12/2/17

Decidle que lo sentís

            Moisés es un mecánico sirio que trabaja en un taller a pie de calle de una gran ciudad. En la acera se dan citas coches averiados y muchos paseantes o vecinos atraídos por el carisma de este sirio que ha sabido compartir desde las esperanzas por la primavera árabe hasta los lamentos provocados por una  guerra que dicen está acabando. Le pregunto por Alepo y me muestra en la pantalla de un móvil grasiento un vídeo que lo resume todo. Aparece la cabeza agonizante de un cuerpo enterrado a quien unos soldados sirios le gritan en árabe mientras le siguen echando paletadas de arena hasta cubrirle completamente. "Le están diciendo, me traduce Moisés, que reconozca que al-Assad es Dios", una blasfemia que al desgraciado, un yihadista fanático, le tortura tanto como la asfixia del enterramiento.


            Todos los comparecientes son árabes. Él ha vivido buena parte de su vida en una de esas viejas ciudades donde convivían chiitas, sunís, maronitas, caldeos y hasta nestorianos. Aquella diversidad formaba parte desde tiempo inmemorial del paisaje y a nadie se le hubiera ocurrido discriminar por sus creencias. Moisés se pregunta ahora ¿qué ha pasado aquí  para que los que antes convivían ahora se maten? Porque las primeras víctimas de la mal llamada violencia islámica son musulmanes. A lo largo del 2016 han muerto en Turquía trescientas personas y cincuenta más en Egipto. En pocos años se ha pasado de la hospitalidad a la hostilidad, como ocurrió en la ex-Yugoslavia, como había ocurrido en la España inquisitorial. Mientras Moisés se hace esas preguntas alguien llega con la noticia de que han abatido en Milán al terrorista de Berlín. Nadie dice nada pero en el aire queda el contraste mediático entre la emoción que ha provocado en el mundo entero el acto terrorista de Berlín y la indiferencia ante los ataques terroristas en Turquía, Egipto, Irak y Afganistán. Como si el terror fuera la norma del mundo islámico, la consecuencia de un credo violento que ya hemos estigmatizado por antiilustrado y antidemocrático.

            El cambio interior entre gente pacífica y bien entrenada en el ejercicio de la tolerancia tiene que ver con el cambio exterior. Si durante siglos estas tierras atraían a investigadores convocados por sus secretos antiguos o a turistas seducidos por su milenaria cultura o a creyentes de las religiones monoteístas en busca de sus raíces, los nuevos ocupantes visten uniformes militares y llevan armas. Han venido de todas partes del mundo para lanzar sus bombas en una especie de danza maldita donde las parejas de baile son las que son pero siendo todas intercambiables: sirios con rusos, americanos y franceses con otros sirios, sirios contra árabes. La gente del lugar no entiende nada por eso Moisés, uno de ellos, nos pregunta a nosotros los occidentales que venimos de la Ilustración y somos los custodios de los valores civilizatorios si sabemos qué está pasando. Si es el petróleo o los metales preciosos, dice que nos los llevemos en buena hora pero que les dejemos vivir su vida en la pobreza y con la dignidad de siempre.

            No hay razones morales que expliquen esa furia destructora que se ha apoderado de propios y extraños, pero tiene que haber alguna razón porque toda esa enormidad no puede ser un error. No se han podido equivocar tantos a la vez: rusos, americanos, ingleses, franceses, iraníes, árabes de todo color y condición. Naturalmente que hay razones...inconfesables. Son múltiples y están al alcance de cualquier lector de periódicos. En esta guerra todos los participantes han hecho su agosto, también España. No habrá sido pues una guerra en balde porque las inversiones en armamento, prestigio o poder han sido rentables.

            Todas esas buenas razones explicativas tienen en común convertir en inútil e insignificante el sufrimiento de los miles de muertos y millones de desplazados. Sólo han perdido la pobre gente que ha tenido la desgracia de estar ahí.

            La guerra en Siria, como antes la de Irak o Afganistán, son terrenos abonados para el odio. Ya hay una generación envenenada que ha paseado el terror por Estambul, Berlín, Niza, Bruselas, Madrid o Nueva York . Aunque la impotencia del hombre de la calle ante los señores de la guerra es total, bien haríamos en detenernos un momento ante quienes como Moisés se preguntan qué está pasando. Ante la tentación de responder con algún tópico de los que están curso (casi todos vinculados con el carácter violento del Islam), lo prudente es suspender el juicio y escuchar sus preguntas que son como lamentos. Ellos se hacen preguntas y las respuestas que esperan son las que daríamos a la masa de refugiados que vaga por Europa huyendo de las bombas. La respuesta que esperan es que les acojamos y, mientras la acogida llega, deberíamos echar un vistazo a  nuestro alrededor, y, si hay algún Moisés sirio, mecánico o cirujano, por favor, ¡acerquémonos a él para decirle que lo sentimos! Ese sentimiento de compasión no reparará los daños pero aportará un poco de calor humano que podría ser prenda de un nuevo hogar.


Reyes Mate (El Norte de Castilla, 7 de enero 2017)