21/3/17

Diario de La Habana (del 8 al 19 de noviembre del 2016)

1. San Juan de Letrán es una institución muy ligada a la historia de Cuba. En la actualidad es un convento de dominicos, ubicado en El Vedado de la ciudad de La Habana que celebra el centenario de su creación, mejor dicho, recreación porque originariamente estuvo situado en la Habana Vieja, en el siglo XVI, en el lugar que hoy ocupa el Colegio de San Gerónimo. Avatares de la historia llevaron a la expropiación, expulsión y derribo para un centro comercial. El historiador de la ciudad, Eusebio Leal, consciente de que, como decía Adorno, “cuando desparece una tradición, algo muere de la humanidad”, se ha esforzado en recuperar el espacio haciendo un potente guiño al pasado para recordar a los cubanos que allí se incubó ni más ni menos que la primera universidad de La Habana.

Me han invitado a participar en un acto académico conmemorativo que he aceptado por lo que tiene de memoria y de futuro. San Juan de Letrán dispone de un Aula llamada “Bartolomé de las Casas” que es un espacio muy singular en Cuba porque es un lugar de libertad, “La casa de Cuba” dicen que dijo el cardenal de la ciudad. Y efectivamente por allí he visto intervenir al Nuncio del Vaticano, cardenales y obispos, pero también profesores de la Universidad de La Habana y prebostes del régimen que valoran y, con su presencia, avalan las prácticas aperturistas que el Aula ofrece. Todo tiene sus riesgos. Recuerdo el encuentro que ahí tuvimos en el año 2012 con motivo de una efeméride relacionada con el Sermón de Montesinos. En una mesa participábamos Javier Fernández Vallina y yo mismo. El moderador, un cubano que no las tenía todas consigo, nos pedía insistentemente una copia del texto que íbamos a presentar. Yo tenía un guión y me negaba a dárselo. Fernández Vallina sí le dio el texto. Lo leyó con atención y le manifestó muy preocupado que tenía que corregir una expresión. Javier hablaba de “pensamiento marxiano”, que pronunciado a la cubana daba un “pensamiento marsiano” (esto es, marciano), una muestra poco amistosa del pensamiento marxista, según el moderador. Costó hacerle entender que había una diferencia entre el pensamiento marxista y el marxiano (que nada tiene que ver con los peligrosos “marcianos” venidos de otro planeta). Allí todo era lo mismo, pensamiento comunista. Si dicen que Fidel Castro no pasó de la página 20 del primer libro de El Capital de Marx…

2. Un viaje a Cuba pasa por la obtención de visado. Como voy invitado a un encuentro académico, los organizadores se encargan de gestionarlo desde La Habana. El de Tere, que me acompaña, lo gestiono yo desde Madrid. Recuerdo los sinsabores y tardanzas de la primera vez que lo hice a través del consulado, así que recurro a una agencia que te lo facilita todo. Llamo por teléfono y me explican el procedimiento. ¿El costo?, les pregunto. Y me responde una señorita: “unos 35 Euros más nuestros servicios, otros 30”. Acabé pagando 111. Primer aviso.

Llegamos en la atardecida del día 8 de noviembre. De acuerdo con lo previsto, tenía que avisar a una agente policial de mi llegada, mostrándole copia escaneada de la visa, para que él recogiera el original que presentaba el P. Manuel Uña desde el otro lado. “Nadie hay del otro lado” me dice el policía. Toca esperar en la sala de migración que, conforme se va vaciando, se vuelve siniestra. Es inútil pedir explicaciones porque se dan por ofendidos y te hacen ver que mejor no molestar. Allí estamos esperando solos los dos cerca de una hora hasta que aparece un joven cubano con la famosa visa y podemos pasar.

