12/5/15

Memoria Filosófica

            1. Hay muchos tipos de memoria. Y no me refiero tanto a las memorias subjetivas, que hay tantas como individuos que recuerdan. Preguntado Primo Levi sobre este particular, respondía que "cada uno ha vivido el Lager a su manera; que será difícil encontrar dos versiones iguales, como difícil será encontrar reglas generales” (Levi, 2011, 41). Cada cual recordaba la misma situación de deportado de una manera diferente.

            Me refiero también a la  diversidad en el tratamiento disciplinario de la misma. Para entender esto, debemos tener en cuenta que el pasado es un rico caladero de sentido en el que buscan materia, inspiración o significados la historia, por supuesto, pero también la filosofía, la política o la literatura. Son muchas las disciplinas que recuerdan y cada una lo hace a su modo, con su propia metodología y alcances diferentes.

            Que la historia se ocupa del pasado es una perogrullada. El pasado es su razón de ser. Memoria e historia tienen el mismo material de trabajo, el pasado. Y no sólo eso: la historia tiene su propia idea de la memoria. Sabe que existe esa variante de lectura del pasado y ella misma ha construido una teoría de la memoria que les vale a los historiadores

            También la política, sabedora de su capacidad movilizadora, dispone de una propia política de la memoria. Tanto para construir una identidad colectiva como para sortear determinados  momentos de transiciones políticas (paso de una dictadura a una democracia), la política recurre al poder de la memoria para poner en circulación el tipo de pasado más acorde con sus intereses.


        El interés por la memoria alcanza a la teología. El cristianismo, por ejemplo, llama "memorial" a su gesto religioso fundamental , dando a entender que toda su fuerza salvífica se concentra en la actualización del pasado, de la muerte y resurrección de un hecho ocurrido hace dos mil años. Y ¿qué decir del psicoanálisis?
En literatura el pasado es fundamental. No me refiero a las novelas históricas, sino a las buenas novelas en las que relato y memoria se confunden. Pondría como ejemplo a “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez. La historia de Macondo es la del Nuevo Mundo. Pues bien, sus habitantes nacen todos enfermos o, mejor, apestados. Son víctimas de la peste del olvido, olvido que será la causa de un sin fin de desdichas y violencias. Macondo, para poder presentarse ante la historia, tiene que vestirse de Nuevo Mundo. Sólo así podrá ser reconocida por los grandes hombres, sujetos de la historia,  que acaban de llegar. Claro que Macondo tiene una existencia anterior y que hay un mundo viejo antes de que aparezca el nuevo. Pero eso es la prehistoria a la que hay que renunciar si esos pueblos quieren entrar en la historia. Esa renuncia a sus raíces es el olvido impuesto por quien les da el nombre de Nuevo Mundo. Se entenderá por qué García Márquez se despacha a gusto en Los funerales de la Mamá Grande  cuando dice:  "Es hora de contar los pormenores de esta conmoción nacional antes de que lleguen los historiadores".

            2. Pues bien, conviene detenerse en el tratamiento que hace de la memoria la filosofía. Es verdad que es una mirada más, pero que  tiene la ventaja de reflexionar sobre las otras formas de memoria, arriesgando una significación que puede ser entendida por las demás.

            Como sobre este particular he escrito en otros lugares(1), resumiré lo dicho señalando que hay una evidente evolución en los significados filosóficos de la memoria: se ha pasado de identificarla con un sentimiento a considerarla también conocimiento; si en un momento era sólo privada ahora lo es también pública; si hubo un tiempo en el que era rival declarada de todo futuro, ahora es su cómplice.
Hay dos aspectos en la concepción filosófica de la memoria del mayor interés para nuestro propósito. Para los antiguos, en concreto para Platón, la memoria era un conocimiento a posteriori, esto es, un re-conocimiento. El conocimiento tiene lugar en el mundo de las Ideas, pero en el mundo real sólo nos cabe re-conocer lo ya sabido por la vía de la anamnesis. Para Benjamin, sin embargo, no sólo es un conocimiento, sino la condición de todo conocimiento. Ha pasado de ser una categoría a posteriori a otra a priori.

