1.
San Juan de Letrán es una institución muy ligada a la historia de Cuba. En la
actualidad es un convento de dominicos, ubicado en El Vedado de la ciudad de La
Habana que celebra el centenario de su creación, mejor dicho, recreación porque
originariamente estuvo situado en la Habana Vieja, en el siglo XVI, en el lugar
que hoy ocupa el Colegio de San Gerónimo. Avatares de la historia llevaron a la
expropiación, expulsión y derribo para un centro comercial. El historiador de
la ciudad, Eusebio Leal, consciente de que, como decía Adorno, “cuando
desparece una tradición, algo muere de la humanidad”, se ha esforzado en
recuperar el espacio haciendo un potente guiño al pasado para recordar a los
cubanos que allí se incubó ni más ni menos que la primera universidad de La
Habana.
Me
han invitado a participar en un acto académico conmemorativo que he aceptado
por lo que tiene de memoria y de futuro. San Juan de Letrán dispone de un Aula
llamada “Bartolomé de las Casas” que es un espacio muy singular en Cuba porque
es un lugar de libertad, “La casa de Cuba” dicen que dijo el cardenal de la
ciudad. Y efectivamente por allí he visto intervenir al Nuncio del Vaticano,
cardenales y obispos, pero también profesores de la Universidad de La Habana y
prebostes del régimen que valoran y, con su presencia, avalan las prácticas
aperturistas que el Aula ofrece. Todo tiene sus riesgos. Recuerdo el encuentro
que ahí tuvimos en el año 2012 con motivo de una efeméride relacionada con el Sermón
de Montesinos. En una mesa participábamos Javier Fernández Vallina y yo mismo.
El moderador, un cubano que no las tenía todas consigo, nos pedía
insistentemente una copia del texto que íbamos a presentar. Yo tenía un guión y
me negaba a dárselo. Fernández Vallina sí le dio el texto. Lo leyó con atención
y le manifestó muy preocupado que tenía que corregir una expresión. Javier
hablaba de “pensamiento marxiano”, que pronunciado a la cubana daba un
“pensamiento marsiano” (esto es, marciano), una muestra poco amistosa del
pensamiento marxista, según el moderador. Costó hacerle entender que había una
diferencia entre el pensamiento marxista y el marxiano (que nada tiene que ver
con los peligrosos “marcianos” venidos de otro planeta). Allí todo era lo
mismo, pensamiento comunista. Si dicen que Fidel Castro no pasó de la página 20
del primer libro de El Capital de
Marx…
2.
Un viaje a Cuba pasa por la obtención de visado. Como voy invitado a un
encuentro académico, los organizadores se encargan de gestionarlo desde La
Habana. El de Tere, que me acompaña, lo gestiono yo desde Madrid. Recuerdo los
sinsabores y tardanzas de la primera vez que lo hice a través del consulado,
así que recurro a una agencia que te lo facilita todo. Llamo por teléfono y me
explican el procedimiento. ¿El costo?, les pregunto. Y me responde una
señorita: “unos 35 Euros más nuestros servicios, otros 30”. Acabé pagando 111.
Primer aviso.
Llegamos
en la atardecida del día 8 de noviembre. De acuerdo con lo previsto, tenía que
avisar a una agente policial de mi llegada, mostrándole copia escaneada de la
visa, para que él recogiera el original que presentaba el P. Manuel Uña desde
el otro lado. “Nadie hay del otro lado” me dice el policía. Toca esperar en la
sala de migración que, conforme se va vaciando, se vuelve siniestra. Es inútil
pedir explicaciones porque se dan por ofendidos y te hacen ver que mejor no
molestar. Allí estamos esperando solos los dos cerca de una hora hasta que
aparece un joven cubano con la famosa visa y podemos pasar.
3.
El día 9 comienza el encuentro. Abre el encuentro el P. Manuel Uña O.P. que es
mucho más que el Prior de ese convento dominico. Es un tipo de ser humano que
tiene crédito y a quien se le da crédito. Esa confianza que le da todo el mundo
él la devuelve generosamente creando espacios de libertad, un lujo en Cuba.
Mientras interviene explicando los motivos del encuentro y agradeciendo el
concurso de cuantos lo han hecho posible, me digo a mi mismo que no sé qué
quedará en el futuro de la Cuba castrista, pero que el camino inaugurado por
este hombre tendrá futuro. Tras unas palabras medidas, toma la palabra Eduardo Torres
Cuevas, director de la Biblioteca Nacional y, como luego dirá un periodista en
un debate televisivo en el que el mismo Torres Cuevas interviene, un
intelectual con peso específico y bien reconocido por los poderes políticos.