3. El día 9 comienza el encuentro. Abre el encuentro el P. Manuel Uña O.P. que es mucho más que el Prior de ese convento dominico. Es un tipo de ser humano que tiene crédito y a quien se le da crédito. Esa confianza que le da todo el mundo él la devuelve generosamente creando espacios de libertad, un lujo en Cuba. Mientras interviene explicando los motivos del encuentro y agradeciendo el concurso de cuantos lo han hecho posible, me digo a mi mismo que no sé qué quedará en el futuro de la Cuba castrista, pero que el camino inaugurado por este hombre tendrá futuro. Tras unas palabras medidas, toma la palabra Eduardo Torres Cuevas, director de la Biblioteca Nacional y, como luego dirá un periodista en un debate televisivo en el que el mismo Torres Cuevas interviene, un intelectual con peso específico y bien reconocido por los poderes políticos. Que alguien así está en este lugar en ese momento es harto significativo. Es amigo de la casa y esa amistad, en las circunstancias cubanas, tiene un valor protector. Habla de historia: de la Cuba tolerante posterior a la independencia y del papel de la Iglesia. Un discurso amable, sin críticas, que revela a alguien amante de la historia de su país. Luego es el turno de Eusebio Leal que diserta sobre “Letrán ayer y hoy (República y obras del 59 al presente)”. Leal es un tribuno apasionado y apasionante. Con pasión habla de la presencia de los dominicos en Cuba, de lo que significó el primer Letrán, de lo que le movió a la recuperación de San Gerónimo, de los avatares de la fundación de la Universidad de La Habana, de la importancia del Letrán actual. Tampoco había crítica, salvo a quienes destruyeron el legado histórico, pero, eso sí, una gran pasión por reconstruir una identidad cubana de la que este pasado debería formar parte. Mientras hablaba con esa pasión y sinceridad, yo no podía olvidar que Leal es miembro del Comité Central de un partido cuyas ideas sobre Cuba o lo cubano no creo que abreven en estas fuentes. Me preguntaba por el alcance de su entusiasmo cultural, si iba más allá. El marxismo es postradicional y tiene problemas con cualquier tradición, más con las religiosas. ¿Sería en este caso la memoria mero ornamento cultural o también un principio de identidad, una original fuente de sentido? ¿Cómo se relacionaría un comunismo reacio a las tradiciones con estas fuentes de sentido que remiten a tradiciones propias, como la cristiana? Leal se fue entre aclamaciones, aplaudido por el público puesto en pie, como un triunfador. Me hubiera gustado preguntárselo, pero no hubo lugar porque llegó justo y se fue sin esperar.

4. Pero estamos en La Habana. Nuestro hotel, el Habana Riviera, está pegado al malecón pero lejos de la ciudad. Como hemos contratado un paseo por Cienfuegos y Trinidad, nos espera Raimundo, el agente o intermediario para fijar detalles. Aparece un tipo dicharachero acostumbrado a tratar a turistas. Le pregunto por el precio medio de un taxi desde el hotel al centro: “depende”, me dice, “pero nunca menos de 20 o 25 CUC, pero yo se lo consigo por menos”. Y sin encomendarse a dios ni al diablo coge el móvil y me dice que lo tiene arreglado: “un tour en un convertible de su categoría a treinta CUC la hora” mientras nos habla de visitar el museo del ron y de una sala de fiesta por el módico precio del 120 CUC, cena incluida. Le pido que pare y que nosotros ya decidiremos donde queremos ir y que me diga que es eso del “convertible” y de su llamada. La respuesta está a la vista. Acaba de aparecer uno de esos “haigas” inmensos, coches americanos de los años 50, descapotable (“convertible” es “descapotable”), en horrorosos colores chillones, mayormente en rosa, conducidos además por un tiarrón con aire tejano tocado con un soberano sombrero. En esa horterada hay que viajar. Miro alrededor para cerciorarme de que ningún conocido me puede ver y salto al coche hundiéndome en el asiento mientras Raimundo, sentado de copiloto, nos mira triunfante con un “eh ¡qué les decía yo¡”. Dan ganas de asesinarle pero como eso complicaría las cosas, le decimos con contundencia que no queremos vueltas por la ciudad sino que nos deje en la Habana Vieja. Rompemos el encanto o el negocio y nos cobra, previa deliberación entre ellos, un precio módico (15 CUC) que será en cualquier caso un tercio más de lo que cobraría un buen taxi.

Este primer encuentro es muy revelador del concepto “turismo” en Cuba. Este país tiene un atractivo singular, un glamour único. ¿”La Habana? Una princesa andrajosa, pero princesa”, nos decía Manuel Uña. Para muchos cubanos el turismo es una posibilidad, de ahí que vuelquen toda su capacidad de seducción en hacer consumir al turista a precios exorbitados. Conseguir meter en la cabeza de Raimundo que hay museos más interesantes que el del ron, que el “convertible” es una horterada y que abusar es un mal negocio, no iba a ser fácil. Pero Raimundo era un ejemplar a seguir de cerca porque representa algo así como al cubano medio atento a las posibilidades de apertura del régimen. Ahí está él dispuesto a aprovecharlas. Nos lleva a matacaballo de un sitio a otro, empezando por La Bodeguita de Enmedio, para que tomemos algo y nos hagamos fotos y nos hagan una caricatura. Le decimos que es muy temprano para tomar un mojito y que no nos interesa la foto. Tarda en entender que lo nuestro es más tranquilo, que no es correr, sino detenerse. Pero vamos tomando nota de lo que hay que ver: Plaza de Armas, Casa del segundo Cabo, catedral, convento de San Francisco, colegio de San Gerónimo…

