2/10/14

Relectura de "La meditación de la técnica" de Ortega y Gasset. En torno al debate biología sintética y filosofía.

Introducción
             José Ortega y Gasset escribe Meditación de la técnica  en un contexto marcado por la fecha, 1933. La relectura que ahora propongo tiene por contexto preocupaciones de nuestro tiempo, en concreto, las que suscita la biología sintética. Una reflexión filosófica sobre la técnica debería  primar aquellos aspectos o preguntas que plantea el desarrollo de la biología a la conciencia filosófica. Que el referente de esa conciencia filosófica sea, en primer lugar, Ortega y no Heidegger o Nietzsche es una opción que no admite más justificación que el interés que pueda suscitar este libro escrito hace ahora ochenta años. La hipótesis de partida es que este texto sigue siendo actual.

            1.  El contexto inmediato de la lectura de este texto escrito  es el de este seminario sobre "Retos  ético-políticos de la biología sintética"(1). Como me faltan conocimientos para reconstruir el contexto científico, recurro a la ayuda de Andrés Moya, biólogo y filósofo, autor de Naturaleza y futuro del hombre, sobresaliente por su claridad y contundencia. De él tomo dos tesis que pueden servir de marco para la relectura del escrito de Ortega y Gasset sobre la técnica.

            La primera tesis plantea el iter y los hitos de una filosofía de la biología a la altura del estado de la investigación actual. Serían los siguientes: en primer lugar, reconocer al ser humano como un viviente, sometido como tal a las reglas de los seres vivos, en concreto a la de la evolución. Esta evolución, vista desde la ciencia,  nos dice que no tiene por qué ser necesariamente natural sino también propiciada por la intervención del hombre. Entre las posibilidades de tal intervención estaría la de alterar (en el sentido de cambiarla para mejorar) la naturaleza humana, sin excluir la posibilidad de un cambio que afecte "al status ontológico de nuestra especie" (Moya, 2011, 195). Es decir, estamos hablando de "transhumanizacion", esto es de la aparición de entes "que no van  a ser naturales...pues no estarán sometidos al dictum de su naturaleza genético-biológica";  y no serán naturales porque con esta creación "el hombre será superado" (Moya, 2011, 192) (2). Serían humanos pero no naturales. Habría que considerar además  la posibilidad de otro salto en la evolución de la especie. No hay que descartar en efecto la posibilidad de que  "esos entes bien pudieran disponer de la capacidad para crear otros entes y, por tanto, ya no estaríamos hablando de transhumanos, sino más bien de transrobots, transcyborgs o transcibermundos" (Moya, 2011, 197). Difícil en este caso reconocer en esos entes la condición de humanos. Aunque suene a ciencia ficción, estamos, según estos biólogos,  ante posibilidades reales del desarrollo científico. Debemos dar, por tanto, a estas posibilidades el rigor que merece una realidad posible.

             Para el filósofo de la ciencia que es Andrés Moya esta evolución de la especie humana plantea problemas relativos a la libertad. Al fin y al cabo, el ser humano que hemos conocido es impensable fuera de una larga y dura historia de libertad. Pues bien, el autor,  de la mano de Nietzsche, entiende esas intervenciones en la naturaleza humana como un ejercicio de libertad: libertad del científico que crea esos entes pues su actividad no estaría dictada por criterios externos, ajenos a la lógica científica (las religiones, por ejemplo") (3), sino por la lógica y las posibilidades mismas de la evolución objetiva y del conocimiento subjetivo. Y libertad también de los entes creados "pues no estarán sometidos al dictum de su naturaleza genético-biológica" (Moya, 2011, 192). Estarían pues liberados de los condicionantes que impone la naturaleza.

             La segunda tesis que tomo del libro de Andrés Moya es la reivindicación de Nietzsche: "reivindico con precaución", dice en la Introducción, "la realización del sueño de Nietzsche" (Moya, 2011, 10), acabando el libro en el mismo tono: ""el hombre está abocado a construir su propio futuro como única solución ante el nihilismo que la naturalización nos ha impuesto. Vindiquemos a Nietzsche" (Moya, 2011, 208). Parece, según este planteamiento, que sin Nietzsche estamos condenados al nihilismo sea de una naturaleza ciega que se nos impone como un destino, sea de una evolución que nos arrolla en su decurso. Nietzsche nos despierta, instándonos a tomar la iniciativa. El autor reivindica el sueño de Nietzsche, es decir,  un futuro del hombre transido por cambios profundos en la naturaleza humana, que el científico actual está en condiciones de llevar a cabo y de cuya envergadura ya hemos podido hacernos una idea.

            1.1. Decía que Moya reconoce que  sí hay consecuencias antropológicas en este proyecto científico. La primera, ya señalada, se refiere a la libertad del ser humano. Reconoce  el ejercicio de la libertad, pero todo hace pensar que fundamenta ese ejercicio, como luego veremos,  en unas bases distintas de las que hemos conocido, de ahí la pregunta sobre si no nos estaremos despidiendo del ser humano que hemos querido ser a lo largo de los siglos. También altera la relación entre el sujeto y el objeto de la investigación. Queda cuestionada la supremacía del sujeto investigador. En efecto, al ser estos nuevos entes, técnicamente más perfectos,  provocarían en el ser humano que nosotros somos una "una manifiesta inferioridad para estar en el mundo" (Moya, 2011, 196). Es un apunte importante que va mucho más allá del sentimiento de inferioridad. Moya habla en futurible al plantearse el sentimiento de inferioridad que puede provocar la aparición de entes transhumanos. Günther Anders, sin embargo,  hablaba ya en 1955 de una "vergüenza prometeica"(4). Interesa relacionar estos dos momentos. Propio del hombre moderno, decía Anders,  es el orgullo de la propia valía, el desafío a los dioses, como Prometeo, consciente de lo que uno es capaz. Pues bien, ese orgullo que acompañó al hombre del renacimiento, incluso al inventor del siglo XIX, está desapareciendo, siendo sustituido por un singular sentimiento de inferioridad. Lo que subyace a ese cambio es la experiencia contemporánea de que vale más lo que se hace que el sujeto que lo hace. Podemos hacer maravillas pero el hombre, incluso el que las hace, nunca será maravilloso. Lo expresa bien esa leyenda molúsica que habla de la vergüenza que sintió el dios Bamba al crear las preciosas montañas molúsicas: "se avergonzó de no ser como ellas" (Anders, 2011, 41). El hombre  actual se avergüenza por no estar a la altura de sus productos. Hubo un tiempo en que los hombre de la cultura denunciaba la cosificación del hombre, el ponerse a la altura de la cosas; ahora lo que resulta insoportable es no cosificarse, no ser tan acabado como muchas de las cosas que sabe y puede crear.

            El sujeto humano, aunque sea creador, tiene un defecto de fábrica o, si se quiere,  está compuesto de una materia prima muy rígida, muy conformada, faltándole la souplesse de la materia inanimada que admite toda suerte de manipulación, transformación y enriquecimiento. Libres son las cosas, no los seres humanos  porque su cuerpo no es capaz de asumir las infinitas formas que puedan adoptar los aparatos. Es como si el hombre saboteara en si mismo sus propias posibilidades.

            La vocación de ser aparato no es vista como deshumanización o, mejor, dicho, la deshumanización no espanta porque ser aparato es su anhelo, su debida tarea. "Si el hombre sufre un sentimiento de inferioridad frente a sus aparatos", resume Anders, "es, en primer lugar, porque en sus intentos de amoldarse a ellos y de convertirse a si mismo en parte de este o aquel aparato, tiene que constatar que él resulta ser una materia prima miserable. Lo es porque en vez de ser una verdadera materia prima, está fijada morfológicamente de manera desafortunada porque está preformado" (Anders, 2011, 63). Lo que procede entonces es procurarle los medios técnicos necesarios para que gane la ductibilidad  de la que le ha privado su naturaleza.

            La inferioridad del hombre respecto  a los aparatos se muestra de muchas maneras. Gracias a la serialidad de un producto, por ejemplo, nos aseguramos una forma de inmortalidad que deja en ridículo la vieja idea filosófica que se vanagloriaba del "ser único", aplicado a cada individuo de la especie humana. Hay virtudes que ponemos en nuestros productos pero no en el productor de los mismos, por ejemplo, ser conservable como una fruta o ser recambiable como una bombilla. Frente a ello el ser humano solo puede oponer "ser un ejemplar único absolutamente corruptible" (Anders, 2013, 67).

            Un claro ejemplo de la "vergüenza prometeica" la proporciona el destino de célebre general McCarthy, héroe de la guerra de Corea. A la vista de las temerarias decisiones que acostumbrada a tomar este héroe de guerra, los políticos de Washington decidieron que  la responsabilidad de las decisiones se pusiera en manos de un Electric Brain, de una máquina que analizaba sin contemplaciones y con toda la racionalidad deseable cada una de las posibilidades hasta elegir la mejor. Se prefirió la máquina al hombre porque el hombre no es de fiar. Al hombre McCarthy no le quedó otra salida que regentar un negocio de máquinas...

            Aunque la vergüenza es un sentimiento muy propio del ser humano, siempre escindido entre lo que "tiene" involuntariamente y lo que "es" o quiere ser conscientemente, lo cierto es que la "vergüenza prometeica" es  muy de nuestro tiempo. Todos tenemos en la mente la figura del Charlot de Tiempos Modernos. Con frecuencia recurrimos a esa imagen para denunciar  la inhumanidad o cosificación del sistema capitalista. Ese Charlot que, ya fuera del trabajo, sigue reproduciendo los gestos mecánicos que le ha exigido la cadena de producción, expresa bien la deshumanización del fordismo. Pero Charlot ya no nos es contemporáneo, dice Anders, porque a nosotros nos gustaría mimetizar la máquina.

