1)
Bajo el rótulo de “pensar en español” podemos ubicar un planteamiento que viene
de antiguo y que tiene muchos aspectos. Quiero decir con esto que ni es de
ahora ni es sólo como algunos lo entendemos. Hay autores que han reflexionado
explícitamente sobre ello (Gaos, Leopoldo Zea o María Zambrano) y otros que lo
han practicado (Ortega y Gasset o Américo Castro). Yo me voy a atener a cómo lo
hemos entendido algunos a partir de la experiencia que ha supuesto la
Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía (Eiaf). Así que hablemos de la Eiaf.
2)
La Eiaf que llegará a su término en las próximas semanas con la edición del
volumen 32-2 dedicado a la “Filosofía Iberoamericana en el siglo XX. Filosofía
práctica” comenzó hace 30 años en el Congreso de Filosofía de México que tuvo
lugar en Toluca. Allí nos encontramos algunos (Salmerón, Villoro, Olivé,
Sobrevilla, Guariglia, Muguerza y yo mismo) que coincidíamos en que había
llegado el momento de hacer algo juntos. Hablábamos de una “Enciclopedia
Hispánica” o algo parecido. Allí estaban tres directores de sendos Institutos
de filosofía en México, Buenos Aires y Madrid (yo mismo era a la sazón del
potente Patronato del Instituto de Filosofía). Aquello pudo quedar en nada como
tantos proyectos que nos inventamos en momentos de euforia, pero hubo un dato
que daba a entender que esto iba en serio. Al acabar el Congreso Fernando
Salmerón, que era un hombre serio, nos invita a Muguerza y a mi a que le
acompañemos en su coche a México DF. En el almuerzo nos pregunta si la estamos
decididos a llevar adelante el proyecto. Muguerza y yo le decimos que sí. Muguerza
lo apoyaba incondicionalmente y yo que acababa de salir del Ministerio de
Educación y al ser Presidente de un potente Patronato contaba con el apoyo de patronos
que rerpesentaban a la Comunidad de Madrid, al Ministerio de Educación, al de
Cultura y al propio CSIC. Salmerón nos hizo dos observaciones: “para que esto
funcione”, nos dijo, “deberíamos tener en cuenta que el paga no manda” (aviso pues a un funcionamiento democrático
en la toma de decisiones) y, también, “que había que seleccionar a los mejores”
(y evitar el compadreo). Como Guariglia
y Olivé manifestaron en muchas ocasiones, hay que agradecer al gobierno español
el apoyo de todo tipo. Emilio Muñoz, a la sazón Secretario General del Plan de
Investigación, nos brindó un generoso apoyo para empezar y nos sugirió la
fórmula de funcionamiento: teníamos que plantearlo como un proyecto de
investigación.
3)
El proyecto tenía como objetivo la creación de una comunidad iberoamericana de
filosofía mediante una estrategia múltiple: por un lado, un proyecto editorial
(la Eiaf), el mismo que ahora acaba; por otro, la organización de congresos iberoamericanos,
unos sectoriales y otros generales; también el compromiso de potenciar el
conocimiento mutuo (recordaréis que al Instituto de Filosofía de Madrid
invitamos a filósofos de países que conocíamos menos: a un grupo de chilenos,
con Giannini al frente; a un grupo de
portugueses, de Porto y Lisboa; a un grupo de cubanos, con Jorge Acanda; a un
grupo de Paris VIII por su vinculación con América, Jacques Poulain, Vermehren,
etc.)
4)
Balance
A
la hora de hacer balance hay que tener en cuenta de dónde partíamos. Hubo por
entonces un artículo muy revelador de Jorge Edwards en El País. Decía que los latinoamericanos venían a España de paso; poco
conocían de lo que se hacía y poco había que les atara. Pero lo mismo se podría
decir de la relación entre mexicanos y chilenos; o entre argentinos y
colombianos: ni se conocían ni se extrañaban.
Eso
ha cambiado en los últimos treinta años: nos conocemos mucho mejor; nos leemos
un poco más; se han multiplicado los intercambios; hemos hecho cosas juntos;
hemos celebrado cada cuatro año grandes congresos y hemos realizado la Eiaf con
la participación de unos 500 autores hispano y lusoparlantes.