5. Los bus-tour. Nos subimos a un bus-tour para ver la ciudad desde arriba. Lo hicimos tres días y cada día fue una aventura. El primero, nos sorprendió a las 13.15 ante La feria de artesanía. Era el momento del almuerzo, así que la señorita de turno no informó que ellos se iban a comer y que nos recogerían en media hora. Caía un sol a plomo así que nos refugiamos en la nave del mercado donde han juntado a los artesanos de tejidos, cueros, pinturas etc. Están tan apelmazados que resulta agobiante, pero había que resistir mientras pasaba la media hora que fue más hasta que llegó el bus que nos volvió a dejar en El Capitolio, parada final. Allí la media hora se hizo una hora interminable para los viajeros pero no para el conductor y la guía y unos funcionarios con pinta de inspectores que se desternillaban de risa mientras los demás nos desesperábamos con la tardanza. La guía nos iba informando; “aquí la Avenida de los Presidentes Latinoamericanos”, “aquí a su izquierda las famosas galerías…”. Como estaban junto al hotel fuimos un día paseando. Era un enorme almacén casi vacío con algunas bebidas pensadas…para los hoteles del alrededor. También nos paramos en la Plaza de la Revolución presidida por los iconos del “Che” y “Cienfuegos”, los dos comandantes ausentes del proceso de institucionalización de la Revolución y uno se pregunta ¿qué hubieran hecho de seguir presentes?

El segundo día ya habíamos aprendido la lección de que había que evitar la hora del almuerzo. Habíamos pasado por el barrio La Playa, donde al parecer los hijos de Raúl Castro medran a sus anchas, y nos encontrábamos a la altura del famoso hotel Copacabana. El bus para y asistimos a una larga conversación entre la guía y el conductor que por lo visto eran pareja. Hablaban de malestar físico, de dolores. La guía hizo una llamada por teléfono y alguien desde el otro lado la aconsejaba que su marido, el conductor, tomara tal medicina en lugar de otra. Como la cosa se alargaba pregunto que qué pasa y me responde que “una avería”. Como la avería no cedía ni se arreglaba con pastillas, nos hicieron bajar del bus mientras llegaba el siguiente. Oigo al pasar junto a la pareja que ella le dice a él “les he dicho que es una avería”. “Bien”, le dice el supuesto enfermo. Tere se le acerca y le dice a ella que parece raro que siendo el coche tan nuevo tenga una avería. Y la guía, viéndose sorprendida, se confiesa: “es que le ha subido la tensión y no es aconsejable seguir”. Todo suena muy chungo. Estábamos a un paso de El Capitolio, final de trayecto, y esta avería o enfermedad, tenía más que ver con los planes de la pareja (a los que también acompañaba su hijo) que con la capacidad del conductor o del bus. Mientras hacemos tiempo, entro en el hall del famoso y hotel y leo algo así: “antes de la revolución esto era el casino de norteamericanos; ahora le hemos convertido en un espacio de música cubana”. Mucho me temo que echaron a los mismos que ahora son esperados con tanto entusiasmo.

En el paseo del primer día con Raimundo por la Habana Vieja ya nos había dicho la diferencia de actitud entre un camarero, por ejemplo, de un bar del Estado y el de un Paladar: el primero ni se molesta porque cobra lo mismo así que tenderá a no atenderte, mientras que el segundo, al que sí alcanzan los beneficios, intentará obsequiarte y animarte a consumir bien. Esta observación era acertada como hemos tenido ocasión de constatar. En Trinidad quisimos entrar en un bello local del Estado a tomar un zumo. No había casi nadie y sí un par de camareros mano sobre mano. Cuando oyeron la demanda nos espetaron un “váyanse a pedirlo a una casa particular”. También en La Fábrica, de la Plaza Vieja de La Habana, nos sentamos plácidamente a tomar una cerveza y de paso pedimos algo de picar. Había un joven cazando gente, dos chicas esperando clientes, tres camareros dentro…pero los camarones no llegaban. De clientes, solo nosotros. Preguntamos qué cuánto tiempo tardarían y nos dice la chica que eso es cosa de la cocina. De repente aparece un cocinero a la puerta para echar un vistazo y fumarse un pitillo, pero nada llegaba. A los 45 minutos les dijimos que si no venían ellos nos íbamos nosotros. Aquello les alivió sobremanera, nos trajeron la cuenta, y ellos a lo suyo, a no hacer nada. Aunque la anécdota más reveladora nos ocurrió en el restaurante del hotel donde habíamos decidido ir, tras una experiencia fallida en un Paladar cercano (comida fría, suciedad y nada barato). También la ratio de personal era francamente desfavorable a la clientela: siempre había más camareros que comensales. Pues bien, ocurrió que se les cayó un plato tras retirarlo de una mesa. Los trozos volaron por los alrededores y ocuparon una buena parte del comedor. Bueno, pues nadie se inmutó. Los camareros miraron con pena los restos del plato pero ninguno se tomó la molestia de recogerlos. Al parecer tampoco a ellos les molestaba andar sobre los pedazos dispersos. Así hasta que al cabo de un buen rato apareció una señora con un carrito y un recogedor. Supongo que el convenio sindical les prohibía a la troupe de camareros agarrar una escoba. Me recordaba una anécdota de mis tiempos en el MEC. Tenía que mandar un escrito a alguien que estaba en el piso de arriba. La secretaria llamó al bedel para que lo subiera pero éste se negó porque en el convenio colectivo los sindicatos habían conseguido que nadie se moviera de su planta, así que lo subí yo.