             1.2. Convendría detenerse en la "vindicación de Nietzsche", es decir, en los supuestos filosóficos propios de muchos filósofos de la biología. Pone el acento en la figura del superhombre, una figura compleja que ha sido objeto de múltiples interpretaciones (5). Lo que parece indiscutible es que el superhombre significa la muerte del hombre ilustrado (consecuencia directa de la "muerte de Dios"), es decir, considera obsoleta la idea del hombre como sujeto de la historia, como proyecto de libertad que tiene en cuenta la experiencia de opresión y las exigencias universales de la razón. El superhombre va unido al concepto de tiempo, del tiempo indefinido, siempre disponible, es decir, está ligado  a la idea de la evolución, pero con un matiz: aunque asociamos evolución a progreso, en Nietzsche esa evolución o progreso toma la forma del eterno retorno. ¿Por qué?,  el progreso o la evolución expresa o responde, según la interpretación de Heidegger,  a la voluntad de poder, entendiendo por tal una voluntad que sólo se quiere a sí misma, es decir, que se afirma queriendo o deseando, sin que se sacie en los quereres deseados, sino en querer el querer. Esa voluntad es eterno retorno porque lo que busca decidiendo es decidir.

            Calibramos lo que aquí está en juego si tenemos en cuenta que lo que se opone a este tiempo como evolución o eterno retorno, es el tiempo como interrupción (6). ¿Cuál es la diferencia? La consideración de que la fuerza o el valor capaz de interrumpir los tiempos que corren es la memoria del sufrimiento. En la voluntad de poder no hay lugar para la memoria ni el sufrimiento y eso no es un dato menor. Según Nietzsche la figura del superhombre invita a superar el nihilismo clásico, resultado de una historia del ser humano construida desde normas impuestas, cualesquiera que esta sean. El superhombre introniza la voluntad, el poder de la voluntad, la voluntad de poder. El futuro de la evolución es el que da de sí la ciencia. La ciencia o la técnica liberadas de toda norma externa.
            Consecuente con esa visión nietzscheniana del tiempo, el autor deja bien claro que la construcción del futuro conlleva "dejar atrás el pasado" (Moya, 2011, 208)

            1.3. Andrés Moya no está solo en esta posición filosófica (7). Peter Sloterdijk, por ejemplo, abunda en el mismo sentido.  En Reglas del parque humano habla del fracaso de la humanitas, es decir, del proyecto civilizatorio que ha conformado occidente. Tenía por objetivo desviar al ser humano del anfiteatro al libro, un desvío que podía interpretarse como paso de la animalitas a la rationalitas. Este proyecto humanitario se vertebraba en torno a dos ejes: convertir al ser humano en un lector de cartas, es decir, en el receptor de un patrimonio cultural que él gestionaba; y, en segundo lugar, la domesticación, en sentido literal, esto es, en convertir al ser humano en un ser doméstico, que habita la casa en lugar de vivir a la intemperie. La tesis de Sloterdijk es que ese proyecto ha fracasado. El lector de cartas no ha abandonado el anfiteatro sino que ha convertido la historia en un combate de fieras. Ahí está el siglo XX, el más violento de la historia. Tampoco la domesticación ha facilitado el desarrollo o la expansión del ser humano. Al contrario, le ha jibarizado, le ha achicado, porque lo propio del hombre es estar-en-el-mundo, a la escucha del ser. Debe construirse dando hilo a lo que esa manera de ser le inspira, algo que sólo es posible si sustituye las normas impuestas, sean estas divinas o humanas, por la voluntad de poder. Nietzsche explicita esa idea diciendo que "la futura humanitas será un combate entre criadores del hombre pequeño y el superhombre".  Sloterdijk traduce ese nuevo combate del hombre por su humanistas diciendo que lo que se impone es cambiar ética por genética, por eso defiende abiertamente "la posibilidad de una reforma genética de las propiedades de la especie". Las tesis de Sloterdijk y las de Moya son en buena medida convergentes aunque el primero pone el acento en el fracaso de la humanitas y el segundo en su mejora.

 De lo dicho se desprenden una reflexión general que deberíamos tener en cuenta en la relectura de Meditación de la técnica. Me refiero a la inevitabilidad de la técnica. Es imposible pensar la naturaleza sin remitirse a la técnica. Pero la compañía del superhombre nietzscheniano obliga a preguntarnos si todo es posible, si el sentido de la grandiosa evolución que anuncia la biología molecular es el eterno retorno de lo mismo.

2.  Relectura de Meditación de la técnica de Ortega y Gasset (8)

Una observación preliminar: Ortega pertenece a una generación de pensadores -en la que también estarían Benjamin y Heidegger- que saludaron con entusiasmo la irrupción de la técnica moderna pues veían en ella la posibilidad de realizar viejos sueños de felicidad de la humanidad. La reciben sin reservas y la saludan con una riqueza categorial realmente sorprendente. Si Benjamin se fija en las primeras representaciones de las máquinas de vapor que se deslizan por las vías férreas con patas de caballo, es para indicar que los viejos sueños de la humanidad, limitados hasta ahora a las posibilidades de un animal, podían por fin realizarse gracias al invento de ferrocarril. Por no hablar de las modernas rotativas que hacían realidad el milagro de los panes y de los peces. Es verdad que acaban teniendo sus reservas pero esas reservas críticas no vienen de aprioris dogmáticos (como los de las iglesias aferradas a un domesticado concepto de naturaleza que tiene un poder normativo sobre la actividad humana), sino de la experiencia de la técnica, de su despliegue histórico.

            Esta generación mantiene una actitud socrática, es decir, plantean como el Sócrates del diálogo platónico Cármides o de la sabiduría, una relación entre técnica y felicidad. Ante un Critias entusiasmado con el sueño de un mundo organizado técnica y científicamente, se pregunta Sócrates: "¿pero viviremos mejor y seremos dichosos?. He aquí lo que yo aún no puedo comprender mi querido  Critias". Ligan técnica a felicidad y no se les oculta que esa posibilidad no siempre tiene lugar. Da Vinci ideó un artilugio aéreo "para buscar nieve en la cima de las montañas y luego esparcirla por las calles de la ciudad sofocada por el calor del verano" Llegaron, sí, los aviones, "pero para llenar los surcos de sangre", apostilla Benjamin (WB, GS V, 609).  Es entonces cuando vuelven sobre la técnica, pero sin ingenuidad, sino con la preocupación de repensar más críticamente el ser de la técnica.

2.1. Para Ortega el hombre contemporáneo es un ser técnico. Esa es su declaración de principios. Es verdad que no lo ha sido siempre, pero lo es en el estadio actual de su desarrollo. Esto quiere decir que Ortega se arriesga a distinguir en la historia de la humanidad varias fases en lo concerniente a la técnica. "Peraltando algunos  jalones", dice en plan cursi, es decir, haciendo algunos cortes, podemos establecer tres fases en la relación del hombre con la técnica: en primer lugar "la técnica del azar". Es lo propio del hombre primitivo que hace gestos técnicos (hacer fuego) pero ignora que sean distintos de cualquier gesto natural (andar, nadar, golpear). La sencillez de esos gestos técnicos primitivos hace que sea compartidos por todos. No sabe que pueda inventar. Si frotando dos palos sale fuego piensa que es una propiedad del palo que sirve, además de para pegar, para hacer fuego. No se siente homo faber (Ortega, 2002, 77). En segundo lugar, "la técnica del artesano": es lo propio del hombre medieval. Para entonces se han multiplicado los gestos técnicos aunque todavía prevalecen los naturales. Esos actos técnicos exigen destrezas que no todos poseen: son cosas de los artesanos. El hombre ya se da cuenta de que hay gente técnica pero no ha descubierto aún que el hombre, todo hombre, es técnico. El autor de la técnica medieval -el constructor de catedrales, por ejemplo- es visto como alguien que tiene un don (Ortega, 2002, 80). Esta destreza tiene algo de extranatural (don recibidos) pero también algo de natural (es un don fijo y dado de una vez para siempre como hace la naturaleza). El invento en esta fase sólo produce instrumentos pero no máquinas que no es lo mismo pues el instrumento es manipulación, depende de la mano que lo maneja, mientras que la máquina es autónoma. En la máquina el instrumento pasa a primer plano y no es él el que ayuda al hombre sino al revés: el hombre es quien simplemente ayuda y suplementa a la máquina (Ortega, 2002, 82). Finalmente, "la técnica del técnico". En esta fase el hombre posee clara conciencia de tener una capacidad para actos de invención, distintos de los meramente naturales. Es una incapacidad ilimitada, es decir, no está reducida a satisfacer  las necesidades naturales,  sino también a las necesidades que se invente, a los deseos que quiera satisfacer.

