19/10/18

La renuncia del Papa, un punto de partida


            "Que el Papa se retire es la prueba de que el ministerio es temporal". De entre las reacciones al anuncio de que Benedicto XVI lo deja, no hay, creo yo, ninguna que tenga el alcance de la que acabo de citar, pronunciada por el teólogo alemán que en este momento goza de mayor reconocimiento mundial: Johan Baptist Metz, de la edad de Joseph Ratzinger, aunque muy alejado de él ideológicamente.

            La temporalidad se lleva mal con la religión monoteísta que es el cristianismo donde todo tiende a ser absoluto: Dios es único; la salvación o la condena, eterna; el matrimonio, indisoluble; las verdades dogmáticas, inmutables; la expulsión del paraíso, no tiene vuelta de hoja. La temporalidad se lleva mal con esa religión porque lo que da a entender es que el hombre es finito; su capacidad de comprensión, limitada; el desempeño de los cargos o ministerios es por un tiempo. Naturalmente que un creyente puede contraer compromisos de por vida pero siempre será un compromiso que el tal creyente podrá revisar o confirmar según avance en la vida. Nos condiciona el tiempo, es decir, las circunstancias que envuelven una decisión, igual que nos condiciona el espacio, es decir, el lugar en el que hemos nacido y/o vivimos.


            Dicen los que saben que Benedicto XVI entrará en la historia no por lo que dijo o hizo, sino por irse voluntariamente. Joseph Ratzinger era un gran profesor de teología en la Universidad de Münster, pero no será recordado por ser el teólogo de su tiempo. Pertenece a una generación de teólogos europeos -los Rahner, Congar, Schillebeeckx, Metz- que, ellos sí, son los que han hecho época. Por lo que respecta a su gestión, lo más sobresaliente queda a medio hacer: quiso limpiar la Iglesia y todo indica que ha se ha dado contra un muro que no puede vencer.

            Queda su gesto de renuncia, algo que ha sorprendido por inesperado y que ha descolocado literalmente a los responsables de la Iglesia. Como no podía ser de otra manera, cardenales y obispos se han apresurado a valorar el gesto como un acto de valentía, de coherencia y hasta de ejemplaridad. Pero si el gesto es tan valioso ¿por qué hay que remontarse a quinientos años para encontrar un antecedente? ¿por qué lo que manda no es la temporalidad sino el dicho polaco de que "de la cruz no se baja nadie"? En parte porque pasa en la Iglesia lo mismo que en la política: cuesta dimitir; y, en parte, porque lo que goza de prestigio no es la temporalidad sino el contrato sin fecha de caducidad.

            Sorprende la dimisión ya que  si alguien ha defendido las verdades eternas y absolutas ha sido Joseph Ratzinger. La palabra relativismo le sacaba de quicio pues le sonaba a flojera o miedo a lo absoluto. En su pensamiento no había lugar para el tiempo ni el espacio; ninguna circunstancia podía variar el fondo de las cosas. Por eso él no podía dar mucha importancia al genocidio judío perpetrado por los nazis. Claro que lo condenó sin contemplaciones, pero no había que hacerse demasiadas preguntas, sobre todo si comprometían a la Iglesia o al mismo Dios. Esos millones de inocentes asesinados fueron un acontecimiento, fatal ciertamente, pero que no podía poner patas arriba el plan divino.

            Es verdad que en alguna entrevista había dicho que un Papa podía dimitir si la decisión se tomaba  en tiempos de calma. Se puede discutir si las cosas están calmadas. Lo cierto es que la decisión está suponiendo un terremoto porque si Benedicto XVI reclama la temporalidad del ministerio papal, contraviniendo la creencia generalizada de que uno era Papa de por vida, ¿por qué no reclamar la misma temporalidad para otros asuntos considerados hasta ahora "de por vida"?. Por ejemplo, el matrimonio. Durante mucho tiempo han ido de la mano el dicho "hasta que la muerte os separe", fórmula con la que la Iglesia  expresa la indisolubilidad del matrimonio, con el dictum polaco "de la cruz no se baja nadie", aplicado a la duración del ministerio papal. La temporalidad también podría aplicarse al celibato de los curas. Va ser difícil evitar que eso se plantee.

            Siempre habrá quien diga que no es lo mismo la duración del papado que la del matrimonio, por ejemplo. Pero eso es cosa de leyes y las leyes se cambian. Lo importante es que se valore en estos asuntos el concepto de temporalidad y se rebaje la inflación absolutista y la retórica de las verdades eternas. El hombre camina hacia la verdad pasito a pasito. El filósofo alemán Efraim Lessing lo dejó dicho hace dos siglos con una imagen harto elocuente:"Si Dios encerrara en su mano derecha toda la verdad y en su izquierda el  impulso que mueve a ella, y me dijera: "¡elige!", yo caería, aún en el supuesto de que me equivocara siempre y eternamente, sobre su mano izquierda, y le diría: "¡dámela, Padre" ¡La verdad pura es únicamente para tí!"  No se trata de renunciar a la verdad, ni a la felicidad, ni a la lealtad, ni al compromiso o, como dice el teólogo Metz, al ministerio. Se trata de hacerlo humanamente. Ratzinger lo ha entendido y si ha querido dar ejemplo, habrá que ver hasta donde alcanza el terremoto.

Reyes Mate, (El Norte de Castilla, 2 de marzo 2013)