6. A nadie se le oculta, cuando hace de turista en una ciudad del Tercer Mundo, la distancia entre lo que se le presenta al turista y lo que se le oculta o que no quiere ver. Por eso va uno pendiente de señales que le revelen esa realidad oculta y, con frecuencia, ocultada. Te sientas en un banco por el Parque Central y enseguida aparece alguien, como ese joven negro, con la boca hinchada pidiendo ayuda para una medicina que no se puede costear. De paso te cuenta el alcance de la sanidad y de sus carencias. Paseando distraídamente por la Avenida de El Prado entramos en la Casa de Andalucía. Es un recinto oscuro, con un tablao flamenco a la entrada, que ha conocido tiempos mejores. Todo huele a polvo y cerrado. Desde el fondo de lo que hubiera sido un salón alguien nos saluda y nos invita a entrar. Es el tesorero de una sociedad que no tiene actividades porque desde hace tres año no tienen permiso de venta ”y si no se vende algo esto no se puede sostener”. Pero él viene todos los días y abre con la secreta esperanza de que un día aquello reviva por sevillanas. Cerca de allí nos colamos en un local a tomar una cerveza. Un señor mayor nos da conversación y nos cuenta sus males. Viven cinco en una casa; recibe 12 CUC de pensión con la que sostener a todos. Con la cartilla de racionamiento recibe un bollito de pan que nos enseña y que es su comida, cinco huevos por persona, y unos kilos de legumbres, algo de mantequilla y aceite… Con eso quizá un ser humano obtiene las calorías necesarias para vivir pero sin vencer la sensación de hambre. Por eso hay que salir a buscar algo. Él, que ha trabajado años en una tabacalera, saca de una bolsa de plástico unos puros que me ofrece: “los vendo a 5 pero a Vd. se los doy a 3 CUC”. Le digo que ya no fumo pero que compro uno y le daré 5 CUC. Le brillan los ojos de felicidad y nos vamos pensando lo que darán de sí esos cinco euros. Algo parecido nos cuenta Ricardo, chófer afortunado por la humanidad de su empleador. Nos transmite un malestar que dice es muy general. No hay de nada y menos futuro. “¿Qué hacen los jóvenes?” Le pregunto. Me dice que me de una vuelta al anochecer por la avenida de los Presidentes. Allí están bebiendo y fumando marihuana para olvidar. A lo que aspiran es a irse. El mensaje que te llega de cualquier rincón en el que te pares y consigas entablar una conversación es el del descontento por las condiciones de vida. La pregunta es ¿y cómo aguanta esto?

Por la noche en los ratos de insomnio me pongo la radio. Mucha música marchosa y también algunas conversaciones. En una emisora que se llama “Radio Rebelde” reponen un debate en el que una serie de urbanistas sostienen un extraño diálogo. Extraño por su sinceridad crítica. Critican el deterioro de la ciudad y la necesidad de contar con la participación de la gente y con recursos de fuera: “también habría que contar con los que se han ido y estarían dispuestos a volver porque además tienen plata”. Sospecho que ese es un guiño de largo alcance. Todos admiran la obra de Eusebio Leal pero no da abasto. El tono que domina en la radio es otro. Resuena potente la retórica revolucionaria que estos días anda encendida con una operación de defensa o maniobras generales contra un posible agresor. ¡La de frases grandilocuentes que se oyen! Y entreveradas algunas verdades que explican el glamour cubano. Ponen en TV un video donde aparece Fidel que ahora cumple 90 años. Dice que el mérito de Cuba es haber hecho frente al imperialismo. Ellos son un bastión antiimperialista y eso, añade, “lo admiran los estadounidenses. Y aunque nos odien, nos admiran”. Eso es verdad y tiene su mérito. Tiene su miga que un pequeño país se las tenga tiesas al gigante del norte. El problema es a qué precio. El precio que están pagando por ese terrible e injusto, pero real, bloqueo. Del antiimperialismo cubano saca pecho y hasta provecho Fidel y los suyos, pero ¿el pueblo?, ¿justifica el orgullo antiimperialista tanto sufrimiento material? Porque lo que no está probado -al menos no se ve- es que ese antiimperialismo se traduzca en virtudes cívicas superiores que hagan soportable la penuria material. El tantas veces citado socialismo más parece ideología oficial que principio inspirador da alguna práctica socialmente relevante. La distancia entre la retórica revolucionaria y la miseria real es sideral.