            El gesto técnico está tan íntimamente ligado al ser humano contemporáneo que ser humano y ser técnico coinciden, lo que quiere decir que el acto humano por excelencia no sería la contemplación, como quería Aristóteles, sino la acción técnica. Y lo explica diciendo que  el hombre es un ser vivo y como tal quiere vivir. Ese deseo es tan intenso que si la naturaleza o el mundo o las circunstancias no le dan los medios, se las apaña sea transformando la naturaleza, sea inventándose medios o actos que hagan posible la vida. Y, así, si tiene frío, hace fuego; y si no tiene una caverna donde refugiarse, construye una casa, es decir,  produce lo que no está en la naturaleza. Nótese la precisión de Ortega: dice que "hacer fuego es un hacer muy distinto de calentarse, que cultivar un campo es un hacer muy distinto de alimentarse y que hacer un automóvil no es correr" (Ortega, 2002, 25). Calefacción, agricultura y fabricación de carros o coches no son meros actos para satisfacer necesidades naturales, sino actos muy distintos de los que el animal, por ejemplo, realiza para protegerse del frío o del hambre. ¿Cual es la diferencia? el gesto técnico del fuego sirve para calentarse, es decir, para satisfacer una necesidad natural, pero va mucho más allá porque satisfacemos la necesidad natural para librarnos de ella y poder vacar a otras "necesidades" inventadas, mucho más satisfactorias. Ortega llega así a preguntarse si el fuego se inventó primero para combatir el frío o para embriagarse (los primitivos se "colocarían" con el humo y el sudor, Ortega, 2002, 32). Eso significa que ese hombre tendría tanta necesidad de protegerse del frío como de proporcionarse ciertos estados placenteros.

 Esto nos lleva a la importante conclusión de que la técnica es lo contrario de la adaptación del sujeto al medio, puesto que es la adaptación del medio al sujeto" (Ortega, 2002, 31), es decir, a las necesidades  inventadas del sujeto. O, dicho de otra manera,  "la técnica es la producción de lo superfluo". Ortega echa en cara a los libros sobre la técnica el no haber reparado en la importancia del concepto de "necesidades humanas", que es mucho más que "necesidades naturales". Por eso llega a decir que lo artificial es necesario, que el hombre es un animal para el cual sólo lo superfluo es necesario.  Es una extraña aseveración que sólo se entiende si tenemos en cuenta que, aunque el hombre es un ser vivo, lo suyo, lo que diferencia de los demás animales,  no es vivir, sino vivir bien: "el hombre no tiene empeño alguno por estar en el mundo. En lo que tiene empeño es en estar bien" (Ortega, 2002, 34). Y como el instrumento de ese bienestar es la técnica, tenemos que "hombre, técnica y bienestar son en última instancia sinónimos". El hombre es un ser técnico.

Si no dijéramos más parecería que la teoría de Ortega sobre la técnica sería una ideología del consumismo o un epígono nietzscheniano: si el ser hombre va ligado a la satisfacción de necesidades inventadas, cuanto más se inventen, mayor sería el grado de realización del hombre. Esa es la lógica del consumismo que cifra la felicidad en la satisfacción de deseos infinitos. Y eso algo tendría que ver con la filosofía niezscheniana que ubica en la voluntad irrestricta el sentido de la vida. Avalaría esta hipótesis la idea que defiende en Historia como sistema cuando dice que "el hombre no tiene naturaleza, sino historia", de ahí que "carece de sentido poner límites a lo que el hombre es capaz de hacer" (9). Aranguren se para en este punto para criticar a Ortega por no tener en cuenta los límites que la naturaleza impone al ser del hombre.

Pero no se hace así justicia a Ortega cuya relación con la técnica, como ya dije, es positiva pero no ingenua (10). Llegar a decir que ser humano y ser técnico coinciden implica una valoración de la técnica semejante a la que  tenían Benjamin. Pero eso no impide a Ortega, como tampoco a los otros  filósofos referidos, tomar conciencia de sus problemas.

2.2. Debido a que el asunto de la técnica no es vivir, sino vivir bien, resulta que los problemas que señala Ortega no se refieren a su naturaleza sino a su realización,  a cómo se está produciendo la técnica de hecho. Algo hay en el desarrollo contemporáneo espectacular de la técnica que la puede hacer descarrilar. Se refiere, en primer lugar, al problema consistente en tratar la innovación técnica, es decir, la novedad como moda. La moda es una novedad que se agota o envejece en el mismo momento en que se manifiesta, de ahí que quien vive a la moda tiene que vivir pendiente de la que vendrá. Ese vivir pendiente de lo que vendrá -de la innovación por la innovación- conforma un tipo de vida sin más contenido que la espera de la próxima novedad. El resultado es una vida vacía. A quien viva así "se le vacía la vida [...] De puro llena de posibilidades [...] la técnica es incapaz de determinar el contenido de la vida" (Ortega, 2002, 83-84). La vida debe vivirse pero hay formas de vida que si se entregan a la técnica acaban vaciando la vida. Ortega está apelando a algo más que la técnica para que la vida tenga contenido.

El segundo problema es la naturalización de la técnica. Las innovaciones técnicas, los artefactos tecnológicos, nos son tan habituales en el domicilio, en la profesión, en la enfermedad o en el ocio, que corremos el peligro de tomarles como algo naturales, siempre a mano, inagotables. El peligro es olvidar lo que hay detrás de trabajo, esfuerzo, conocimiento, riesgo. Acabamos comportándonos como los primitivos con el arte de hacer fuego. Esa mentalidad, que fue la que le inspiró La rebelión de las masas en 1927, pierde de vista lo esencial de la existencia humana. El ser humano vive en un mundo que no le facilita la existencia. Tarea suya, para sobrevivir, es transformar el mundo, es decir, tiene que conquistar y crear las condiciones de su existencia. Si abdica de esa actitud agonal (11) será devorado por las circunstancias, incluso por las que él mismo haya creado. El ser humano nunca se identifica con lo dado. Es más bien "un drama, una lucha por llegar a ser lo que tengo que ser" (Ortega, 2002, 49). Eso es lo que precisamente olvidan las masas: se han  apropiado del producto de la historia sin tener en cuenta la rica y laboriosa savia -se trata de  la historia de esfuerzo y dolor-que les ha hecho posible. El problema de las masas contemporáneas es que nunca  ha costado tan poco satisfacer las necesidades, hasta el punto de pensar que el desarrollo científico y técnico "va de soi". Ven como natural lo que es logro humano. De ahí su desconsideración respecto a los actores -escasos, pero decisivos- del bienestar actual. Por eso se permiten en sus reacciones coléricas o festivas destruir en un instante "las causas de la vida" que han costado siglos de esfuerzo. Y, en apoyo de esa tendencia a propter vitam, vivendi perdere causas, cita la bacanal de Níjar, pueblo almeriense, el cual, para festejar la proclamación de Carlos III como rey, no se le ocurrió nada mejor que, tras emborracharse, quemar y destruir todo lo que había de comida y bebida, todo lo que de ellos se producía en la localidad y todo lo que quedaba almacenado en los comercios. Y, comenta Ortega: "este pueblo, para vivir su alegría monárquica, se aniquila a sí mismo. ¡Admirable Níjar! ¡Tuyo es el porvenir!" (12). Ese sentimiento de poderío y soberanía ilimitada le lleva despreciar todo límite, todo tener que contar con algo que no sea ella misma. En los motines que provoca la escasez no se les ocurre mejor forma de reivindicar el pan que destruyendo las panaderías, como si el pan se hiciera solo. Las masas, con su actitud indolente, sierran la rama que las sustentan.

             Esta doble crítica preludia la tesis fundamental de su meditación sobre la técnica, que es adonde quiero llegar: “La técnica no es en rigor lo primero […] Ella va a ingeniarse y a ejecutar la tarea que es la vida; va a lograr, claro está,  en una u otra limitada medida, hacer que el programa humano se realice. Pero ella por sí no define el programa, quiero decir que a la técnica le es prefijada la finalidad que ella debe conseguir. El programa vital es pre-técnico. El técnico o la capacidad técnica del hombre tiene a su cargo inventar procedimientos más simples y seguros para lograr las necesidades del hombre. Pero estas, como hemos visto,  son también una invención: son lo que en cada época, pueblo o persona el hombre pretende ser; hay, pues, una primera invención pre-técnica, la invención por excelencia, que es el deseo original" (Ortega, 2002, 54).

              Reconozcamos que se trata de un texto muy contundente. Resulta que la vida humana, el bienestar como vida, consiste en un proyecto vital que uno decide desde su libertad y al que se supedita la técnica. La técnica debe ser pensada en función del proyecto vital que es quien determina el tipo de técnica. El proyecto vital de un budista convoca un tipo de técnicas que poco tienen que ver con las de gentleman inglés o la del hidalgo español: si para el budista este el mundo es mera apariencia, mejor mantenerse a distancia de él. Esta no implicación en el mundo invita a desarrollar técnicas que se centren no en el mundo sino en el cuerpo y en la mente del hombre (de ahí figuras como los faquires y yoghis). Lo que no va a producir este ideal vital es la fabricación de un automóvil dado que lo suyo es conseguir la inmovilidad máxima para concentrarse en la meditación (Ortega, 2002, 59). El proyecto condiciona la técnica, la cual, si es necesario, reforma la naturaleza. Y lo explica: el budismo prospera en las duras tierras tibetanas. El budismo es meditación, pero ¿cómo hacerlo en la crudísima temperie tibetana? Había que construir conventos de cal y canto. Esas construcciones se convirtieron en monasterios pero también en refugio de los guerreros; en castillos y Estado. Fue pues “el budismo el que  modifica el clima y la tierra mediante la técnica de la construcción” (Ortega, 2002, 60).

