1.
Presentar un libro es un momento festivo si por tiempo festivo entendemos, como
en la cultura judía, no día de descanso sino tiempo privilegiado que da sentido
al tiempo laborable. En este caso el libro daría sentido, a través de sus
ensayos, a la profesión del teatro pero también a otros campos implicados como
es la propia filosofía
La obra de Juan Mayorga -él mismo
filósofo y matemático- admite muchas lecturas. Yo voy a poner el acento en su
dimensión filosófica. La relación entre teatro y filosofía viene de antiguo (la
filosofía y la tragedia son contemporáneas) lo que no quiere decir que no sean
unas relaciones conflictiva: la filosofía echaba en cara a la tragedia falta de
rigor conceptual y la tragedia a la filosofía que no tuviera vida. Platón, sin
ir más lejos, pone a caldo a los
“poetas” (que son los autores de las tragedias) porque presentan unos dioses
que son cómplices del mal y porque nos ofrecen como modelos de vida a héroes
que matan al padre o se casan con la madre. Eso no puede ser. Menos mal que
Aristóteles arregla los desperfectos al decir que hay más verdad en la poesía
que en la (ciencia) histórica. Aristóteles
dice literalmente que: “la poesía es más verídica que la historia” en La Poética, cap. IV (¡lo que dirían
nuestros historiadores que ya se molestan con la memoria histórica si encima
les dice que hay más realidad en la memoria que en la historia!). Unas
relaciones conflictivas, pues, pero necesarias ya que sin filosofía la tragedia perdería pretensión
de verdad, y, sin tragedia, la filosofía quedaría seca. Esa necesidad explica
que la filosofía se pregunte una y otra vez por el origen (“Ursprung”) de la
tragedia (es el caso de Nietzsche) o del drama barroco (caso de Benjamin)…entendiendo
por origen no el comienzo de una historia sino el sentido de esa expresión
artística, esto es, su relación con la verdad. Una larga historia que se
consuma en Heidegger cuando decreta que la verdad no tiene que ver con el
conocimiento filosófico sino con el acontecimiento artístico. Luego volveré
sobre ello.
2.
El teatro de Juan Mayorga se inscribe en este contexto filosófico. De él se
dice que es “un teatro de ideas”… pero no de cualquier idea, sino de esas pocas
ideas que son como las madres fáusticas de Benjamin: ideas madres que congregan
los grandes asuntos de la existencia. Ideas como libertad o verdad o representación. ¿Qué
relación puede haber, por ejemplo, entre libertad y teatro? Juan Mayorga dice
que él ve el mundo “sub specie theatri”, por eso cuando escribe un texto lo que
busca es ”despertar el deseo de teatro” o ”provocar ese hecho social que es el
teatro” (ib. 460). Mayorga lo ve todo “sub specie theatri” (el mundo como
teatro, el theatrum mundi) porque el tema del teatro es el de la libertad. Y lo
explica así: cada uno de nosotros encarnas varios personajes. El problema es entonces
hasta qué punto somos autores-escritores o no de esos personajes. Seremos
libres en la medida en que seamos autores; en la medida en que nos enfrentemos
críticamente a los textos que leemos o que nos leen, incluidos los del propio
Mayorga.
Y junto a la libertad, la verdad, su
compromiso con la verdad. De Juan se puede decir lo que dice Volodia en El Crítico “detectar lo inauténtico:
desde niño tuve un olfato animal para eso. Un sexto sentido”. Y en otro lugar:
“si hay un arte que tiene por misión decir la verdad, ese es el teatro” (ib.323):
por su dimensión política, porque implica y compromete a la polis. Ahora bien,
plantearse la verdad desde el teatro no es una opción fácil ni evidente, porque
el teatro es mentira, es ficción ¿cómo distinguir la verdad de la ficción? Denunciar
la teatralidad de la vida, como en Famélica,
es un valioso gesto crítico, pero, si todo es teatro, no será fácil
convencernos de la vitalidad, de la realidad, de la verdad del teatro. Entendemos
que la vida o buena parte de la vida merezca ser tratada como una mentira, pero
nos cuesta más descubrir vida o verdad en la mentira, en la ficción, en el
teatro. ¿Cómo se entiende esto? Juan
dice que hay un “pacto teatral” entre la obra y el espectador (ib. 478), en
virtud del cual acordamos que la verdad no pasa por la representación, que es
un artificio (a nadie se le ocurriría abrigarse en pleno invierno moscovita con
la capa de atrezzo de un personaje de Brecht pues se moriría de frío), sino por
su capacidad de desocultamiento de la verdad: teatro es lo que les hace hacer
el Comandante del campo a los deportados judíos en Himmelweg. La verdad teatral consiste en mostrar lo que hay tras esas puertas rotuladas como colegio, sinagoga, teatro, Himmelweg: si en un gesto teatral osamos
abrir esas puertas veremos que, tras esos rótulos convencionales, lo que hay es
un camino al infierno, un gran decorado donde se sacrifica la vida que esos
rótulos deberían amar, proteger y desarrollar. Esa tarea de desocultamiento
explicaría el peso en su obra de figuras como el traductor o la práctica como
adaptador, mediando entre dos tiempos; el arte como desplazamiento; el doble,
el crítico (ib.453). La elipse -que da
título al libro pero que también es símbolo de toda su obra- describiría no
sólo la relación entre dos momentos distintos u opuestos que se fecundan mutuamente,
sino también ese enfrentamiento sin cuartel entro lo oculto y el claro como
momentos de la verdad. Heidegger dice que el artista crea. Crear en alemán es “schöpfen”
que originariamente significa “sacar del pozo”. La verdad consiste en traer a
la luz, pero sin caer en la ingenuidad de que esa exposición, ese “claro del
bosque”, sea algo si oculta a su vez la oscuridad de la que procede. El trabajo
de búsqueda sigue: “la verdad nos huye” dice Benjamin y recuerda Mayorga, de ahí
la necesidad de la reescritura.