Que alguien así está en este lugar en ese momento es harto significativo. Es
amigo de la casa y esa amistad, en las circunstancias cubanas, tiene un valor
protector. Habla de historia: de la Cuba tolerante posterior a la independencia
y del papel de la Iglesia. Un discurso amable, sin críticas, que revela a
alguien amante de la historia de su país. Luego es el turno de Eusebio Leal que
diserta sobre “Letrán ayer y hoy (República y obras del 59 al presente)”. Leal
es un tribuno apasionado y apasionante. Con pasión habla de la presencia de los
dominicos en Cuba, de lo que significó el primer Letrán, de lo que le movió a
la recuperación de San Gerónimo, de los avatares de la fundación de la
Universidad de La Habana, de la importancia del Letrán actual. Tampoco había
crítica, salvo a quienes destruyeron el legado histórico, pero, eso sí, una
gran pasión por reconstruir una identidad cubana de la que este pasado debería
formar parte. Mientras hablaba con esa pasión y sinceridad, yo no podía olvidar
que Leal es miembro del Comité Central de un partido cuyas ideas sobre Cuba o
lo cubano no creo que abreven en estas fuentes. Me preguntaba por el alcance de
su entusiasmo cultural, si iba más allá. El marxismo es postradicional y tiene
problemas con cualquier tradición, más con las religiosas. ¿Sería en este caso
la memoria mero ornamento cultural o también un principio de identidad, una
original fuente de sentido? ¿Cómo se relacionaría un comunismo reacio a las tradiciones
con estas fuentes de sentido que remiten a tradiciones propias, como la
cristiana? Leal se fue entre aclamaciones, aplaudido por el público puesto en
pie, como un triunfador. Me hubiera gustado preguntárselo, pero no hubo lugar
porque llegó justo y se fue sin esperar.
4.
Pero estamos en La Habana. Nuestro hotel, el Habana Riviera, está pegado al
malecón pero lejos de la ciudad. Como hemos contratado un paseo por Cienfuegos
y Trinidad, nos espera Raimundo, el agente o intermediario para fijar detalles.
Aparece un tipo dicharachero acostumbrado a tratar a turistas. Le pregunto por
el precio medio de un taxi desde el hotel al centro: “depende”, me dice, “pero
nunca menos de 20 o 25 CUC, pero yo se lo consigo por menos”. Y sin
encomendarse a dios ni al diablo coge el móvil y me dice que lo tiene
arreglado: “un tour en un convertible de su categoría a treinta CUC la hora”
mientras nos habla de visitar el museo del ron y de una sala de fiesta por el
módico precio del 120 CUC, cena incluida. Le pido que pare y que nosotros ya
decidiremos donde queremos ir y que me diga que es eso del “convertible” y de
su llamada. La respuesta está a la vista. Acaba de aparecer uno de esos
“haigas” inmensos, coches americanos de los años 50, descapotable
(“convertible” es “descapotable”), en horrorosos colores chillones, mayormente
en rosa, conducidos además por un tiarrón con aire tejano tocado con un
soberano sombrero. En esa horterada hay que viajar. Miro alrededor para cerciorarme
de que ningún conocido me puede ver y salto al coche hundiéndome en el asiento
mientras Raimundo, sentado de copiloto, nos mira triunfante con un “eh ¡qué les
decía yo¡”. Dan ganas de asesinarle pero como eso complicaría las cosas, le
decimos con contundencia que no queremos vueltas por la ciudad sino que nos
deje en la Habana Vieja. Rompemos el encanto o el negocio y nos cobra, previa
deliberación entre ellos, un precio módico (15 CUC) que será en cualquier caso
un tercio más de lo que cobraría un buen taxi.
Este
primer encuentro es muy revelador del concepto “turismo” en Cuba. Este país
tiene un atractivo singular, un glamour único. ¿”La Habana? Una princesa
andrajosa, pero princesa”, nos decía Manuel Uña. Para muchos cubanos el turismo
es una posibilidad, de ahí que vuelquen toda su capacidad de seducción en hacer
consumir al turista a precios exorbitados. Conseguir meter en la cabeza de
Raimundo que hay museos más interesantes que el del ron, que el “convertible”
es una horterada y que abusar es un mal negocio, no iba a ser fácil. Pero
Raimundo era un ejemplar a seguir de cerca porque representa algo así como al
cubano medio atento a las posibilidades de apertura del régimen. Ahí está él
dispuesto a aprovecharlas. Nos lleva a matacaballo de un sitio a otro, empezando
por La Bodeguita de Enmedio, para que tomemos algo y nos hagamos fotos y nos
hagan una caricatura. Le decimos que es muy temprano para tomar un mojito y que
no nos interesa la foto. Tarda en entender que lo nuestro es más tranquilo, que
no es correr, sino detenerse. Pero vamos tomando nota de lo que hay que ver: Plaza
de Armas, Casa del segundo Cabo, catedral, convento de San Francisco, colegio
de San Gerónimo…
5.