7. Hemos querido aprovechar la visita para conocer algo de Cuba más allá de La Habana. Los amigos recomiendan visitar Cienfuegos y Trinidad así que hemos contratado los servicios de Raimundo para un recorrido por esos lugares de un par de días. El trayecto en un coche sin amortiguadores es duro. Por el camino nos encontramos muchos autostopistas, coches desvencijados en las cunetas y algún carruaje tirado por animales en plena autopista. Antes de llegar a destino divisamos a lo lejos una cadena de montes de la sierra de Escambray donde se refugiaron los “alzados”. Me aclaran que no era gente de Baptista que se alzó contra los revolucionarios sino revolucionarios que se levantaron contra Fidel y el rumbo que iban tomando las cosas. Desde la carretera puede verse el monumento a un “mártir” y “héroe”, que era un infiltrado entre los rebeldes. Cuando le descubrieron le torturaron hasta matarlo. Es un “mártir” de la revolución. En el camino muchas referencias a Camilo Cienfuegos quien actuó por aquí. Es un hombre muy querido y sobre cuya muerte circulan muchas leyendas. Veo carteles que rezan “Cienfuegos, el comandante del pueblo”. Pregunto a los acompañantes cubanos que si Cienfuegos es “el comandante del pueblo”, Fidel ¿de quién es? ¿”comandante de la ciudad o del no-pueblo”. Se ríen.

Llegamos a Cienfuegos un día de fuerte calor. El viaje, organizado por este emprendedor del futuro a precio de oro, incluye alojamiento en una casa particular que regenta Antonio, un simpático casero que se desvive. Nos cuenta sus aficiones culinarias y nos hace reparar en un pequeño estanque decorado con superfluos accesorios. Nos explica que no le autorizan a usarla como piscina –“parece que aquí sólo se puede bañar Fidel”, deja caer- mientras nos señala los aditamentos de las paredes del patio que ha tenido que levantar para impedir la mirada de los vecinos, unos militares que han conseguido buena casas por cuatro perras. Cienfuegos es una ciudad costera, de armónica factura modernista que ha conocido buenos tiempos. La prueba es el teatro al que nos lleva el guía. Allí encontramos a la entrada otras tres empleadas sin mucho que hacer pero listas para pedirnos dos CUC por entrada. Lo que se ve pagando es lo mismo que se ofrece al visitante desde la entrada, es decir, te toman el pelo con los dos CUC sin que medie una información. Y “es que con información serían 5 CUC”. Tomo nota para comentárselo en su momento a nuestro Raimundo que se está pasando de listo. Por la noche enciendo la tele y oigo a un locutor justificar una película de Hollywood. Da por descontado que Hollywood representa el “capitalismo tardío” y como tal es una máquina deshumanizadora, pero como también el capitalismo tiene sus contradicciones es capaz de hacer películas como la que va a poner la tele cubana (que habrá comprado previamente, claro). Creo que se titulaba “99 casas”. Narra la historia de un joven padre de familia que es desahuciado de su vivienda por no pagar la hipoteca. Desesperado se lanza a buscar trabajo y lo encuentra desahuciando sin piedad a otros desgraciados. Esas son las cosas del capitalismo que es capaz de eso y mucho más, pero también de contarlo, cosa inaudita en Cuba.

La información de la TV me sorprende por su militarización. Los presentadores van en uniforme y pronuncian con un respeto divinal el nombre de “Raúl Castro, general comandante y presidente de los consejos de Estado y de gobierno”. ¿Por qué no Generalísimo? Las noticias internacionales van de Venezuela al Vietnam pasando por Rusia e Irán. Lo de Venezuela es caso aparte. Aquí la retórica se hincha como un pavo real. Visité la Casa Venezuela en La Habana repleta de abrazos de Chávez y Fidel. Choca el tono un poco altivo de Fidel –“conocí a este chico hace sólo unos pocos años y nunca pensé que llegara tan lejos en tan poco tiempo”, más o menos- con el servil de Chavez que aparece un poco como lo que por Madrid se llama un “pagafantas”, feliz de imitar a su ídolo, como si su mayor bien consistiera en ser tomado en serio por Fidel. Aquí vale lo que decía Hegel de los hechos históricos, a saber, que si la primera vez aparecen como algo serio, si se les repite, resultan cómicos (bueno lo que decía Hegel es otra cosa, pero Marx lo interpretó así, y estamos en territorio “marciano”). Oigo por la radio que han discutido sobre filosofía. Presto oído y creo identificar a la Directora del Instituto de Filosofía con la persona que ya lo era hace veinte años, cuando tuvimos el encuentro en La Habana. Habla de “una filosofía del sur”, distinta a la del “norte” (americana)…¡Ya me gustaría saber qué quieren decir con eso!

