Tras casi cinco años de crisis las cosas
están cada vez peor. Como en la tragedia Antígona
de Sófocles el único consuelo que nos queda es saber que las noticias de hoy
siempre serán mejores que las de mañana. Hartos de gritar en vano, de protestar
sin conseguir nada, de jurar y de maldecir, empieza a abrirse camino el
lenguaje apocalíptico.
Que entre la literatura de protesta
que circula por los grandes almacenes figure la edición completa del Apocalipsis de San Juan, señal es de
que, faltos de palabras convencionales para expresar lo que está ocurriendo,
recurrimos a la artillería pesada de las imágenes apocalípticas. En ese extraño
y críptico libro de la literatura cristiana se habla del fin del mundo
provocado no por la fatiga de los materiales sino por la maldad del hombre,
seducido por el mal: "Y vi una bestia que emergía del mar. La tierra
entera iba llena de admiración siguiendo a la bestia; y la adoraron diciendo ¿quién hay parecido a la bestia y
quien luchar puede contra ella?" Todos se sometieron al poder del maligno
hasta el punto de que "ninguno grande o pequeño, rico o pobre, libre o
esclavo, pueda comprar o vender, a no ser el que lleve la marca que es el
nombre de la bestia o el número de su nombre" (Apoc., 13, 4.17). La bestia
controla el mercado y define lo que es bueno o malo. Se habla del fin de este
mundo y también del miedo generalizado porque el final coincide con la llegada
del anticristo. Esas páginas sirven para expresar nuestro miedo basado en la
incertidumbre ante el futuro, en la
inestabilidad laboral, en la desconfianza que despiertan los políticos o en la
impotencia ante la corrupción. Miedo porque nos sentimos al borde del abismo,
llámese quiebra del euro, ruptura de la Unión Europea o despiece del estado de
bienestar.
Surge entonces la pregunta ¿qué
podemos hacer? porque el Apocalipsis
es algo más que una película de cine negro. En un momento clave del libro se
nos dice que cuando El Cordero "abrió el séptimo sello, se hizo silencio
en el cielo, cerca de media hora". Estamos en esa "media hora"
antes de que se desvele el secreto. No olvidemos que apocalipsis significa
revelación y de lo que se trata es de aclararnos el destino de un mundo sumido,
en tiempo de San Juan pero también ahora, en una profunda tribulación.
Podemos desde luego no hacer nada y
dejar que los tiempos sigan su curso hacia la catástrofe. Es lo que está
ocurriendo. Un grupo de prestigiosos economistas sostienen la tesis de que
"la causa de por qué la crisis actual dura tanto, es sencilla: nadie hace
nada ni en Europa, ni en España". Claro que se agitan mucho pero son como
esos batallones que marchan pegando zapatazos sin moverse del sitio. No se hace
nada para cambiar el rumbo de la historia porque a los que pueden hacerlo les
interesa que las cosas vayan así. A los alemanes, por ejemplo, el mercado le
presta dinero sin intereses mientras que España paga una fortuna; y, sin ir tan
lejos, en España durante la crisis los ricos se han hecho más ricos y los
pobres más pobres. Se decía de los nazis que habían conseguido poner la
indignación de los alemanes contra sus miserables condiciones de vida al
servicio de los mismos opresores. Algo de eso está ocurriendo ahora: los
poderes políticos y económicos están utilizando el miedo de la gente para
reforzar sus propias cadenas.
Pero también podemos hacer algo en
esta "media hora" de tregua. No olvidemos que todo el empeño del
autor de Apocalipsis es transmitir esperanza. El secreto que nos quiere
desvelar es que las fuerzas del mal pueden ser vencidas: "y vi un ángel
que bajaba del cielo y se apoderó del dragón y lo encadenó para mil años".
Pero el triunfo que se nos promete no vendrá caído del cielo. Se nos anima a
que lo intentemos porque es posible. El intento consiste en cambiar la forma de
hacer las cosas. Relacionamos cambio profundo con revolución, pero nosotros
estamos en condiciones de decir que las revoluciones que hemos visto o nos han contado
no han cambiado nada. Lo que ha cambiado ha sido la cara de los mandamases: el
zar por Stalin; Bautista por Castro; Somoza por Daniel Ortega... El cambio que
necesitamos se refiere a la forma de entender la política. Se ha convertido en
oro de ley la idea de que si son buenas las macrocifras, todos saldremos
ganando o que hay que atarse el cinturón hoy para ser feliz mañana, es decir,
hemos sacralizado el principio de que hay que sacrificar el presente al futuro
para salir de la crisis. Pero ese viejo principio nunca ha funcionado: las
macrocifras siempre benefician a los mismos; y
cada generación siempre sacrifica a los débiles para holganza de los
fuertes. Es la dura ley del progreso tanto tiempo venerada y hoy en entredicho.
Cambiar esa inveterada lógica política es entender a ese anciano enfermo que se
asomaba a la televisión para decir indignado: "la vida de un ser humano
vale más que todo el oro del mundo". La macrocifra determinante es la que
señale la disminución del sufrimiento y eso puede lograrse incluso en tiempos
de recortes. No se trata tanto de ganar en los grandes números cuanto de
garantizar el umbral de una existencia digna. Para eso hay recursos.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 2 de
febrero 2013)