            Este cambio teórico donde realmente se hace realidad es en Auschwitz. En ese cambio se substancia el famoso deber de memoria. El deber de memoria se inscribe en nuestro modo de pensar una vez que hemos tomado conciencia de los límites del conocimiento y de su correspondiente pretensión de invisibilizar el sufrimiento. La memoria se hace cargo de eso impensable por el conocimiento pero que, al haber tenido lugar, da que pensar.  Auschwitz fue lo impensado que tuvo lugar y por eso se constituye en lo que da que pensar. "Dar que pensar" es entender lo acontecido como el punto de partida de la reflexión. Ese momento se convierte en la fuente de la reflexión. Eso no significa citar el Lager cada vez que iniciamos una disertación sobre lo divino o lo humano, sino hacernos cargo de la realidad, de cómo se construye la realidad: invisibilizando el sufrimiento y haciéndolo impensable. Estamos en el epicentro del concepto de memoria por eso conviene detenerse en este punto. Hay un texto de Levi muy elocuente: “el acontecimiento, dice, es algo que trasciende la verdad y no sólo porque es inefable (inexpresable), o porque no es reducible a términos lógico-racionales. Hay algo más: el acontecimiento es, desde un determinado punto de vista, perfectamente inconmensurable. Es algo que no se identifica con la idea de verdad, al menos en la versión racionalista con la que la expresamos. Lo cierto es que, en un proceso normal, el testigo es llamado a declarar para hablar de un hecho y no de un acontecimiento. Nos encontramos ante tres realidades que quizá deberíamos separar: el acontecimiento, el hecho y la verdad" (Levi, 2010, XXIII). Levi distingue entre hechos, que pueden ser conocidos, y eventos que escapan al conocimiento, pero que tienen lugar. Levi confirma la distinción benjaminiana entre Erkenntnis y Wahrheit. Encontramos esa distinción en el Prólogo al Origen del drama barroco alemán, Benjamin. Propio del conocimiento es el juicio o la intencionalidad, es decir, la luz que proyecta el sujeto sobre el objeto. Las cosas son vistas con la misma luz que proyecta el sujeto. Se conoce  conforme al modo de ser del sujeto cognoscente. La verdad por su parte es revelación, la presencia de lo ocultado. No es lo que nosotros hacemos presente sino lo que se nos hace presente. Esa presencia tiene una doble exigencia: nos invita a la acogida de algo que se nos da, de ahí el conocimiento como agradecimiento  y se nos presenta como lo que da que pensar. Auschwitz es lo que da que pensar, i.e. obliga a repensar todo a la luz de la experiencia de la barbarie con una doble finalidad que se confunden: hacer justicia al pasado y evitar su repetición. Sólo evitaremos la repetición de la barbarie si hacemos frente a los daños causados por la injusticia pasada.

            La memoria es un exigente programa filosófico que obliga a re-pensar todo a la luz de la barbarie. Con razón Adorno prefería hablar de un Nuevo Imperativo Categórico en lugar de "deber de memoria" que corre el peligro de dar a la memoria un carácter meramente moralizante. ¿Qué significa entonces recordar? Repensar todo a la luz de la experiencia de la barbarie.

          Repensar , en primer lugar, la realidad, el mundo, no cayendo en la trampa de identificar realidad con facticidad.

            Repensar la política a la luz de Auschwitz significa, por un lado, revisar la figura del progreso que es el motor de la lógica histórica y al que Benjamín hace dos críticas: que es un mito y que es fascismo. Es un el mito porque nos le representamos como inagotable, imparable y salvífico. Hoy sabemos que no. Y  es fascismo pues tienen en común la misma lógica: funcionar con víctimas y aplicarse a invisibilizarlas. Podemos ilustrar esta idea analizando el tratamiento moderno a la pobreza. Para Aristóteles era la quintaesencia de la política, pero obliga a tanto que la política se ha empleado a fondo en invisibilizarla diciendo por ejemplo, que los pobres son culpables o que "siempre habrá pobres entre nosotros"; la forma más astuta, por lo tramposa, es la más moderna que entiende  las desigualdades como cosas de la fortuna, nadie se merece su (mala suerte), por eso hay que echar una mano al pobre. ¿La trampa? Si nadie se merece su suerte tampoco hay que buscar responsabilidades en la riqueza del rico..Pero no todos caen en el engaño. Los pobres, no, por eso se entiende el dicho benjaminiano de que "mientras haya mendigos, habrá utopía”