De Cienfuegos a Trinidad. Salimos pronto porque hay que coger un tren que va por los antiguo ingenios o fábricas de azúcar. No tenemos mucha idea de lo que nos espera pero a quien sí le interesa es a un polizón que se nos ha colado en el viaje y que Raimundo nos ha presentado como su esposa. El viaje será en loor suyo, incluida una música inaguantable que nos coloca en el coche. Llegamos a tiempo de subir a un tren abarrotado, previo generoso pago, y emprender de pie la aventura del viaje. El sol cae a plomo sobre el desguarnecido ferrocarril que avanza con un fuerte traqueteo entre la maleza del lugar. Dos agotadoras horas de ida y otras dos de vuelta por un trayecto igual a sí mismo, sin que dejáramos de preguntarnos por qué tantas horas en este tren. Se lo pregunto al que nos había vendido la moto quien se encoge de hombros diciendo que él tampoco sabía. Pero no sabes, porque la señora polizón tan pronto justificaba su presencia diciendo que no conocía Trinidad y quería aprovechar la ocasión para visitarla, como saludaba efusiva a la gente del lugar que bien conocía de otras veces. Mosqueado por cómo iban las cosas le pregunto a Raimundo que adónde nos va a alojar: “en una casa colonial”, nos dice. Colonial sí ha sido la casa pero la habitación que nos asigna es un trastero con un baño sin ventilación y un colosal frigorífico en medio de la estancia cargado con un par de cervezas y media docena de botellas de agua. Dan ganas de salir corriendo pero el cansancio aconseja no meneallo. El ruido del aparato es tal que tenemos que desenchufarlo para poder conciliar el sueño. Lo que no habíamos calibrado es que al desenchufar se iba a descongelar con lo que al poner pie a tierra a la mañana siguiente pensé en un momento que había dormido sobre una piscina. La casa la regentaba la abuela con la ayuda de un joven despabilado. Había que pagar el desayuno y una botella de agua. En total, 12 CUC. Le doy dos billetes de 10 para tener suelto. Me dice que no tiene vuelta y veo que cuchichea con mi empresario particular, el ínclito Raimundo, que le cambia uno de diez por dos de cinco. Estamos a punto de salir y yo no tengo en la mano más que un billete de cinco para pagar esos dos CUC que faltan. Intuyo que el joven ha medido los tiempos para que con las prisas le deje el billete de cinco con lo que se llevaría tres de propina. Como no se lo merece saco de mi monedero dos monedas con las que saldo la deuda con gran pesar de mi joven y pícaro anfitrión.

En la inevitable ración de insomnio que se cobra el jet-lag pongo la radio y oigo la receta casera contra la gota: 40 ajo, 250 ml de miel, 250 de limón, y 250 ml de orujo. Siete días en reposo en frigorífico y tomar 3 cucharaditas x 3 veces al día.

8. De Trinidad a Varadero. La dureza del viaje, la inclemencia del tiempo, la incomodidad de las casas y los mensajes críticos que emergen de la situación, hacen que los días parezcan dos semanas, así que la perspectiva de unos días en Varadero se presentan como un necesario descanso. Volvemos en parte sobre nuestros pasos mientras nos acercamos al lugar turístico. En el camino nos señalan grandes edificios abandonados que en un tiempo fueron centros de enseñanza secundaria creados bajo el moto revolucionario de aunar trabajo y estudio. El invento, vendido con gran publicidad, hubo de ser abandonado entre otras razones porque los chicos pasaban hambre y las familia tenían que ingeniárselas para hacerles llegar algunas viandas, asunto nada fácil dada la penuria de las propias familias y las dificultades de comunicación. Había que pasar por el invento si se quería acceder a la universidad. Al final se abandonó el revolucionario proyecto y ahí quedan, esparcidos por la geografía cubana, viejos caserones abandonados a su suerte.

Varadero es turismo caribeño a todo confort o casi según se lo pueda uno pagar. Nuestros acompañantes nos hacen saber que para ellos es inalcanzable, incluso que si uno aparece por allí activaría todas las alarmas porque a la vista de lo que pueden ganar no les da para eso. Lo cierto es que quienes nos lo dicen nos han cobrado por dos días más que lo que nos cuestan estos casi cuatro en Varadero. Paseos por el mar de aguas templadas envueltos por una nube de turistas gringos que no desdicen de los ocupantes de los hoteles en la Costa Brava tan frecuentados por camioneros holandeses. Allí, después de comer, sentado en la terracita de la habitación me fumé el puro que compré al viejo habanero. Me trasportó a otros tiempos.

9. Vuelta a La Habana. Teníamos previsto pasar noche, la del 18, en La Habana, a la espera del regreso el día siguiente. La primera vez que llegué a La Habana me pareció una ciudad bombardeada con el secreto encanto de la decadencia. La misma sensación vuelvo a tener ahora. Lo impactante de entonces y ahora es, era el fresco de gente sentada, indolente o descamisada en el alféizar de una casa que fue un palacio o palacete y que ahora se muere. Tere me dice que es la indolencia propia de quien no tiene la casa por propia, que la ocupa pero que no la sudó, ni la luchó, sino que se la dieron.
En el hotel nos esperaba Raimundo que tenía que hacer cuentas con el taxista y quería despedirse de nosotros. “Qué¡”, nos dice, “buen coche, ¿no?”. Digo sí y no como el que fuimos a Cienfuegos que nos dejó molidos. Le sorprende mi comentario crítico y aprovecho, cuando me pregunta si estamos contentos, para hacer balance. Le digo que agradecemos su amabilidad y estar pendientes de nosotros, pero que ha habido poca profesionalidad. Con los precios que tienen, podían haber mejorado los servicios de transporte y alojamiento. Tenía que haber pensado un viaje en función de los clientes y no de la parienta. Y no pueden pensar el viaje, ya que nos acompaña, en función de sacar dinero al turista al menor descuido. Todas las indefiniciones del viaje se traducían en tener que pagar un extra. Le decía que el turismo es muy competitivo y que ellos se estaban aprovechando del glamour de Cuba pero que el turista podía cansarse por la distancia entre costes y prestaciones… Raimundo me escuchaba educadamente, sorprendido sin duda, pero agradecido, decía, para mejorar en el futuro.