¿Cómo valorar la Eiaf? Pregunta
interesante para poder seguir adelante. El primer valor de la Eiaf es que
exista, el esse de los escolásticos: hemos
demostrado que podemos plantearnos operaciones de gran alcance y que lo hecho
en filosofía se puede hacer en otros campos (se ha intentado una “Enciclopedia
de Ciencias de las Religiones” que por razones económicas ha quedado
interrumpida después de nueve volúmenes). Si de la existencia pasamos a la
esencia, hay que decir que nos hemos quedado a mitad de camino, es decir, si
nos preguntamos si hemos conseguido los objetivos previstos con nuestras
intensa actividad hay que reconocer que seguimos citándonos poco;
manifiestamente preferimos un (mal) libro en alemán a uno (bueno) en español…
No conseguimos dar con el tono adecuado a la hora de valorar nuestras
aportaciones: nos movemos entre el desprecio o el entusiasmo desmedido (habría
que recordar en este momento las duras y agudas críticas de Carlos Pereda al “pensamiento
latinoamericanista”. Critica, en primer lugar, el fervor sucursalero: tenemos una tradición filosóficamente débil y eso ha
alimentado una filosofía dependiente; el que sale a estudiar no vuelve nunca
pues aunque regrese queda colgado de donde estuvo. En segundo lugar, el afán de
novedades: nos encanta estar a la
última sin haber pasado por la penúltima; somos posmodernos sin haber sido
modernos. Luego están los que, conscientes de estos males, tratan de superarlos
con un nuevo y mayor vicio: el vicio del entusiasmo nacionalista: nada como lo nuestro; proclaman que hay que sacudirse
la dependencia invocando una filosofía castiza: “filosofía mexicana” “filosofía
venezolana o bolivariana”… En otro lugar he reconocido la justeza de estos
vicios sin que eso signifique abandonar el proyecto de un pensar en español.
Estas insuficiencias las hemos
notado desde el principio. Hay un informe de Guillermo Hurtado en los años
noventa que ya denuncia ese peligro. Recuerdo las intervenciones de Luis
Villoro invitando a corregir el rumbo.
Aunque nosotros, desde la dirección,
tratábamos de hacerlo, no conseguíamos gran cosa porque no era cuestión de
querer o no querer. Había un problema de fondo que tenía que ver con el tipo de
filosofía que cultivábamos. Nosotros mismos no nos tomábamos en serio porque en
el fondo cultivábamos un tipo de filosofía anglosajona, alemana, francesa en el
que no cabía lo que nosotros pedíamos. Llegamos entonces a la conclusión que
para pensar con personalidad había que hacerse una pregunta previa, a saber,
¿qué significa “pensar en español”?
5)
Pensar en español: no se trataba sólo de hacernos un sitio como
hispanohablantes en el seno de un mundo globalizado dominado por el inglés (objetivo
importante, por cierto). Se trataba de eso y algo más: de preguntarnos si la
lengua que hablamos no nos obligaba a ciertos ajustes, no conllevaba ciertas
exigencias a la hora de “elevar nuestro tiempo a conceptos” que es el fin de
toda filosofía. Teníamos que aclarar mejor la relación entre la lengua y el
pensamiento.
A poco que reflexiones sobre ello, se
ponen en evidencia algunas certezas: a) que todos pensamos en una lengua (y que
si no pensamos en la propia, pensaremos en la de otros); b) que el español es
una Weltsprache, es decir, una lengua
universal que encierra en sí experiencias particulares, enfrentadas unas con
otras, pero que forman parte de una historia común en muchos momentos. Ese
enfrentamiento nos llevaría a un pensar interpelativo más que consensual. Esto
tiene su importancia en política y moral (por ejemplo al hablar de justicia,
pero también de memoria o de paz o de responsabilidad o de culpa); c) el
español es una lengua hoy dominante pero que ha llegado a serlo acallando otras
lenguas: en España, al árabe y al hebreo; en A.L. las lenguas indígenas. Esto
también determina el pensar en español: aquí la dialéctica entre palabra y
silencio tiene que ser muy sonora; d) también deberíamos preguntarnos por qué
se ha pensado en español más en la literatura o en las artes que en filosofía (una
idea muy frecuente en Unamuno). No podemos por ejemplo hablar de verdad como lo
hace la filosofía analítica. Nosotros podemos y debemos hablar de verdad y
filosofía o verdad y teatro, pero no lo hacemos, ni nos atrevemos; e) el tema
del exilio y la filosofía. Si los judíos elaborando su exilio parieron al mundo
el concepto de diáspora, está por elaborar por parte de los españoles la
significación de la exclusión con la que hemos ido fabricando nuestras
identidades (Américo Castro). Habría que rescatar la racionalidad propia del exilio
que es la contraria de la Platónica. En la Apología
de Sócrates, éste lamenta que sus amigos le empujen a aceptar el exilio para
salvar la vida: “¿tan poco os importante mi presencia, mi conversación?”, les
dice. Para Sócrates la conversación, el diálogo es la vida. Es el lugar de la
razón y del sentido. La razón platónica es discursiva o deliberativa. Pero hay
zonas de la realidad a la que no llega el diálogo. No basta siempre el mejor
argumento para descubrir la verdad. Hay una razón interpelativa que no espera
consensos sino que hace preguntas. Esa razón bien podría ser la del exiliado; f)
no puede faltar en esta investigación de lo que sea un pensar en español, la
figura del ensayo. ¿Por qué habría de desmerecer un ensayo frente a un Traktat si la tarea de la filosofía no
es escribir mamotretos sino pensar su tiempo?. El ensayo no es una filosofía
menor.
