16/11/18

Los pobres no son de este mundo


            Están, pero apenas  si se les ve. Son legión, un ejército alimentado por el fracaso de las políticas en curso. Son los pobres, uno de cada cinco en España, según cuenta el Instituto Nacional de Estadística. La pobreza se ceba entre los niños y los emigrantes, pero el empobrecimiento amenaza a todos, sobre todo a las clases medias. Es la realidad más despiadada, mucho más que el terrorismo o los accidentes de tráfico. Pero sin son el síntoma del fracaso de un sistema económico y político, ¿por qué no pasa nada? ¿por qué no se produce un estallido social? ¿por qué los políticos siguen con sus rutinas, impotentes, indiferentes? Por mucho menos la política ha tirado del freno de alarma, la sociedad se ha echado a la calle, nos hemos conjurado todos, por ejemplo, contra el terror o contra la guerra.


            Reconozcamos que los pobres nunca han pintado mucho. Marx, el agitador de los oprimidos modernos, les despreciaba descaradamente y sólo tenía ojos para el proletariado. Este sí que le interesaba porque los proletarios eran los que hacían andar las ruedas de la historia, mientras que los pobres, el lumpen, era improductivo. La revolución proletaria que él anunciaba pretendía traducir en poder  político el poder real que los trabajadores ya tenían en el proceso de producción. A esa fiesta no estaba invitados los pobres que nada tenían y nada podían.

            Hubo un tiempo en que sí se asomaron a la historia. Fue un momento fundacional, cuando Aristóteles, por primera vez, planteó la razón  de ser de la política. Vivimos, decía, en una sociedad dividida en dos partes o partidos: los pobres y los ricos. La política consiste en encontrar reglas de convivencia aceptables para todos. Hasta ahí, todo claro. El problema, añadía, es que los ricos, que son los fuertes, quieren imponer sus leyes a los demás, pero son los pobres los que pueden pensar en formas universales, aceptables por todos, incluso por los ricos. Esto es lo que explica la dificultad y la grandeza de la política. Desde entonces no han levantado cabeza. Han cambiado las maneras, pero no las reglas.

            Hoy como ayer manda la riqueza. Asociamos mérito al ser rico y culpa al ser pobre. Remitimos el destino del pobre al del rico, por eso se repite como un mantra la idea de que hay que adelgazar para salir del agujero y ser competitivo y así volver a los viejos buenos tiempos. Si les va bien a los ricos, irá bien a los pobres.

            Lo que el sistema no soporta es que se actualice el concepto político de Aristóteles, es decir, que se privilegie el punto de vista del pobre y se vea la riqueza de los ricos como un proceso ligado al empobrecimiento de los pobres. ¡Qué horror si alguien llega a descubrir que la política nació no para fabricar ricos sino para no tener pobres! Si tenemos tan buena opinión de la riqueza y tan mala de la pobreza es porque las disociamos y nos hemos creído que la creación de riqueza acaba con la pobreza. Pero olvidamos entonces que contra ese cuento nació la política. Se acaba con la pobreza luchando contra ella y esto no suele conllevar la creación de grandes fortunas.

            Dicen que no hay alternativa a la crisis. Para el caso de que fuera crónica, como vaticinan ya algunos, habría que buscarla, por si acaso. Hay algunas señales que merecen atención. Este papa, llamado Francisco, está dando a entender que el epicentro de la humanidad es el pobre. Ahí es donde la humanidad está más amenazada pero también donde puede salvarse. A ver qué hace ahora. Oscar Romero, aquel obispo de San Salvador, asesinado por defender ideas que tan poco gustaban a Karol Wojtyla y a Joseph Ratzinger, decía que si se ocupaba de los pobres le jaleaban como santo, pero que si denunciaba las causas de la pobreza, le descalificaban por radical. Habrá que ver si Francisco prefiere la radicalidad a la santidad. Este gesto coincide con el que propone quien seguramente es el politólogo más importante de Europa desde hace varios lustros, Giorgio Agamben. El pensador italiano es el autor de un libro titulado franciscanamente Altisima pobreza. Reivindica a Francisco de Asís, alguien que vió bien la relación entre riqueza, derecho y violencia sobre el hombre y el mundo. La alternativa a ese mundo deshumanizado, que es el nuestro, tenía que pasar por la renuncia al derecho de propiedad referida a los bienes, al tiempo de uno y a la propia persona.

            Hoy es difícil imaginar que eso sea una alternativa. No hay manera de desenredar todo el entramado legal que nos sostiene. Pero no es tanto un nuevo sistema lo que se propone cuanto una manera de vivir diferente. Otra manera de relacionarnos con los demás y con la naturaleza. Dice Agamben que ese cambio sólo ocurrirá cuando hayamos probado con todas las demás fórmulas políticas. Habrá que ver si ya nos estamos acercando a ese momento crítico situado justamente entre el fracaso de la política convencional y la estampida final.

Reyes Mate (El Periódico de Catalunya, 22 de abril 2013)