No sé le da bien a ETA pedir perdón.
Acostumbrada a tomar los asesinatos por actos patrióticos, a los matones por
héroes, y el sufrimiento de la población por mercancía con la que negociar, lo
de pedir perdón es como adentrarse en territorio desconocido. Las víctimas, en
particular, y la opinión pública, en general, no se lo han tomado en serio. No
se puede aceptar que achaquen la muerte de inocentes a “errores” estratégicos o
que sólo pidan perdón a víctimas que pasaban por allí.
ETA no entiende que su problema no
reside en un mal cálculo de una acción terrorista sino en la acción misma. Una
acción terrorista por principio tiene que producir terror en la población en
base a atentados que pueden alcanzar a cualquiera. El problema no es que la
bomba asesine a niños sino que se recurra al asesinato para obtener un fin
político. Lo que ETA aún no ha entendido es que asesinar a alguien por razones
políticas no es defender una idea sino cometer un crimen.
Pero lo más grave del comunicado es
el total desconocimiento de lo que significa el lenguaje del perdón.
Etimológicamente perdón viene de per-donar,
esto es, de dar totalmente. El lenguaje del perdón no admite rebajas o
despieces. Cuando pedimos perdón o cuando se le concede es por todo. Tan
extraño al perdón es pedir por unos, sí, y, por otros, no, como concederle a
plazos.
Para entender este lenguaje tan
exigente habría que preguntarse qué queremos decir cuando pedimos perdón, por
ejemplo por muertes, secuestros o torturas. Lo que estamos dando a entender es
que nos consideramos culpables de todos esos sufrimientos causados. El secreto
del perdón es la culpa: se pide a la víctima que nos libere de la culpa. La
culpa no es un sentimiento sino el reconocimiento de las huellas que deja el
acto criminal. Hay que tener en cuenta que es mucho lo que muere cuando se
mata. Muere el otro, desde luego, pero también de alguna manera el autor del
crimen, es decir, su humanidad. Recordemos a Raskolnikov, el protagonista de Crimen y Castigo de Dostoievski: mata para demostrarse a sí mismo que
los hombres superiores tienen el derecho de disponer de la vida de los demás.
Lo que experimenta, sin embargo, es la muerte de su propia humanidad y que,
para volver al mundo de los vivos, necesita la mano tendida de la muerta. Si ETA reconociera la autoridad de la
víctima, sería la primera interesada, por su propio bien, en restablecer la
verdad de la muerte de los casi 400 crímenes sin resolver.
Pedir perdón es reconocer al tiempo
la miseria moral de uno y la autoridad de ese otro al que hemos hecho mal. La
víctima tiene el extraño poder de hacer que el que ha matado no sea crea un
criminal de por vida, sino alguien que ha cometido un crimen pero que, al
concederle una segunda oportunidad, puede obrar el bien, rehabilitarse y
contribuir a suturar la fractura social que provocó asesinando.
No parece que ese sea el tono del
documento. Lo que se desprende de la declaración es más bien que ETA al pedir
perdón está haciendo un favor a los damnificados. Habla, efectivamente, del
dolor de las víctimas pero al no reconocer la repercusión destructora en su
propia humanidad de la acción terrorista, los etarras se proponen como sujetos
morales compasivos. No son conscientes del estado de necesidad en que se
encuentran. Si lo fueran no discriminarían entre víctimas “con participación
directa” (¡cuya muerte estaría justificada!) y víctimas “sin responsabilidad
alguna”, que serían las lamentables. Todas esas muertes han producido una
necrosis moral en sus autores y en la propia organización. Pedir perdón es
querer salir del pozo al que se han tirado de cabeza. Para medir su hondura
tienen que convocar a todos esos seres a los que han causado daños
injustificables. Lo contrario sería rebajar la demanda de perdón en un gesto
propagandístico.
El caso Alsasua puede ayudar a
comprenderlo. No es difícil adivinar entre los agresores de los guardias
civiles, los manifestantes del pueblo y los políticos que están detrás una
clara simpatía con la declaración de ETA. Podemos imaginar que los que
golpeaban salvajemente, así como sus familiares y simpatizantes podrían
perfectamente manifestarse hoy pidiendo perdón por el sufrimiento infligido a
los que no fueran guardias civiles, es decir, a los que no “habían tenido
participación directa”. Esta combinación de compasión y salvajismo resulta a
todas luces monstruosa, pero es la que se desprende del documento y la que seguramente jalea el entorno
abertzale. Por eso los mismos que piden perdón por unas víctimas, defienden la
agresión a otras.
Hay que dar, en cualquier caso, su
debida importancia a esta declaración. Tan cierto como que el perdón, cuando se
concede, es total e incondicional, es el hecho de que su descubrimiento puede
ser progresivo. Bienvenida pues ETA al lenguaje del perdón aunque, para
progresar adecuadamente, debería mirarse hacia adentro. ETA necesita pedir
perdón incondicionalmente para reactivar la insensibilidad de sus militantes
causada por tanto dolor infligido. Y es importante que lo haga porque la sociedad vasca necesita recuperarles para un nuevo comienzo.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 6 de mayo
2018)