Los bus-tour. Nos subimos a un bus-tour para ver la ciudad desde arriba. Lo
hicimos tres días y cada día fue una aventura. El primero, nos sorprendió a las
13.15 ante La feria de artesanía. Era el momento del almuerzo, así que la
señorita de turno no informó que ellos se iban a comer y que nos recogerían en
media hora. Caía un sol a plomo así que nos refugiamos en la nave del mercado
donde han juntado a los artesanos de tejidos, cueros, pinturas etc. Están tan
apelmazados que resulta agobiante, pero había que resistir mientras pasaba la
media hora que fue más hasta que llegó el bus que nos volvió a dejar en El
Capitolio, parada final. Allí la media hora se hizo una hora interminable para
los viajeros pero no para el conductor y la guía y unos funcionarios con pinta
de inspectores que se desternillaban de risa mientras los demás nos desesperábamos
con la tardanza. La guía nos iba informando; “aquí la Avenida de los
Presidentes Latinoamericanos”, “aquí a su izquierda las famosas galerías…”. Como
estaban junto al hotel fuimos un día paseando. Era un enorme almacén casi vacío
con algunas bebidas pensadas…para los hoteles del alrededor. También nos
paramos en la Plaza de la Revolución presidida por los iconos del “Che” y
“Cienfuegos”, los dos comandantes ausentes del proceso de institucionalización
de la Revolución y uno se pregunta ¿qué hubieran hecho de seguir presentes?
El
segundo día ya habíamos aprendido la lección de que había que evitar la hora
del almuerzo. Habíamos pasado por el barrio La Playa, donde al parecer los
hijos de Raúl Castro medran a sus anchas, y nos encontrábamos a la altura del
famoso hotel Copacabana. El bus para y asistimos a una larga conversación entre
la guía y el conductor que por lo visto eran pareja. Hablaban de malestar
físico, de dolores. La guía hizo una llamada por teléfono y alguien desde el
otro lado la aconsejaba que su marido, el conductor, tomara tal medicina en
lugar de otra. Como la cosa se alargaba pregunto que qué pasa y me responde que
“una avería”. Como la avería no cedía ni se arreglaba con pastillas, nos
hicieron bajar del bus mientras llegaba el siguiente. Oigo al pasar junto a la
pareja que ella le dice a él “les he dicho que es una avería”. “Bien”, le dice
el supuesto enfermo. Tere se le acerca y le dice a ella que parece raro que
siendo el coche tan nuevo tenga una avería. Y la guía, viéndose sorprendida, se
confiesa: “es que le ha subido la tensión y no es aconsejable seguir”. Todo
suena muy chungo. Estábamos a un paso de El Capitolio, final de trayecto, y
esta avería o enfermedad, tenía más que ver con los planes de la pareja (a los
que también acompañaba su hijo) que con la capacidad del conductor o del bus.
Mientras hacemos tiempo, entro en el hall del famoso y hotel y leo algo así:
“antes de la revolución esto era el casino de norteamericanos; ahora le hemos
convertido en un espacio de música cubana”. Mucho me temo que echaron a los
mismos que ahora son esperados con tanto entusiasmo.
En
el paseo del primer día con Raimundo por la Habana Vieja ya nos había dicho la
diferencia de actitud entre un camarero, por ejemplo, de un bar del Estado y el
de un Paladar: el primero ni se
molesta porque cobra lo mismo así que tenderá a no atenderte, mientras que el
segundo, al que sí alcanzan los beneficios, intentará obsequiarte y animarte a
consumir bien. Esta observación era acertada como hemos tenido ocasión de
constatar. En Trinidad quisimos entrar en un bello local del Estado a tomar un
zumo. No había casi nadie y sí un par de camareros mano sobre mano. Cuando
oyeron la demanda nos espetaron un “váyanse a pedirlo a una casa particular”.
También en La Fábrica, de la Plaza Vieja de La Habana, nos sentamos
plácidamente a tomar una cerveza y de paso pedimos algo de picar. Había un
joven cazando gente, dos chicas esperando clientes, tres camareros dentro…pero
los camarones no llegaban. De clientes, solo nosotros. Preguntamos qué cuánto
tiempo tardarían y nos dice la chica que eso es cosa de la cocina. De repente
aparece un cocinero a la puerta para echar un vistazo y fumarse un pitillo,
pero nada llegaba. A los 45 minutos les dijimos que si no venían ellos nos
íbamos nosotros. Aquello les alivió sobremanera, nos trajeron la cuenta, y
ellos a lo suyo, a no hacer nada. Aunque la anécdota más reveladora nos ocurrió
en el restaurante del hotel donde habíamos decidido ir, tras una experiencia
fallida en un Paladar cercano (comida
fría, suciedad y nada barato). También la ratio
de personal era francamente desfavorable a la clientela: siempre había más
camareros que comensales. Pues bien, ocurrió que se les cayó un plato tras
retirarlo de una mesa. Los trozos volaron por los alrededores y ocuparon una
buena parte del comedor. Bueno, pues nadie se inmutó. Los camareros miraron con
pena los restos del plato pero ninguno se tomó la molestia de recogerlos. Al
parecer tampoco a ellos les molestaba andar sobre los pedazos dispersos. Así
hasta que al cabo de un buen rato apareció una señora con un carrito y un
recogedor. Supongo que el convenio sindical les prohibía a la troupe de
camareros agarrar una escoba. Me recordaba una anécdota de mis tiempos en el
MEC. Tenía que mandar un escrito a alguien que estaba en el piso de arriba. La
secretaria llamó al bedel para que lo subiera pero éste se negó porque en el
convenio colectivo los sindicatos habían conseguido que nadie se moviera de su
planta, así que lo subí yo.