             El gentleman crea otro tipo de técnica. El gentleman se comporta ante las penosidades y apremios de la vida  con la elegancia de un jugador que sabe que se puede ganar o perder. El gentleman, a diferencia del budista, quiere vivir con intensidad en este mundo, lo que sólo es posible si consigue marcar una distancia frente a todo…ser un buen jugador en la aspereza mundanal.  La técnica que emergerá de esa actitud estará orientada "al dominio sobre la circunstancia y sobre el hombre" (Ortega, 2002,65). Esas técnicas del poder exigirán la creación de grandes políticos y hombres de negocios (13).

            2.3. Se trata entonces de reconducir o resituar  la técnica teniendo en cuenta la primacía del proyecto vital.  ¿Cómo? Si lo que ha habido es una "hipertrofia de la técnica" (debido a que el hombre no ha sabido orientar sus deseos, ni reconocer la finalidad de la técnica), procede someterla a un tratamiento, es decir, ponerla al servicio del programa vital. Que no vaya por libre. El hombre "no puede ser cualquier cosa que se piense o se proponga" (Lasaga,  2003,116). Lo que pasa es que esto no es decir mucho pues al concepto de "programa" o "proyecto vital" van unidas ideas como "el hombre es una entidad infinitamente plástica de la que se puede hacer lo que se quiera" (14), o también que "el hombre, quiera o no, tiene que hacerse a sí mismo, autofabricarse" (Ortega, 2002, 52) o esta otra "el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene historia" (Ortega, 2006, 71)... No parece fácil poner límites a una concepción tan abierta del proyecto vital que reivindica la libertad creadora como único principio conductor. No parece fácil escapar a la seducción de Nietzsche.

            Pero Ortega insiste, preguntándose por el límite o el principio regulador del proyecto vital. ¿Cuál puede ser el límite de un proyecto vital basado en la libertad incondicionada? Da una pista que tomo del artículo de Diéguez Domínguez. Dice Ortega: "en esa ilimitación principal de sus posibilidades, propia de quien no tiene una naturaleza, sólo hay una línea fija, preestablecida y dada, que puede orientarnos, sólo hay un límite: el pasado" (Ortega, 2006, 72). El pasado es el principio regulador.

             ¿De qué está hablando Ortega?  Ese pasado no parece que pueda ser la naturaleza que acaba de ser excluida. Si el hombre no tiene naturaleza, según dice Ortega, no se la puede invocar para que limite las posibilidades de la libertad o de la historia (15). A no ser que entendamos la naturaleza de una manera diferente (a Platón o Aristóteles, lo que tampoco se dice). Tampoco puede ser el pasado de la técnica. No podemos ahora convertir "la técnica del artesano" en norma de la técnica del técnico. Como Ortega bien dice eso nos queda detrás y la marcha es irreversible ¿Entonces? ese pasado tiene que ver con la historia del proyecto o de los proyectos vitales, es decir, con la historia del hombre que hemos querido ser a lo largo de la historia de occidente. Ese pasado no habría que entenderlo en el sentido de que hubiera proyectos de vida de primera que debiera ser modelos para los demás. Eso no es de recibo porque los proyectos de vida son todos válidos si nacen de la libertad del sujeto. Todos son respetables: el del budista, el del gentleman, el del hidalgo (problema: ¿valen todos lo mismo? ¿no hay un punto de decepción en Ortega cuando compara el del gentleman con el del hidalgo?).
            Ese pasado debería entenderse más bien como aquello, aquel momento proto-histórico, que permite, funda o garantiza el proyecto de vida, la libertad de proyectarse vitalmente (16).  Pasado  es el supuesto que hace posible la libertad. Habría entonces que esforzarse en precisar en qué consiste ese momento que garantiza la libertad de proyectarse. Asunto difícil. Mejor que aventurarse por una teoría más o menos improvisada para responder al punto central del problema de la técnica, prefiero la técnica del tanteo, quiero decir, prefiero presentar algunos tanteos que desde mundos diferentes coinciden en situar la repuesta al problema de la técnica en la figura del pasado.
            2.3.1. Hannah Arendt o el pasado como natalidad.
            Arendt traduce ese pasado por natalidad o, mejor dicho, por "ser nacido". A la filósofa alemana le sorprende que la filosofía haya primado el interés por la mortalidad y despreciado tanto el de natalidad. Son dos fenómenos naturales pero así como la muerte ha sido objeto de graves reflexiones filosóficas ("ser para la muerte", "madurar la muerte que llevamos dentro"), la natalidad ha sido visto como un fenómeno meramente biológico. Contra corriente, Arendt reivindica la natalidad como categoría filosófica. Al fin y al cabo, viene a decir , lo más natural es la muerte. La vida lleva consigo el deterioro y la destrucción. Lo excepcional o milagroso es el comenzar de nuevo, esa derrota de la muerte que se ofrece la naturaleza a sí misma con cada nacimiento (17). La figura de la natalidad es tan superior a la de la mortalidad que bien se puede decir que "los hombres, aunque tengan que morir, no nacen para morir sino para alumbrar lo nuevo" (18). Aquí hay influencia agustiniana: "initiun ergo ut esset, creatus homo, ante quem nullus fuit" (para que hubiera un comienzo fue creado el hombre), es decir, el hombre no sólo tiene capacidad para comenzar, sino que sin él no existe el comienzo (Corral, 1994, 215). Hace falta algo tan radicalmente novedoso como un nacimiento para que la noción de comienzo pueda aplicarse a los ríos o a los acontecimientos. Sólo el nacimiento expresa suficientemente lo que el inicio tiene de superación de la muerte o de la continuidad.
            Una vez sentada la superioridad filosófica del concepto de natalidad, Arendt aventura el núcleo fuerte de su tesis, a saber, la relación entre nacimiento y libertad. Dice Arendt: "El milagro que salva al mundo de su ruina normal y "natural" es el hecho de la natalidad en el que se enraíza ontológicamente la facultad de la acción" (19). Nótese que en su jerga ese acto humano que llama "acción" (bien diferenciada del "trabajo" y la "labor") es sinónimo de libertad.
            Hay, pues, una relación necesaria entre "ser nacido" y libertad; entre el nacimiento incondicionado y la acción libre, porque de no ser así, quien condicione el nacimiento puede condicionar la acción y, por tanto, anular la libertad.
            Esto es tan importante que el ser libre -el ser que gracias al "ser nacido" resulta ser libre-  tiene la enorme responsabilidad de garantizar las condiciones de natalidad para que las futuras generaciones puedan ser libres.
            Estas reflexiones escritas a finales de los años cincuenta adquieren toda su seriedad y severidad cuando son escuchadas o releídas ante propuestas como la transhumanización o post-transhumanización de la que nos habla la biología molecular. Lo determinante en esos casos es que el ente no aparece en el mundo como la naturalidad del “ser nacido”. ¿Se puede hablar en esos casos de natalidad en el sentido arendtiano?. No parece pues que el nacimiento no es ya un "ser nacido" sino un ser autocreado o autoproducido.
2.3.2  Habermas o "la estructura ética de la especie" (20).
Habermas se enfrente a esa biología cuyo desarrollo espectacular le permite ya “jugar a Dios”, esto es, a la autotransformación de la especie. Dado que la manipulación genética borra las fronteras entre  la natura, que somos, y la estructura orgánica, que nos podemos dar artificialmente, mediante la manipulación de los genes, la alteración de la estructura genética es de la máxima importancia.
Habermas establece una relación entre la estructura natural y la posibilidad de la moral o, dicho en su jerga, vincula la moralidad - la posibilidad de que nos consideremos autores de nuestra historia y de que actuemos autónomamente- a lo que él llama “la estructura ética de la especie“, a una infraestructura antropológica  entendida como base natural indisponible. Distingue entre “ética“ (lo que sucede a ese nivel pre-personal) y “moral" (21) (lo que sucede al nivel personal).
Lo que entonces hay que preguntarse es si la tecnificación de la naturaleza humana no cambia la autocomprensión ética de la especie hasta el punto de que ya no nos podemos comprender como seres orientados a normas y valores, entendidos como libres desde el punto de vista ético e iguales desde el punto de vista moral.
Los padres que encargan un hijo, conforme a un zootipo ideal, toman decisiones que conforman al hijo sin dar al interesado la posibilidad de tomar posición. Toman decisiones sin reciprocidad posible.
 Habermas establece una relación entre la propia libertad y lo que en el hombre es naturalmente no-disponible (natürlich Unverfügbares)  en el sentido de que aquélla remite o se base en ésta. La persona se sabe, a pesar de su finitud, como un origen irremontable de sus propias acciones y deseos. ¿Lleva eso consigo remitir el origen de sí mismo a un principio in-disponible - a un principio que por tanto  no prejuzga en absoluto el juego de la libertad- hasta el punto de que queda blindado el susodicho origen al manejo de cualquier otra persona?. Para ser libre, para actuar libremente ¿hay que tener un cuerpo irremisible?.
Para responder a esa pregunta, inhabitual en la filosofía (desde Kant damos por hecho lo de los dos mundos y cuando hablamos de libertad nunca pensamos en el cuerpo), Habermas recurre a la categoría arendtiana de natalidad. El concepto de natalidad es como un puente que une el inicio natural con la libertad que conformará la conciencia de un sujeto adulto.  Una persona sólo puede ser autor de acciones de las que tenga que dar cuenta si hay continuidad del yo, si hay un Selbst que permanece idéntico a lo largo de la vida, empezando por el nacimiento.
 Esa continuidad del Selbstseins sólo es posible si mantenemos la diferencia entre lo que somos y lo que nos ocurre. Habermas se pregunta si el nacimiento manipulado (en el sentido de que por voluntad de los padres la genética ha introducido fremde Absichten, objetivos extraños") deja de ser ese nuevo comienzo que permitirá al sujeto en sus futuras acciones darlas, a la acciones, ese carácter de inicio, de nuevo comienzo, de libertad. La respuesta que da: la persona programada no puede aceptar ni entender la introducción de esos objetivos extraños, gracias a un cambio genético operado por el programador, como un hecho natural, es decir, como un hecho contingente, que condiciona la acción en un sentido o en otro. Al contrario: el programador interviene en mi historia son sus propios objetivos sin que para el ser programado pueda ser nunca un interlocutor con el que hablar y a través del habla, hacerle cambiar, por ejemplo. Donde a Habermas le duele, lo que según él, más cuestiona la posibilidad de autonomía del futuro individuo es el no poder alcanzar jamás al programador, hecho presente a través de los cambios genéticos irreversibles. Frente a alguien (el biotécnico o los padres) que le ha intervenido, él es impotente y los otros, inalcanzables, como Dios.
Queríamos saber cómo la manipulación de la estructura genética influía en la vida moral. Influye, en primer lugar, en tanto en cuanto, sin nosotros no hay vida moral y no hay nosotros entre el programador y el ser programado. Y, en segundo lugar, porque un ser programado deja de ser fin ya que el ser fin está vinculado al nacimiento, es decir, a un cuerpo que tiene que ser recibido antes de tenido y alterado. Sin esa figura del nacimiento no hay libertad ni iniciativa posible.
 Concluimos señalando dos tesis fuertes en Habermas:
 a) la autocomprensión ética de la especie. La autocomprensión ética de la especie, a diferencia de su comprensión biológica, consiste, como hemos visto, en el convencimiento de que la vida moral de la persona está condicionada por la identidad de la especie, entendiendo por identidad algo así como la irremisibilidad del cuerpo: que el ser humano es un cuerpo que le adviene naturalmente de suerte que antes de tenerle y disponer de él, le experimenta como indisponible; significa también que hay una relación entre libertad, iniciativa e irrebasabilidad de ese cuerpo. Para entender este punto podría servir evocar el debate medieval en la teología judía sobre la creación ex nihilo. La defendían porque era la única manera de garantizar la libertad y la autonomía mundana del hombre. Si la creación fuera, en efecto, a partir de algo, como querían muchas cosmogonías, entonces ese algo tendría una autoridad sobre lo creado. Algo parecido aquí: si el cuerpo del hombre es debido a un programador el hombre queda en sus manos. Esto para un kantiano es muy serio pues esa remisión del ser humano a un programador rompe toda la simetría posible y necesaria para la Wir-Perspective”.
b) La posibilidad moral del hombre.  Con un programador detrás no hay manera de hablar de simetría, ni de hombre como fin, ni como autor de sus acciones. Siempre está la sombra del hombre que le condicionó y que para el condicionado resulta inalcanzable. En ese sentido se puede decir que muere el hombre que hemos conocido. Habermas traduce pues "pasado" por "estructura ética de la especie".
            2.3.3.  Heidegger o la reivindicación del ser olvidado de la técnica.
             Heidegger habla y mucho de técnica (por ejemplo en Die Frage nach der Technik (22). Heidegger analiza la técnica con una estrategia parecida a la que utiliza en el análisis de los grandes temas: der Geist, das Denken, die Sprache, etc. En todos esos casos el punto de partida es un análisis del uso y comprensión habituales de esos términos, caracterizados por "el olvido del ser", es decir, que están afectados del mal propio del pensamiento occidental (lo que Heidegger llama "la metafísica desde Platón a Nietzsche"). El filósofo alemán parte al rescate tratando de superar el olvido sirviéndose de palabras arcaicas que tengan todavía huella o traza del sentido originario. En el caso de la técnica esa palabra es "entbergen" que significa tanto desvelar como proteger ocultando. Son dos sentidos opuestos pero que expresan bien lo que el ser pone en movimiento cuando se le tiene en cuenta.  Lo que Heidegger quiere dar a entender es que la techne, en su sentido originario, significaba "un llevar a su verdadero ser, un hacer tangible y luminoso, aquello que ya es inherente a la physis" (23). En su sentido originario la physis es poiesis. La técnica es la encargada de llevar a cabo ese encargo y lo hace haciendo explícito, manifestando, sacando a la luz, lo que la physis encierra como posibilidad. La palabra arcaica encerraba un impulso creador, movido por una fuerza interior y también por la atracción de la meta o finalidad que alcanzar. Lo alcanzado en cada momento no era la realización plena ni del impulso interior ni de la atracción del fin. Eso lo explica Heidegger diciendo que el ser de la técnica se expresa en los instrumentos y se oculta en lo manifestado. Se esconde al revelarse. Es la técnica como "entbergen": desocultarse y protegerse
            El problema es que ese sentido originario de la técnica ha sido olvidado. La técnica no ha escapado al destino de la metafísica, caracterizada por el olvido del ser, hasta el punto de que la técnica ha acabado siendo la consumación de la metafísica.  Interrogar el sentido actual de la técnica obliga rehacer el camino andado por la metafísica en cuyos surcos la técnica se inscribe (24). Heidegger une el destino de la técnica al de la metafísica y eso explica que sus problemas sean tan resistentes pues los significados de la técnica reproducen los vicios del lenguaje filosófico y vulgar tan diestros en ocultar la trastienda del ser. Expliquemos esto.

