13/4/15

Tiempos de memoria en el País Vasco

"La estrategia del diablo es hacernos creer que no existe", Charles Baudelaire

            Los resultados electorales de Bildu no por esperados dejan de ser menos sorprendentes. Son los votos de los que no se sienten interpelados por los sufrimientos causados por la violencia terrorista en buena parte gracias a su complicidad; son las voces de los que plantean una "normalización" de la política vasca como si aquí no hubiera pasado nada. Son los votos y las voces de los que quieren pasar página.

            ETA ha perdido la guerra de las armas pero los suyos están ganando la batalla hermenéutica, ésa que se desarrolla en el campo de las interpretaciones de los hechos. Llegados a este punto la tentación de bajar los brazos es grande, pero sería un grave error porque la historia sólo cambia lentamente. Aquí  no vale lo de Armstrong (el astronauta, no el ciclista): "un pequeño paso para el hombre y un gran salto para la humanidad". La historia no acostumbra a dar salto sino pequeños pasos.

            Lo que habría que preguntarse es si quienes se sitúan al lado de las víctimas lo están haciendo bien. Tengo  la impresión de que se ha apostado unilateralmente por la batalla legal y ésta tiene un recorrido muy limitado.
Quienes ahora echan la culpa al Tribunal Constitucional por no haber ilegalizado a Bildu o quienes se indignan al ver al etarra Bolinaga paseando por las calles de Mondragón o quienes lamentan los resultados electorales,  olvidan que en un Estado de Derecho eso es posible y que la democracia es así de generosa con sus propios enemigos.

            Pero eso no significa que no haya nada que hacer o decir. Todos estamos implicados en esforzarnos porque la democracia formal sea cada vez más una democracia moral. La diferencia entre una y otra consiste en conseguir que Bolinaga no camine por la calle con la frente alta sino avergonzado; que la gente le salude pero sin darle una palmadita en las espaldas; que se sienta ex-carcelado por razones humanitarias pero no héroe.

            Para lograrlo tenemos que convencernos a nosotros mismos que el problema no es sólo el castigo de los culpables o una aplicación rigorosa de la legalidad vigente, sino la dimensión moral de sus crímenes y de las opiniones políticas que les han propiciado. Y eso significa que nosotros mismos demos la importancia que se merece a asuntos como la culpa, el perdón o la reconciliación. Pondré un ejemplo. No es lo mismo exigir el perdón como una formalidad legal para acceder al tercer grado que plantearse el perdón como una exigencia moral para un nuevo comienzo en la vida política vasca. En el primer caso podemos conseguir, en el mejor de los casos,  dificultar la concesión de beneficios penitenciarios; en el segundo, estamos exigiendo un cambio interior más allá del cumplimiento de las penas. El perdón como formalidad burocrática es poco; como itinerario moral, es más.

            Tomarse en serio el perdón significa, en primer lugar, tener que hablar de culpa moral y no sólo de culpa legal. Eso sólo es posible si desde fuera de la cárcel se la da el trato de un gran valor político y no como un asunto religioso, privado y apolítico. Un modo de expresar ese reconocimiento político a la culpa es estar atento a la evolución de aquellos presos que sin buscar beneficios penitenciarios se reconocen culpables, es decir, reconocen el daño que han hecho y lo perverso de la lucha armada. Que la sociedad les vuelva la espalda o que se vuelva hacia ellos es clave no sólo para su elaboración de la culpa sino también para nosotros, para un nuevo modo de convivencia. Estos están en las antípodas de la arrogancia de Bildu y eso tiene su mérito. Tomarse en serio el perdón significa, en segundo lugar, que las víctimas se enfrenten a la demanda de ser perdonados. La víctima es desde luego muy libre de otorgarle o de denegarle, pero no puede ser indiferente a la solicitud si esta es sincera. Valorar la demanda, aunque se la deniegue, forma parte de esa atmósfera moral sin la que es impensable un cambio en la vida política de una sociedad  fracturada y dolorida por tantos crímenes.

            El gran peligro de la política vasca es la "normalización", entendida como un tiempo en el que las cosas se van a plantear como si los sufrimientos causados por la violencia política fuera cosa de un pasado felizmente superado. Es el momento difícil de la memoria que tiene que expresarse en un clima creciente de indiferencia. Gesto por la Paz decidió, tras el adiós a las armas de ETA, desconvocar sus concentraciones. Es una decisión comprensible pero sería un error pensar que ha pasado el tiempo de la memoria y ha llegado el de la historia. Bienvenida sea una buena historia pero a sabiendas de que el tiempo de la memoria no ha pasado ni puede pasar mientras las injusticias no sean saldadas. Y como hay injusticias irreparables, la memoria seguirá ahí como una modesta pero irrenunciable forma de justicia. Modesta porque nunca reparará el daño causado; pero, irrenunciable porque sin la memoria de la injusticia, el mundo sería pura barbarie.


Reyes Mate (El Norte de Castilla, 5 de noviembre 2012)