8/12/18

El Papa es de este mundo


            Gran sorpresa ha causado en todo el mundo el anuncio de que el Papa lo deja. Todavía queda en la retina la imagen del anciano Juan Pablo II arrastrando su agonía hasta el final como si no tuviera manera de desprenderse del cargo. Hay algún precedente de renuncia, pero queda tan lejos que lo normal es pensar que el Papa, una vez elegido, lo es hasta la muerte.

            Es curioso que haya sido un ateo el que haya oficiado de profeta. Nanni Moretti, adelantándose a los acontecimientos, planteó en su film Habemus Papam el caso de un Papa, genialmente representado por Michel Piccoli, que, presa del pánico, decide no aceptar. "He comprendido", dice el recién elegido, "que no estoy en condiciones de llevar la carga que se me ha confiado". La carga a la que se refiere son la soledad del poder, la ausencia de cariño, las intrigas palaciegas y la frialdad de una maquinaria cuyas reglas de juego son ajenas a la humanidad del electo. El no está dispuesto a pasar por ahí y por eso se va.

            Habría que preguntarse por qué se va Joseph Ratzinger. Según su hermano "porque la edad pesa". En una entrevista reciente Benedicto XVI sostenía la idea de que una Papa podía retirarse siempre y cuando "tuviera lugar en tiempos de bonanza y no de peligros". Pero estos no son precisamente tiempos apacibles para la Iglesia católica. Este Papa al hacer frente a los delitos de pederastia y corrupción en el Vaticano ha abierto la caja de Pandora. Tampoco es seguro que la razón invocada -que le ha disminuido "el vigor de cuerpo y espíritu para gobernar la barca de San Pedro"- sea la única. Puede que las razones invocadas por el Papa de Nanni Moretti también hayan pesado.

            Benedicto XVI no lo ha tenido fácil. Tuvo un predecesor, Karol Wojtyla, que llenó las plazas y vació las iglesias. Confundió al obispo de Roma con un párroco polaco dispuesto a cambiar el mundo con un populismo del que se aprovecharon los más integristas que eran también los más aduladores. Al Papa alemán que antes había comandado la sala de máquinas de la ortodoxia -la antigua Inquisición- no se le podía escapar lo que se ocultaba en los bajos fondos de la Iglesia que tanto medraron durante el tiempo del Papa Wojtyla. Tenía que hacer limpieza y en eso se le ha ido un buen tiempo. Luego estaba su talante, más intelectual que activista. No conocíamos un Papa que escribiera tantos libros. Intelectual, sí, pero conservador. En eso coincidía el alemán con el polaco. Lo que uno y otro han conseguido es convencer a los convencidos, en medio de una indiferencia creciente. El catolicismo ha ido perdiendo presencia pública sin que las recetas populistas o la ortodoxia teológica hayan servido de mucho. En países como España, de tradición católica, el catolicismo es ya una corriente minoritaria que sus obispos se empeñan en gestionar como si fuera mayoritaria. Quieren que sus opiniones, en temas como la escuela o el aborto, tengan un peso que no les viene de lo que representan socialmente sino de su historia. Y eso acaba siendo una mala inversión. En los países desarrollados la Iglesia católica pierde peso, sin que el interés que encuentra en el extremo oriente sirva de compensación.

            Un teólogo alemán, bávaro como Ratzinger, pero situado en otras trincheras ideológicas, Johan Baptist Metz, ha expresado en una frase la significación de la renuncia de su ex-colega: "un gesto", dice, "que demuestra la temporalidad del cargo". Un cargo, aunque sea ser Papa, es temporal, es decir, no es de por vida. Aunque sea un contrato indefinido, no hay por qué mantenerse en él si fallan las fuerzas físicas o si, como en el caso de Habemus Papam, las circunstancias que rodean un poder tan singular como el del inquilino del Vaticano, aconseja tomar distancias para salvarse. Con el reconocimiento de la temporalidad se rompe un tabú que tiene el mérito de devolver el catolicismo a la contingencia histórica. Si la Iglesia católica quiere ser interlocutor en los problemas de su tiempo, tendrá que salir del engolamiento institucional con el que se ha revestido. A eso parece referirse "la temporalidad" del oficio.

            El teólogo suizo Hans Küng, crítico incansable del Papa Ratzinger, ha reaccionado con respeto pero sin entusiasmo. Le reconoce derecho al descanso pero desconfía de que el futuro sea diferente, aunque se hable de un posible Papa negro. Aquí también vale lo del atado y bien atado. Benedicto XVI ha seguido una implacable política de nombramientos que auguran un pontificado continuista. Aunque nunca se sabe. En los ocho años escasos del último pontificado el mundo ha cambiado mucho más que la Iglesia. En sus manos está si seguir deslizándose por la pendiente de la irrelevancia o reivindicarse como voz de una tradición que ha conformado buena parte de la historia y que aún tiene algo que decir.

Reyes Mate (El Periódico de Catalunya, 12 de febrero 2013)