26/6/23

Del cálculo interesado a la mirada compasiva

             En política los opuestos, lejos de repelerse, se retroalimentan. Le ocurrió al independentismo catalán con Mariano Rajoy de Presidente, hace una década, y le ha pasado al Partido Popular con Bildu en las últimas elecciones. Los dos han salido ganando. Si Bildu da tanto juego, dentro y fuera del País Vasco, es porque simboliza algo capaz de movilizar energías muy poderosas entre los votantes. Lo peligroso del asunto es que el recurso de unos y otros al pasado violento se haga en función del respectivo provecho político y no de la superación de ese pasado luctuoso.

             Para empezar, el problema de Bildu no es político sino moral. No es político porque es una organización perfectamente legalizada que cumple los requisitos para el juego democrático. Tiene pues todo el derecho a hablar, intervenir, pactar, aprobar o disentir. Siempre serán mejor los votos que las bombas.

             El problema de Bildu es moral en el sentido de que de esta organización depende que una buena parte de la sociedad vasca dé los pasos necesarios para que el pasado violento no se repita. Son muchos vascos los que votan a una organización que rechaza hoy el recurso al crimen como arma política, pero que no condena y sí aprueba el que lo fuera en el pasado. Es inmoral esa actitud porque invita a pensar que si renuncia ahora a la violencia es porque son más rentables los votos.

             Bildu tiene, pues, un problema moral pero los demás también pues todos tenemos que preguntarnos qué hacer con Bildu para que la gente que le apoya cambie y se convierta en valor seguro parar la paz. El uso que se ha hecho de Bildu en la campaña electoral va desde luego en dirección contraria. Su demonización, por parte de los críticos, excitaba el voto de los criticados, consiguiendo unos y otros que aumentaran las ganancias. Se anteponía así el cálculo electoralista al deber moral de contribuir al cambio de mentalidad de Bildu.

             Y si alguien se pregunta por qué todos, hasta sus críticos, tenemos que cargar con la responsabilidad de contribuir a ese cambio, la respuesta es ésta: porque no podemos permitir que todo el sufrimiento sobrevenido a la sociedad vasca haya sido en vano. Y sería en vano si, por un lado, el encanallamiento civil que supuso el terrorismo etarra siguiera ahí, camuflado, porque los afectados no han tenido el valor de asumirlo; pero también si, por otro, desperdiciáramos la sabiduría que emana del sufrimiento de las víctimas.

             Esto puede parecer excesivo pero no lo es si recordamos que la lección moral del Holocausto se ha resumido en este sencillo enunciado: “dejar hablar al sufrimiento es la condición de toda verdad”. Una sociedad cambia si se toma en serio el sufrimiento que la atraviesa.

             El votante de Bildu dice identificarse con el pasado violento. Ahora bien, si se siente orgulloso de ese pasado, tendrá que reconocer que es el orgullo de quien traicionó a amigos, delató a vecinos y se acobardó ante el qué dirán. A ese encanallamiento real, por mucho ropaje patriótico de que se revista, bien se le puede considerar un proceso de deshumanización. Votando a Bildu no se cura esa deshumanización pues siguen intactas en los votantes las mismas malditas querencias, puesto que no han condenado su causa: el terror propagado por la organización de la que se sienten herederos. Pero tampoco es seguro que el crítico de Bildu haya enriquecido la vida política con la sabiduría de los que sufren. Más allá de cuatro proclamas punitivas, no hay nada que dignifique la vida pública.

             Siendo siempre el camino moral de difícil acceso, hay que reconocer que no falta quien está dispuesto a abrir brecha. Al margen de todo ese ruido mediático electoralista, una víctima, Sara Buesa, hija del dirigente socialista, Fernando Buesa Blanco, asesinado por ETA en el año 2000, levantaba suavemente la voz, en un coloquio público en San Sebastián bajo el lema “Ética de la convivencia”, para pedir al conjunto de la sociedad que cambie la mirada. En vez de la demonización de los unos y del empecinamiento de los otros, “mirar de frente al sufrimiento”. Eso significa, en primer lugar, reconocer que está ahí, como una atmósfera invisible que impregna a la sociedad. Lo que me parece notable es que una víctima supere el ensimismamiento y se sienta interpelada por el desastre social que ha provocado el terrorismo o, como ella dice, la deshumanización no sólo entre los victimarios sino en toda esa sociedad que lo apoyó. Sara Buesa no usa el sufrimiento de la víctima como arma arrojadiza contra Bildu, sino como una forma de conectar con el sufrimiento de los unos y la deshumanización de los otros para preguntarse qué hacer a fin de que no se repita.

             Esa actitud compasiva no sólo conecta con el sufrimiento de cualquier víctima, también la del GAL, sino con la deshumanización del violento. En ese gesto compasivo hay efectivamente una propuesta de confianza en el victimario. No ve en el seguidor de Bildu sólo lo que le liga al pasado, sino lo que puede dar de sí. Confía en que, quien todavía hoy justifica la violencia pasada, reconozca que aquello fue un crimen y que lo lamente. Sólo así puede liberar las energías humanitarias latentes para ponerlas al servicio de una convivencia sin violencia. Hay una diferencia entre el uso electoralista de la violencia y la mirada compasiva.

 Reyes Mate (El Norte de Castilla, 18 de junio 2023)