23/11/19

Cuando la política ya no cuenta


            Preocupa la rapidez con la que la extrema derecha se está haciendo presente. Un poderoso fantasma recorre Europa pues va del lepenismo francés a los ultras alemanes, pasando por el italiano Salvini, el Vox español, por no hablar de los integrismos que nos llegan del Este en múltiples versiones. Un desarrollo tan espectacular no puede tener explicaciones simplistas. Nos equivocaríamos si pensáramos que esto son -por lo que respecta a España- restos del franquismo o, en Alemania e Italia, ramalazos del fascismo. Una reciente novela francesa de Edouard Louis, titulada Didier Eribon. Retorno a Reims, ofrece una clave inquietante. El protagonista, hijo de una familia obrera, “comunista de toda la vida”, se pregunta cómo los suyos acaban votando extrema derecha. Si la novela ha tenido tanto éxito es porque en el destino de esa familia progresista se refleja el de otras muchas francesas, italianas o alemanas que han pasado de un extremo a otro a través de un proceso que tampoco nos es ajeno aquí.


            El mensaje que se nos manda a través de esta historia es que todo este conglomerado de xenofobia social, integrismo cultural y nacionalismo político del que se nutre la extrema derecha convoca a nostálgicos del fascismo pero también a gente “de izquierdas”, es decir, se nutre de cualquier pasado ideológico. Lo decisivo no es de dónde venga uno sino qué le ha ocurrido en su trabajo y en su barrio. Esa experiencia vital es la que determina el comportamiento actual.

            La novela nos cuenta la historia de esta familia comunista, asentada en un barrio obrero que fue confortable en su momento. El tiempo brindó a algunos la oportunidad de promocionarse y se fueron. Se van los que pueden y esos espacios vacíos van siendo ocupados por emigrantes pobres o por pobres españoles cuya pobreza o desidia deteriora la vida del barrio. El hacinamiento, el trapicheo y la suciedad hacen de aquel barrio, otrora limpio y solidario, un gheto abandonado por sus antiguos correligionarios pero abonado para que alguien venga y les diga que no hay derecho que ellos, los de toda la vida, sean ahora los extraños porque la administración se ocupa más de los moros, gitanos y drogadictos que de ellos. Es la hora de la extrema derecha.

            El punto clave de esta historia no es el canto de sirena de estos oportunistas salvapatrias sino lo que pasa en esos ghetos que tenemos al lado pero de los que no queremos saber nada. Como algo hay que hacer, cumplimos la formalidad con ayudas asistencialistas que sirven, en el mejor de los casos, para no morir de hambre pero no para vivir dignamente.

            Por eso tiene su mérito el informe elaborado en Valladolid por el Grupo de Urbanismo y Convivencia de Santo Toribio sobre lo que pasa dentro de uno de esos barrios marginales. Hablan desde dentro y desde ahí van trazando un mapa preciso donde una casa minúscula, por ejemplo, se desdobla en múltiples viviendas porque cada habitación es un mundo. También descubrimos que las calles, otrora espacio público compartido, es ahora una prolongación de la sala de estar o del dormitorio, como en las novelas de Kafka. El viejo barrio se metamorfosea en un confuso espacio donde se hacinan las personas, se mezclan los olores y las razas, mientras crece la desesperanza de los viejos y se niega el futuro a los jóvenes. El mapa concluye con una reflexión definitiva que Antonio Verdugo, el cura de la parroquia que hace años decidió adentrarse en el gheto, formula así: “la política asistencialista contribuye a perpetuar el problema”, por eso el informe propone una actuación integral que pasa por frenar el abandono escolar, fomentar la formación profesional, crear hábitos solidarios (que ellos cultivan jugando al fútbol) y plantearse un urbanismo donde haya lugar para la vida privada y también para la convivencia pública.

            El enfoque de la novela francesa no es el mismo que el del informe del gheto vallisoletano. Al autor francés le interesa explicar cómo su familia comunista acaba siendo de extrema derecha. A los de Santo Toribio les preocupa, sin embargo, el deterioro humanitario de la gente. Este es en cualquier caso el punto central porque la extrema marginación explica desde luego el cambio político del que habla la novela francesa. Pero lo que se desprende del informe es que la deshumanización de la vida en esos barrios marginales puede llevar a algo peor, a saber, a la obsolescencia de la democracia. Si la política se desentiende de estos márgenes es porque ha decidido que la democracia sólo cuenta para aquella parte de la ciudad que empieza donde su barrio acaba. Estos seres marginales han captado que ellos no cuentan para la democracia y la democracia para ellos. Esa desesperanza vital, que tan bien recoge el informe, es lo que seguramente ahuyenta a los políticos. Ahora bien, si la democracia no es para todos, nadie está a salvo de engrosar las filas del abandono. Cualquiera puede ser centrifugado si así lo dicta la razón de Estado. La marginación, como el desierto, avanza rápido. Se ha empezado por abajo y empieza a alcanzar a las clases medias. La grandeza de la democracia consiste en hacer política para todos y si cae en la tentación de sacrificar a alguien por la razón que sea, cualquiera puede acabar en el gheto.

Reyes Mate (El Norte de Castilla, 7 de octubre 2019).