17/3/18

El lazo y la estrella


            Al entrenador catalán Pep Guardiola la Federación Inglesa de Futbol quiere imponerle una multa “por portar mensajes políticos, concretamente un lazo amarillo”  que él exhibía en protesta por el encarcelamiento, dictado por un juez español, de unos políticos catalanes, acusados de sedición.

            A este pudiente defensor del derecho al voto no le va a quitar el sueño evidentemente la calderilla de una multa. La anécdota no merecería mayor comentario si no fuera porque se ha puesto en circulación un lazo amarillo, armado de una carga simbólica tan potente y destructora que no puede dejarnos indiferentes.
Al ser humano, desde antiguo, le gusta adornarse con distintivos para dar a entender a los demás sus preferencias en cualquier orden. Son formas legítimas y comprensibles de comunicación. Nada que ver con otro tipo de distintivos impuestos por el poder a determinados grupos sociales para discriminarles, por ejemplo, la estrella de David a los judíos. Desde que el IV Concilio de Letrán, en 1215, obligara a los judíos a llevar bien visible una estrella amarilla cosida a la ropa  para que nadie les confundiera con los cristianos y evitar así toda relación entre ambas sangres, no ha cesado el recurso al distintivo segregador. El Sínodo de Zamora, de 1231, mandó que se aplicara en España, como antes lo hicieran franceses e ingleses. En la Alemania del siglo XX, los nazis decidieron llevar la segregación hasta sus últimas consecuencias. Si lo que se pretendía con el distintivo amarillo era evitar el contacto y la contaminación ¿por qué no exterminarles? Y esa ocurrencia de los conjurados en Wansee, Adolf Eichmann entre ellos, se transformó en un eficaz proyecto de exterminio.

            Nada que ver, por supuesto, el lazo con la estrella. El lazo, uno lo lleva voluntariamente con la noble finalidad de defender un derecho al voto, mientras que la estrella de David es impuesta por la fuerza con la perversa intención de evitar el contacto con peligrosos apestados. Si el lazo sólo fuera eso, no habría nada que objetar, independientemente de que ese derecho al voto que tanto preocupa a Guardiola pudiera tener trampa. Pero quienes le han puesto en circulación lo han cargado de un simbolismo que merece atención: quieren ciertamente denunciar lo que consideran un abuso por parte de los jueces, pero también marcar un territorio. Nosotros, vienen a decir, somos los del lazo. En español nosotros significa originariamente “los no otros” y parece que los catalanes del lazo quieren recuperar el sentido originario del término: nosotros contra los otros. De esta guisa el ingenuo lazo se aproxima a la discriminadora estrella. Sabemos por testimonios e informaciones periodísticas que el lazo amarillo se va cargando de un poder intimidatorio contra el que no lo lleva. Se mira al ojal de la chaqueta para calibrar la catadura del interfecto: si le lleva, es de los nuestros; de lo contrario, enemigo a la vista. El viejo esquema amigo-enemigo, tentación permanente de la política, ha encontrado una peligrosa autopista porque el lazo desborda el espacio parlamentario, adentrándose por campos y pueblos donde anida el viejo carlismo que ahora, gracias al fuego del color amarillo, se incendia en independentismo.

            Nada garantiza que el paso del lazo a la estrella no pueda darse. Sobran ejemplos en la historia de signos que han pasado de lo distintivo y hasta distinguido hasta devenir en marcas de vergüenza. En Barcelona están a punto de bajar del pedestal a un Marqués de Comilla por haber sido negrero. Entonces, festejado por enriquecer a la ciudad y ahora, vilipendiado por cómo lo hizo. Los símbolos tienen vida propia y a veces se rebelan contra sus propios creadores. La propia estrella amarilla empezó siendo una forma de identificar al diferente y acabó siendo diana sobre la que se podía disparar impunemente. Hay que preguntarse si el lazo amarillo no está a punto de dar ese salto mortale y pasar de protesta contra un supuesto abuso a la demonización del otro.

            Lo preocupante del lazo no son esos desaires, un tanto infantiles, al Rey o los posibles daños al Estado, sino su capacidad autodestructora. Expresa una forma de ser excluyente que necesita triturar cualquier forma de convivencia. Lo estamos viendo en Italia. El próximo presidente puede ser Mateo Salvini, miembro de la Liga Norte, autor del slogan “Roma, ladrona”, tan cercano al “España nos roba” de sus homólogos catalanes. Pues bien, este caballero se presenta a senador por Reggio Calabria, es decir, por ese sur pobre y ladrón que él otrora denunciara. Que ¿qué ha cambiado? Poca cosa. Si antes los que robaban al rico norte era los perezosos del sur, ahora los peligrosos son los emigrantes, algo que alaga los oídos de sus nuevos votantes. Cuando los culpables son los otros, lo de menos es quienes sean, basta con que sean. De momento los sospechosos son, de acuerdo con los papeles del espionaje ilegal de los Mossos d’Escuadra que han llegado a la jueza Carmen Lamela, todo hombre público constitucionalista o incluso nacionalistas con dudas; mañana, los hinchas del Español o quien no haya peregrinado a pie a Monserrat. El lazo tiene cuerda.

Reyes Mate (El Norte de Castilla, 3 de marzo 2018)