Acaba de aparecer la última
encíclica del Papa Francisco, Fratelli
Tutti, un alegato a favor de la fraternidad como virtud política. La
encíclica es un género literario de difícil ubicación: es un discurso
cristiano, sí, pero dirigido a toda “persona de buena voluntad”. Puede
conseguir, como en este caso, que irrite a creyentes conservadores y la
aplaudan agnósticos aperturistas.
No se puede decir que las encíclicas
hayan cambiado el rumbo de la historia, entre otras razones porque los
católicos no se sienten obligados a cambiar sus prácticas políticas o
económicas por lo que diga el Papa, pero no han sido inútiles porque venían a
reforzar determinados valores humanistas, también defendidos por otros líderes
mundiales, religiosos o laicos, que han hecho camino. Pensemos en causas como
la de los emigrantes, el hambre en el mundo, la pena de muerte o el recurso a
la guerra. En estos temas la voz del Papa ha estado del lado bueno.
Este tono humanista se mantiene en Fratelli Tutti y eso le ha valido más
de un reproche por parte de los católicos conservadores que se hacen de cruces
leyendo las matizadas críticas al neoliberalismo o a la propiedad privada. Con
esto seguramente contaba el Papa Francisco. Mucho más interesantes son críticas
como la de Massimo Cacciari, influyente filósofo italiano que fue alcalde de
Venecia. El, un agnóstico progresista, echa de menos una voz propiamente
cristiana. Celebra, claro, que el mundo católico se sume a los ideales
ilustrados de igualdad-libertad-fraternidad, tan denostados en otro tiempo por
la Iglesia católica, pero lo que este mundo necesita no es repetir lo que ya
sabe sino oír algo nuevo, una novedad cuyo secreto tiene el cristianismo y que
se substancia, según él, en palabras tan provocadoras como mesianismo,
profetismo o apocalipsis. La Iglesia debería poner punto final a su esfuerzo
por hacerse perdonar sus errores históricos y hacer valer su propia tradición
no contra (como antaño) sino a favor del hombre y del mundo.
Es de agradecer que alguien,
agnóstico y moderno, reivindique esa tradición cristiana porque espera de ella
ideas y propuestas innovadoras. En lo que, a mi entender, se equivoca Cacciari es
en afirmar que Fratelli Tutti no lo
hace. La novedad de esta encíclica es que libera al cristianismo de un síndrome
de dependencia respecto a planteamientos progresistas y habla sobre los temas
que interesan a la humanidad con voz propia. Este texto no es un caso más de
teología progre. Va a hablar de fraternidad, pero de la fraternidad se puede
hablar de dos maneras: inspirándose en Robespierre o en la parábola del Buen
Samaritano. Fue Robespierre, en efecto, quien dio un golpe de Estado porque
veía que la Revolución Francesa reservaba los ideales de igualdad y libertad a
los ricos. Para dejar claro que también alcanzaban a los pobres, izó el marbete
de la fraternidad, una exigencia excesiva, incluso para los revolucionarios,
que se prestaron a arriarle tan pronto como pudieron. Quien se benefició de
aquel cambio histórico fue el burgués, es decir, el propietario, no el pobre.
El relato del Buen Samaritano también habla de fraternidad pero en un sentido
muy diferente. Ese relato, uno de los más sorprendentes de la literatura
mundial, es también uno de los más manipulados quizá porque en su literalidad
resulta insoportable. Unos letrados judíos preguntan a Jesús, que va de
buenista, por el alcance de la moral: ¿hasta dónde hay que llegar con las
buenas obras? ¿basta con atender a los de casa o también hay que cuidar de los
extraños? Jesús no entra al trapo sino que les cambia la pregunta: antes de
hablar del alcance de la moral hay que preguntarse en qué consiste ser bueno,
algo que sus oponentes daban por hecho por el mero hecho de ser judíos. Y para
responder a esa pregunta les cuenta la conocida historia del Buen Samaritano:
ser bueno consiste en hacerse prójimo, es decir, en aproximarse al caído. No
pone el acento en la buena obra sino en el hecho de que gracias a la buena obra
nosotros nos hacemos buenos, es decir, prójimos. La compasión nos convierte en
seres humanos. No nacemos sujetos morales sino que lo tenemos que conquistar
haciéndonos cargo del otro necesitado. El que aquí gana es el que da. La
diferencia entre Jesús y Robespierre es notable: para este la fraternidad es un
asunto de justicia distributiva (los bienes revolucionarios deben llegar a
todos); para aquél, es la forma de que uno alcance la dignidad de ser humano.
La fraternidad o la compasión no es una materia optativa sino el punto de
partida de una nueva humanidad. Y esa es la palanca desconocida que Francisco
rescata del cristianismo para ponerla en manos de la gente de buena voluntad.
Lo original de este escrito es que, a diferencia de otros líderes mundiales, no
apela a buenos sentimientos para dar una respuesta humanitaria a la pobreza, la
emigración o las guerras. El objetivo no es que los más afortunados sean más
solidarios sino que éstos rescaten la humanidad que han perdido en el camino.
En la fraternidad, según Francisco,
dependemos del otro más que él de nosotros. Para captar la novedad de esta interpretación
recordemos que, en el lenguaje ordinario, llamamos prójimo al caído, al pobre,
al necesitado. Aquí es al revés: el prójimo es el que se aproxima, el
samaritano. La compasión nos convierte en prójimos y eso, además de ayudar al
otro, nos salva a nosotros mismos.
No lo tiene fácil Francisco.
Reconoce en un momento que muchos, católicos o no, se negarán a seguirle porque
no aceptan su lógica, su enfoque y, añade, “si no se intenta entrar en esa
lógica, mis palabras sonarán a fantasía”. Lo grave del asunto es que su lógica,
que es la compasión samaritana, es la del fundador del cristianismo, extraña a
los propios cristianos. Por eso no cabe hacerse ilusiones sobre la eficacia del
texto papal. Hay una viñeta de El Roto
donde aparece un predicador en un campanario gritando “El Papa ha dicho que el capitalismo es malo
¡¿y ahora que va a pasar?! Nada”. No hay por qué compartir tanto pesimismo. La
historia avanza cuando aparecen ideas
poderosas que señalan una dirección. Esta de la fraternidad es una de ellas,
sea en la versión de Robespierre o, más aún, en la de Francisco.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla,18 de
octubre 2020)