"Que el Papa se retire es la
prueba de que el ministerio es temporal". De entre las reacciones al
anuncio de que Benedicto XVI lo deja, no hay, creo yo, ninguna que tenga el
alcance de la que acabo de citar, pronunciada por el teólogo alemán que en este
momento goza de mayor reconocimiento mundial: Johan Baptist Metz, de la edad de
Joseph Ratzinger, aunque muy alejado de él ideológicamente.
La temporalidad se lleva mal con la
religión monoteísta que es el cristianismo donde todo tiende a ser absoluto:
Dios es único; la salvación o la condena, eterna; el matrimonio, indisoluble;
las verdades dogmáticas, inmutables; la expulsión del paraíso, no tiene vuelta
de hoja. La temporalidad se lleva mal con esa religión porque lo que da a
entender es que el hombre es finito; su capacidad de comprensión, limitada; el
desempeño de los cargos o ministerios es por un tiempo. Naturalmente que un
creyente puede contraer compromisos de por vida pero siempre será un compromiso
que el tal creyente podrá revisar o confirmar según avance en la vida. Nos
condiciona el tiempo, es decir, las circunstancias que envuelven una decisión,
igual que nos condiciona el espacio, es decir, el lugar en el que hemos nacido
y/o vivimos.
Dicen los que saben que Benedicto
XVI entrará en la historia no por lo que dijo o hizo, sino por irse
voluntariamente. Joseph Ratzinger era un gran profesor de teología en la
Universidad de Münster, pero no será recordado por ser el teólogo de su tiempo.
Pertenece a una generación de teólogos europeos -los Rahner, Congar,
Schillebeeckx, Metz- que, ellos sí, son los que han hecho época. Por lo que
respecta a su gestión, lo más sobresaliente queda a medio hacer: quiso limpiar
la Iglesia y todo indica que ha se ha dado contra un muro que no puede vencer.
Queda su gesto de renuncia, algo que
ha sorprendido por inesperado y que ha descolocado literalmente a los
responsables de la Iglesia. Como no podía ser de otra manera, cardenales y
obispos se han apresurado a valorar el gesto como un acto de valentía, de
coherencia y hasta de ejemplaridad. Pero si el gesto es tan valioso ¿por qué
hay que remontarse a quinientos años para encontrar un antecedente? ¿por qué lo
que manda no es la temporalidad sino el dicho polaco de que "de la cruz no
se baja nadie"? En parte porque pasa en la Iglesia lo mismo que en la
política: cuesta dimitir; y, en parte, porque lo que goza de prestigio no es la
temporalidad sino el contrato sin fecha de caducidad.
Sorprende la dimisión ya que si alguien ha defendido las verdades eternas y
absolutas ha sido Joseph Ratzinger. La palabra relativismo le sacaba de quicio pues
le sonaba a flojera o miedo a lo absoluto. En su pensamiento no había lugar
para el tiempo ni el espacio; ninguna circunstancia podía variar el fondo de
las cosas. Por eso él no podía dar mucha importancia al genocidio judío
perpetrado por los nazis. Claro que lo condenó sin contemplaciones, pero no
había que hacerse demasiadas preguntas, sobre todo si comprometían a la Iglesia
o al mismo Dios. Esos millones de inocentes asesinados fueron un
acontecimiento, fatal ciertamente, pero que no podía poner patas arriba el plan
divino.
Es verdad que en alguna entrevista
había dicho que un Papa podía dimitir si la decisión se tomaba en tiempos de calma. Se puede discutir si las
cosas están calmadas. Lo cierto es que la decisión está suponiendo un terremoto
porque si Benedicto XVI reclama la temporalidad del ministerio papal,
contraviniendo la creencia generalizada de que uno era Papa de por vida, ¿por
qué no reclamar la misma temporalidad para otros asuntos considerados hasta
ahora "de por vida"?. Por ejemplo, el matrimonio. Durante mucho
tiempo han ido de la mano el dicho "hasta que la muerte os separe",
fórmula con la que la Iglesia expresa la
indisolubilidad del matrimonio, con el dictum
polaco "de la cruz no se baja nadie", aplicado a la duración del
ministerio papal. La temporalidad también podría aplicarse al celibato de los curas.
Va ser difícil evitar que eso se plantee.
Siempre habrá quien diga que no es
lo mismo la duración del papado que la del matrimonio, por ejemplo. Pero eso es
cosa de leyes y las leyes se cambian. Lo importante es que se valore en estos
asuntos el concepto de temporalidad y se rebaje la inflación absolutista y la
retórica de las verdades eternas. El hombre camina hacia la verdad pasito a
pasito. El filósofo alemán Efraim Lessing lo dejó dicho hace dos siglos con una
imagen harto elocuente:"Si Dios
encerrara en su mano derecha toda la verdad y en su izquierda el impulso que mueve a ella, y me dijera:
"¡elige!", yo caería, aún en el supuesto de que me equivocara siempre
y eternamente, sobre su mano izquierda, y le diría: "¡dámela, Padre"
¡La verdad pura es únicamente para tí!" No se trata de renunciar a la verdad, ni a la
felicidad, ni a la lealtad, ni al compromiso o, como dice el teólogo Metz, al
ministerio. Se trata de hacerlo humanamente. Ratzinger lo ha entendido y si ha
querido dar ejemplo, habrá que ver hasta donde alcanza el terremoto.
Reyes
Mate, (El Norte de Castilla, 2 de
marzo 2013)