempre tiene razón") y al terrorismo (todo se justifica en función del pobre, como quiere Sendero Luminoso). Appel sólo ve salida a la justa motivación de la Ética de la Liberación en su pragmática transcendental capaz, al mismo tiempo, de tomarse en serio "el grito de los pobres" y de ofrecer un marco categorial que permita discernir entre verdadera y falsas demandas, también entre los distintos intereses. Dussel le ha respondido que la complementariedad entre la Ética de la Liberación y la Ética Discursiva no se logra desde la primacía de ésta última sino estableciendo como marco de referencia a la primera. La Ética Discursiva, en efecto, siempre llega demasiado tarde: en el apriori transcendental de la comunidad ideal de comunicación todos los hombres son iguales. Pues bien, en ese planteamiento se da por resuelto el problema que se quiere solucionar: descubrir en la desigualdad una injusticia, ver al Otro (al pobre) como un sujeto-privado-de-derechos. Ese, sin embargo, es el Faktum sobre el que se alza la Ética de la Liberación.
            La segunda línea se concentra más en poner de manifiesto los supuestos filosóficos que subyacen a la "teología de la liberación". Es aquí donde aflora la herencia de Zubiri tal y como la desarrolla Ignacio Ellacuría (15).
            Según esta línea de reflexión, el pensamiento latinoamericano de la "liberación" supone un cambio en el "horizonte" tanto clásico como moderno de la reflexión. Hubo un "horizonte" griego, caracterizado por inquirir el sentido o sin-sentido del movimiento; a partir del siglo IV aparece el "horizonte" de la nihilidad que acaba cristalizando en la apoteosis moderna de la subjetividad. El "horizonte" de la Liberación sería post-idealista, caracterizado por a) importancia de la "Sinnlichkeit" como principio de la alteridad y b) la praxis o preeminencia de la acción sobre el sujeto y la conciencia.
            Pues bien, la Filosofía de la Liberación metaboliza esa preocupación posthegeliana por la alteridad y la praxis en el postulado fundamental de "la opción por los pobres" como lugar de revelación del sentido de la realidad. La pobreza se convierte en categoría interpretativa fundamental pues declara que la pobreza es histórica, es decir, no es una maldición ni fruto del destino sino obra del hombre. La "opción por los pobres" -tema de claro origen cristiano- remite a una praxis histórica de determinadas características.

            IV. El tema de nuestro debate es "filosofía y tradición religiosa". Está claro tras lo dicho que el asunto no se agota en lo que académicamente entendemos por filosofía de la religión.
            Por mi parte, no puedo ocultar mi interés por la otra vertiente, esto es, la búsqueda del potencial semántico filosóficamente universalizable latente en las culturas o tradiciones religiosas, particularmente en la judeo-cristiana.
            Se ha empezado a hablar en los últimos años de una "razón anamnética", entendiendo por ello un tipo de racionalidad inscrita en la cultura judía y ajena a la racionalidad occidental. Aunque el acuñador de la expresión es un teólogo alemán, J.B. Metz, fácil es identificar ese topos en toda una tradición de filósofos judíos modernos que van de H. Cohen a Levinas, pasando por Rosenzweig, Buber o Benjamin. En un escrito reciente J. Habermas se preguntaba "Wem gehört die anamnetische vernunft?" (16). Es un escrito polémico, dirigido a quienes pretenden recuperar la anamnesis judía por aquello de que es ajena a la filosofía europea. La respuesta de Habermas se articula en tres puntos: a) reconoce que, efectivamente, todas las grandes categorías de la filosofía emancipatoria europea viene de Jerusalem; b) no es cierto que esa cultura sea extraña a la filosofía occidental: lo será a la tradición idealista y platonizante pero esa tradición está presente en el empirismo, el materialismo, el existencialismo etc.; c) una recuperación contemporánea, es decir, postmetafísica, de la tradición anamnética sólo es posible en una teoría discursiva: la "razón comunicativa" es la heredera de aquella anamnesis en el sentido de que trasciende lo recordado hic et nunc pero no de una forma teológica o metafísica -como sería el caso del "recuerdo retroactivo" típico, por ejemplo, de la memoria benjaminiana- sino filosófica, esto es, desenterrando "en las capas más profundas de sus propias presuposiciones pragmáticas las condiciones para la apelación a un sentido incondicionado y, con ello, poder mantener abierta la dimensión de la pretensión de validez que trasciende los espacios sociales y los tiempos históricos". Según esta interpretación en la estructura pragmática del lenguaje se dan las condiciones que suponen o remiten a un sentido incondicionado. Por esa brecha que abre el análisis lingüístico se cuelan aquellos valores absolutos como la justicia, la verdad , la solidaridad etc. de los que nuestro mundo apenas sabe y que fueron la substancia de la cultura judía antaño.
            No es el momento de discutir si la "razón comunicativa" es también la heredera de la "razón anamnética". Lo que sí me interesa señalar es la intuición de base, a saber, que ha sido el potencial semántico de la Alianza quien no ha dejado de fecundar una tradición filosófica emancipatoria. El problema que habría que aclarar es si en los tiempos postmetafísicos que corren ese potencial semántico es totalmente identificable fuera de la tradición nodriza, como quiere Habermas, o sigue vinculado a ella, como sospechamos otros. Nombres aquí: Patricio Pañalver, Alberto Sucasas, J. M. Mardones, Reyes Mate...(17).

