26/2/22

El escondite de Anna Frank, al descubierto

             Hace unas semanas corrió como la pólvora por el mundo entero la noticia de que unos desconocidos investigadores americanos habían descubierto que el delator del refugio donde se escondía en Amsterdam la familia de Anna Frank era un judío. La noticia de que el notario hebreo, Arnold van den Bergh, delató a los Frank para salvar a los suyos, se ha revelado inconsistente, pero lo que no carece de consistencia es el morbo internacional que acompañó la noticia. La mala conciencia que había creado la dolorosa historia de Anna Frank, tal y como nos llega desde su diario, encontraba por fin una razón para el relajo. No fue la complicidad de gente como nosotros la que explica aquel horror, sino la traición de los propios judíos. Podemos respirar tranquilos.

             No es la primera vez que ocurre. En el juicio a Adolf Eichmann, en Jerusalén, o en el film de Claude Lanzmann, El último de los justos, ya se plantea el papel de los Consejos Judíos, unos órganos creados por los nazis en los campos o en los ghetos, que daban a los judíos, por ejemplo, el triste poder de establecer el orden del crimen. Tener que decidir en un campo de concentración, situado en Holanda, los viajeros del próximo tren, camino de la muerte en Treblinka, no era la menor de las torturas. ¿Por qué colaboraron? ¿por qué no lucharon más? Esas preguntas, que muchos se han hecho después, han tenido cumplidas respuestas: hubo víctimas, inocentes, y hubo verdugos, culpables.

             El peligro de este tipo de noticias es que alientan las malas preguntas y embarran las importantes. Son malas las preguntas sobre lo que los deportados hicieron o pudieron hacer. Y lo son porque basta escuchar el testimonio, oral o escrito, de cualquier deportado para saber la respuesta. Dice, por ejemplo, Elie Wiesel, Premio Nobel de la Paz, que fue uno de ellos: “la dignidad es posible hasta un determinado grado de tortura”. Se puede mantener el tipo durante un tiempo, hasta un grado de sufrimiento. A partir de ahí no hay dignidad, ni heroicidad alguna. Pues bien, ese grado de tortura fue sistemáticamente superado en los campos de exterminio. Para referirnos a aquella violencia desconocida, tuvimos que inventar un nombre: “crimen contra la humanidad”. Estremece la sinceridad con la que los supervivientes reconocen que no salieron mejores, ni se salvaron los que más se lo merecían, ni hubo solidaridad entre ellos, ni dignidad, ni espacio para la amistad. Claro que allí hubo héroes y santos, pero eran la excepción.

             Si alguien busca flaquezas entre los torturados y perseguidos, las encontrarán en miles de páginas, por eso no tiene sentido el morbo de este tipo de noticias que buscan rebajar la responsabilidad del espectador señalando la culpa de la víctima. Lo que se esconde tras ese morbo es la pretensión de erigirnos en jueces de los aplastados, endosando al notario judío, que supuestamente denunció el escondite de los Frank, el sambenito de traidor.

             Las verdaderas preguntas son otras y tienen que ver con lo que hubiéramos hecho nosotros en su lugar. Ejemplar es la declaración de Primo Levi que se negó a condenar a sus propios verdugos porque se preguntaba qué hubiera hecho él en su lugar. Claro que condenó el fascismo (estaba en la resistencia), pero se abstuvo a la hora de juzgar a sus verdugos porque tenía claro que la pregunta importante no era qué hicieron ellos sino qué hubiera hecho yo. Precisamente por eso desconfiaba de la reacción empática de muchos de sus lectores u oyentes, cuando les hablaba de su experiencia en el campo. Era fácil compadecerse de tanto dolor y abrazar a las víctimas. Lo difícil, pero lo eficaz, hubiera sido preguntarse por lo que une a cada cual con los verdugos. Ayuda más, en vistas a la no repetición de la barbarie, desactivar los gestos, las ideas, las convicciones que consciente o inconscientemente compartimos con los verdugos, que no son pocas.

             Y, “como del lobo, un pelo”, he aquí un ejemplo. Hace unos días pasó por la Dos de TVE el reportaje “En tierra de los vascos”, filmado por los nazis cuando los alemanes, que habían ocupado media Francia, convirtieron al País Vasco en el patio trasero de sus conquistas. Allá iban los alemanes como turistas pudientes y también los guerreros, para descansar. Su autor, Herber Briegel, un cineasta al servicio del régimen, se sentía atraído por el marcado cariz étnico del nacionalismo vasco. A los nazis les sorprendió descubrir que algo tan suyo, como la cruz esvástica, tuviera una réplica, tan parecida, en el lauburu vasco. Como si compartieran mitología. Lo que justificaba el film no era satisfacer una curiosidad, sino algo de más alcance. En ese momento de la guerra todo les iba bien a los del Eje, y hacían planes. Algunos ideólogos nazis, como Werner Best, soñaban con una nueva Europa, construida no sobre los Estados sino sobre las etnias más potentes. Había pues que contar con los vascos y este film estaba destinado a preparar el terreno. Bien es verdad que el PNV era decididamente pro-aliado y antifranquista, pero la idea nazi hizo tilín en muchos nacionalistas que se avinieron a hablar y a negociar. La cosa no tuvo mayor trascendencia, porque, entre otras razones, Hitler fue vencido, pero eso no impide hacerse algunas preguntas. Por ejemplo ¿qué hubiera pasado si hubiera triunfado el hitlerismo? y, sobre todo ¿se puede explicar el éxito del antisemitismo nazi sin el ascenso de los nacionalismos étnicos en el siglo XIX? Es verdad que no todos los nacionalismos son racistas, ni étnicos, pero convendría explicarlo bien para evitar equívocos. Si el mensaje final de los supervivientes consistió en pedir a las generaciones posteriores, a nosotros, hacer todo lo posible para que lo que ellos sufrieron no se repitiera, habrá que revisar todas las causas que concurrieron en esa tragedia. Este episodio obliga a preguntarse por la relación entre el nacionalismo étnico y las cámaras de gas, porque es verdad que el nazismo, que provocó la catástrofe de Auschwitz, fue vencido, pero el nacionalismo étnico sigue vivo. Esta actitud responsable, tan distinta del sensacionalismo de la noticia del notario judío, es la que se echa en falta.

 Reyes Mate (El Norte de Castilla, 13 de febrero 2022)