6.
A nadie se le oculta, cuando hace de turista en una ciudad del Tercer Mundo, la
distancia entre lo que se le presenta al turista y lo que se le oculta o que no
quiere ver. Por eso va uno pendiente de señales que le revelen esa realidad
oculta y, con frecuencia, ocultada. Te sientas en un banco por el Parque
Central y enseguida aparece alguien, como ese joven negro, con la boca hinchada
pidiendo ayuda para una medicina que no se puede costear. De paso te cuenta el
alcance de la sanidad y de sus carencias. Paseando distraídamente por la
Avenida de El Prado entramos en la Casa de Andalucía. Es un recinto oscuro, con
un tablao flamenco a la entrada, que ha conocido tiempos mejores. Todo huele a
polvo y cerrado. Desde el fondo de lo que hubiera sido un salón alguien nos
saluda y nos invita a entrar. Es el tesorero de una sociedad que no tiene
actividades porque desde hace tres año no tienen permiso de venta ”y si no se
vende algo esto no se puede sostener”. Pero él viene todos los días y abre con
la secreta esperanza de que un día aquello reviva por sevillanas. Cerca de allí
nos colamos en un local a tomar una cerveza. Un señor mayor nos da conversación
y nos cuenta sus males. Viven cinco en una casa; recibe 12 CUC de pensión con
la que sostener a todos. Con la cartilla de racionamiento recibe un bollito de
pan que nos enseña y que es su comida, cinco huevos por persona, y unos kilos
de legumbres, algo de mantequilla y aceite… Con eso quizá un ser humano obtiene
las calorías necesarias para vivir pero sin vencer la sensación de hambre. Por
eso hay que salir a buscar algo. Él, que ha trabajado años en una tabacalera,
saca de una bolsa de plástico unos puros que me ofrece: “los vendo a 5 pero a
Vd. se los doy a 3 CUC”. Le digo que ya no fumo pero que compro uno y le daré 5
CUC. Le brillan los ojos de felicidad y nos vamos pensando lo que darán de sí esos
cinco euros. Algo parecido nos cuenta Ricardo, chófer afortunado por la
humanidad de su empleador. Nos transmite un malestar que dice es muy general.
No hay de nada y menos futuro. “¿Qué hacen los jóvenes?” Le pregunto. Me dice
que me de una vuelta al anochecer por la avenida de los Presidentes. Allí están
bebiendo y fumando marihuana para olvidar. A lo que aspiran es a irse. El
mensaje que te llega de cualquier rincón en el que te pares y consigas entablar
una conversación es el del descontento por las condiciones de vida. La pregunta
es ¿y cómo aguanta esto?
Por
la noche en los ratos de insomnio me pongo la radio. Mucha música marchosa y
también algunas conversaciones. En una emisora que se llama “Radio Rebelde”
reponen un debate en el que una serie de urbanistas sostienen un extraño
diálogo. Extraño por su sinceridad crítica. Critican el deterioro de la ciudad
y la necesidad de contar con la participación de la gente y con recursos de
fuera: “también habría que contar con los que se han ido y estarían dispuestos
a volver porque además tienen plata”. Sospecho que ese es un guiño de largo
alcance. Todos admiran la obra de Eusebio Leal pero no da abasto. El tono que
domina en la radio es otro. Resuena potente la retórica revolucionaria que
estos días anda encendida con una operación de defensa o maniobras generales
contra un posible agresor. ¡La de frases grandilocuentes que se oyen! Y
entreveradas algunas verdades que explican el glamour cubano. Ponen en TV un
video donde aparece Fidel que ahora cumple 90 años. Dice que el mérito de Cuba
es haber hecho frente al imperialismo. Ellos son un bastión antiimperialista y
eso, añade, “lo admiran los estadounidenses. Y aunque nos odien, nos admiran”.
Eso es verdad y tiene su mérito. Tiene su miga que un pequeño país se las tenga
tiesas al gigante del norte. El problema es a qué precio. El precio que están
pagando por ese terrible e injusto, pero real, bloqueo. Del antiimperialismo
cubano saca pecho y hasta provecho Fidel y los suyos, pero ¿el pueblo?,
¿justifica el orgullo antiimperialista tanto sufrimiento material? Porque lo
que no está probado -al menos no se ve- es que ese antiimperialismo se traduzca
en virtudes cívicas superiores que hagan soportable la penuria material. El
tantas veces citado socialismo más parece ideología oficial que principio
inspirador da alguna práctica socialmente relevante. La distancia entre la retórica
revolucionaria y la miseria real es sideral.
7.
Hemos querido aprovechar la visita para conocer algo de Cuba más allá de La
Habana. Los amigos recomiendan visitar Cienfuegos y Trinidad así que hemos
contratado los servicios de Raimundo para un recorrido por esos lugares de un
par de días. El trayecto en un coche sin amortiguadores es duro. Por el camino
nos encontramos muchos autostopistas, coches desvencijados en las cunetas y
algún carruaje tirado por animales en plena autopista. Antes de llegar a
destino divisamos a lo lejos una cadena de montes de la sierra de Escambray donde
se refugiaron los “alzados”. Me aclaran que no era gente de Baptista que se
alzó contra los revolucionarios sino revolucionarios que se levantaron contra
Fidel y el rumbo que iban tomando las cosas. Desde la carretera puede verse el
monumento a un “mártir” y “héroe”, que era un infiltrado entre los rebeldes.
