Cuando una empresa se va, queda un
vacío en el entorno. Lo sabe bien Valladolid con el cierre de El Corte Inglés y
lo estamos experimentando todos con el anuncio de una de las grandes empresas
españolas, Ferrovial, de que se va a Holanda. Dice que por falta de seguridad
jurídica, un argumento que nadie se cree porque si ésta consiste en “tener
conocimiento previo y anticipado sobre las consecuencias jurídicas de sus actos
y omisiones”, tiene en Madrid la misma seguridad que en Amsterdam.
La razón es otra. A Rafael del Pino,
hijo, que es quien ha tomado esta decisión, se le ha olvidado lo que proclamó a
los cuatro vientos Rafael del Pino, padre, el fundador de la empresa, cuando
dijo que quería “devolver a la sociedad española parte de lo que ésta sociedad
me había dado”. Un hombre agradecido este del Pino que sabía bien de qué
hablaba. Debía mucho a la sociedad y al Estado español.
Estamos ciertamente ante un
desplazamiento empresarial pero también ante un desplante político. Se desplaza
porque seguramente en Amsterdam va a pagar menos impuestos y, de esta guisa,
mejorará la cuenta de resultados. Es pura lógica empresarial. No es la primera
ni será la última. Pero lo inquietante es el desplante. Ferrovial quiere mandar
un mensaje al gobierno: que la economía está por encima de la política, es
decir, que los intereses del dinero están por encima de los intereses de la sociedad.
No es que echen de menos más seguridad jurídica, sino que les sobra toda la que
hay. Al neoliberalismo que tanto cultivan estos magnates, les gustaría que no
hubiera ninguna regulación. Les sobra la política porque les basta la lógica
del dinero y los consejos de los tecnócratas. Poco importa que la política
neoliberal se estrellara con la crisis del 2009 pues ellos bien saben que los
hay que nunca pierden.
Es curioso que se vayan a Holanda y
no a Estados Unidos donde tienen buena parte de su negocio. Esta decisión tiene
que ver con el hecho de que los políticos de Washington vigilan más a la
economía que lo que hacen los tecnócratas de Bruselas. Los intereses económicos
se sienten más a gusto en la vieja Europa que en el país del capitalismo.
Como el gesto de Ferrovial es un
aviso de la plutocracia a la política, no está de más recordar algo que inventó
Europa, cuna de la filosofía, a propósito del dinero. Lo que enseña la
filosofía es que el dinero es un descubrimiento, es decir, que no siempre hubo.
Se inventó, dice Aristóteles, por exigencia de la justicia. Escribe, en efecto,
en su Etica a Nicómaco, que “la
moneda es el sustituto de la necesidad”, es decir, el hombre inventó el dinero
para poder satisfacer sus necesidades. Antes del dinero lo que cada cual tenía,
en el mejor de los casos, era lo que él mismo producía. Con eso, mediante el
trueque, podía tener lo que no producía pero necesitaba. Si uno era herrero
podía, con su forja, hacerse con un pan o un vestido o una vaca. El problema es
que el trueque podía funcionar en el entorno inmediato. Alguien pensó entonces
que si yo traducía una vaca de mi ganado en dinero o moneda, entonces podría
desplazarme lejos y adquirir con esa moneda distintos bienes en otro lugar.
Gracias al dinero las cosas tenían un valor, reconocido por todos, con el que
podía comprar lo necesario para vivir. El precio de cada cosa estaba en función
de la importancia para la subsistencia y de la escasez. Valía más una caña de
pescar que el pez pescado porque con la caña podía pescar más. Y valía más la
trufa que la manzana porque de éstas había en cualquier sitio y de aquéllas,
no.
Lo que Aristóteles dice en su libro
sobre la ética es que “las cosas valen en función de las necesidades que
cubren”. El dinero sólo representa el valor de las cosas que necesitamos. Es
como su lugarteniente, su sombra. Sin la cosa que representa no tiene ningún
valor. El dinero en sí mismo no es nada. Por eso nada le parece al filósofo más
irracional que acumular dinero para tener más dinero o acumular bienes para
hacer más dinero.
Sólo entenderemos lo que Aristóteles
quiere decir si tenemos en cuenta que el valor del dinero tiene como marco la
justicia social. Una sociedad está bien organizada si está regulada por la
justicia, es decir, si los bienes que en ella se producen están bien repartidos
y alcanzan a todos. El dinero es la mejor manera conocida de llevarlo a cabo
pues permite tomar de cada cual lo que produce y dar a cada cual lo que
necesita.
La ética de Aristóteles suena hoy a
cuento chino. Estamos tan imbuidos del poder del dinero, le rendimos tal culto,
que rebajar su poder es como una profanación. Y, sin embargo, quizá seamos, más
que profanadores, ridículos. A los aztecas les hacía gracia que los españoles
“saltaran como monos” ante el oro. Con unos ojos parecidos miraba El Pequeño Príncipe al hombre de
negocios que se pasó la vida haciendo dinero para comprar estrellas con las que
tener más dinero y así comprar más estrellas. ¡Qué disparate! Si Del Pino y
familia tiene más dinero del que puedan gastarse en esta y en las próximas
generaciones ¿por qué malquistarse con la sociedad a la que, según reconocía su
padre, tanto deben? A no ser, claro, que lo del salto del mono o la majadería
del hombre de negocios del cuento de Saint Exupéry lo llevemos en la sangre, él
y todos, lo que no sería una buena noticia. Habría que reconocer que, en ese
caso, en veinticinco siglos hemos progresado mucho en precios pero regresado en
valores.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 12 de
marzo 2023)