            El olvido del ser de la metafísica consiste en haber identificado ser con ente; el haber perdido de vista la diferencia ontológica. Esto mismo ha ocurrido con la técnica.  A ello han contribuido Platón y Aristóteles. Platón desvaloriza la physis al convertirla en un factum. Lo manifiesto es todo lo que hay. No hay trascendencia alguna. Es verdad que nos dice que la Idea es como el ser de la physis y que ese ser consiste en arrojar luz sobre el ente para que sea bien visto. Pero la Idea no es el ser porque no establece relación alguna entre la luz y su origen, al contrario, la Idea se presenta como la instancia fundadora y normativa de la physis. Ahí puede haber grados de visión pero ninguna trascendencia. La verdad será siempre la conformidad del pensamiento a la claridad de la Idea.

            Aristóteles da una vuelta de tuerca al entender los fenómenos físicos como manifestación del interior de la propia physis. Conocerlos consistiría en aprehender en la naturaleza que sustenta lo manifiesto. Aparece así la idea del conocimiento de la naturaleza como aprehensión, captura o dominio de la esencia. Al convertir el conocimiento en captura (eso es el "concepto") de esa naturaleza, desaparece del conocimiento toda esa trascendentalidad que Heidegger  veía en su teoría de la verdad como aletheia. Estamos lejos de la physis/poiesis: ahora todo es manifestable.

            Con la modernidad se produce un cambio pero que nos aleja todavía más de esa concepción presocrática de la physis como poiesis. El grito de guerra lo lanza Galileo con su "mente concipio". La naturaleza manifiesta su  verdad en la medida en que se ajusta a un proyecto cognitivo que emana de la mente. El conocer es un asunto de certezas subjetivas y no de conquistas de esencias objetivas. Pasamos de la captura de la esencia a la construcción del  proyecto. Es el momento del cogito cartesiano: las cosas son en la medida en que se convierten en combustible de la mente, del conocimiento subjetivo. Los objetos, también los objetos técnicos, están al servicio de la voluntad. La voluntad sólo se afirma queriéndose a sí misma: es un movimiento que parte de ella, busca el objeto, para retornar al sujeto.

             Con razón se pregunta Heidegger "¿cual es la esencia de la máquina moderna (es decir, de la técnica) sino una configuración del eterno retorno de lo mismo?" (25). La técnica sigue el ritmo de la mentalidad  moderna para la que lo importante es la voluntad. La voluntad sólo se afirma queriéndose a sí misma, por eso está mucho más allá de sus quereres o de estos o aquellos deseos. Lo importante es querer el querer, quererse a sí misma. Como ya hemos visto, en eso consiste el mito del eterno retorno de lo mismo que inaugura la modernidad y que Nietzsche celebra (26).

            El dominio planetario de la técnica es el último episodio de la historia de la metafísica, marcada por el olvido del ser: "el modo de pensar de la tradición  metafísica que ha finalizado con Nietzsche no ofrece otra posibilidad para el pensamiento que enseñar lo que son los rasgos fundamentales de la edad técnica que no hace más que empezar" (27). El último servicio de la metafísica occidental es introducirnos a la era técnica. Esa sería la esencia metafísica de la técnica: el sometimiento del mundo al deseo incondicionado sin tener en cuenta la llamada de la cosa. Steiner recuerda que nada expresa esa esencia de la técnica como la presa que ataja la corriente del río para convertirle en fuente de energía. Lo que ahí se produce es el desastre.

            Heidegger no se limita, empero,  a denunciar la esencia metafísica de la técnica. La presa no tiene por qué ser la forma explicativa de la técnica. Lo que le interesa es plantear la esencia no-metafísica de la técnica que es "la esencia verdadera", pero que como dice Taminiaux " no puede ser captada por la metafísica, sino por una reflexión anamnética, por una memoria interrogativa que haga aflorar lo olvidado por la técnica existente" (28). Lo que quiere decir es que el ser de la técnica no es algo técnico, sino que consiste en la remisión del quehacer técnico a "la tierra", a su ser-en-el-mundo. La acción técnica tiene que responder a esa solicitud que le viene de la "tierra". Tiene que contribuir a comprender esa solicitud y también a satisfacerla. Y pone como ejemplo de esa buena técnica la siembra del campesino que no provoca a la naturaleza sino que la atiende. Presa o siembra, ese es el problema de la técnica. Para la técnica verdadera lo importante es que el instrumento sea fiable ("verlässlich"), no en el sentido de que no falle sino de que sea fiel a su sentido profundo: que  nos abra al mundo.