Cuando le descubrieron le torturaron hasta matarlo. Es un “mártir” de la
revolución. En el camino muchas referencias a Camilo Cienfuegos quien actuó por
aquí. Es un hombre muy querido y sobre cuya muerte circulan muchas leyendas.
Veo carteles que rezan “Cienfuegos, el comandante del pueblo”. Pregunto a los
acompañantes cubanos que si Cienfuegos es “el comandante del pueblo”, Fidel ¿de
quién es? ¿”comandante de la ciudad o del no-pueblo”. Se ríen.
Llegamos
a Cienfuegos un día de fuerte calor. El viaje, organizado por este emprendedor
del futuro a precio de oro, incluye alojamiento en una casa particular que
regenta Antonio, un simpático casero que se desvive. Nos cuenta sus aficiones
culinarias y nos hace reparar en un pequeño estanque decorado con superfluos
accesorios. Nos explica que no le autorizan a usarla como piscina –“parece que
aquí sólo se puede bañar Fidel”, deja caer- mientras nos señala los aditamentos
de las paredes del patio que ha tenido que levantar para impedir la mirada de
los vecinos, unos militares que han conseguido buena casas por cuatro perras.
Cienfuegos es una ciudad costera, de armónica factura modernista que ha
conocido buenos tiempos. La prueba es el teatro al que nos lleva el guía. Allí
encontramos a la entrada otras tres empleadas sin mucho que hacer pero listas
para pedirnos dos CUC por entrada. Lo que se ve pagando es lo mismo que se ofrece
al visitante desde la entrada, es decir, te toman el pelo con los dos CUC sin
que medie una información. Y “es que con información serían 5 CUC”. Tomo nota
para comentárselo en su momento a nuestro Raimundo que se está pasando de
listo. Por la noche enciendo la tele y oigo a un locutor justificar una
película de Hollywood. Da por descontado que Hollywood representa el
“capitalismo tardío” y como tal es una máquina deshumanizadora, pero como
también el capitalismo tiene sus contradicciones es capaz de hacer películas
como la que va a poner la tele cubana (que habrá comprado previamente, claro).
Creo que se titulaba “99 casas”. Narra
la historia de un joven padre de familia que es desahuciado de su vivienda por
no pagar la hipoteca. Desesperado se lanza a buscar trabajo y lo encuentra
desahuciando sin piedad a otros desgraciados. Esas son las cosas del
capitalismo que es capaz de eso y mucho más, pero también de contarlo, cosa
inaudita en Cuba.
La
información de la TV me sorprende por su militarización. Los presentadores van
en uniforme y pronuncian con un respeto divinal el nombre de “Raúl Castro,
general comandante y presidente de los consejos de Estado y de gobierno”. ¿Por
qué no Generalísimo? Las noticias internacionales van de Venezuela al Vietnam
pasando por Rusia e Irán. Lo de Venezuela es caso aparte. Aquí la retórica se
hincha como un pavo real. Visité la Casa Venezuela en La Habana repleta de
abrazos de Chávez y Fidel. Choca el tono un poco altivo de Fidel –“conocí a
este chico hace sólo unos pocos años y nunca pensé que llegara tan lejos en tan
poco tiempo”, más o menos- con el servil de Chavez que aparece un poco como lo
que por Madrid se llama un “pagafantas”, feliz de imitar a su ídolo, como si su
mayor bien consistiera en ser tomado en serio por Fidel. Aquí vale lo que decía
Hegel de los hechos históricos, a saber, que si la primera vez aparecen como algo
serio, si se les repite, resultan cómicos (bueno lo que decía Hegel es otra
cosa, pero Marx lo interpretó así, y estamos en territorio “marciano”). Oigo
por la radio que han discutido sobre filosofía. Presto oído y creo identificar
a la Directora del Instituto de Filosofía con la persona que ya lo era hace
veinte años, cuando tuvimos el encuentro en La Habana. Habla de “una filosofía
del sur”, distinta a la del “norte” (americana)…¡Ya me gustaría saber qué
quieren decir con eso!
