Mayo
es el mes de las flores y de las ferias del libro. También es el aniversario de
una famosa quema de libros hace ochenta años, un 10 de mayo de 1933. Joseph
Göbbels, un escritor fracasado convertido en ministro de propaganda por
decisión del Führer, quería librar a los alemanes de los malos pensamiento y
ofrecerles en bandeja los libros e ideas que estaban a la altura del noble y
superior "espíritu alemán". Convocó a los estudiantes alemanes para
que arrastraran a la plaza pública a todos aquellos títulos, previamente
seleccionados, que pudieran encontrar en sus casas o en las bibliotecas públicas,
para celebrar con ellos un original auto de fe. En todas las grandes ciudades
alemanas se procedió a una quema ritual de los libros malditos.
Uno
de los escritores señalados se encontraba por casualidad en la Opernplatz de
Berlin donde se había instalado la pira sacrificial. El cojitranco Göbbels se
encaramó a un estrado para desgranar entre gestos rabiosos los nombres de los
condenados. Más de un centenar y entre ellos Thomas Mann, Bertold Brecht,
Sigmond Freud, Stephan Zweig, amén de traducciones de Gorki, Dos Passos o
Hemingway. También estaba el suyo, Erich Kästner, el inolvidable autor de
relatos infantiles pero escritos para adultos. Como no se lo esperaba quedó
estupefacto. El asombro le duró un minuto pues alguien le descubrió y al grito "¡ahí
está Kästner!" se sintió como desnudo ante la multitud que le miraba con
ira. Pudo escapar de aquel infierno mientras se decía a si mismo que el crimen
que los estudiantes alemanes cometieron aquella tarde era el anuncio de su
propio suicidio. Recordó las palabras de otro autor judío, Heinrich Heine, que
ante un espectáculo semejante había escrito: "allí donde se queman libros,
acaba quemándose hombres".
La
quema de libros es un viejo recurso de los tiranos y tiranías que en la
historia ha habido. Hay un testimonio de Tácito, del año 96, que parece escrito
en el siglo XX. Señala que lo que se pretende con la quema de libros es
"acallar la voz del pueblo, la libertad y la conciencia". Y los que
sobreviven a esas tiranías pirómanas son conscientes de que les han
"robado los muchos años que se necesitan para pasar de la infancia a la
madurez", por eso "fuimos condenados a la estupidez". En la
Plaza de la Ópera de Berlín había corresponsales españoles. Las crónicas de la
prensa española afín al hitlerismo rezuman un entusiasmo incontenible. Uno de
esos plumíferos celebra que los nazis recurran a viejas prácticas de la
Inquisición española que tan buenos resultados proporcionaron en el pasado.
Erich
Kästner, que sobrevivió físicamente al nazismo pero no pudo superar sus heridas
morales y vivió ahogando sus penas en alcohol, tenía señalado el día 10 de mayo
da cada año. No quería olvidar ni que se olvidara lo que significa quemar
libros. En uno de esos aniversarios se pregunta por qué este su empeño en recordar.
No valdría la pena si uno mira hacia atrás sólo para recordar aquellos tiempos
amargos. Más importante que eso, dice, es preguntarse cómo pudo ocurrir. Y para
responder bien a esa pregunta hay que prestar atención a la conducta de uno
mismo. El se pregunta por sí mismo y duda de que reaccionara correctamente.
Aquella tarde de mayo de 1933 pudo haber protestado en público cuando oyó su
nombre y vio sus libros y los de otros notables autores pisoteados por la
multitud de camisas pardas. Pero no tuvo ese valor. No fue un héroe como Carl
von Ossietzky que pudiendo escapar no lo hizo con la escusa de que "para
ellos será más incómodo si me quedo". Ni estuvo a la altura de un famoso
actor berlinés, Hans Otto, quien, molido a golpes y antes de que le arrojaran
por la ventana, tuvo tiempo de volverse hacia los matones para decirles
"ha sido el papel más brillante". El no fue un héroe pero es que no
se puede exigir a nadie que lo sea, y como nunca se sabe cómo va uno a
reaccionar en esos graves momentos, lo que procede es enfrentarse a los
problemas a tiempo. Al fascismo se le pudo combatir en los años veinte en
nombre de la libertad constitucional. Se perdió un tiempo precioso. En diez
años habían cambiado tanto las cosas que ahora la crítica al nazismo ya era una
traición nacional. Kästner recuerda al poeta Ovidio que aconseja "pelear
por el comienzo" porque si se deja pasar el tiempo habrá que confiarse al
cirujano.
Lo
que hoy amenaza al libro no es el fuego en la plaza pública sino la
indiferencia por la lectura, o los altos impuestos, y, sobretodo, el gusto por
un tipo de literatura de consumo muy alejada de los autores que sacaron de
quicio a los inquisidores nazis. Lo que no consiguió Göbbels con sus métodos
salvajes, lo puede lograr la industria cultural sin derramamiento de sangre.
Pero las consecuencias pueden ser tan catastróficas como aquéllas. Sin libros
que nos enseñen a pensar y a desarrollar el sentido crítico, quedamos expuestos
a los cantos de sirena de quien más gritos pegue. No se queman libros pero se
cierran librerías y mueren editoriales que han dado cobijo a libros
imprescindibles. Quizá sea el momento de recordar el consejo de Ovidio antes de
que sea tarde.
Reyes Mate (El Norte de Castilla, 4 de mayo 2013)