             Ahí tenemos la gran diferencia entre las dos técnicas: si la una atiende a la llamada (vocación), la otra provoca (provocación) (29). Si la una se define por el Einblitz heracliteano (el relámpago luminoso que aclara lo que es la cosa y que nos permite adentrarnos en ella), la otra por el Einblick que es la mirada científico racionalista que aclara lo que la cosa es. Hemos sustituido el relámpago que viene de la cosa a la luz que proyecta el sujeto, (Steiner, 1986, 183).

Entiéndase bien esto de las "dos técnicas" en Heidegger: la que se expresa en la presa y la que lo hace en la siembra del campesino. No se trata de demonizar la técnica de la era industrial y divinizar el cultivo del campo. No es una apuesta del romanticismo contra la modernidad. La siembra puede ser tan repudiable como la presa si esa siembra, en lugar de responder a la llamada de la tierra, consiste en sustituir una encina por un helecho por mor del beneficio. La diferencia entre la presa y la siembra estriba en que de la presa retenemos el gesto prepotente de imponer nuestra voluntad. En ese caso no hay ser al que pueda acogerse el ente. La razón de ser de la presa es la voluntad o el interés del hombre. En el caso de la siembra, por el contrario, se reconoce una remisión del gesto técnico del campesino a las demandas del campo que son las que guían el cultivo de la tierra.

El equívoco sobre Heidegger -invocado hoy por toda suerte de ecologistas enemigos de la técnica- es magnificar el ejemplo de la siembra, elevándolo a gesto romántico, perdiendo de vista el sentido que con él pretendía Heidegger y que no era otro que la afirmación del ser de la técnica. En la entrevista póstuma al semanario Der Spiegel dice: "no veo la situación del hombre en el mundo de la técnica planetaria como si él estuviera en poder de un mal del que no pudiera desprenderse; advierto más bien que la tarea del pensamiento consiste sin duda en ayudar, dentro de sus límites, a que el hombre llegue de antemano a entrar en relación suficiente con el ser de la técnica" (Heidegger, 1984, 43).
Lo que tiene claro es que para la técnica moderna el mundo no es "la tierra" sino un "Gestellt": un andamio o truco en el que el ser no se encuentra sino que anda perdido. El hombre manda, convierte las cosas en objeto, pero de esta manera se impide a sí mismo una relación verdadera con el mundo pues las cosas, así maltratadas, esconden al hombre su ser. Montaje utilitarista que convierte a la técnica en un afán incontenible de lucir, innovar... sin rumbo, ni sentido (30).
            Taminiaux convocaba una "reflexión anamnética" (31) para descubrir en la técnica actual su esencia verdadera, su ser, la esencia no metafísica de la técnica.  Es en la técnica existente donde hay que buscar su ser, no parándonos en la manifestado sino escuchando lo que oculta. Llegados a este punto conviene no ser ingenuos ni entregarse a la desesperanza. No ser ingenuos con el poder planetario de la técnica. Esto no es el fruto de una equivocación; esto no es una aberración que se pudiera corregir con una decisión voluntarista. Esta técnica, no lo olvidemos, tiene nada menos que una esencia metafísica. Es el resultado de una forma de entender la realidad que viene de muy atrás. Es el resultado de la cultura occidental.

            La actitud correcta no es la moralina (o el discurso de los valores) sino armarse de memoria para poder descubrir la esencia misteriosa ocultada por la esencia metafísica. Esa posibilidad de descubrir lo oculto en lo manifiesto explica la esperanza final de Heidegger que la expresa con un verso de Hölderlin: "donde hay peligro, crece también la salvación" ( "wo aber die Gefahr ist, wächst das Rettende auch").

            2.3.4. J. Baptist Metz o el pasado como historia del sufrimiento (32).
             Para Metz el pasado no es una pregunta que afecte únicamente a la técnica sino también a la razón ilustrada. El pasado es el nervio del proyecto ilustrado y en la medida en que esa razón se desdobla en Geistewissenschaften y Naturwissenschaften (campo en el que se encuentra la ciencia y la técnica), el tema del pasado es el que garantiza la realización o no del espíritu ilustrado en cada una de sus manifestaciones racionales. Veamos cómo lo explica.

             El proyecto ilustrado es impensable sin la relación entre Vernunft y Freiheit, es decir, no es un proyecto que prime el señorío de la razón, sino la libertad, referida tanto  al sujeto como a la sociedad. Este contexto, que es de las Geistes y de las Naturwissenschaften  (no olvidemos que una y otra son  modalidades de la razón ilustrada),  explica que las segundas sean algo más que meras ciencias explicativas de hechos y, las primeras, se tengan que especializar en la búsqueda del sentido. Unas y otras se deben al proyecto ilustrado que sólo pueden perder de vista si se separan totalmente, si cada una desarrolla su singularidad científica independientemente de la otra.

            Podemos preguntarnos por qué es tan importante esa relación entre razón y libertad para el proyecto ilustrado en su conjunto y, por tanto, para cada una de sus modalidades. Pues porque esa razón ilustrada es una razón emancipatoria y como tal quiere pensar por su cuenta, sin tutelas que la mantenga en minoría de edad. Pero pensar por su cuenta no significa ensimismamiento ya que esa razón sabe por experiencia que la emancipación no se logra por decreto sino que es un duro proceso de liberación en el que el sujeto ha experimentado el exilio, la conversión y hasta la culpa.

            Lo que esto quiere decir es que el sujeto moderno no  se constituye en clave de lenguaje (Spracherfahrung) sino de sufrimiento o liberación (Leidensgeschichte). No se constituye el sujeto gracias al juego del lenguaje comunicativo, no gracias al poder del discurso, sino en virtud de la experiencia del sufrimiento acumulado en ese proceso de liberación (33). Claro que incluso aquí el lenguaje tiene un gran papel pero no por su poder discursivo o deliberativo sino porque el lenguaje recoge esas múltiples experiencias de sufrimiento que cuando se verbalizan llevan, en primer lugar, a la interpelación y no al consenso (34).

             Pues bien, el núcleo semántico de la historia del sufrimiento es la memoria (nos acercamos así al sentido de pasado en el proyecto ilustrado). Lo que se quiere decir es que sólo capta el significado del sufrimiento una razón anamnética. ¿Por qué? porque el sufrimiento es la parte oculta de la historia; aquello olvidado sobre lo que se levanta lo manifiesto de la historia, que es la parte del vencedor. El olvido de esa parte oculta u ocultada se expresa de dos maneras:  en primer lugar, declarando insignificante lo que no aparece. En este caso el olvido toma la forma de un juicio epistémico sobre lo ausente; en segundo lugar, declarando lo manifiesto como única realidad y, por tanto, relegando a la inexistencia lo que no aparece. En este caso el olvido revestiría la forma de un juicio epistémico sobre el presente.

            Lo que ha ocurrido es que el espíritu de la ilustración se ha eclipsado,  que esa relación ha desaparecido y eso ha afectado a todas las ciencias y, también, a la sociedad, al proyecto de libertad de la sociedad y al individuo, al proyecto de libertad del sujeto. Causas de esa pérdida o de ese divorcio ha sido, en primer lugar, la sobredeterminación de lo económico, lo que explica un uso de la economía liberada de su compromiso con el proyecto de libertad de la razón ilustrada. Sobre "el poder de los mercados" o "del poder financiero" parece que hay pocas dudas. A nadie se le oculta que la economía es importante, pero el problema no es la economía sino el haber erigido el "principio intercambio" (Tauschprinzip) como el principio que regula las relaciones personales e interpersonales. Ese exceso conlleva un acto de violencia personal en el sentido de que el bienestar de los unos tiene por precio el malestar de los otros. El "principio intercambio" aplicado a la vida social no es simétrico pues el que no tiene, está a merced del que tiene que es quien impone las reglas de juego.

            Es verdad que ante la asimetría económica y social invocamos la autoridad de la ética en economía. Pero eso es papel mojado si no aclaramos el sentido del Geist en  las Ciencias del Espíritu. ¿Qué se quiere decir? que de poco vale esa apelación si no recomponemos el vínculo de la economía con el proyecto ilustrado. Si damos por definitivo la autonomía de lo económico, la ética será todo lo más un taller de reparaciones, tal y como propugna Odo Marquard (35), una prédica moral para que la economía modere su voracidad.

            En una sociedad determinada por lo económico no se puede hablar de valores, como pretende esa ética, sin enfrentarnos a esa sociedad. Sería peligroso que la ética puenteara esa realidad apelando a deberes abstractos sin la mediación de una  crítica de la sociedad. El espíritu que anima die Aufklärung no es el Geist del racionalismo apático, sino el Geist de una razón que pretende plasmarse en libertad. Por eso Metz plantea la reubicación de la economía en el proyecto ilustrado, es decir, considerar lo económico como un instrumento al servicio de un proyecto político comprometido en transformar la sociedad en un sujeto de libertad.