De
Cienfuegos a Trinidad. Salimos pronto porque hay que coger un tren que va por
los antiguo ingenios o fábricas de azúcar. No tenemos mucha idea de lo que nos
espera pero a quien sí le interesa es a un polizón que se nos ha colado en el
viaje y que Raimundo nos ha presentado como su esposa. El viaje será en loor
suyo, incluida una música inaguantable que nos coloca en el coche. Llegamos a
tiempo de subir a un tren abarrotado, previo generoso pago, y emprender de pie
la aventura del viaje. El sol cae a plomo sobre el desguarnecido ferrocarril
que avanza con un fuerte traqueteo entre la maleza del lugar. Dos agotadoras
horas de ida y otras dos de vuelta por un trayecto igual a sí mismo, sin que
dejáramos de preguntarnos por qué tantas horas en este tren. Se lo pregunto al
que nos había vendido la moto quien se encoge de hombros diciendo que él
tampoco sabía. Pero no sabes, porque la señora polizón tan pronto justificaba
su presencia diciendo que no conocía Trinidad y quería aprovechar la ocasión para
visitarla, como saludaba efusiva a la gente del lugar que bien conocía de otras
veces. Mosqueado por cómo iban las cosas le pregunto a Raimundo que adónde nos
va a alojar: “en una casa colonial”, nos dice. Colonial sí ha sido la casa pero
la habitación que nos asigna es un trastero con un baño sin ventilación y un
colosal frigorífico en medio de la estancia cargado con un par de cervezas y
media docena de botellas de agua. Dan ganas de salir corriendo pero el
cansancio aconseja no meneallo. El ruido del aparato es tal que tenemos que
desenchufarlo para poder conciliar el sueño. Lo que no habíamos calibrado es
que al desenchufar se iba a descongelar con lo que al poner pie a tierra a la
mañana siguiente pensé en un momento que había dormido sobre una piscina. La
casa la regentaba la abuela con la ayuda de un joven despabilado. Había que
pagar el desayuno y una botella de agua. En total, 12 CUC. Le doy dos billetes
de 10 para tener suelto. Me dice que no tiene vuelta y veo que cuchichea con mi
empresario particular, el ínclito Raimundo, que le cambia uno de diez por dos
de cinco. Estamos a punto de salir y yo no tengo en la mano más que un billete
de cinco para pagar esos dos CUC que faltan. Intuyo que el joven ha medido los
tiempos para que con las prisas le deje el billete de cinco con lo que se
llevaría tres de propina. Como no se lo merece saco de mi monedero dos monedas
con las que saldo la deuda con gran pesar de mi joven y pícaro anfitrión.
En
la inevitable ración de insomnio que se cobra el jet-lag pongo la radio y oigo
la receta casera contra la gota: 40 ajo, 250 ml de miel, 250 de limón, y 250 ml
de orujo. Siete días en reposo en frigorífico y tomar 3 cucharaditas x 3 veces
al día.
8.
De Trinidad a Varadero. La dureza del viaje, la inclemencia del tiempo, la
incomodidad de las casas y los mensajes críticos que emergen de la situación,
hacen que los días parezcan dos semanas, así que la perspectiva de unos días en
Varadero se presentan como un necesario descanso. Volvemos en parte sobre
nuestros pasos mientras nos acercamos al lugar turístico. En el camino nos
señalan grandes edificios abandonados que en un tiempo fueron centros de
enseñanza secundaria creados bajo el moto revolucionario de aunar trabajo y
estudio. El invento, vendido con gran publicidad, hubo de ser abandonado entre
otras razones porque los chicos pasaban hambre y las familia tenían que
ingeniárselas para hacerles llegar algunas viandas, asunto nada fácil dada la
penuria de las propias familias y las dificultades de comunicación. Había que
pasar por el invento si se quería acceder a la universidad. Al final se
abandonó el revolucionario proyecto y ahí quedan, esparcidos por la geografía
cubana, viejos caserones abandonados a su suerte.
Varadero
es turismo caribeño a todo confort o casi según se lo pueda uno pagar. Nuestros
acompañantes nos hacen saber que para ellos es inalcanzable, incluso que si uno
aparece por allí activaría todas las alarmas porque a la vista de lo que pueden
ganar no les da para eso. Lo cierto es que quienes nos lo dicen nos han cobrado
por dos días más que lo que nos cuestan estos casi cuatro en Varadero. Paseos
por el mar de aguas templadas envueltos por una nube de turistas gringos que no
desdicen de los ocupantes de los hoteles en la Costa Brava tan frecuentados por
camioneros holandeses. Allí, después de comer, sentado en la terracita de la
habitación me fumé el puro que compré al viejo habanero. Me trasportó a otros
tiempos.
9.
Vuelta a La Habana. Teníamos previsto pasar noche, la del 18, en La Habana, a
la espera del regreso el día siguiente. La primera vez que llegué a La Habana
me pareció una ciudad bombardeada con el secreto encanto de la decadencia. La
misma sensación vuelvo a tener ahora. Lo impactante de entonces y ahora es, era
el fresco de gente sentada, indolente o descamisada en el alféizar de una casa
que fue un palacio o palacete y que ahora se muere. Tere me dice que es la
indolencia propia de quien no tiene la casa por propia, que la ocupa pero que
no la sudó, ni la luchó, sino que se la dieron.
