6/11/18

Tita, una modesta Madre Coraje


            Tita es el nombre de una calle singular de Íscar. Tita es la abreviatura amable de Felicitas Arranz, una nonagenaria que por petición popular acaba de obtener el honor de dar su nombre a una calle. Sus méritos no son nada espectaculares. Ni ha ganado batallas, ni se ha sentado en grandes despachos, ni ha lucido éxitos deportivos, como ocurre con la mayoría de los nombres que figuran en nuestros pueblos y ciudades. Su hoja de servicios está a la altura de una mujer de pueblo que entendió instintivamente lo que es ser ciudadana. Sin otra preparación que los estudios primarios supo responder a las necesidades del pueblo convirtiendo su domicilio en una casa de niños donde los hijos de familias trabajadores recibieron una educación hecha de conocimientos y de cariño; por las noches los mozos del pueblo podían acudir a su casa hacerse con las letras y los números que no pudieron aprender en la escuela; organizó la solidaridad de la comarca en torno a Manos Unidas, mientras su casa siempre estaba abierta para cualquier necesidad. Tita entendió la vida no como dedicación exclusiva a los suyos, cosa que jamás descuidó, sino como vida en común.


            En un momento en el que el desprestigio de las instituciones políticas y sociales está a la orden del día, resulta consolador descubrir que no es que la gente haya perdido el juicio, envenenada por la crisis, y se haya vuelto catastrofista. No.  La gente sabe apreciar lo bueno por eso se moviliza tras una persona modesta que hace por convicción lo que los responsables deberían cumplir por deber.

            A la vista del rosario de escándalos que no cesa y que alcanza a representantes de la política, de la banca, de la judicatura, de la iglesia o de la prensa, uno se pregunta si son episodios aislados o manifestaciones irremediables de un destino maldito. Hace muchos años, un español de bien, Américo Castro, situaba las razones de nuestra malvivencia en la dificultad que tenemos a la hora de relacionarnos con el próximo. Tras observar el comportamiento de los españoles a lo largo de la historia llegó a la conclusión de que lo que nos guía es el refrán "ande yo caliente y ríase la gente" y no el principio cristiano que ve en el otro, en la atención del otro, el principio de nuestra dignidad e incluso moralidad. Ir a lo suyo, decimos, y no perderse en lo de los demás. La prensa se encarga de decirnos cada día cómo se materializa esa maldición. Aunque nos empeñamos en convencernos de que somos abiertos y solidarios, lo cierto es que los datos no nos acompañan. Sólo un dos por ciento de españoles, por ejemplo, tiene adquirido el compromiso de ayudar regularmente a alguna organización benéfica, mientras que en Inglaterra o  en los Estados Unidos está por encima del sesenta y cinco. Y la reacción espontánea ante catástrofes mayores tampoco está por encima de la de nuestros vecinos.

            Los sociólogos nos dicen que a los españoles nos cuesta la solidaridad y se nos atraganta el prójimo. Es verdad que hay datos que lo contradicen. Esta crisis, por ejemplo, si no ha derivado en una revuelta social es por la solidaridad de las familias. Somos, pues, solidarios hasta el extremo con los de casa, pero cerramos la puerta a los de fuera. Estamos más cerca de la reacción gremial que del deber ciudadano. ¿La diferencia?, el primero se centra en los de la propia sangre y el segundo trata a los demás fraternalmente. El susodicho Américo Castro veía la razón de esa cerrazón en una larga historia en la que ha primado la división por creencias y no la convivencia desde la diferencia. Un pasado que la cultura democrática no ha conseguido dejar atrás y al que sucumbimos tan pronto como disponemos de poder para hacerlo.

            Por eso es tan importante la figura de Tita y de cuantas titas anónimas pueblan nuestras calles y plazas. Son ejemplares pero no sólo porque son un espejo en el que mirarse sino y sobre todo porque luchan contra la miseria, la pobreza o la ignorancia con un arma secreta que ha emigrado de la vida pública. Hay que recurrir al diccionario  bíblico para encontrar su nombre. Es un talante llamado "pobreza en espíritu". Le esgrimió Tita el pasado uno de mayo cuando, en la Casa Consistorial de Íscar, fue invitada a que respondiera a las palabras laudatorias que había oído. Esa mujer, siempre vital pero ahora atacada por una enfermedad degenerativa, miró al público agradecida, pero sobre todo, sorprendida por las molestias que se había tomado. No lo entendía bien porque ella se había enfrentado a los problemas del entorno con la normalidad de quien, si tiene un talento, tiene que emplearlo, sin pasar factura, sin sacar pecho, ni buscar beneficio. Quizá sea ese talante el que puede sacarnos de la crisis y empezar de nuevo. Y no lo ha tenido fácil esta mujer decidida. En un accidente aéreo perdió a dos de sus hijos, a Rafael, misionero salesiano, y a su hermana Rufina, que había ido a visitarle; y, luego,  a su hija Inmaculada, víctima del Alzheimer. Pero no se arrugó esta Madre Coraje y siguió adelante pensando que los demás también eran su familia.

Reyes Mate  (El Norte de Castilla, 1 de junio 2013)