Tita es el nombre de
una calle singular de Íscar. Tita es
la abreviatura amable de Felicitas Arranz, una nonagenaria que por petición
popular acaba de obtener el honor de dar su nombre a una calle. Sus méritos no
son nada espectaculares. Ni ha ganado batallas, ni se ha sentado en grandes
despachos, ni ha lucido éxitos deportivos, como ocurre con la mayoría de los
nombres que figuran en nuestros pueblos y ciudades. Su hoja de servicios está a
la altura de una mujer de pueblo que entendió instintivamente lo que es ser
ciudadana. Sin otra preparación que los estudios primarios supo responder a las
necesidades del pueblo convirtiendo su domicilio en una casa de niños donde los
hijos de familias trabajadores recibieron una educación hecha de conocimientos
y de cariño; por las noches los mozos del pueblo podían acudir a su casa
hacerse con las letras y los números que no pudieron aprender en la escuela;
organizó la solidaridad de la comarca en torno a Manos Unidas, mientras su casa
siempre estaba abierta para cualquier necesidad. Tita entendió la vida no como dedicación exclusiva a los suyos,
cosa que jamás descuidó, sino como vida en común.
En un momento en el que el
desprestigio de las instituciones políticas y sociales está a la orden del día,
resulta consolador descubrir que no es que la gente haya perdido el juicio,
envenenada por la crisis, y se haya vuelto catastrofista. No. La gente sabe apreciar lo bueno por eso se
moviliza tras una persona modesta que hace por convicción lo que los
responsables deberían cumplir por deber.
A la vista del rosario de escándalos
que no cesa y que alcanza a representantes de la política, de la banca, de la
judicatura, de la iglesia o de la prensa, uno se pregunta si son episodios
aislados o manifestaciones irremediables de un destino maldito. Hace muchos
años, un español de bien, Américo Castro, situaba las razones de nuestra
malvivencia en la dificultad que tenemos a la hora de relacionarnos con el
próximo. Tras observar el comportamiento de los españoles a lo largo de la
historia llegó a la conclusión de que lo que nos guía es el refrán "ande
yo caliente y ríase la gente" y no el principio cristiano que ve en el otro,
en la atención del otro, el principio de nuestra dignidad e incluso moralidad.
Ir a lo suyo, decimos, y no perderse en lo de los demás. La prensa se encarga
de decirnos cada día cómo se materializa esa maldición. Aunque nos empeñamos en
convencernos de que somos abiertos y solidarios, lo cierto es que los datos no
nos acompañan. Sólo un dos por ciento de españoles, por ejemplo, tiene
adquirido el compromiso de ayudar regularmente a alguna organización benéfica, mientras
que en Inglaterra o en los Estados
Unidos está por encima del sesenta y cinco. Y la reacción espontánea ante
catástrofes mayores tampoco está por encima de la de nuestros vecinos.
Los sociólogos nos dicen que a los
españoles nos cuesta la solidaridad y se nos atraganta el prójimo. Es verdad
que hay datos que lo contradicen. Esta crisis, por ejemplo, si no ha derivado
en una revuelta social es por la solidaridad de las familias. Somos, pues,
solidarios hasta el extremo con los de casa, pero cerramos la puerta a los de
fuera. Estamos más cerca de la reacción gremial que del deber ciudadano. ¿La
diferencia?, el primero se centra en los de la propia sangre y el segundo trata
a los demás fraternalmente. El susodicho Américo Castro veía la razón de esa
cerrazón en una larga historia en la que ha primado la división por creencias y
no la convivencia desde la diferencia. Un pasado que la cultura democrática no
ha conseguido dejar atrás y al que sucumbimos tan pronto como disponemos de
poder para hacerlo.
Por eso es tan importante la figura
de Tita y de cuantas titas anónimas pueblan nuestras calles y
plazas. Son ejemplares pero no sólo porque son un espejo en el que mirarse sino
y sobre todo porque luchan contra la miseria, la pobreza o la ignorancia con un
arma secreta que ha emigrado de la vida pública. Hay que recurrir al
diccionario bíblico para encontrar su
nombre. Es un talante llamado "pobreza en espíritu". Le esgrimió Tita
el pasado uno de mayo cuando, en la Casa Consistorial de Íscar, fue invitada a
que respondiera a las palabras laudatorias que había oído. Esa mujer, siempre
vital pero ahora atacada por una enfermedad degenerativa, miró al público
agradecida, pero sobre todo, sorprendida por las molestias que se había tomado.
No lo entendía bien porque ella se había enfrentado a los problemas del entorno
con la normalidad de quien, si tiene un talento, tiene que emplearlo, sin pasar
factura, sin sacar pecho, ni buscar beneficio. Quizá sea ese talante el que
puede sacarnos de la crisis y empezar de nuevo. Y no lo ha tenido fácil esta
mujer decidida. En un accidente aéreo perdió a dos de sus hijos, a Rafael,
misionero salesiano, y a su hermana Rufina, que había ido a visitarle; y,
luego, a su hija Inmaculada, víctima del
Alzheimer. Pero no se arrugó esta Madre Coraje y siguió adelante pensando que
los demás también eran su familia.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 1 de junio 2013)