En
el hotel nos esperaba Raimundo que tenía que hacer cuentas con el taxista y
quería despedirse de nosotros. “Qué¡”, nos dice, “buen coche, ¿no?”. Digo sí y
no como el que fuimos a Cienfuegos que nos dejó molidos. Le sorprende mi
comentario crítico y aprovecho, cuando me pregunta si estamos contentos, para
hacer balance. Le digo que agradecemos su amabilidad y estar pendientes de
nosotros, pero que ha habido poca profesionalidad. Con los precios que tienen, podían
haber mejorado los servicios de transporte y alojamiento. Tenía que haber
pensado un viaje en función de los clientes y no de la parienta. Y no pueden
pensar el viaje, ya que nos acompaña, en función de sacar dinero al turista al
menor descuido. Todas las indefiniciones del viaje se traducían en tener que
pagar un extra. Le decía que el turismo es muy competitivo y que ellos se
estaban aprovechando del glamour de Cuba pero que el turista podía cansarse por
la distancia entre costes y prestaciones… Raimundo me escuchaba educadamente,
sorprendido sin duda, pero agradecido, decía, para mejorar en el futuro.
Mi
buen amigo Baptist Metz recoge una expresión de Ernst Bloch que no tiene
pérdida. Dice: “la Revolución Francesa parió al burgués ¿que nos deparará el
Kamarade?”. Los sueños revolucionarios de 1848, tan radicales y sangrientos,
alumbraron, como tipo de hombre, al calculador y vividor “burgués”. Pero ¿qué
tipo de hombre saldrá del revolucionario comunista? Es posible que el futuro
sea Raimundo lo que no es precisamente una buena noticia porque el bueno de
Raimundo representa el capitalismo salvaje, sin esas bridas mínimas que al
capitalismo acompaña desde sus orígenes. Me refiero a la ética protestante que
habla de profesionalidad y que ha sido capaz de denunciar desde dentro el abuso
que significa la tarjeta de crédito, esto es, la ideología de gastar lo que no
se tiene. Raimundo, como los poscomunistas exsoviéticos, encarnan la voracidad
capitalista mucho mejor que los británicos posvictorianos. Me pregunta si les
recomendaré en caso de que amigos españoles quieran visitar la isla. Le dije
que sí pero que también les diría que estuvieran atentos y que compararan ofertas.
10.
El motivo del viaje era mi participación en el encuentro “Centenario del Nuevo
Letrán en El Vedado”. Intervengo el última día, cerrando el encuentro. Manuel
Uña me ha pedido que hable de “justicia y reconciliación”, entiendo que porque
esos temas son importantes aquí y ahora. Pero no sé cómo enfocarlos pues no sé
qué es lo que hay que reconciliar, es decir, no sé en qué piensan ellos cuando
me lo proponen. La reconciliación supone una sociedad en conflicto, pero qué es
lo conflictivo en este caso ¿la relación de los cubanos de Cuba con los cubanos
de fuera?, ¿la relación entre la Cuba revolucionaria y la disidente?, ¿se
referirán a tener en cuenta la pluralidad de almas de la identidad cubana?
Pregunto a algunos amigos que se conocen el paño y me aconsejan “no meterme en
asuntos cubanos”, es decir, hablar en abstracto de asuntos que por definición son
concretos. Opto por una vía intermedia y hablo de paz y memoria y
reconciliación pero pensando en conflictos de otras sociedades, la colombiana y
la española. El hecho de que los acuerdos colombianos haya tenido lugar en La
Habana son una percha a la que agarrarse.
Pero
después de haber oído las distintas intervenciones está claro que hay que
hablar de Cuba. Eduardo Torres, Eusebio Leal y el dominico Lester Zayas, todos
cubanos, han hablado de Cuba: unos tratando de reconstruir su identidad con el
recurso a la memoria histórica; el último, refiriéndose críticamente a una
situación que se hace cada vez más pesada y que no ofrece gran futuro a la
juventud. Lo dice de una manera muy poética pero se puede leer entre líneas.
A
Cuba le están estallando las costuras por muchos lugares pero yo quisiera, por
lealtad, no negar la revolución sino partir de ella y preguntarme críticamente
cómo afrontar los conflictos que ella misma genera. Para mi generación la
revolución cubana estaba legitimada en origen. Eso sigue siendo verdad. Los
errores de Fidel no hacen bueno a Baptista. El problema es lo que luego vino.
No me refiero a que, en el contexto de la guerra fría, la revolución cubana
acabara siendo comunista, sino al hecho de la institucionalización de la
revolución. El problema de una revolución es que, para mantenerse, tiene que
recurrir a la violencia no sólo para derribar a la dictadura anterior sino para
mantenerse a sí misma. El peligro de acabar reproduciendo la violencia contra
la que se levantó es innegable. La revolución cubana es un caso de lo que
Benjamin llama la violencia mítica, condenada a reproducir la misma violencia
que combate. De este dilema no se sale fácilmente.
Lo
primero que hay que decir es que la experiencia revolucionaria ha dado a mi generación una lección que no
conocíamos antes y que nadie nos había contado, a saber, que la violencia
política, una vez puesta en marcha, tiene su lógica propia. Ocurrió en Cuba y
ocurrió con las FAR colombianas. Esa lógica de la violencia convierte los
ideales fundacionales en mera retórica. Eso nos obliga a revisar el concepto de
revolución que es lo que hace Walter Benjamin: “Marx dice que las revoluciones
son las locomotoras de la historia universal. Pero quizás sean las cosas de
otra manera. Quizá consistan las revoluciones en el gesto, ejecutado, por la
humanidad que viaja en ese tren, de tirar del freno de emergencia” (Mate, 2009,
307).
