21/12/17

El declive del patriotismo

            Para dar réplica a los sueños soberanistas que en su momento alimentó el lendakari Juan José Ibarretxe, José María Aznar armó un “bloque constitucionalista” al que invistió, para dotarle de mayor empaque, con la autoridad de la expresión “patriotismo constitucional”, una concepto que venía de Alemania y que había popularizado su intelectual más destacado, Jürgen Habermas.

            La verdad es que si hubieran entendido el contexto alemán del término no hubieran invocado su patronazgo tantos entusiastas españoles. Porque de lo que en realidad se trataba era de cuestionar el patriotismo.
En aquellos años ochenta Alemania entendió que había llegado el momento de preguntarse qué significaba su pasado nazi o, más exactamente, en qué medida un acontecimiento como el holocausto judío contaminaba la identidad alemana. Habermas y otros muchos defendían la idea de que aquello supuso una ruptura irreparable. Es verdad que Alemania podía hacer gala de una gran historia en todos los órdenes, pero lo ocurrido en los campos de exterminio obligaba a deponer toda forma de orgullo nacional. De lo único por lo que cabría sacar pecho era de poseer una constitución democrática que había sido impuesta por los aliados. La expresión “patriotismo constitucional” era así harto irónica, un matiz que pasó desapercibido en el (mal) uso que aquí se hizo de ese tópico. Orgullosos, sí, pero de lo que tenían prestado.

            Vuelve ahora a hablarse de partidos soberanistas enfrentados a los constitucionalistas. A lo que no renuncian unos y otros es a ser patriotas, es decir, a una identificación total con lo que entiendan por nación. El patriotismo no repara en gastos. Si considera, siguiendo a Horacio, que “es dulce y honroso morir por la patria” ¿por qué no sacrificar un poco de bienestar, de convivencia o de seny si al final salvamos lo que da sentido a la vida del pueblo? Habría que ver si merece la pena. Brecht se preguntaba en un poema titulado “Cuestiones de un obrero que lee” si fueron reyes los que construyeran las siete puertas de Tebas, o los que arrastraron los bloques de piedra con los que se construyeron las pirámides o los arcos de triunfo. No. Los señores no se manchan las manos ni mandan a sus hijos a las guerras. Quien ha hecho andar las ruedas de la historia ha sido la gente de a pie y no esas figuras abstractas que nos piden hasta el sacrificio de la vida.

            Sigue siendo inexplicable por qué el culto y laico Occidente rinde tales honores a la nación o a la patria. Dicen expertos, como Hegel o Claude Lefort, que porque hemos transferido a esas figuras políticas atributos divinos, como si encarnaran a los dioses que se han ido. Eso explicaría algo pero no justificaría nada porque la relación entre el individuo y el Estado o la Nación o la Patria es cada vez más difusa. Vivimos en un mundo globalizado y por eso estamos atravesados por múltiples identidades y, ya se sabe, cuando hay dos lealtades políticas se acabó la épica patriota. El mestizaje amplia el horizonte y diluye los absolutos. Lo saben bien los emigrantes o exiliados, pero también cualquiera que haya vivido intensamente en otro país distinto del suyo. El patriotismo cotiza a la baja.


Reyes Mate (El Periódico de Cataluña, 12 de diciembre 2017)