10/5/17

Presentación del libro de David Galcerà "La pregunta por el hombre: Primo Levi y la zona gris"

1. ¿Por qué de nuevo Auschwitz, el campo? Hubo un tiempo en el que esta pregunta hubiera sido innecesaria: no había Levi, por tanto no tenía sentido preguntar por qué  más Levi. Cuando comenzamos en 1991 a trabajar sobre La Filosofía después del Holocausto, decíamos “en España no hay cultura del holocausto”. No había nada: ni libros, ni sensibilidad, ni conocimientos. Hoy, sí: ya no está en peligro la memoria de Auschwitz. Algunos piensan incluso que hasta puede haber un empacho… Porque, según ellos, estaríamos en la era post-Auschwitz o en la post-memoria (tiempos pues de la historia y no de la memoria).

            Mi pregunta es ¿estamos en la post-memoria o en el post-Auschwitz como piensan los que dicen que ya está bien de Auschwitz o de las víctimas? ¿Qué significa hablar de post-Auschwitz? Fijémonos que significa “post”: dejar atrás, haber superado un momento; post-modernidad: dejar atrás o de lado el proyecto ilustrado sea porque está realizado sea porque no hay que realizarle. ¿Hemos superado Auschwitz? No me refiero sólo a si están o no vigentes las lógicas que llevaron a la barbarie (la lógica del progreso), sino a esto otro: si ya hemos superado el deber de memoria porque el post-Auschwitz es la negación del deber de memoria.


            El deber de memoria es algo más que un buen sentimiento (acordarse de los judíos, de lo mal que lo pasaron). No es acordarse de los muertos, de Auschwitz o de Montjuic, no, sino entender que allí ocurrió algo impensable, inimaginable: un genocidio singular: muerte física y hermenéutica. No debía quedar nada. Si hoy sabemos algo es porque Hitler fue vencido. Y cuando eso ocurre se convierte en lo que da que pensar. No podemos pensar de la misma manera porque somos capaces de hacer lo que no somos capaces de pensar. Primo Levi lo dice claro: "El acontecimiento es algo que trasciende la verdad y no sólo porque es inefable (inexpresable), o porque no es reducible a términos lógico-racionales. Hay algo más: el acontecimiento es, desde un determinado punto de vista, perfectamente inconmensurable. Es algo que no se identifica con la idea de verdad, al menos en la versión racionalista con la que la expresamos”. El acontecimiento rompe el marco interpretativo que lleva el intérprete de casa y obliga a crear uno nuevo, por eso el acontecimiento desencadena el pensamiento. Lo que hemos hecho es lo que nos debe guiar. Cada vez que nos planteemos un proyecto de vida, político, tenemos que pensárnoslo dos veces: porque nos puede llevar a lugares que no prevemos. De ahí el deber de pensar todo a la luz de la barbarie. Lo importante en política no es traer la felicidad a este mundo sino evitar la infelicidad. Una cura de modestia pero que puede evitar la catástrofe.

            Y precisamente por eso, porque no estamos en tiempos de post-memoria sino del deber de memoria, es por lo que merecía la pena hacer una investigación sobre la zona gris y publicar un libro como el de David Galcerà. Este es un libro necesario porque lleva a cabo lo que es un pensar contemporáneo consciente del deber de memoria; y actual porque trata de un tema como enseguida veremos que nos envuelve como una nube

2. ¿Por qué ahora Primo Levi? Hay muchos supervivientes notables: algunos han sido premios Nobel (Imre Kertész y Elie Wiesel); otros prominentes que nos son cercanos con gran proyección cultural y literaria (como Jorge Semprún); o política (como Robert Antelme)  o filosófica (como Hans Meier-Jean Améry) o poética (como Paul Celan). Ana Frank conmovió a la opinión pública como ningún otro…

            Pero había que hablar de Primo Levi. Tomarle como objeto de investigación es un gran acierto por lo que Levi significa como testigo y como intérprete de la experiencia de barbarie. Primo Levi es especial como testigo por dos razones: por su credibilidad y por la calidad de su testimonio. En primer lugar, por su credibilidad. Enumero algunos rasgos: nunca se le ha pillado en un renuncio (a otros sí); habla mientras es capaz de revivir dolorosamente su experiencia. Y deja de hablar cuando “se siente un mercenario” (no quería repetirse nunca); no busca el aplauso ni el reconocimiento: los supervivientes no son héroes (como los resistentes), ni santos ("la santidad sólo era posible antes del final; nos salvamos los peores…"); reconoce sus límites: no habla en lugar de los musulmanes; huye del victimismo en cualquiera de sus versiones: no se apropia del dolor ajeno como hacen esos descendientes que utilizan el dolor de los abuelos para sacarles rentabilidad, ni se desentiende del sufrimiento ajeno, por eso no busca la empatía de los lectores sino que se pregunten por los victimarios: qué hubieran hecho ellos en su lugar. Se lo pregunta él de sí mismo.