El
gesto revolucionario de quien se encuentre en ese vagón puesto en marcha por
una revolución es tirar del freno de emergencia. Parar el tren en marcha no
tiene que ser un gesto reaccionario. Ahora bien, eso ¿qué significa?
Lo
que caracteriza a la locomotora revolucionaria, según el propio Benjamin, es
pensar que actúa conforme a la lógica que lleva a la historia a su realización.
La revolución se alzó contra la opresión sobreentendiendo que esa liberación
suponía la felicidad, es decir, la lucha contra la opresión era promesa de una
sociedad feliz (y no sólo justa). ¿El resultado? Sin duda una sociedad liberada
del yugo americano y hasta menos injusta, pero ¿más feliz? El que el régimen
existente no sea el resultado de la voluntad popular sino de sus intérpretes,
avala la sospecha de que no se fía de la gente y se teme lo peor: el
desistimiento o el rechazo. Ese sería el punto conflictivo: el recurso a la
violencia para mantener el régimen porque no encuentra legitimación entre la
gente. Esa violencia divide y oprime, de ahí la necesidad de hablar de paz y de
reconciliación.
Ante
una situación así caben tres salidas: a) estirar el presente en espera de
tiempos mejores. Esa salida no es una solución porque no garantiza ni la
felicidad ni la legitimación. b) La ley del péndulo que es el camino seguido
por los países excomunistas: pasar del comunismo a un capitalismo primario con
la especificidad de que la acumulación originaria no se ha producido
expropiando y explotando a los pobres (como ocurrió en Gran Bretaña, según
estudia Marx en El Capital, cap. 25),
sino privatizando lo comunitario. Los grandes capitales rusos están en manos de
la antigua Nomenklatura. Nunca tanta
desigualdad social y tanto cinismo ya que los nuevos plutócratas se justifican alejándose
del pasado comunista, cuando sus riquezas son el resultado del expolio del
antiguo régimen que ahora ellos privatizan en provecho propio . c) Finalmente,
la interrupción. Habría que ponerse en la piel de los que creyeron en la
revolución y ahora valoran honrada y críticamente sus resultados. Interrumpir
el experimento ¿qué significaría? Medir la experiencia realizada a lo largo de
más de medio siglo con el baremo del sufrimiento, es decir, no de los ideales
que movieron la revolución, sino del sufrimiento existente y que se expresa en
términos de pan (mejoras materiales) y libertad (mejoras formales). Hay que
renunciar a la ideología del progreso que justifica los sacrificios actuales en
función de provechos futuros. Hay que tomarse en serio los sufrimientos de la
generación actual y preguntarse qué se puede hacer para mejorar su suerte.
Para
empezar habría que considerar la centralidad del mercado que traerá sin duda
desajustes y desigualdades, pero no menos que las existentes. No hay que
engañarse con la situación actual: puede que haya menos desigualdades pero al
producirse la igualación por abajo, se hace muy difícil conseguir lo necesario
que no garantiza la cartilla de racionamiento. Y, junto al mercado, la
libertad, esto es, reconocer la autoridad de la voluntad de los ciudadanos.
Claro que se puede manipular esa voluntad, pero siempre menos que la que lleva
a cabo un sistema autoritario con su ninguneo de la libertad.
Mi
pregunta entonces sería ésta: dado que en territorio neoliberal apenas si hay
sitio para el reformismo ni siquiera ya para sostener las conquistas sociales,
devoradas por la competitividad feroz a la que nos somete una economía
globalizada, ¿serían capaces estas sociedades pos-socialistas de recoger el
testigo del reformismo? ¿cómo sería una socialdemocracia pos-socialista? Todo
depende de las reservas espirituales o éticas acumuladas a lo largo de la dura
experiencia revolucionaria. Sin más ofertas que un socialismo impuesto, pudiera
ocurrir que el personal dé por terminado el tiempo de perseguir utopías y que
haya llegado el tiempo de ocuparse de uno mismo; que ya ha pasado el tiempo de
luchar por valores liberadores, de futuros en los que invertir, y que ha
llegado el momento de pensar en vivir; y de construir el presente. El
post-socialismo sería entonces un tiempo en el que el socialismo y todo lo que
representa queda detrás, amortizado, y que el presente y el futuro tendrá que
construirse con otros materiales mucho más materialistas.
Esto
es lo que ha ocurrido en la ex Unión Soviética. Y si Cuba no quiere seguir esa
senda -la senda de los Raimundos- tendrá que recurrir a otras tradiciones para
hacer frente a las nuevas desigualdades, a las nuevas injusticias, a los nuevos
conflictos. Por suerte, Cuba es un país que tiene historia y memoria. La
reserva de sentido que se almacena en instituciones como San Juan de Letrán
puede ser crucial para el futuro del país.
Reyes
Mate (Cuba, 8-19 de noviembre 2016)