            Repensar también la ética. Las éticas modernas están basadas en la buena conciencia. Ser consecuentes con la propia conciencia. La conciencia expresa la dignidad. En Auschwitz no hay dignidad, ni lugar para la buena conciencia. Levi nos recuerdan que se salvaron los peores. En el Lager muere la ética de la dignidad o de la buena conciencia y nace la ética de la alteridad. Ser  bueno es hacerse cargo del otro, de la inhumanidad del otro.

            También hay detenerse ante la figura de “la zona gris”. Los nazis necesitaban complicidades de diferentes tipos: el silencio cómplice de los espectadores; que otros sacaran ventajas de los crímenes del Estado (los alemanes o los polacos sacaron muchas ventajas de las expropiaciones de los  al judíos); que hubiera colectivos contribuyendo con algo propio a la causa general (por ejemplo, el papel del antisemitismo de las Iglesias cristianas);  por no hablar de la colaboración necesaria al crimen (los Kapos que eran prisioneros/funcionarios del Lager), convertidos en colaboradores por miedo o para lograr algún privilegio…

            Hay ahí todo un mundo de responsabilidades que Kart Jaspers tematiza después de la guerra, en su libro La cuestión de la culpa, hablando de culpabilidad moral (la indiferencia de los espectadores), política (los ciudadanos de un Estado criminal) y metafísica (la ética de la especie que tiene que reaccionar ante el sufrimiento de cualquier ser humano). No es malo sólo el que mata, ni basta para ser bueno tomar distancia de lo que pasa. El crimen político no es sólo un delito, no es asunto solo del derecho. No basta el Juicio de Nürenberg que castigó a los culpables directos. Es también una culpa, algo que incube a la moral y que afecta de otro modo a los delincuentes y también a los demás.


            3. Digo que el nervio de la memoria consiste en considerar al acontecimiento impensable pero acontecido como lo que da que penar. Ese es el deber de memoria que nace en Auschwitz, lo que no significa que antes no hubiera acontecimientos impensables pero realizados. Los hubo como también, actos de memoria en el sentido señalado. El "gesto intelectual" de Bartolomé de Las Casas es uno de ellos. El gesto se fragua en Junta de Valladolid, años 1550 y 1551, en la que Bartolomé de Las Casas y Ginés de Sepúlveda  disputan sobre los títulos de la conquista. El primero, que sabe lo que está ocurriendo, los niega; el segundo, gran humanista que no salido de sus libros en España, los defiende.

            Las Casas recurre a los saberes teológicos y jurídicos que comparte con su adversario, para negar la validez los títulos de la conquista que el otro alega.  Hasta que el oponente se saca un arma letal que le paraliza: los sacrificios humanos, razón principal, invocada por Sepúlveda para justificar la guerra contra los indios. Este argumento que convoca la solidaridad humana tiene un enorme peso porque es compartido por muchos, hasta por el gran Francisco de propio Vitoria.

            Las Casas lo tiene difícil: por un lado está su experiencia, lo que él ha visto, esto es, la presencia opresora e injusta de los conquistadores. Por otro, el saber de Salamanca, la sabiduría de su tiempo, que legitima esa presencia con lo que se consolida la injusticia que el denuncia.  La situación del indio ya es insostenible, pero si se llega a legitimar ese estado de cosas, la catástrofe está asegurada. La razón dominante se opone a su sentimiento moral y a la evidencia de la experiencia. ¿Qué hacer?

            Es en ese momento cuando tiene lugar el gesto intelectual de Las Casas que le obliga a traspasar y transgredir los venerables saberes establecidos, en virtud de la experiencia de la injusticia, en nombre del sufrimiento de las víctimas de la conquista y de la colonización. Lo primero es la experiencia de la injusticia y si los saberes establecidos proponen interpretaciones de los hechos que en vez de solucionar la injusticia la agravan, habrá que "mandar a Aristóteles a paseo", es decir, habría que declarar irracional a la racionalidad canónica. Si hay un conocimiento que legitime la injusticia, habrá que ponerla entre paréntesis y esforzarse por pensar a partir de esa situación injusta y no a partir de lo que digan los doctores.
La idea de que los acontecimientos impensables pero acaecidos dan que pensar viene de lejos. Lo nuevo, desde Auschwitz, es que esa forma de pensar no puede ser excepcional o marginal, sino modelo del pensar.

