1/6/16

Jueces en el banquillo

(Carlos Jiménez Villarejo y Antonio Doñate Martín, 2012, Jueces pero parciales. La pervivencia del franquismo en el poder judicial, Pasado&Presente, Barcelona)*

            En la transición política española la justicia transicional no era una opción sino una obligación que los jueces no cumplieron. Cuando se achaca a esa transición que se hiciera bajo el signo de la desmemoria, corremos el peligro de entender la memoria en un sentido meramente moral. El olvido de las víctimas se reduciría entonces a un lamento por desvincular la nueva democracia de la causa que ellas defendieron y por la que fueron asesinadas. Como si hubieran muerto en balde.

            Ahora bien, si justa fue su causa e injusta la de los insurrectos, como recoge el preámbulo de la Ley del 24/06, no se puede pasar de la dictadura franquista, impuesta por los insurrectos, a una forma de convivencia, respetuosa con los derechos humanos, más que haciendo justicia, esto es, reparando el daño a las víctimas y procesando a los culpables. En eso se substancia la justicia transicional. La memoria es justicia y no sólo lamento.


            El error de la transición política consistió en pensar que un hipotético abrazo entre Carrillo y Fraga podía sustituir los derechos de las víctimas. Si los políticos pudieron pensar que en aquel contexto el consenso era inevitable para salir de la dictadura, los jueces estaban obligados, en nombre de su independencia y de leyes vigentes, a hacerlas cumplir, amparando a las víctimas y persiguiendo los delitos. Pero no lo hicieron. Al contrario, en su mayoría exculparon a los segundos e ignoraron a las primeras.

            Este es el epicentro de la investigación que José Jiménez Villarejo, que fue jefe de la Fiscalía Especial Anticorrupción, y Antonio Doñate, ex-presidente de la Audiencia Provincial de Barcelona, llevan a cabo en este libro con un rigor implacable. No argumentan con teorías sino con sentencias y resoluciones sacadas de procesos que han tenido lugar. Hablan de los jueces desde su propia experiencia judicial y, también, desde un conocimiento autorizado de la historia de la judicatura a lo largo del siglo XX. Recuerdan la enemiga de una buena parte del poder judicial al hecho de la República; de la facilidad con la que jueces y fiscales se integraron en el régimen franquista pasando a formar parte de la represión institucional; de cómo se integraron en la democracia, pasando de dirigir los TOP a puestos de relevancia en la democracia recién estrenada.

            La democracia, a diferencia de la dictadura, exige del juez que haga honor a su independencia. A lo largo de ocho densos capítulos los autores del libro van analizando las resoluciones del Tribunal Supremo que dicen relación con el corazón de la justicia transicional, a saber, los recursos de revisión planteados por los familiares de condenados a muerte y fusilados por consejos de guerra, en concreto, los del sindicalista-pacifista Joan Peiró, del poeta Miguel Hernández, del presidente de la Generalitat Lluís Companys. El Tribunal Supremo se los quita de encima con sofismas más propios de rábulas que de magistrados instruidos. Pasan por ese deshonor porque tienen claro que anular esas injustas sentencias supondría una condena del franquismo y de los jueces que consintieron la farsa. También repasan la actuación de la magistratura durante la transición, tan consentidora con los culpables e indiferente con la suerte de los Agustín Rueda, Arturo Ruiz, la matanza de Atocha, el caso Papus, Enrique Ruano, José Arregui y tantos otros. Esos jueces no honraron su independencia.

            Los autores también analizan la reacción del poder judicial ante la revelación pública de crímenes del franquismo, resultado de investigaciones más recientes debidas al trabajo de historiadores y al empeño de las asociaciones por la recuperación de la memoria histórica. Pues bien los jueces en general dan prioridad al derecho al honor de los autores del crimen. Y los juzgados de instrucción nada quieren saber de los familiares que vienen con denuncias de desaparecidos yacentes en alguna fosa común.

            El largo viaje acaba examinando pormenorizadamente la respuesta del Tribunal Supremo a la investigación penal abierta por el juez Garzón en virtud de la denuncia presentada por familiares de desaparecidos. Por querer aplicar el artículo 13 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal le acusaron del delito de prevaricación del que fue absuelto. Si fue absuelto, es decir, si él no prevaricó ¿prevaricaron los jueces de la Sala Segunda que rechazaron tan contundentemente el recurso de los abogados de Garzón para que no admitieran a trámite la querella presentada por falangistas? Este juicio a Baltasar Garzón resume bien la miseria del poder judicial: un ponente, Adolfo Prego, implicado en mil batallas que respiran fervor franquista; un juez instructor, Luciano Varela, que no puede aceptar que venga un juez en 2008 a juzgar crímenes cometidos hace 70 años: si fueran impunes, sería como dejar en pañales a varias generaciones de jueces. Y, luego, una sentencia que "rezuma un profundo conservadurismo, ignorancia y hasta autoritarismo" como dicen los autores y acaba pensando el lector.

            Este libro obliga a revisar las tesis sobre la transición porque no es que se pasara página, es que la justicia no cumplió con su deber. Hay delitos que esperan justicia y hay jueces de los que no cabe esperar mucho.


Reyes Mate (*reseña aparecida en Babelia, El País, 29 de diciembre 2012)