3.
El teatro de Juan Mayorga goza de gran reconocimiento. No ha sido fácil, no le
ha venido dado, pero lo ha logrado. Hay en él elementos que podrían explicarlo:
toma en serio al espectador. Y “respetar a alguien empieza por esperar algo de
él”. Mayorga espera y exige algo del espectador. Ese es un punto también que ha
dado con la tecla de Aristóteles cuando recomienda que el teatro no aburra ni
abrume: “intento que mi teatro sea al tiempo culto y popular, exigente sin ser
elitista”; “que sea profundo y al mismo tiempo accesible al común” (ib. 487). Pero
hay otro elemento en su teatro que va a contracorriente (y que por tanto
debería dificultar su recepción), pero que deberá ser tenido muy en cuenta:
Mayorga no quiere que la gente vaya al teatro a pasar un rato (aunque con él se
lo pasa bien): quiere que el espectador haga una experiencia. Y eso no es fácil
para la experiencia se necesita tiempo que es lo que no tenemos. Benjamin
hablaba de la “dialéctica en suspenso” (Dialektik
im Stillstand). Esa suspensión del ritmo es lo que le ocurre a Don Quijote
en la cueva de Montesinos: el caballero manchego pasa dentro un rato, el tiempo
de una función, e imagina que ha estado una eternidad porque ha experimentado
otros mundos. El dramaturgo se plantea convertir cada función en una “cueva de
Montesinos” para hacer una experiencia que desoriente al espectador hasta el
punto de que salga y no sepa volver a su casa, a sus lugares conocidos, que
cuestione sus certezas, que se lleve una pregunta para la que no hay respuesta.
Decía Kafka que el artista da la hora por adelantado, esto es, se adelanta a
los acontecimientos. Ocurrió a Mayorga y Cabestany con La Boda de Ana que adelantó lo que luego supimos (aunque en honor
de la verdad hay que decir que se quedaron cortos. Vamos que adelantaron poco.
Habría que retomar el asunto). Heidegger radicalizaría esta idea diciendo no
que el arte “anticipe” el conocimiento de la verdad sino que la verdad acontece
en el arte. No en la filosofía sino en el arte, lo que viene a decir que el
arte no es mímesis o representación de una realidad dada sino que es el
acontecimiento en que se nos revela la realidad.
Estas ideas tan abstractas hemos
tenido ocasión de comprobarlas en el Instituto de Filosofía al contacto con el
teatro de Juan Mayorga: podemos dar fe los que le hemos conocido en los
seminarios del proyecto “Filosofía después de Auschwitz” y, sobre todo, en su
seminario sobre “Teatro y filosofía” impartido a lo largo de tres años. El
filósofo tiende a pensar o escribir de cara a la pared (mirando a su
biblioteca); el teatro, por el contrario, es política, “la más política de las
artes”, porque convoca a un público para interactuar y esto convierte a la
función teatral en un hecho actual, contemporáneo, singular. La presencia de
Juan Mayorga nos ha planteado la actualidad de la filosofía. Su teatro debería
ser un revulsivo para una filosofía que se muere en los despachos. Dice él que “si
la filosofía fuera ( en vez de un diálogo con la pared) un examen comunitario
sobre el uso de la palabras, una conversación en torno a unas pocas palabras,
en torno a cómo esas palabras están atravesadas por la vida … entonces
filosofía y teatro estarían muy próximos … Por eso digo que el teatro no debe
aspirar a una filosofía que lo legitime, sino a una filosofía que lo prolongue”
(ib. 322). Es una afirmación generosa y modesta por su parte porque quizá
habría que decir no que el teatro es la prolongación de la filosofía sino que
ésta, como todo pensar, acontece en la obra de arte. Sería entonces el teatro
lo que diera que pensar a la filosofía.
Reyes
Mate (Presentación del libro de Juan Mayorga, Elipses, en la librería Rafael Alberti, Madrid, 20 de diciembre 2016)