Lo que hay que reconocer es que, en
la realización de la Eiaf, ha habido una asimetría o disfuncionalidad entre
esta reflexión sobre el alcance del pensar en español y el diseño o desarrollo
de la Eiaf. Nos hicimos estas preguntas demasiado tarde. No al principio sino
cuando el barco estaba en altamar. En su dibujo inicial había más de filosofía
analítica que de pensar en español. Fue en el decurso de la realización del
proyecto cuando caímos en la cuenta de lo que uno y otro modelo comportaban.
6)
Tareas pendientes. Si alguien se planteara recoger este legado y seguir adelante,
debería dar prioridad a este debate, a lo que signifique pensar en español. Manifiestamente
no estamos convencidos de esto. Hay dudas razonables de que la cosa valga la
pena. Algunos ni siquiera tienen dudas. Voy a poner un ejemplo muy ilustrativo.
El otro día presentábamos Fernando Broncano, Alberto Sucasas y yo mismo la obra
de Juan Mayorga, Elipses. Ocurrió que
tras una primera intervención entusiasta de Fernando Broncano, filósofo
analítico, ponderando sin límites el teatro de Mayorga, Sucasas puso sobre la mesa el tema tan querido
de Mayorga sobre la relación entre teatro (que es una ficción, una “mentira”) y
verdad. Tanto él como yo defendíamos el compromiso del teatro con la verdad.
Entonces tomó la palabra el filósofo analítico para decir muy indignado que eso
no era serio. El, un analítico no podía aceptar que se hablara de verdad en
relación al teatro: “La verdad es cosa de hechos y de eso habla la ciencia”, punto.
Y yo me pregunto entonces ¿de qué iba su entusiasmo? ¿qué le entusiasmaba de
Mayorga: la brillantez de su retórica? Todos sabemos que el tema arte y verdad
tiene mucho recorrido. No hay más que recordar los nombres de Heidegger ,
Benjamin o Adorno ¿por qué damos por liquidado un problema como ese cuando de
él depende tanto?
Sería por tanto necesario hacer un
esfuerzo en ese sentido. ¿Cómo hacerlo? He dicho que esto de pensar en español es
una preocupación que está muy diseminada: en Unamuno y Ortega, en Machado y
Zambrano, en Spinoza y Sor Juana, en Cervantes y Américo Castro…habría que
repasar esas lecturas y leerlas de nuevo bajo este prima.
De
un proyecto como de pensar en español se podría decir que ha tenido éxito si
consigue que en un seminario de epistemología, si alguien plantea el tema de la
relación entre Mayorga y Aristóteles (teatro y filosofía) no nos echemos las
manos a la cara o nos lo tomemos como una rareza sino que nos lo asumiéramos tan
en serio como hizo Heidegger con Hölderlin cuando se preguntaba por el “origen
de la creación artística”…Y quién sabe si un congreso sobre verdad y literatura
o arte no sería una buena ocasión para fijar este discurso.
Y una coda final. Alguien puede
decir que todo el mundo piensa en su lengua con lo que “pensar en español” no
puede pretender ser distinto de los demás. Es verdad que todo el mundo piensa
en su lengua…salvo cuando la industria cultural nos impone las tesis formuladas
en la lengua dominante. Yo estoy convencido que lo que dicen Rawls o Habermas
sobre la justicia, por ejemplo, responde a un contexto determinado. El problema
es por qué en Barranquilla se les toma tan en serio. Al final pensamos en la
lengua del imperio, como antaño. Y otra cosa: no se trata de ser original. Cada
pensador, si quiere pensar bien, tiene que ser consecuente con su lengua. No se
trata de ser originales sino de que empecemos a pensar así.
Reyes
Mate (Intervención en el encuentro “Pensar en español en clave mexicana”,
organizado por el Instituto de Filosofía del CSIC, 16 de enero 2017)