            Sobresale la calidad de su testimonio. Su libro Si esto es un hombre, resulta insuperable en la forma medida del testimonio: escribe teniendo en cuenta al lector y no proyectando sobre él toda su amargura; le importa la verdad aunque duela: “es vanidad llamar gloriosa la muerte de las innumerables víctimas de los campos. No fue gloriosa, fue una muerte inerme y desnuda, ignominiosa e inmunda". No fue honorable la experiencia en el campo como tampoco, dice, la de la esclavitud; le preocupa la ética y para eso nos da pistas que no encontramos en ningún manual ni en ningún tratado de cualquiera de los muchos profesores y profesoras de ética que abundan por el mundo, a saber, que la dignidad no es una buena base para levantar una teoría de la ética porque en el campo para vivir había que sacrificarla; que si queremos entender algo de ética, estremecedora por sus consecuencias. Dice: “para entender el naufragio moral de Auschwitz no sólo hay que mirar a los verdugos también al comportamiento de las propias víctimas”.

            En España hay muchos profesores y profesoras de ética: nadie osa acercarse a Levi; nadie se plantea la ética desde el naufragio moral de la humanidad sino que prefieren navegar haciendo abstracción del naufragio. Como si todos fuéramos angelitos y conversáramos amigablemente sobre las reglas que según la mayoría deberían regir nuestras conductas privadas y públicas.

            También sobresale Levi en la interpretación de los hechos. Hay que hablar de la hondura de esa interpretación en Los hundidos y los salvados. Es una lección de sabiduría. Será difícil encontrar en los libros del siglo XX uno que le iguale. Cada frase es una tesis. Entre los temas magistrales: el de la zona gris… fundamental por su alcance y por su dificultad. No podía ser que ni en España ni en el mundo hispanohablante no hubiera una monografía sobre estos temas. Ahora lo hay gracias a David Galcerá.

            Levi asocia la figura de la zona gris a un partido de fútbol…  un singular partido de fútbol que, según Giorgio Agamben, sigue jugándose. El autor nos recuerda que hay un film de John Huston estrenado en 1981, titulado “Evasion o victoria”, interpretada por Sylvester Stallone, Michael Caine y el propio Pelé cuyo tema es un partido de fútbol que transcurre en el campo de concentración de Gensdorff. Un oficial nazi, entusiasta del fútbol, decide organizar un encuentro entre carceleros alemanes y prisioneros. Los prisioneros engatusan a los nazis, dejándose ganar en la primera parte para, durante el descanso llevar a cabo la fuga prevista. Es una película. Ese partido tuvo lugar de hecho en Auschwitz. Da fe de ello Primo Levi, en Los Hundidos y los Salvados, (1989, Muchnik, 46) que se lo oyó contar a Miklos Nyiszli, un médico judío húngaro que trabajaba a las órdenes de Mengele. Fue un partido entre los SS que estaban de guardia en el crematorio y miembros de un Sonderkommando, encargados de las tareas más miserables. Por un momento olvidan su condición inhumana y se entregan a la pasión del juego, a la camaradería de la competición, a las bromas y chanzas del lance, a cruzar apuestas de igual a igual con sus verdugos. Es un juego macabro pues en esa pérdida momentánea de su condición de víctima ven los verdugos el momento de máximo triunfo. Dice Levi: “Nada semejante ha ocurrido nunca, ni habría sido concebible, con las demás categorías de prisioneros, pero con ellos con “los cuervos del crematorio”, las SS podían cruzar las armas, de igual a igual o casi. Detrás de este armisticio podemos leer una risa satánica: está consumado, lo hemos conseguido, no sois ya la otra raza, la antirraza, el mayor enemigo del Reich Milenario; ya no sois el pueblo que rechaza a los ídolos. Os hemos  abrazado, corrompido, arrastrado al polvo como nosotros. También vosotros como nosotros y como Caín, habéis matado a vuestro hermano. Venid, podemos jugar juntos”. Ese partido representa la tragedia de la zona gris.

            Pasemos de la imagen al concepto y analicemos ahora el concepto de zona gris. El autor distingue varias acepciones del término: en sentido estricto, en sentido vago, en sentido metafórico. En sentido estricto: zona gris es ese espacio confuso que se crea en torno a la cámara entre víctimas y victimarios en el que todos hacen lo mismo, a saber, alimentar la fábrica de muerte; en sentido vago: formas de colaboración, en general forzada, entre víctimas y victimarios, por ejemplo, los Judenräte o el colaboracionismo con los enemigos; usos derivados… Levi se detiene en la primera acepción denunciando la zona gris como la forma más perversa de inmoralidad pues el victimario quería privar a la víctima de su condición, de su inocencia ¿cómo? animalizando a la víctimas y colocándola a la altura inhumana del amo.

