“No acabaré mi carrera como corrupto
cuando soy inocente” dijo José Luis Ábalos, ex ministro del Gobierno de Pedro
Sánchez, cuando se le pidió que dejara su escaño en el Congreso de los
Diputados porque un hombre de su confianza, Koldo García, había sido procesado por
cobrar ilegalmente comisiones en la venta de mascarillas.
Si Ábalos se siente inocente ¿por
qué tendría que dimitir? Que cada palo aguante su vela. El refranero popular
español coincide en esto con la filosofía moral clásica cuando dice que uno
tiene que hacerse cargo de sus actos; de todos sus actos, ciertamente, pero
sólo de sus actos. Ahora bien, si Ábalos piensa que, al no ser el autor de los
trapicheos millonarios que la justicia imputa a su singular chófer, no tiene
responsabilidad alguna, se equivoca. El tema estrella de la reflexión moral
contemporánea, dice Paul Ricoeur, es el de la responsabilidad sin culpa, es
decir, que podemos ser responsables incluso de lo que no hemos hecho.
Empecemos por aclarar que hay que
distinguir entre culpa y responsabilidad. La culpa, tanto desde el punto de
vista moral como penal, es personal e intransferible. Desde los tiempos del
profeta Ezequiel tenemos claro que, a diferencia de lo que decían los mitos
griegos, las culpas no se transmiten de padres a hijos. Los hijos no pagarán por
las culpas de los padres, ni tampoco cargarán con sus delitos. Esto viene de
muy antiguo. Lo que es nuevo es lo relativo a la responsabilidad política. Los
alemanes actuales, nietos o bisnietos de la Alemania hitleriana, se consideran y
se les considera responsables de lo que hicieron sus antepasados, por eso siguen
indemnizando a muchas víctimas y honrando su memoria. Somos afectivamente
responsables de lo que no hemos hecho al menos en alguno de estos dos casos:
porque somos herederos de un pasado culpable o porque tenemos una relación con
el autor culpable.
En el primer caso hablamos de
responsabilidad histórica que es la que se da en Alemania, como hemos visto,
pero que es también la propia de cualquier país que, como España, Francia o
Gran Bretaña, hayan sido imperio en el pasado. Las injusticias cometidas en el
pasado con las colonias pesan sobre los descendientes en forma de
responsabilidad. Nadie lo ha expresado mejor que Bartolomé de Las Casas quien,
ya en el siglo XVI, decía, mirando a los descendientes de los conquistadores,
que vendrían al mundo con la responsabilidad de reparar tanto las riquezas
sustraídas como el buen nombre de los indígenas. Esto que hasta ahora parecían
excesos retóricos, forma ya parte de la política de muchos Estados que indemnizan
a los descendientes de esclavos, por ejemplo.
Pero, además de la responsabilidad
histórica, está la responsabilidad política entre contemporáneos. Es la que
alcanza a José Luis Ábalos por las imputaciones a Koldo García. El ex ministro
es una causa necesaria sin la que la extraña carrera empresarial de su chófer
no se hubiera producido. Responsable pues de equivocarse en la elección del
hombre de su confianza y también del desprestigio que ha causado a la
institución política. Sentirse responsable es reconocer que se equivocó al
promocionar a un sujeto que no merecía esa confianza, y, responsable también
del desprestigio que han sufrido las instituciones públicas implicadas en este
asunto. Ese reconocimiento de la responsabilidad se expresa abandonando el
escaño en señal de respeto. Es la forma de reconocer que no se ha estado a la
altura de la dignidad del cargo.
No hay pues que ser culpable para sentirse
responsable. El cómo y cuánto de la responsabilidad no está escrito pues
depende en primer lugar de la sensibilidad de la propia conciencia. Se suele
decir que esa conciencia es mayor en países de tradición protestante porque el
protestantismo, al rebajar el papel intermediario de las iglesias, acrecienta
el papel de la conciencia individual. No parece una explicación muy convincente
porque ahí tenemos el caso del ex primer ministro de un país de tradición
católica como Portugal, Antonio Costa, que dimitió sin vacilar, sintiéndose inocente,
al verse salpicado por casos de terceras personas, “para preservar la dignidad
del cargo”.
De este episodio cabría extraer un
par de lecciones: en primer lugar, habría que crear algo así como un estatuto
del servidor público. No basta, como hasta ahora, la confianza del que nombra.
El nombrado tiene que reunir determinadas condiciones como madurez humana,
capacidad profesional y compromiso democrático, que una instancia cualificada
pudiera valorar. Es posible que haya muchos Koldos instalados en despachos
públicos cuyo único aval sea la confianza de su jefe. Y, en segundo lugar,
habría que hilar más fino en la exigencia de responsabilidades. No vale todo,
ni es lo mismo una mala práctica que una corruptela o una corrupción, por eso una
forma de dignificar la cultura de la responsabilidad podría ser la valoración
del resultado final. No puede ser que el país que menos dimite sea el que más
dimisiones exija. No puede ser tan barato acusar o acosar sin pruebas y no
debería quedar sin reconocimiento el gesto de quien dimite, como Antonio Costa,
porque tiene más conciencia que quien no dimite o que quien pide la dimisión.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 10 de
marzo 2024)