Gran sorpresa ha causado en todo el mundo el anuncio de que el Papa lo deja.
Todavía queda en la retina la imagen del anciano Juan Pablo II arrastrando su
agonía hasta el final como si no tuviera manera de desprenderse del cargo. Hay
algún precedente de renuncia, pero queda tan lejos que lo normal es pensar que
el Papa, una vez elegido, lo es hasta la muerte.
Es curioso que haya sido un ateo el
que haya oficiado de profeta. Nanni Moretti, adelantándose a los
acontecimientos, planteó en su film Habemus
Papam el caso de un Papa, genialmente representado por Michel Piccoli, que,
presa del pánico, decide no aceptar. "He comprendido", dice el recién
elegido, "que no estoy en condiciones de llevar la carga que se me ha
confiado". La carga a la que se refiere son la soledad del poder, la
ausencia de cariño, las intrigas palaciegas y la frialdad de una maquinaria
cuyas reglas de juego son ajenas a la humanidad del electo. El no está
dispuesto a pasar por ahí y por eso se va.
Habría que preguntarse por qué se va
Joseph Ratzinger. Según su hermano "porque la edad pesa". En una
entrevista reciente Benedicto XVI sostenía la idea de que una Papa podía retirarse
siempre y cuando "tuviera lugar en tiempos de bonanza y no de
peligros". Pero estos no son precisamente tiempos apacibles para la
Iglesia católica. Este Papa al hacer frente a los delitos de pederastia y corrupción
en el Vaticano ha abierto la caja de Pandora. Tampoco es seguro que la razón
invocada -que le ha disminuido "el vigor de cuerpo y espíritu para
gobernar la barca de San Pedro"- sea la única. Puede que las razones
invocadas por el Papa de Nanni Moretti también hayan pesado.
Benedicto XVI no lo ha tenido fácil.
Tuvo un predecesor, Karol Wojtyla, que llenó las plazas y vació las iglesias.
Confundió al obispo de Roma con un párroco polaco dispuesto a cambiar el mundo
con un populismo del que se aprovecharon los más integristas que eran también
los más aduladores. Al Papa alemán que antes había comandado la sala de
máquinas de la ortodoxia -la antigua Inquisición- no se le podía escapar lo que
se ocultaba en los bajos fondos de la Iglesia que tanto medraron durante el
tiempo del Papa Wojtyla. Tenía que hacer limpieza y en eso se le ha ido un buen
tiempo. Luego estaba su talante, más intelectual que activista. No conocíamos
un Papa que escribiera tantos libros. Intelectual, sí, pero conservador. En eso
coincidía el alemán con el polaco. Lo que uno y otro han conseguido es
convencer a los convencidos, en medio de una indiferencia creciente. El
catolicismo ha ido perdiendo presencia pública sin que las recetas populistas o
la ortodoxia teológica hayan servido de mucho. En países como España, de
tradición católica, el catolicismo es ya una corriente minoritaria que sus
obispos se empeñan en gestionar como si fuera mayoritaria. Quieren que sus
opiniones, en temas como la escuela o el aborto, tengan un peso que no les
viene de lo que representan socialmente sino de su historia. Y eso acaba siendo
una mala inversión. En los países desarrollados la Iglesia católica pierde
peso, sin que el interés que encuentra en el extremo oriente sirva de
compensación.
Un teólogo alemán, bávaro como
Ratzinger, pero situado en otras trincheras ideológicas, Johan Baptist Metz, ha
expresado en una frase la significación de la renuncia de su ex-colega:
"un gesto", dice, "que demuestra la temporalidad del
cargo". Un cargo, aunque sea ser Papa, es temporal, es decir, no es de por
vida. Aunque sea un contrato indefinido, no hay por qué mantenerse en él si
fallan las fuerzas físicas o si, como en el caso de Habemus Papam, las circunstancias que rodean un poder tan singular
como el del inquilino del Vaticano, aconseja tomar distancias para salvarse. Con
el reconocimiento de la temporalidad se rompe un tabú que tiene el mérito de
devolver el catolicismo a la contingencia histórica. Si la Iglesia católica
quiere ser interlocutor en los problemas de su tiempo, tendrá que salir del
engolamiento institucional con el que se ha revestido. A eso parece referirse
"la temporalidad" del oficio.
El teólogo suizo Hans Küng, crítico
incansable del Papa Ratzinger, ha reaccionado con respeto pero sin entusiasmo.
Le reconoce derecho al descanso pero desconfía de que el futuro sea diferente,
aunque se hable de un posible Papa negro. Aquí también vale lo del atado y bien
atado. Benedicto XVI ha seguido una implacable política de nombramientos que
auguran un pontificado continuista. Aunque nunca se sabe. En los ocho años
escasos del último pontificado el mundo ha cambiado mucho más que la Iglesia.
En sus manos está si seguir deslizándose por la pendiente de la irrelevancia o
reivindicarse como voz de una tradición que ha conformado buena parte de la
historia y que aún tiene algo que decir.
Reyes
Mate (El Periódico de Catalunya, 12
de febrero 2013)