Para el Presidente del Gobierno,
Pedro Sánchez, el Valle de los Caídos no puede dejar de
ser un mausoleo de los “mártires de la cruzada”, de ahí que haya que abandonar
la idea de que convertirlo en un lugar de memorias compartidas tal y como
recomendaba la comisión de expertos y como figura en una proposición de ley
presentada por el Partido Socialista en el Congreso en diciembre de 2017. Si no
hay manera de que aquellas piedras cambien de significación, lo que procede es
dejar, por un lado, la Basílica a merced de sus devotos y transformar, por
otro, los columbarios donde yacen más de 33000 restos humanos en un cementerio
civil.
Como el destino del Valle está en
manos de la resignificación, habría
que preguntarse si es posible cambiar de
significación un lugar que nació para honrar a los caídos en el bando
franquista ¿El Valle, nacido para celebrar a los caídos de un bando, puede
devenir lugar de la memoria que recuerde el sufrimiento de todos los españoles?
Lo primero que hay que decir es que
la resignificación, en lo tocante a lugares de la memoria, es una práctica
constante. Ahí están, por ejemplo, los campos nazis, creados como fábricas de
muerte para exterminar al pueblo judío y gitano. Hoy son visitados por miles provenientes
del todo el mundo. Nadie va a Auschwitz a celebrar la barbarie nazi sino a
recordar la memoria de las víctimas. El mensaje que emana de esos lugares toma
la forma de llamada a la responsabilidad de los visitantes para que construyan
un mundo donde la barbarie no sea posible. Jorge Semprún dejó dicho a los
jóvenes, desde la tribuna del campo de Buchenwald, que reconocieran en esos
campos las raíces de la nueva Europa que él no situaba en Atenas sino “en las
experiencias del nazismo y del
estalinismo contra las cuales se inició la aventura de la construcción
europea”. Los campos han cambiado de significación: no domina ya en ellos la
intención de los nazis sino la experiencia de las víctimas; no se les visita
para apuntalar la barbarie sino para combatirla. Si eso ocurrió con los campos
de exterminio, ara sacrificial de tantos millones de muertos, ¿cómo no va a ser
posible en Cuelgamuros donde el
obstáculo mayor es una cruz, un símbolo igualmente resignificado? El juego de
las resignificaciones es imparable y la prueba más a mano la tenemos en el
nombre del lugar donde está ubicado el mausoleo: se llama Cuelgamuros y, sin embargo, su nombre originario, desde el siglo
XI, era Cuelgamoros. La
desamortización, siglo XIX, cambió nombre tan poco recomendable para facilitar
su venta.
La resignificación no es el
problema. Lo realmente problemático es que no nos ponemos de acuerdo sobre qué
es lo que ahora se quiere significar. Y a esta pregunta sólo le cabe una
respuesta. El sentido clave de cualquier lugar de la memoria es el nunca más,
es decir, la no repetición. Asociamos ciertamente memoria a verdad y justicia. Sin
la mirada de la víctima, en efecto, la percepción de la realidad es incompleta;
y sin memoria de la injusticia, no hay justicia que valga. La memoria es todo
eso pero sólo si entendemos que es algo más y algo distinto. Lo que la memoria
realmente se propone es movilizar las energías de ese lugar para que la
historia se haga de otra manera. Y ¿cómo se consigue eso? Revisando y cambiando
la forma de pensar y de actuar de todos y cada uno de nosotros. Eso alcanza a la
política, a la ética, al derecho, a la religión …Pues bien, de entre todas
estas herramientas hay una que, según Hanna Arendt, es la más decisiva a la
hora de cambiar el rumbo de la historia: el perdón. No lo decía por razones
morales o religiosas, sino guiada por una estricta lógica racionalidad
política. El perdón, en efecto, consiste en proponer prácticas que no sean
reacción a la acción padecida sino una acción liberada de la carga del pasado.
La expresión política del nunca más es el perdón porque al interrumpir la
lógica acción-reacción inaugura un nuevo tiempo. Es lo que captó Manuel Azaña,
en su discurso del 18 de julio de 1938, cuando nos susurraba a las generaciones
venideras las palabras “paz, perdón, piedad”. Ahora bien, ¿estamos de acuerdo
en que las prácticas memoriales no pueden ir contra nadie porque persiguen el
nunca más que a todos interesa o utilizamos, más bien, la memoria como un arma
arrojadiza o como un señuelo propagandístico?. Ese es el nudo gordiano que no
conseguimos cortar. Por eso instrumentalizamos tanto a la memoria sin respetar
su significado.
Reyes
Mate (El Periódico de Catalunya, 13
Septiembre 2018)