            Además de la sobredeterminación económica existe una sobredeterminación técnica de la libertad ilustrada. ¿En qué consiste? La técnica moderna tiende a reproducirlo  todo, a convertirlo todo en producto de la técnica; todo, incluso al propio sujeto, considerándolo una pieza más de la naturaleza. Y eso son palabras mayores. Estaríamos desde luego en el vértice de esa hipertrofia de la técnica que denunciaba Ortega.

            Esta posibilidad, que no es ciencia ficción, sino parte del programa de la biología sintética, merece que nos detengamos y midamos las consecuencias. Reducir el hombre a experimento o sencillamente tratarle como objeto de experimentación es la forma más radical de negar ese pasado que invocaba Ortega como freno a la hipertrofia de la técnica. Si el ser humano  es experimento, entonces necesariamente será lo que resulte del laboratorio.  Un ser humano que acepte ser lo que resulte del laboratorio o de la evolución es, de entrada, una inteligencia sin historia -y, por tanto, sin pasado- para la que el sufrimiento será todo lo más moneda con la que comprar futuro o bienestar. Pues bien, lo que está ocurriendo es que "el hombre es cada vez más su experimento y menos su memoria" (36) . El ser ilustrado, que se atreve a tomar el destino en sus manos, sabe que sólo será el sujeto de su libertad, si no pierde de vista la historia de liberación en la que se inserta su voluntad de libertad.

            Finalicemos resumiendo en qué consiste para Metz el pasado que invocaba Ortega. El punto de partida es la ubicación de la técnica en un proyecto de libertad. Como ese proyecto, en su desarrollo, ha perdido esa referencia, "pasado" significa memoria. Memoria, en primer lugar,  del proyecto de libertad propio de la razón ilustrada y, en segundo lugar, del valor y del lugar del sufrimiento en la construcción de ese proyecto.

            En ninguno de estos casos se trata por tanto de negar la técnica sino de resituarla en el lugar que epistémicamente le corresponde que no es la "evolución" sino la "ilustración".

Reyes Mate 


Notas:

(1) Este seminario se inscribe en el proyecto "Standardization and orthogonalization of the gene expression flow for robust engineering of NTN (new-to-nature) biological properties" (FP7-KBBE-2011-5) cuyo IP es el Dr. Víctor de Lorenzo. Madrid 2013.
(2) Andrés Moya distingue tres modelos de transhumanización: a) la robotización: desarrollo de entes mecánicos progresivamente más próximos en su comportamiento a la especie humana; b) la cyborgización: lo que se pretende en integrar implantes de naturaleza variada en el propio ser humano con la finalidad de generar entes biomecánicos; c) la cibermundialización donde cabe la posibilidad de la emergencia de entes  en el ciberespacio con capacidad de emular el comportamiento humano, 196. Notemos las diferencias: en casos de robotización o cibermundialización, la especie humana es el referente, el objeto a emular. En el caso de la cyborganización, la especie humana es el objeto sobre el que se va a actuar. Pero los tres tipos son transhumanos pues aunque tenga como referencia al hombre, en cierto modo lo trascienden, lo superan. Los tres modelos pueden acabar en entes radicalmente nuevos (Moya,  A., 2011, Naturaleza y futuro del hombre, Síntesis, 195-6).
(3) El autor convoca en este punto a  Nietzsche quien "vería en la ciencia actual un poderosos aliado confirmador de sus intenciones en torno a la naturaleza y el futuro del hombre, futuro regido por una inquietante y creciente libertad e independencia con respecto a esa canalización sobre el comportamiento individual y colectivo ejercida por seculares instituciones encargadas de gestionar el espíritu: las iglesias", (Moya, 2011, 16)
(4) Anders, Günther, 2011, La obsolescencia del hombre I: sobre el alma en la época de la segunda revolución industrial, Pre-Textos, Valencia, 39 y ss.
(5) Sánchez Meca, D., 1992,  "Perspectivas actuales de interpretación del Übermensch nietzscheniano", en Er, Sevilla,  nr. 14, (1992), 93-102.
(6) La referencia a Walter Benjamin es obligada en este punto. Me permito reenviar a mi libro Medianoche en la historia. Comentario a las Tesis de Benjamin sobre el concepto de historia, Trotta, Madrid, 2006. En particular la Tesis XV, 237-249.
(7) Si Moya puede contar con la complicidad de Sloterdijk,  no así con la de Heidegger, al que  alude muy de pasada, (Moya, 2011, 191).
(8) Ortega y Gasset, 2002, Meditación de la técnica y otros ensayos sobre ciencia y filosofía, Revista de Occidente y Alianza Editorial, Madrid, 2002. Una excelente interpretación del texto en Diéguez, A., 2013, Con la guía de Ortega: la acción en el mundo tecnificado (manuscrito).
(9) Citado por Lasaga, J., 2003, José Ortega y Gasset (1883-1955). Vida y filosofía, Biblioteca Nueva, Madrid, 116.
(10) Habría que preguntarse por qué y en tan poco tiempo se pasa del entusiasmo por la técnica a la duda. Notemos que el entusiasmo por la técnica de un Benjamin, por ejemplo, es infinitamente superior al de los filósofos de la biología más entregados. No les bastaba el entusiasmo que puede suscitar un futuro mejor -como el que anuncia el superhombre nietzscheniano- sino que además veían en la técnica la realización de los sueños  de felicidad de la humanidad que ahora, por fin y gracias a la técnica, iban a poder ser realizados.
(11) Ortega recurre a la metáfora del hombre como "centauro ontológico" para dar a entender que en su vida hay una parte natural pero que su ser consiste en trascenderla. Ese momento no natural o extranatural, que tiene como tarea transformar lo natural, convierta la existencia humana "en un proyecto de vida" (Ortega, 2002, 48).
(12) Ortega y Gasset, J.,  1961, La Rebelión de las masas, Austral, Madrid, 66-67.
(13) También hay un breve apunte, un tanto despiadado, del hidalgo del que dice que “ su más grande diferencia con el gentleman consiste en que el hidalgo no trabaja, reduce al extremo sus necesidades materiales y, en consecuencia, no crea técnica” (Ortega, 2002, 66). ¿En qué quedamos? ¿No dice que cada proyecto genera su técnica?. Parece que la pereza del hidalgo no crea técnica, pero si la vara de medir es el trabajo, menos hace el budista y sin embargo sí produce técnica.
(14) Ortega, 2006, La historia como sistema, vol VI, 66.
(15) Me resulta intrigante el comentario de José Lasaga cuando dice que "la Naturaleza es el pasado absoluto de la Historia, algo que el hombre no puede cambiar" (Lasaga, 2003,  116). Diéguez le sigue en esto. Puede que no sea el sentido de Ortega pero sí indique el sentido de la respuesta.
(16) No estoy seguro que esto sea el sentido que le da Ortega. En el capítulo X de La rebelión de las masas, titulado "Primitivismo e historia", desarrolla su idea de pasado. Lo relaciona con "conciencia histórica", es decir, con la idea de que hay que saber lo que el pasado ha tenido de logro y fracaso para evitar repetir los errores. Lo aplica al fascismo y bolchevismo. La ignorancia del pasado, la falta de "conciencia histórica" o de "experiencia histórica" explica que no se vea lo que hay de anacronismo en supuestas novedades como las que representan el fascismo y el bolchevismo. El pasado es ese momento que hay que tener bien digerido para que haya presente, para estar a la altura de los tiempos. Ortega reclama gentes "verdaderamente contemporáneas que sientan palpitar bajo sí todo el subsuelo histórico" (Ortega, 1961, La rebelión de las masas, Austral, Madrid,  89). Parece, tras lo dicho, que ese subsuelo que sustenta la historia es algo histórico y no natural.
(17) Corral, Carmen, 1994, "La natalidad: la persistente derrota de la muerte, en AAVV En torno  a Hanna Arendt, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 200
(18)Arendt, H., 1993, La condición humana, Paidos, Barcelona , 265
(19) Arendt, 1993,  266
(20) Habermas, 2002, "Der Streit um das ethische Selbstverständnis der Gattung", en  J. Habermas,Die Zukunft der menschlichen Natur, Suhrkamp, 85-125. También Habermasn 1998, "Nicht die Naturmverbietet das Klonen. Wir müssen selbst entscheiden", en Habermas, Die postnationale Konstellation", Suhrkamp, 1998, 248-253
(21) Si nos preguntamos por el contenido de esa autocomprensión ética de la especie, de ese sustrato fijo que asegura la identidad de la especie, hay que decir que es un constructo, esto es,  el resultado de una larga historia en la que se han depositado enseñanzas metafísicas, tradiciones humanistas y religiosas. Esa vasta herencia cultural compone la estructura básica de nuestra experiencia moral que ha logrado un mínimo de contenido común y eso es lo que compone la autocomprensión ética de la especie.
(22) Martin Heidegger, 1954 , "Die Frage der Technick", en Heidegger,  Vorträge und Aufsätze, Neske Pfullingen, Tübingen, 1954. Hay traducción castellana: Heidegger, "La pregunta por la técnica", en Heidegger, M., 1993, Ciencia y técnica, Edición Universitaria, Chile.
Aunque la posición de Heidegger sobre la técnica no coincida con la de Sloterdijk, sí comparten el mismo desprecio por la humanitas. Como prueba este juicio de alguien, como Karl Jaspers, que le conocía bien: "esta ferocidad contra la humanitas (tanto lo humano como la humanidad), contra la "cultura", contra la "Bildung"...esta afirmación de la barbarie...todo esto está en Heidegger", Jaspers, K., 1990,   Notas sobre Heidegger, Mondadori, Madrid, 123
(23) Steiner, G., 1983, Heidegger, FCE, 180.
(24)  "La época de la metafísica acabada está a punto de recomenzar....(como) técnica. Esta apelación engloba los diversos dominios del ente, esos dominios que conforman todo el equipamiento del ente: la naturaleza objetivada, la cultura mantenida en movimiento, la política administrada, los ideales superensalzados... Aquí tratamos "la técnica" en un sentido tan esencial que equivale al de "metafísica acabada" (M. Heidegger,  1954, "Uberwindung der Metaphysik", en Vorträge und Aufsätze, 80).
(25) Heidegger, "Anmerkung über die ewige Wiederkehr des Gleichen", en Heidegger, 1954, Vorträge und Aufsätze, Neske Pfullingen, Tübingen, 126.
(26) Heidegger también considera a Marx como "un metafísico de la edad de la técnica" que identifica "ser y pensar". La entidad del ente consiste en ser un producto del trabajo. La razón última que desvela su razón de ser (pura teología)  consiste en la autoproducción que el proletariado conseguirá o tiene que conseguir apropiándose de las fuerzas productivas. Con esa gesta, que afectará a todo el sistema de producción, el hombre desplegará todo su poder y someterá a toda la naturaleza, hasta su desaparición. Ese momento final en el que coincidirá la humanización del mundo y la naturalización del hombre supondrá la consumación del sueño de Parménides: "ser y pensar, son idénticos" (Taminiaux, J., 1983 "L'essence vraie de la technique", en Cahier d'Herne, Heidegger, Paris, 274).
(27) Lo dice en la entrevista a Der Spiegel, que tuvo lugar en septiembre de 1963, pero que debía ser publicada póstumamente (lo fue el 31 de septiembre de 1976). Hay traducción de Alfredo Llanos: Heidegger. Reportaje póstumo sobre su rectorado de 1933, la política y la técnica, Editorial Rescate, Buenos Aires, 1984, pag 40.
(28) Taminiaux, J. 1983, "L'essence vraie de la technique", en Cahier d'Herne, Heidegger, Paris, 183.
(29) "El desvelamiento que rige la técnica moderna es una provocación (Herausförderung) porque se exige a la naturaleza que se empeñe en darnos una energía que pueda ser extraída y acumulada. Pero ¿acaso no es lo mismo que ocurre con los viejos molinos de viento?. No. Es verdad que sus alas se mueven por el viento y son abandonadas a su movimiento. Pero si el viejo molino produce energía gracias al aire en movimiento, no es para acumularlos", en Heidegger, 1954, "Die Frage nach der Technik", en Vorträge und Aufsätze, 22. Se ve lo que quiere decir, pero ¿qué pensaría de la actual energía eólica producida por molinos de viento?
(30) "Ge-stellt en el sentido de Geschick (destino) y de Gefahr (peligro)", apostilla Heidegger, 1954,   "Die Frage nach der Technik", en Vorträge und Aufsätze, 36.
(31) El hablaba más bien de "mémoire interrogative", es decir, "d'une interrogation capable de mémoire" (Taminiaux,1983, 276)
(32) He tenido en cuenta los siguientes textos de J.B. Metz:  "Wider die zweite Unmündigkeit", 1988, en J. Rusen, E. Lämmert y P. Glotz (Hrsg.), Die Zukunft der Aufklärung, Suhrkamp, 1988, 81-87; "Geisteswissenschaten als Aufklärungswissenschaften?, en Philosophische Orientierung Festschrift Willi Öllmüller (Hrgs.), von F. Hermann und V. Steinblock, München, 1995, 127-133; " Die Verantwortung der Theologie  in der gegenwärtigen Krise der Geisteswissenschaften", 1991, en Wissen als Verantwortung, herausgegeben von Hans Peter Müller (Hrsg.), Verlag  W. Kohlhammer, Stuttgart,  113-126.
(33) Adorno: "La expresión de lo histórico en las cosas no es otra cosa que (la expresión) del sufrimiento pasado" (Minima Moralia, & 55) o "La esencia de la prehistoria es la manifestación del supremo horror en el individuo singular" (Horkheimer-Adorno, 1994, Dialéctica de la Ilustración, Trotta, 139), es decir, la historia oculta bajo lo manifiesto, es una historia del sufrimiento.
(34) Una nota de Arendt sobre el valor del discurso a propósito de la Odisea aclara el poder de un discurso que no se base en el consenso sino en la experiencia del sufrimiento. Habla de Ulises, acogido en la corte del rey de Feacia. Cuando oye a un coplista narrar su pelea con Aquiles, este Ulises que no pestañeó durante el combate, se conmueve ahora al oir el relato porque "sólo cuando escucha la historia llega a ser plenamente consciente de su significado", dice Arendt en La vida del espíritu,  Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 220.
(35) Marquard, O., 1991, Abschied vom Prizipiellen, Reclam, Stuttgart, 4-22.
(36) Lo que Odo Marquard dice es que  "nosotros, hombres, somos y cada vez más nuestras convenciones y menos nuestra decisión, de ahí que cada vez seamos más nuestras convenciones que nuestra decisión absoluta", cf Marquard, O., 1986, Apologie des Zufälligen, Reclam, Stuttgart, 125.