Reyes Mate (*Conferencia pronunciada en el Simposio Internacional Filosofía italiana e filosofia spagnola neglo anni 80: due tradizioni filosofiche a confronto,Roma, 8-11 giugno 1994)

NOTAS
(1). Cf., Saber leer, 74 (abril 1994).
(2).J. Gómez Caffarena, "Filosofía de la religión en España", en Isegoria,1.
(2bis). A. Piñero (ed.) Orígenes del Cristianis­mo, Córdoba, Ediciones Almendro, 1994; J. Trebolle, La biblia judía, Madrid, Trotta, 1991.
(2 ter).S. González Noriega.
(2 quar.). Aquí es obligado citar a J. Martín Velasco, por ejemplo, su Introducción a la fenomenología de la religión, Madrid, Cristiandad, 1987.
(3). A. Fierro, Presentación de la teología, Barcelona, Laia, 1980, pp. 174-175. En esta órbita parece estar M. Fraijóo.
(4). J. Sádaba, Lecciones de filosofía de la religión, Madrid, Mondadori, 1989.
(5). J. Gómez Caffarena en "Qué aporta el cristianismo a la ética", 38; y sobre todo el El teísmo moral de Kant, Madrid, Cristiandad, 1983.
(6). X. Zubiri Naturaleza, historia, Dios, Madrid, Alianza, 1987, p. 434.
(7). J. L. L. Aranguren, Obras Completas I, Madrid, Trotta, 1994.
(8). Sobre I. Ellacuría y su relación con Zubiri véase A. González "Aproximaciones a la obra filosófica de Ignacio Ellacuría" y Diego Gracia "Filosofía práctica", en La pasión por la libertad, J.A. Gimbernat y C. Gómez (eds.), Estella, Verbo Divino, 1994, pp. 307-329 y 329-352.
(8 bis). F. Duque (ed.), Lo Santo y lo sagrado, Madrid, Trotta, 1993; G. Albiac, La sinagoga vacía, Madrid, Tecnos, 2013.
(9) J. Gómez Caffarena y J.Mª. Mardones (coords.) Cuestiones epistemológicas. Materiales para una filosofía de la religión (vol I), Barcelona, Anthropos, 1991, La tradición analítica. Materiales para una filosofía de la religión (vol II), Barcelona, Anthropos,1992 y J.M. Mardones Postmodernidad y cristianismo, Santander, Sal Terrae, 1988; Capitalismo y religión. La religión política neoconservadora, Santander, Sal Terrae, 1991; Postmodernidad y conservadurismo, Estella, Verbo Divino, 1991. M. Fraijó, Fragmentos de esperanza, Estella. Verbo Divino, 1992. A. Torres Queiruga, La constitución moderna de la razón religiosa, Estella, Verbo Divino, 1992.
(10). J. Gómez Caffarena (ed.) Religión, EIAF, Madrid, Trotta, 1993.
(11). J. Jiménez Lozano, "La religión española" en J. Gómez Caffarena (ed.), La religión, EIAF, Madrid, Trotta 1993, pp. 25-36.
(12). R. Mate "El destino político del catolicismo liberal" en El Leviatán, 28, (1987) 95 ss.
(13). M. de Unamuno "Sobre la filosofía española", en Obras Completas, Madrid, Aguilar 1958, pp. 562-563.
(14) Ver, por ejemplo, K.O. Appel, La ética del discurso ante el desafío de la filosofía latinoamericana de la liberación (manuscrito, Francfort, 1993) y la respuesta de E. Dussel, La ética de la liberación ante la ética del discurso, (manuscrito, México, 1994).
(15). I. Ellacuría, Filosofía de la realidad histórica, Madrid, Trotta, 1991.
(16). Aparecerá en el nº. 10 de Isegoria junto a una réplica mía bajo el título "La herencia pendiente de la razón anamnética".
(17). Habría que mencionar en este apartado a cuantos se han dedicado y se dedican al estudio de autores judíos y árabes españoles de El-Andalus. Las ediciones de J. Lomba de Avampace, Zaragoza, Diputación General de Aragón, 1989 o de Ibn Paquda Los deberes de los corazones, Zaragoza, Fundación Universitaria española, 1994; también la edición de R. R. Guerrero de Al-Farabi, Obras filosófico-políticas, Madrid, CSIC-Debate 1992.