La entrega definitiva de sus armas,
tras siete años sin violencia, carece de valor en sí misma. En nada limita la
capacidad de fuego de ETA, ya extinta, ni aporta algo a la lucha antiterrorista
que ha ganado la batalla a los violentos. Tiene, eso sí, un valor simbólico. Es
un gesto público destinado a ser canjeado sea por beneficios penitenciarios
para los presos etarras, sea por un relato de su historial que mejore el lugar
de la organización y, sobre todo, de los entornos favorables con los que ha
contado en el pasado y en el presente. Son muchos los que necesitan lavar su
compresión, su silencio o su indiferencia.
Por lo que respecta a la política
penitenciaria, debería estar guiada por el principio de aliviar al máximo el
sufrimiento causado por la pena, independientemente del desarme. Es un
principio humanitario que tiene un largo recorrido porque si se les acerca al
País Vasco o se les mejora la situación carcelaria para que ellos y los suyos
sufran menos, se les podrá entonces exigir que ellos contribuyan en nombre del
mismo principio a aliviar el sufrimiento de las víctimas y sus familiares en
orden, por ejemplo, a la reconstrucción de la verdad. Decir dónde y cómo
murieron algunas de esas víctimas no tendría que ser visto como delación sino
como expresión del mismo ideal humanitario que a ellos beneficia.
Pero es en el capítulo del relato
donde algunos esperan sacar los mayores réditos. Se habla mucho del relato
plural dando a entender que aquí hay muchas verdades y que si al final hay paz
es porque todo el mundo ha puesto su granito de arena, también ETA. Se puede
decir lo mismo recurriendo al tópico de que “ha habido errores por ambas
partes” con lo que no puede haber “ni vencedores ni vencidos” sino un discurso
“matizado o plural”. Primo Levi acuñó la expresión zona gris para significar esa situación confusa en la que prisioneros
judíos, -los miembros de los famosos Sonderkommandos-
estaban obligados a consumar el asesinato de sus propios compatriotas,
conduciéndoles a las cámaras de gas, incinerándoles en los hornos crematorios y
aventando sus cenizas. Levi creó ese concepto no para sumarse a la confusión
sino para deshacerla. Y lo que dijo es que, en ese caótico mundo
concentracionario, hubo víctimas y hubo verdugos.
Para aclarar el debate sobre la
pluralidad de relatos habría que distinguir tres tipos de discursos: el de la vivencia subjetiva de lo
acontecido, el del conocimiento de los hechos y el de la transmisión de su
significación. En cuanto a la vivencia subjetiva, cada cual lo hace a su manera
por eso cada uno cuenta la feria como le fue en ella. La pluralidad es lógica.
En cuanto al relato de los hechos, no debería ser imposible tener un relato
aceptado por la mayoría en lo referente al conocimiento de los hechos y esto no
por imposición oficial sino como el resultado de las investigaciones de los historiadores.
Naturalmente que puede y debe haber una pluralidad de enfoques y que el relato
histórico está sometido a la aparición de nuevos hechos. Pero los distintos
enfoques, si están fundados, serán complementarios y no excluyentes.
Otra
cosa es la interpretación (moral) de los hechos. No es lo mismo la
interpretación de la conquista española que se hacía y se hace en las escuelas
españolas que la que hicieron y hacen los descendientes de los indígenas (y que
el antropólogo mexicano León Portilla recogió en un libro conmovedor titulado La
visión de los vencidos). Una cuenta el pasado desde el sufrimiento del
vencido y la otra desde el orgullo del vencedor. ¿Significa eso que hay que
aceptar una pluralidad de relatos en el sentido de que todos tienen su verdad y
están legitimados y deberían coexistir? En absoluto. No puede haber pluralidad
moral de relatos. Hay un criterio de verdad que debería graduar la valoración
de los relatos, a saber, la explicación que demos al hecho de utilizar el
sufrimiento ajeno como arma política. Cuando ese sufrimiento se traducía en
muertes, secuestros, amenazas o extorsiones, lo que tenemos que preguntarnos es
si la muerte o la amenaza de muerte es un medio legítimo para alcanzar un fin
político. El relato moral tiene que estar guiado por esa pregunta. Y como la
respuesta no puede ser otra que la que dio el humanista Castellio al tirano
Calvino -"Matar a un hombre es matar
a un ser humano y no defender una doctrina"- no hay lugar para una
pluralidad de relatos morales. La única significación moral de la violencia
etarra es el reconocimiento de su inutilidad e injusticia.
De nada servirán la entrega de las
armas o la futura disolución si nos lo presentan como méritos canjeables por
beneficios. Ese tiempo ya pasó. Lo que la sociedad sí sabrá reconocer es que
quien mató o aterrorizó reconozca ahora el daño causado y muestre la mejor
disposición a reparar lo reparable y a hacer memoria de lo irreparable. Y bien
harán los reclusos etarras en desconfiar de discursos del entorno abertzale más
orientados a justificar complicidades vergonzosas que a salvarles a ellos. Lo
que ocurre es que esa palabra responsable no acaba de llegar. Se la callan los
presos y tampoco la propician los mediadores, políticos incluidos, seducidos por
la aparatosidad de un gesto desgastado que ya no dice nada.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 1 de
marzo 2017)