            Conviene detenerse en el alcance ético de la zona gris. La ética que nos enseñan está relacionada con la dignidad, pero en el campo las víctimas no tuvieron dignidad. Y Levi lo hace ver, por ejemplo, comentando el partido de fútbol. El interés de los nazis es privar de superioridad moral a los judíos. Odiaban de los judíos su contribución ética. Palabas como culpa, humanidad, universalidad, perdón eran malditas. Para los nazis, aquel partido de fútbol fue un triunfo: “Os hemos  abrazado, corrompido, arrastrado al polvo como nosotros. También vosotros como nosotros y como Caín, habéis matado a vuestro hermano. Venid, podemos jugar juntos. De nuevo el comportamiento indigno cuando por miedo no se descubren ante un héroe. Levi cuenta que un prisionero va a ser ajusticiado por intentar entrar en contacto con los insurrectos de Birkenau. Es un escarmiento. El condenado consigue decirles, para darles ánimo, “compañeros yo soy el último”. Pero ninguno de ellos es capaz de un gesto de complicidad o agradecimiento. Callan. El comentario de Levi: “destruir al hombre es difícil, casi tanto como crearlo; no ha sido fácil, no ha sido breve, pero lo habéis conseguido, alemanes”. No han tenido el valor de descubrirse ante un héroe. Lo harán cuando se lo manden los carceleros. Indignidad del rabino que daba gracias a Yahvé por haberse salvado de la selección: “si yo fuera Dios, le escupiría en el rostro”, comenta Levi; indigna es la historia del jefe judío del Judenrat de Lozdt, Rumkowski, un extravagante personaje, un reyezuelo, que montó un negocio con los nazis: trabajo (beneficios) por vidas. El comentario de Levi: no hubo dignidad pero ¿eran inmorales? Ojo con ese juicio, lo que él propone es otra ética, a partir de la pregunta “si esto es un hombre”. Ética exigente pues supone el fin de la ética de la buena conciencia que era también la de los nazis. La nueva ética será de la alteridad. Tiene dos aspectos: aclarar, en primer lugar, si esos seres deshumanizados pertenecían a la especie humana. Los nazis les trataban como animales para que lo asumieran, pero los ingleses en Bergen Belsen acabaron dando razón a los nazis: "¡son animales¡", decían por cómo se comportaban. No es fácil responder a esa pregunta. Sería necesario distinguir entre ser humano y sus circunstancias, nosotros tendemos a juzgar al ser humano por su circunstancias: si es pobre, si es negro, si es moro… La ética de la alteridad es una ética de la compasión: hacerse cargo del otro para ser uno sujeto moral.

            Concluyendo: Levi es actual porque abundan las zonas grises y por tanto la tentación de exculpación: todos culpables, y por tanto todos inocentes. No. Levi dice: hay víctimas y hay verdugos. Y esto vale en Auschwitz, en el País Vasco y en la vida cotidiana. Reconozcamos también que la ética de la alteridad está por construir. Dominan las éticas de la buena conciencia o las deliberativas o las del olvido. Y una última reflexión: el campo puede volver. Levi: "la doctrina de la que nacieron los campos de concentración era muy simple, y por eso precisamente muy peligrosa: todo extranjero es un enemigo, y todo enemigo debe ser eliminado; y es extranjero todo aquel que se perciba como distinto, por su idioma, religión, apariencia, costumbres e ideas". La doctrina del campo era muy simple: nosotros y los otros; el amigo y el enemigo; las fronteras, los muros tanto los visibles como los invisibles… De ahí a las identidades asesinas, excluyentes, no hay más que un paso…que vamos dando. Un sabio, Franz Rosenzweig, decía a propósito de la identidad: todos tenemos una casa (nacemos en un territorio, con una lengua, una religión, unas costumbres) pero somos más que la casa: podemos irnos, podemos cambiar, todos habitar otras… El hombre es un animal que tiene patas para desplazarse y no raíces, como las plantas, para no moverse del sitio.

            David Galcerà ha conseguido un libro claro y profundo, lleno de sorpresas y matices, con la virtud de precisar un tema como el de la zona gris que por su exigencia está siempre amenazado. Gracias también a la Editorial Anthropos. Sin ella estos temas no serían lo que son. Esta editorial tiene el mérito de haber abierto líneas nuevas, descubierto autores y promocionado proyectos de investigación, en condiciones difíciles. Todo ha sido posible gracias al saber hacer y a la entrega de quienes la crearon y mantienen.


Reyes Mate (Presentación del libro de David Galcerà, 2016, La pregunta por el hombre: Primo Levi y la zona gris, Anthropos, Barcelona, en el Memorial Democràtic de Barcelona, el 15 de marzo de 2017)