            4. No quiero terminar sin una reflexión general sobre la memoria de las víctimas. La memoria no es la solución de nada; al contrario, complica las cosas y no sólo porque abre heridas, sino porque abre dossiers que dábamos por archivados, toma en consideración preguntas que antes no considerábamos (la justicia a los muertos, la superación de la culpa del culpable, los daños sociales de la violencia).Por eso quien piense la memoria tiene que pensarla hasta el final y eso significa plantearse la reconciliación. Esto provoca salpullido, pero es así, ¿por qué? Porque la memoria es justicia en el sentido que decía Levi cuando, dirigiéndose a sus oyentes, les decía “los jueces sois vosotros”. ¿Qué quería decir?, en primer lugar, que sin memoria de la injusticia no hay justicia posible, es decir, si el precio de la justicia fuese el olvido (y el olvido puede tomar la forma de la prescripción por decurso del tiempo o del sobreseimiento porque el pago es imposible (¿cómo devolver la vida a un asesinado?) o de la prudencia política (recordar dificulta la integración de los delincuentes que han cumplido la pena, en la sociedad...) o de la solución de conflictos (Slomo Ben Ami: que los palestinos digan a cuánta justicia están dispuestos a renunciar para conseguir la paz...). Es decir, si el precio de la justicia fuese el olvido ¿qué impediría volver a la violencia si basta dejarla para que todo se olvide? No, la memoria es justicia y eso nos lleva, en segundo lugar, a la idea de que, si la memoria es justicia, tenemos que hacer frente a todos los daños que conlleva la injusticia. Si seguimos todo ese proceso, si hacemos justicia a los daños causados, al final de la justicia encontraremos la reconciliación. La víctima es objeto de diferentes daños. Las víctimas del terrorismo sufren un daño personal y un daño público. La justicia respecto al daño personal significa reparación de lo reparable y memoria de lo irreparable. Hablamos de un daño social en el sentido de que la violencia empobrece y fractura la sociedad. Hacer justicia significa entonces recuperar para la sociedad a la víctima y al victimario; a la víctima, mediante el reconocimiento de su ciudadanía. Son ciudadanos/modelo no porque ellos sean un modelo de ciudadano sino porque ellos representan lo que la ciudadanía no puede ser ya, a saber, excluyente. Todo modelo de ciudadanía excluyente está excluida. ¿Y la recuperación del victimario?, vía perdón. Asunto complicado. El laico Primo Levi dice no entender qué significa eso, cuando alguien le pide que le perdone. El comunista Robert Antelme se permite señalar que el límite del perdonar es la venganza, es decir, que la venganza no puede ser la excusa para no perdonar. Eduardo Madina explica que la dificultad para perdonar es que el que le hizo daño no tiene rostro, ni nombre ... dando a entender con ello que uno adquiere rostro y nombre cuando se hace cargo de la acción, de que le han hecho daño. El reconocimiento del daño como condición del perdón. El perdón es gratuito (lo otorga la víctima) pero no gratis: supone que el victimario reconozca el daño que hizo y que lo que hizo no es una regla de convivencia. Tiene que convertirse en un militante de la paz. Entonces es posible hablar de reconciliación.

Reyes Mate (Conferencia inaugural del curso de verano Memorias controvertidas: España, Alemania, Austria, en El Escorial, 16 de julio 2012)


Notas:
(1) Cf. Mate, Reyes, 2011, Tratado de la injusticia, Anthropos, Barcelona.


Bibliografía:
Intervista a Primo Levi ex deportato. A cura de  Anna Bravo e Federico Cereja, Einaudi, 2011, Torino.
Antelme, R. 2010, Vengeance?, Hermann, Paris.
Madina, E. y otros, 2008, El perdón, virtud política, Anthropos, Barcelona.