Mi buen amigo Baptist Metz recoge una expresión de Ernst Bloch que no tiene pérdida. Dice: “la Revolución Francesa parió al burgués ¿que nos deparará el Kamarade?”. Los sueños revolucionarios de 1848, tan radicales y sangrientos, alumbraron, como tipo de hombre, al calculador y vividor “burgués”. Pero ¿qué tipo de hombre saldrá del revolucionario comunista? Es posible que el futuro sea Raimundo lo que no es precisamente una buena noticia porque el bueno de Raimundo representa el capitalismo salvaje, sin esas bridas mínimas que al capitalismo acompaña desde sus orígenes. Me refiero a la ética protestante que habla de profesionalidad y que ha sido capaz de denunciar desde dentro el abuso que significa la tarjeta de crédito, esto es, la ideología de gastar lo que no se tiene. Raimundo, como los poscomunistas exsoviéticos, encarnan la voracidad capitalista mucho mejor que los británicos posvictorianos. Me pregunta si les recomendaré en caso de que amigos españoles quieran visitar la isla. Le dije que sí pero que también les diría que estuvieran atentos y que compararan ofertas.

10. El motivo del viaje era mi participación en el encuentro “Centenario del Nuevo Letrán en El Vedado”. Intervengo el última día, cerrando el encuentro. Manuel Uña me ha pedido que hable de “justicia y reconciliación”, entiendo que porque esos temas son importantes aquí y ahora. Pero no sé cómo enfocarlos pues no sé qué es lo que hay que reconciliar, es decir, no sé en qué piensan ellos cuando me lo proponen. La reconciliación supone una sociedad en conflicto, pero qué es lo conflictivo en este caso ¿la relación de los cubanos de Cuba con los cubanos de fuera?, ¿la relación entre la Cuba revolucionaria y la disidente?, ¿se referirán a tener en cuenta la pluralidad de almas de la identidad cubana? Pregunto a algunos amigos que se conocen el paño y me aconsejan “no meterme en asuntos cubanos”, es decir, hablar en abstracto de asuntos que por definición son concretos. Opto por una vía intermedia y hablo de paz y memoria y reconciliación pero pensando en conflictos de otras sociedades, la colombiana y la española. El hecho de que los acuerdos colombianos haya tenido lugar en La Habana son una percha a la que agarrarse.

Pero después de haber oído las distintas intervenciones está claro que hay que hablar de Cuba. Eduardo Torres, Eusebio Leal y el dominico Lester Zayas, todos cubanos, han hablado de Cuba: unos tratando de reconstruir su identidad con el recurso a la memoria histórica; el último, refiriéndose críticamente a una situación que se hace cada vez más pesada y que no ofrece gran futuro a la juventud. Lo dice de una manera muy poética pero se puede leer entre líneas.

A Cuba le están estallando las costuras por muchos lugares pero yo quisiera, por lealtad, no negar la revolución sino partir de ella y preguntarme críticamente cómo afrontar los conflictos que ella misma genera. Para mi generación la revolución cubana estaba legitimada en origen. Eso sigue siendo verdad. Los errores de Fidel no hacen bueno a Baptista. El problema es lo que luego vino. No me refiero a que, en el contexto de la guerra fría, la revolución cubana acabara siendo comunista, sino al hecho de la institucionalización de la revolución. El problema de una revolución es que, para mantenerse, tiene que recurrir a la violencia no sólo para derribar a la dictadura anterior sino para mantenerse a sí misma. El peligro de acabar reproduciendo la violencia contra la que se levantó es innegable. La revolución cubana es un caso de lo que Benjamin llama la violencia mítica, condenada a reproducir la misma violencia que combate. De este dilema no se sale fácilmente.

Lo primero que hay que decir es que la experiencia revolucionaria ha dado a mi generación una lección que no conocíamos antes y que nadie nos había contado, a saber, que la violencia política, una vez puesta en marcha, tiene su lógica propia. Ocurrió en Cuba y ocurrió con las FAR colombianas. Esa lógica de la violencia convierte los ideales fundacionales en mera retórica. Eso nos obliga a revisar el concepto de revolución que es lo que hace Walter Benjamin: “Marx dice que las revoluciones son las locomotoras de la historia universal. Pero quizás sean las cosas de otra manera. Quizá consistan las revoluciones en el gesto, ejecutado, por la humanidad que viaja en ese tren, de tirar del freno de emergencia” (Mate, 2009, 307).

