5/6/17

Armas que sobran, palabras que faltan

            La entrega definitiva de sus armas, tras siete años sin violencia, carece de valor en sí misma. En nada limita la capacidad de fuego de ETA, ya extinta, ni aporta algo a la lucha antiterrorista que ha ganado la batalla a los violentos. Tiene, eso sí, un valor simbólico. Es un gesto público destinado a ser canjeado sea por beneficios penitenciarios para los presos etarras, sea por un relato de su historial que mejore el lugar de la organización y, sobre todo, de los entornos favorables con los que ha contado en el pasado y en el presente. Son muchos los que necesitan lavar su compresión, su silencio o su indiferencia.

            Por lo que respecta a la política penitenciaria, debería estar guiada por el principio de aliviar al máximo el sufrimiento causado por la pena, independientemente del desarme. Es un principio humanitario que tiene un largo recorrido porque si se les acerca al País Vasco o se les mejora la situación carcelaria para que ellos y los suyos sufran menos, se les podrá entonces exigir que ellos contribuyan en nombre del mismo principio a aliviar el sufrimiento de las víctimas y sus familiares en orden, por ejemplo, a la reconstrucción de la verdad. Decir dónde y cómo murieron algunas de esas víctimas no tendría que ser visto como delación sino como expresión del mismo ideal humanitario que a ellos beneficia.

            Pero es en el capítulo del relato donde algunos esperan sacar los mayores réditos. Se habla mucho del relato plural dando a entender que aquí hay muchas verdades y que si al final hay paz es porque todo el mundo ha puesto su granito de arena, también ETA. Se puede decir lo mismo recurriendo al tópico de que “ha habido errores por ambas partes” con lo que no puede haber “ni vencedores ni vencidos” sino un discurso “matizado o plural”. Primo Levi acuñó la expresión zona gris para significar esa situación confusa en la que prisioneros judíos, -los miembros de los famosos Sonderkommandos- estaban obligados a consumar el asesinato de sus propios compatriotas, conduciéndoles a las cámaras de gas, incinerándoles en los hornos crematorios y aventando sus cenizas. Levi creó ese concepto no para sumarse a la confusión sino para deshacerla. Y lo que dijo es que, en ese caótico mundo concentracionario, hubo víctimas y hubo verdugos.

            Para aclarar el debate sobre la pluralidad de relatos habría que distinguir tres tipos de discursos: el de la vivencia subjetiva de lo acontecido, el del conocimiento de los hechos y el de la transmisión de su significación. En cuanto a la vivencia subjetiva, cada cual lo hace a su manera por eso cada uno cuenta la feria como le fue en ella. La pluralidad es lógica. En cuanto al relato de los hechos, no debería ser imposible tener un relato aceptado por la mayoría en lo referente al conocimiento de los hechos y esto no por imposición oficial sino como el resultado de las investigaciones de los historiadores. Naturalmente que puede y debe haber una pluralidad de enfoques y que el relato histórico está sometido a la aparición de nuevos hechos. Pero los distintos enfoques, si están fundados, serán complementarios y no excluyentes.

            Otra cosa es la interpretación (moral) de los hechos. No es lo mismo la interpretación de la conquista española que se hacía y se hace en las escuelas españolas que la que hicieron y hacen los descendientes de los indígenas (y que el antropólogo mexicano León Portilla recogió en un libro conmovedor titulado La visión de los vencidos). Una cuenta el pasado desde el sufrimiento del vencido y la otra desde el orgullo del vencedor. ¿Significa eso que hay que aceptar una pluralidad de relatos en el sentido de que todos tienen su verdad y están legitimados y deberían coexistir? En absoluto. No puede haber pluralidad moral de relatos. Hay un criterio de verdad que debería graduar la valoración de los relatos, a saber, la explicación que demos al hecho de utilizar el sufrimiento ajeno como arma política. Cuando ese sufrimiento se traducía en muertes, secuestros, amenazas o extorsiones, lo que tenemos que preguntarnos es si la muerte o la amenaza de muerte es un medio legítimo para alcanzar un fin político. El relato moral tiene que estar guiado por esa pregunta. Y como la respuesta no puede ser otra que la que dio el humanista Castellio al tirano Calvino -"Matar a un hombre es matar a un ser humano y no defender una doctrina"- no hay lugar para una pluralidad de relatos morales. La única significación moral de la violencia etarra es el reconocimiento de su inutilidad e injusticia.

            De nada servirán la entrega de las armas o la futura disolución si nos lo presentan como méritos canjeables por beneficios. Ese tiempo ya pasó. Lo que la sociedad sí sabrá reconocer es que quien mató o aterrorizó reconozca ahora el daño causado y muestre la mejor disposición a reparar lo reparable y a hacer memoria de lo irreparable. Y bien harán los reclusos etarras en desconfiar de discursos del entorno abertzale más orientados a justificar complicidades vergonzosas que a salvarles a ellos. Lo que ocurre es que esa palabra responsable no acaba de llegar. Se la callan los presos y tampoco la propician los mediadores, políticos incluidos, seducidos por la aparatosidad de un gesto desgastado que ya no dice nada.


Reyes Mate (El Norte de Castilla, 1 de marzo 2017)