1/6/16

Arnaldo Otegi perdido en el tiempo

            En la cárcel el tiempo se para de suerte que quien la deja tras cumplir condena no sólo tiene ante sí la tarea de integrarse en un sistema que ha violado de alguna manera sino también la de descifrar códigos de conducta y criterios de valor que han aparecido en su ausencia.

           A este destino, que certifican los que han pasado por la cárcel, no ha escapado Arnaldo Otegi, recién salido de prisión, aunque no parece que ni él ni los suyos hayan tomado conciencia del despiste que padecen. Los gritos de “lendakari” e “independencia” con que fue recibido, tras ser liberado, indican claramente que se le espera para liderar la izquierda abertzale -amenazada electoralmente por nuevos agentes- en su marcha hacia “la creación de un nuevo Estado en la UE” y no ya fuera de Europa o contra ella, como en los viejos tiempos.


            En su historial figura ciertamente un pasado terrorista en los años ochenta y una gestión política de Batasuna sometida a los dictados de ETA. Lo que pasa es que Otegi y los suyos esperan que el empeño puesto en los últimos diez años en minar desde dentro del mundo abertzale la estrategia etarra sean argumento suficiente para el nuevo liderazgo. Recuérdese que puso en marcha un proceso asambleario para discutir el adiós a las armas consiguiendo el respaldo del 80 %. Eso le debería dar galones para presentarse y ser presentado como un hombre de paz. Otegi ha vuelto para “sostener la paz y llevarla hasta el final”, es decir, para culminar el desarme unilateral de ETA antes de las próximas elecciones. Con el prestigio que da el acallamiento de las armas, el nuevo líder podría proponernos pasar página y plantearse nuevas metas sociales, más acordes con las aspiraciones sociales de los jóvenes, o con los viejos sueños independentistas pero con otros métodos.

            Esta forma de razonar es la que, sin embargo, no se sostiene. Esta sociedad que tanto ha sufrido con el terrorismo etarra ya no relaciona fin de la violencia y paz. Esa relación pudo jugar un papel en las primeras treguas (las de Felipe González o José María Aznar) pero ya no porque ha aparecido un nuevo término, a saber, la justicia que se debe a las víctimas. Al violento no sólo se le pide que abandone las armas sino que se enfrente a los daños causados a las víctimas. Esa es la gran novedad.

            Lo que la sociedad pide y espera de él no es que hable de paz sino que se deje interpelar por la justicia. La única mediación entre el pasado violento y una nueva sociedad reconciliada pasa por el rigor de la justicia que no se resuelve sólo en términos como castigo o prisión sino en reconocimiento y reparación de los daños físicos, morales y políticos causados a las víctimas y a la sociedad. Sólo así él encontrará su sitio.

            Algo de esto ha olfateado Otegi y por eso habla de “pedir disculpas a las víctimas” o de “sentirse responsable de los sufrimientos causados” o de “plantear dinámicas de reparación para aliviar el daño causado”. Pero todo eso es insignificante, es decir, carece de significación si no se reconoce lo único importante: la responsabilidad personal por el daño causado. Su futuro político no está en manos de los abertzales que le jalearon a las puertas de la cárcel sino del mudo grito de las víctimas. Su cuenta pendiente no se salda con una disculpa, sino con una responsable asunción de la culpa, y eso se traduce en severa autocrítica por los daños causados, en revisión de los idearios soberanistas que inspiraron la violencia y discreta retirada de la escena pública.

            Esta sensibilidad moral es la que ha crecido en el tiempo de su encarcelamiento y si Otegi quiere estar a la altura de sus responsabilidades debería tomar el camino que le lleva a Nanclares de Oca y no a la exhibición de Bruselas. Nanclares de Oca es una forma de hablar de la elaboración de la culpa que han llevado a cabo victimarios conscientes de la magnitud del crimen, un proceso que, ese sí, permite un nuevo comienzo, mientras que la exhibición en Bruselas es una obscenidad, esto es, algo que debe ser sacado de escena. Quien tiene tanta responsabilidad no puede habilitarse con un lavado de imagen.

            En este blanqueo de responsabilidades el lenguaje juega un gran papel. Ahora resulta que en las filas etarras hay deportados. En el seno de la Unión Europa –un lugar, no lo olvidemos, que nació de los campos de exterminio- Otegi repitió lo de que ”los presos políticos vascos y deportados tienen que volver”. Deportado fue Primo Levi o Jorge Semprún , pero ¿qué tienen que ver los millones de judíos transportados en vagones de ganado con el etarra huido para escapar de la justicia? Deportado tiene varias acepciones pero en el Parlamento Europeo tiene una principal, que es la de gente como Levi cuya memoria inspira la existencia del proyecto europeo. Sorprende el descaro de Otegi pero más todavía la complacencia atolondrada de los que le invitaron o le aplaudieron.

            Cuentan de los revolucionarios franceses que en la tarde de aquel memorable día dispararon a los relojes de París para anunciar que empezaba un tiempo nuevo. A Otegi y a lo que él representa su reloj les da la vieja hora, pero esa hora ya no ordena el día.


Reyes Mate (El Norte de Castilla, 7 de mayo 2016)