El gesto revolucionario de quien se encuentre en ese vagón puesto en marcha por una revolución es tirar del freno de emergencia. Parar el tren en marcha no tiene que ser un gesto reaccionario. Ahora bien, eso ¿qué significa?

Lo que caracteriza a la locomotora revolucionaria, según el propio Benjamin, es pensar que actúa conforme a la lógica que lleva a la historia a su realización. La revolución se alzó contra la opresión sobreentendiendo que esa liberación suponía la felicidad, es decir, la lucha contra la opresión era promesa de una sociedad feliz (y no sólo justa). ¿El resultado? Sin duda una sociedad liberada del yugo americano y hasta menos injusta, pero ¿más feliz? El que el régimen existente no sea el resultado de la voluntad popular sino de sus intérpretes, avala la sospecha de que no se fía de la gente y se teme lo peor: el desistimiento o el rechazo. Ese sería el punto conflictivo: el recurso a la violencia para mantener el régimen porque no encuentra legitimación entre la gente. Esa violencia divide y oprime, de ahí la necesidad de hablar de paz y de reconciliación.

Ante una situación así caben tres salidas: a) estirar el presente en espera de tiempos mejores. Esa salida no es una solución porque no garantiza ni la felicidad ni la legitimación. b) La ley del péndulo que es el camino seguido por los países excomunistas: pasar del comunismo a un capitalismo primario con la especificidad de que la acumulación originaria no se ha producido expropiando y explotando a los pobres (como ocurrió en Gran Bretaña, según estudia Marx en El Capital, cap. 25), sino privatizando lo comunitario. Los grandes capitales rusos están en manos de la antigua Nomenklatura. Nunca tanta desigualdad social y tanto cinismo ya que los nuevos plutócratas se justifican alejándose del pasado comunista, cuando sus riquezas son el resultado del expolio del antiguo régimen que ahora ellos privatizan en provecho propio . c) Finalmente, la interrupción. Habría que ponerse en la piel de los que creyeron en la revolución y ahora valoran honrada y críticamente sus resultados. Interrumpir el experimento ¿qué significaría? Medir la experiencia realizada a lo largo de más de medio siglo con el baremo del sufrimiento, es decir, no de los ideales que movieron la revolución, sino del sufrimiento existente y que se expresa en términos de pan (mejoras materiales) y libertad (mejoras formales). Hay que renunciar a la ideología del progreso que justifica los sacrificios actuales en función de provechos futuros. Hay que tomarse en serio los sufrimientos de la generación actual y preguntarse qué se puede hacer para mejorar su suerte.

Para empezar habría que considerar la centralidad del mercado que traerá sin duda desajustes y desigualdades, pero no menos que las existentes. No hay que engañarse con la situación actual: puede que haya menos desigualdades pero al producirse la igualación por abajo, se hace muy difícil conseguir lo necesario que no garantiza la cartilla de racionamiento. Y, junto al mercado, la libertad, esto es, reconocer la autoridad de la voluntad de los ciudadanos. Claro que se puede manipular esa voluntad, pero siempre menos que la que lleva a cabo un sistema autoritario con su ninguneo de la libertad.

Mi pregunta entonces sería ésta: dado que en territorio neoliberal apenas si hay sitio para el reformismo ni siquiera ya para sostener las conquistas sociales, devoradas por la competitividad feroz a la que nos somete una economía globalizada, ¿serían capaces estas sociedades pos-socialistas de recoger el testigo del reformismo? ¿cómo sería una socialdemocracia pos-socialista? Todo depende de las reservas espirituales o éticas acumuladas a lo largo de la dura experiencia revolucionaria. Sin más ofertas que un socialismo impuesto, pudiera ocurrir que el personal dé por terminado el tiempo de perseguir utopías y que haya llegado el tiempo de ocuparse de uno mismo; que ya ha pasado el tiempo de luchar por valores liberadores, de futuros en los que invertir, y que ha llegado el momento de pensar en vivir; y de construir el presente. El post-socialismo sería entonces un tiempo en el que el socialismo y todo lo que representa queda detrás, amortizado, y que el presente y el futuro tendrá que construirse con otros materiales mucho más materialistas.

Esto es lo que ha ocurrido en la ex Unión Soviética. Y si Cuba no quiere seguir esa senda -la senda de los Raimundos- tendrá que recurrir a otras tradiciones para hacer frente a las nuevas desigualdades, a las nuevas injusticias, a los nuevos conflictos. Por suerte, Cuba es un país que tiene historia y memoria. La reserva de sentido que se almacena en instituciones como San Juan de Letrán puede ser crucial para el futuro del país.


Reyes Mate (Cuba, 8-19 de noviembre 2016)