Martin
Heidegger, 2016, El origen de la obra de
arte. Edición bilingüe de Helena Cortés y Arturo Leyte, La Oficina.
Arturo
Leyte, 2016, Post Scriptum a El origen de
la obra de arte de Martín Heidegger, La Oficina.
El origen de la obra de arte explica, junto
a otros textos como La pregunta por la
técnica o Qué significa pensar
por qué hay un antes y un después de la filosofía desde Heidegger. Con él se
cierra un tiempo en el que el ser humano pensaba que con su esfuerzo podía
conocer todo, y se abre otro en el que la verdad nos alcanza, nos adviene o,
dicho en su jerga, que la verdad no es del orden del conocimiento sino del acontecimiento.
No es el único en pensarlo pero ha sido quien más alto y más claro lo ha dicho.
Si esta obra nos ha marcado es
porque no sólo habla de arte sino de esas pocas ideas que congregan los grandes
asuntos filosóficos, por ejemplo, la verdad, la creación o la representación.
No es un texto fácil. Su autor lo devolvió una y otra vez al taller y luego le
añadió un epílogo y hasta un apéndice para precisar sentidos escurridizos y
para evitar malas interpretaciones. El éxito le acompañó desde el principio porque
el lector adivinó en su lenguaje un nuevo modo de pensar y, dadas sus
ambigüedades, se pregunta Arturo Leyte en su acertado ensayo si el éxito no fue
fruto de equívocos. Para despejar el camino y facilitar nuestra comprensión los
editores, Helena Cortés y Arturo Leyte, han tenido la feliz idea de presentar
su solvente traducción en una edición bilingüe, amén de añadir el Post Scriptum de Leyte. La edición
bilingüe en este caso es obligada porque Heidegger, como decía Ortega, “embaraza
o atormenta las palabras” , exprimiendo su sentido hasta arrancar de ellas
sonidos perdidos que, sin embargo, desvelan la significación profunda del
asunto que tenemos entre manos. Por eso hay que tenerlas delante.
En este caso el asunto de fondo no
es el arte sino la verdad o, mejor dicho, es el arte porque en él acontece la
verdad. Hasta ese momento la verdad era un asunto de la metafísica (hoy
diríamos que de la ciencia), pero no. El conocimiento humano por mucho que
afine sólo da con la verdad si esta le sale al encuentro. Y eso ocurre en la
obra de arte. La estatua de una diosa, por ejemplo, no es la representación
plástica de esa divinidad sino que la divinidad se hace presente gracias a la
estatua. El arte es la forma es que ese dios se hace presente y es por tanto el
mismo dios. El arte no refleja el espíritu de una época sino que éste surge del
arte. Entre los comentaristas han sido muy celebrados los ejemplos que pone
Heidegger para ilustrar sus ideas, sobre todo la referencia al cuadro de Van
Gogh que representa un par de ajados zapatos campesinos. Si alguien quiere
entender no el cuadro sino la zapateidad,
el sentido de ese par de zapatos, de nada le servirá la ciencia (que le
hablaría de sus componentes químicos) ni la práctica (que se desentendería de
los zapatos cuando fueran inservibles). La clave está en el propio cuadro que
les deja ser como son. El arte hace presente lo que la cosa da de sí.
Esta capacidad veritativa del arte
está compuesta de un doble movimiento de desocultamiento y ocultamiento. Crear
en alemán se dice “schöpfen” que originariamente significaba “sacar agua del
pozo”. Crear es traer a la luz lo que estaba oculto, pero lo desocultado o
manifiesto se traicionaría a si mismo si perdiera esa referencia a la oscuridad
de la que procede. Por eso conocer es una búsqueda inacabable. Como decía
Benjamin “la verdad nos huye”, de ahí la necesidad de la reescritura, de volver
al taller. Decir la verdad (desvelarla) es también guardarla (velarla) y nada
como el arte para “esa custodia creadora de la verdad” (“die schaffende
Bewahrung der Wahrheit”).
Se pregunta el prologuista si la
revisión constante a la que Heidegger sometió su texto es porque no encontraba
lo que buscaba o era porque quería mostrar que no se podía encontrar lo que se
buscaba. Quizá esto último porque la verdad no es un puerto seguro o base de
operaciones sino el acontecimiento mismo de aquello por cuya verdad
preguntamos.
Aunque en Heidegger suele haber una
gran distancia entre lo que apuntan sus teorías y los ejemplos que la ilustran
(Leyte habla no sin razón “de la tonalidad ridícula” de algunos de esos
ejemplos o expresiones), hay que tomarle muy en serio cuando dice que ese
privilegio de decir la verdad recae sobre el poeta. Ya decía Aristóteles en su Poética que “hay más verdad en la poesía
que en la historia”. Heidegger va más lejos al decir que en lo poético (y no en
la historia) se nos manifiesta la verdad. Y eso es así, sigue diciendo, porque
el gesto poético nombra y dar un nombre es como hacer real lo nombrado; es como
dar vida a lo inanimado; es como sacar a la luz lo oculto en la dura tierra.
Esta capacidad del nombrar (tan propia del judaísmo, pero ya sabemos que a
Heidegger no le gustaba dar pistas, más bien jugaba al despiste) ¿justifica el
papel fundante que otorga al lenguaje poético? El poema es una actividad
personal y, en el fondo, atemporal, es decir, es una expresión artística con
escasa capacidad de acontecimiento. Propio de este es que sea político y
temporal, es decir, que convoca o implique al conjunto de la polis y que
acontezca aquí y ahora. Y eso es lo que caracteriza al teatro. El teatro, más
que la poesía sería el acontecimiento de la verdad. Esta es la idea que recorre
de principio a fin la obra de Juan Mayorga, Elipses,
(La Uña Rota, 2016). Mayorga, dramaturgo y filósofo (Heidegger no escribió
poesía) reflexiona aquí sobre el alcance del teatro: el teatro, la más política
de las artes, es una ficción en la que los convocados son invitados a la Cueva
de Montesinos, es decir, a hacer la experiencia de “sacar del pozo” verdades
ocultas o a cuestionar certezas dudosas o a hacerse preguntas que no tienen
respuestas: tareas veritativas en las que piensa Heidegger cuando habla en esta
obra de las fuentes de la obra de arte.
Se preguntan los editores con
Heidegger si el arte sigue siendo el lugar donde acontece la verdad o si ya no
lo es. Una cosa parece en cualquier caso ganada: que el arte ya no es un
epígono de la filosofía sino el lugar que da que pensar también a la filosofía. Esa actualidad hace tan
oportuna esta edición de Heidegger y los comentarios que la acompañan.