Bibliografía

- Anders, Günther, 2011, La obsolescencia del hombre I: sobre el alma en la época de la segunda revolución industrial, Pre-Textos, Valencia
- Arendt, H., 1993, La condición humana, Paidos, Barcelona
- Arendt, H., 1984, La vida del espíritu,  Centro de Estudios Constitucionales, Madrid
- Corral, C., 1994, "La natalidad: la persistente derrota de la muerte, en AAVV En torno a Hanna Arendt, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 199-229
- Diéguez, A., 2013, Con la guía de Ortega: la acción en el mundo tecnificado (manuscrito)
- Habermas, J.,1998, "Nicht die Natur verbietet das Klonen. Wir müssen selbst entscheiden", en Habermas, Die postnationale Konstellation", Suhrkamp, 1998, 248-253
- Habermas, J., 2002, "Der Streit um das ethische Selbstverständnis der Gattung", en J. Habermas J.,Die Zukunft der menschlichen Natur, Suhrkamp, 85-125
- Heidegger, M.,1954 , "Die Frage nach der Technick", en Heidegger, Vorträge und Aufsätze, Neske Pfullingen, Tübingen (Hay traducción, Heidegger, M., 1994, Conferencias y artículos, Edicciones del Serbal, Barcelona)
- Heidegger, M., 1954, "Uberwindung der Metaphysik", en Vorträge und Aufsätze,  Neske Pfullingen, Tübingen (Hay traducción, Heidegger, M., 1994, Conferencias y artículos, Edicciones  del Serbal, Barcelona)
- Heidegger, M., 1984,  Heidegger. Reportaje póstumo sobre su rectorado de 1933, la política y la técnica, Editorial Rescate, Buenos Aires
- Heidegger, M., 1993,"La pregunta por la técnica", en Heidegger, Ciencia y técnica, Edición Universitaria, Chile, 1993
- Jaspers, K., 1990,   Notas sobre Heidegger, Mondadori, Madrid
- Lasaga, J., 2003, José Ortega y Gasset (1883-1955). Vida y filosofía, Biblioteca Nueva, Madrid
- Marquard, O., 1986, Apologie des Zufälligen, Reclam, Stuttgart. (Traducción en Marquard, O., 1999, Apología de lo contingente, Alfons El Magnanim, Valencia)
- Marquard, O., 1991, Abschied vom Prizipiellen, Reclam, Stuttgart. (Traducción en Marquard, O., 2000, Adiós a los principios, Alfons El Magnanim, Valencia)
- Mate, R., 2006, Medianoche en la historia. Comentario a las Tesis de Benjamin sobre el concepto de historia, Trotta, Madrid
- Metz, J.B., 1988,  "Wider die zweite Unmündigkeit",  en J. Rusen, E. Lämmert y P. Glotz (Hrsg.) Die Zukunft der Aufklärung, Suhrkamp, 1988, 81-87. (Traducción en Metz, J.B., 1999, Por una cultura de la memoria, Anthropos, Barcelona, 66-73)
- Metz, J.B., 1995, "Geisteswissenschaten als Aufklärungswissenschaften?, en Philosophische Orientierung, (Festschrift Willi Öllmüller, Hrgs., von F. Hermann und V. Steinblock), München, 1995, 127-133. (Traducción en Metz, J.B., 1999, Por una cultura de la memoria, Anthropos, Barcelona, 127-135)
- Metz, J.B., 1991, " Die Verantwortung der Theologie  in der gegenwärtigen Krise der Geisteswissenschaften", 1991, en Wissen als Verantwortung, herausgegeben von Hans Peter Müller (Hrsg.), Verlag  W. Kohlhammer, Stuttgart,  113-126. (Traducción en Metz, J.B., 1999, Por una cultura de la memoria, Anthropos, Barcelona, 79-96)
- Metz, J.B., 1999, Por una cultura de la memoria, Anthropos, Barcelona
- Moya,  A., 2011,Naturaleza y futuro del hombre, Síntesis, Madrid
- Ortega y Gasset, J.,  1961, La Rebelión de las masas, Austral, Madrid
- Ortega y Gasset, J., 2006,  La historia como sistema, vol VI
- Steiner, G., 1983, Heidegger, FCE
- Taminiaux, J., 1983 "L'essence vraie de la technique", en Cahier d'Herne, Heidegger, Paris, 263-284